El cuadro

Historia donde se mezcla disciplina, azotes y el texto oculto de un cuadro muy especial

El cuadro

Llevaba toda la semana nerviosa.

Distraída también. Una mezcla de emociones se juntaba en mi interior. Quizás también algo más guerrera de lo normal, ya había discutido con dos compañeros del departamento antes de las 10 de la mañana, y en mí no era normal empezar la “guerra” tan pronto. Si, es cierto, estaba alterada y no podía evitarlo. Más alterada de lo habitual.

Soy Bel, una mujer que le falta muy poco para llegar a los treinta. Vivo en un apartamento estupendo en un buen barrio de Madrid. Soy una profesional independiente a la que no le han regalado nada. Después de terminar mi carrera y dos máster, encontré trabajo por mi buen currículo y a partir de hay ha sido un contínuo luchar para llegar a la posición y lugar donde estoy. No me quejo, pero…

Me ha faltado siempre algo. Con el trajín de todos estos años no me he parado mucho a pensar en ello, aunque siempre ha estado ahí latente. Tiene que ver con mi vida sexual. No es que no haya tenido, claro que sí, y no es que me queje, pero no me han terminado nunca de llenar.

El porqué de esto se remonta a una experiencia que tuve en mi época escolar, cuando estaba empezando el bachillerato y tenía algo más de 16 años. Fue un antes y un después. Yo soy de un pueblo de León, pero siempre he ido estudiando en distintos lugares. Mis padres querían que estudiara y no me quedara en el pueblo, allí no había futuro. Sea como fuere, yo no era muy buena estudiante y había ido pasando por distintos colegios y aprobando por los pelos.

Ante la última discusión con mis padres, me ingresaron en un internado, donde allí pensaron que me iría mejor. Yo en aquel momento no lo sabía, pero tenía fama de tratar con éxito casos como el mío, jóvenes despistadas, un poco alocadas y vagas, vaya, por no decir, indisciplinadas.

El caso es que por una trastada grande que hicimos una noche, tres compañeras y yo, casi sale ardiendo un pabellón, nos llevaron ante la directora del centro y allí fuimos azotadas. Yo no me lo podía creer, pero nos hicieron bajar nuestras braguitas, subir la falda del uniforme (allí aún con esa edad, íbamos en uniforme todos) y con una regla de madera nos dieron una buena tunda.

Al parecer ese tipo de acciones para faltas tan graves como las que cometimos, estaban permitidos.

Yo recuerdo que no me pude sentar bien en varios días, y me salieron morados en mis nalgas. Y aunque lloré como nunca lo había hecho (jamás me habían dado una azotaina) algo cambió profundamente en mí. Las sensaciones que allí tuve iban en contra de todo lo natural y humano que me habían enseñado y que conocía. Entre otros sentimientos, en aquella zurra, encontré paz, serenidad y alguna cosa más. Pero sobre todo me turbó mucho, y que en aquel momento me horrorizó porque no lo entendía, fue el haber sentido una excitación sexual como nunca antes tuve.

Y a partir de ahí, todo cambio respecto al sexo. No era una mojigata y ya había tenido mis primeras relaciones sexuales. Pero ya no volvieron a ser las mismas. Algunos de los que me leáis sabréis a que me refiero.

Pero sobre todo cambió mi actitud y comencé a centrarme y a estudiar. La experiencia en parte fue desagradable, que te dejen el culo morado lo es, para qué nos vamos a engañar. Pero fue como si una de mis piezas internas se colocara con esa azotaina y todo engranara a la perfección. El caso es que el cambio se produjo e inicié mi verdadera carrera de estudiante por propia convicción y hoy me encuentro donde me encuentro.

Disculpad, me he ido un poco del tema inicial de mi última experiencia, pero tenía que poneros en antecedentes para que os hicierais una idea.

Como os decía, entre unas cosas y otras nunca le quise dar la importancia a el cambio que se produjo en mí, pero todo este tiempo ha estado latente, y me refiero al tema de los azotes, el haber sido disciplinada.

En alguna relación, cortas la mayoría de las que he tenido, le he pedido a mi pareja que me diera unos azotes, ya que esta necesidad subyacía en mi interior y sin saberlo ( o si ) lo buscaba. Bueno, el sexo es sexo y unos azotes juguetones no estaban mal, pero no tenían nada de sabor ni sustancia.

No era eso lo que yo necesitaba. No lo pensaba, pero lo sabía. Y desde hace algunos años, vengo notando que hay ciertas parcelas de vida diaria que se están complicando. Cada vez mas. Y me he dado cuenta que es por mi culpa, por mi manera de ser… o quizás… no lo sé.

En los últimos meses he sido mas consciente de ello y tuve un diálogo interno (que cínica soy a veces) y me “descubrí” la necesidad de tener esos azotes, esa disciplina. O vaya, a esa conclusión he creído llegar.

A partir de ahí, y recordando mi única azotaina, me he documentado, he leído todo lo que ha caído en mis manos sobre eso, incluso lo he hablado con amigas íntimas. Y me lancé a buscar lo que creía que necesitaba.

Y hoy viernes, he quedado con un hombre.

El cómo, dónde y la manera que lo encontré ahora no viene al caso, pero hoy voy a pasar un fin de semana con él. Bueno, eso creo. Lo digo, porque si no resulta como espero, no llegaré al domingo.

Ya le he conocido en persona. después de hablar y chatear con él en las últimas semanas, hace unos días quedamos a tomar un café y bueno…

No soy ingenua ni una princesita, al contrario. No busco un Grey, aunque no estaría mal. Vale, me dejo de chorradas. El esta mas cerca de los 50 de que los 45. Físicamente no está mal para su edad, pero tiene un atractivo que no sabría definir. Eso es lo que me ha atraído en primer lugar de él. Y luego todo lo que le rodea.

En definitiva, que me hizo una proposición que quizás no medité como debía, pero acepté.

Me propuso pasar un fin de semana en una casa de campo que tiene cerca de Madrid, en la Sierra del Guadarrama.

Yo le había dado, dentro de esa relación que se iba fraguando a fuego lento, la confianza necesaria para conocer mis necesidades e inquietudes, y la información necesaria para una posible relación de disciplina. Ambos buscamos lo mismo, una relación basada en la confianza donde me pudiera ayudar a resolver ciertos problemas personales de conducta, todo ello basado en la llamada “disciplina domestica” o disciplina real. No pienso perder un segundo aquí en explicar lo que es, ya os haréis una idea.

¿Cuáles eras los términos? Bueno, ya los veréis, aunque básicamente le he dado el poder de castigarme por aquellas acciones que se acordaron no podrían producirse en mi vida diaria y que eran causadas por mi mal comportamiento.

Uuuffff, pero si ya es la hora. Se ha pasado el tiempo volando y ahora llego tarde.

Bajo cinco minutos tarde y le encuentro en la puerta del edificio donde trabajo. Está esperando de pie apoyado en el coche. Le veo serio, pero sus ojos reflejan otra cosa. Yo siento un cosquilleo por todo el cuerpo. Es el momento de ir o de darme la vuelta.

Se acerca a mí y me da un beso en la mejilla. Me pregunta qué tal el día y coge mi maleta. Nos aproximamos al coche y me abre la puerta del acompañante y me ayuda a subir.

Mientras sube la maleta al asiento trasero, me miro de arriba abajo, a ver si estoy bien. Parece mentira que esté tan nerviosa, pero es lo que hay.

Él, una vez que se ha sentado, me pregunta si estoy bien y me indica que me ponga el cinturón de seguridad.

Y ponemos rumbo a la sierra. Durante el trayecto apenas paro de hablar, producto de los nervios, aunque no son nervios “malos”. Él no dice mucho, solo sigue atento a la carretera. Antes de que me dé cuenta estamos entrando en una finca que tiene las puertas abiertas. Es una finca grande que tiene un muro de piedra que la rodea. Al final de camino nos encontramos con una casa de pueblo, típica de la zona. Se la ve grande y vieja, aunque cuidada. Tiene dos plantas y en el exterior un gran porche.

Estamos a finales de octubre y el frío se cuela entre mi vestido nada más abrir la puerta.

Él baja del coche y da la vuelta hasta mi puerta, y me la vuelve a abrir y me ayuda a bajar. No se si me gusta o no tanta atención… No dirigimos directamente a la entrada de la gran casa. Él abre la puerta y entramos directamente en un gran salón. Tiene el típico aire rústico de la zona pero sin ser impostado. Es natural, real. Y aparte de lo acogedor del lugar, sobre todo me encanta el olor a encina quemada, la cual arde en una gran chimenea al fondo. Está todo preparado. Me encantan los detalles hasta este momento y estoy como embelesada, pero dura poco.

Me indica con su voz grave.

  • Bel, haz el favor de ir hasta la chimenea. Quédate sentada delante de ella hasta que yo te lo diga.

Un nudo se me pone en la garganta. Pero no digo nada, le doy un beso en la mejilla (no se porque hago eso) y me voy hacia allí.

Mientras que voy atravesando el salón, veo en un rincón de la gran habitación dos especies de percheros. Entonces me sube un rubor y calor desde la punta de los pies hasta mi cabeza. Y siento una punzada en mi sexo.

Los percheros están sujetos cada uno al lado de un rincón. Uno a mano derecha y otro a mano izquierda.

Justo en el rincón hay una especie de cuadro con algo escrito que desde aquí no puedo leer. Me pica mucho la curiosidad y estoy tentada de ir a ver que pone, pero no quiero comenzar desoyendo la orden que me ha dado J. Pero lo que si soy capaz de ver es que en los percheros están colgados una serie de instrumentos que solo pueden tener un uso: azotar…

Este es una adaptación a un relato que escribí hace muchos años y que he perdido. Me gustó mucho, de lo que el recuerdo, sobre todo del final, y me he decidido, después de mucho tiempo, a volver a escribir. A reescribirlo.