El cuadro. 2ª parte

Historia donde se mezcla disciplina, azotes y el texto oculto de un cuadro muy especial

El cuadro. 2ª parte

El sitio tiene un encanto que no estoy acostumbrada a ver en la ciudad y que me hace sentir muy a gusto, como si estuviera en casa.

La decoración no es recargada, ni parece que haya sido realizada con un fin decorativo, no es artificial, sino que se ha ido configurando a lo largo de los años basándose en la utilidad y comodidad. Bueno, esa es la sensación que me da.

No voy a mentir, aún estoy nerviosa. Le acabo de enviar a mi amiga la ubicación del lugar donde estoy. También tiene los datos de J. Fue él quien me los dio y me dijo que se los pasara a alguien de confianza, que le informara que me iba con un amigo a pasar el fin de semana, para que me quedara más tranquila. Y cierto, me quedé mas tranquila… pero qué quieres que te diga, la situación me tiene nerviosa. Y me fijo en detalles de la sala.

El techo este cruzado por varias vigas de madera grandes y gruesas que van en caída de la parte más alta, hasta la parte norte de la casa, el lugar donde he visto antes los dos percheros. Ahí desembocan las vigas y por lo que atisbo, quedan a una altura perfecta para que, si estiro mis manos, pueda tocarlas. Estoy tentada a ir a tocarlas, pero recuerdo lo que me ha dicho J. Y en ese momento, mi imaginación vuela por la visión de las vigas. Me asalta un pensamiento… Me veo agarrada con mis manos a lo alto de la viga, mirando de espaldas a la habitación, de cara a la ventana. Estoy desnuda excepto por mi culotte y sujetador blanco, de puntillas. Solo veo el campo que hay frente a la ventana… siento como algo azota mi culo… no me muevo. Pero no cierro los ojos esperando otro azote que no tarda en llegar. No lo siento, pero lo oigo… Sé quien está detrás, aunque no lo vea...

Y ese momento me sobresalto porque una brasa de la chimenea ha chisporroteado. Se me va la imagen y me veo aguantando la respiración.

Esa imagen me ha hecho subir los calores. Y la chimenea también. Hay calor suficiente. Han pasado unos minutos y ahí sigo sentada.

Sé a lo que he venido, pero me estoy empezando a impacientar un poco. No me parece muy correcto que me haya dejado ahí sentada sin más. Pero bueno, tendré que esperar… Y si lo pienso bien, no tardaré en estar con mis nalgas calientes. O muy calientes. Y la idea y el concepto de la disciplina es una cosa, pero el estar tan cerca  de lo deseado, pues es otra. No es que me arrepienta…

Me  embeleso con el movimiento saltarín de las llamas y me vuelvo a perder en mis pensamientos… las vigas vuelven a mi cabeza… y la imagen anterior.

No sé el tiempo que llevo, pero en un momento dado me parece escuchar algo desde otra habitación. Si no estuviera inmersa en mis pensamientos libidinosos, juraría que había escuchados unos golpes secos y rítmicos. Y hasta me pareció oír unos lamentos. Será el aire…

Mi imaginación siempre va por libre, se activa a menudo y cuando le da la gana. La espera no ayuda a relajarme, pero entre el calor y la tranquilidad de la habitación, estoy entrando en una especie de estado de relajación que, junto con el duro trabajo de toda la semana, me lleva a dormitar… No puedo evitarlo.

Se abre una puerta por un lateral y aparece una mujer. Casi me da un infarto. Entre mi estado aletargado, la sorpresa de esa irrupción y la situación que me tiene en esa casa, me ha dejado sin palabras. Estoy alucinando. ¡¡Pero donde me he metido¡¡ Un miedo irracional se empieza a apoderar de mi, pero antes de que salga corriendo la mujer dice:

  • Disculpe señorita. Siento mucho haberla asustado, no era mi intención. ¿Se encuentra bien?

Balbuceo algo, no me acuerdo el qué… la mujer, al verme en este estado sigue hablando.

  • Supongo que Señor no le ha dicho que iba a estar yo aquí, ¿verdad? Le pido disculpas. He tardado un poco más de la cuenta y no esperaba encontrármelos aquí tan pronto. Soy como la señora que se encarga de la limpieza y cuidado de la finca. –

La mujer tenia el rostro arrebolado y parecía un poco sofocada. Supongo que le pasaría un poco como a mí, no se esperaría encontrarme allí. Era una mujer de unos 50 años. Una mujer de pueblo, como se suele decir. Se la veía sana y un poco entrada en carnes. Tenía una caderas anchas, de mi estatura, algo más de un metro sesenta. No era guapa, pero sí atractiva… ¿pero a qué viene que le haga una radiografía?

Yo le contesté que no se preocupara, que me encontraba bien y que encantada de conocerla. Ya sabéis, las frases típicas de cortesía. Pero menudo susto me había dado.

  • Anabel, ya veo que has conocido a Sofia, el ama de llaves. Disculpa que no te haya hablado antes de ella ni que te haya dicho que iba a estar aquí, ya que se supone debía de haber terminado hace una hora. Ya ha terminado por hoy y ya se marchaba. Mañana vendrá para hacer las cosas de casa.

Sofia se despidió cortésmente, aunque un poco fría. Y en ese momento caí en la cuenta de que ella conocía la casa. ¡¡¡y sabía que había dos percheros con un montón de utensilios para azotar¡¡¡ noté como me subían todos los colores del mundo. Fue una reacción que no puede controlar,  y me sentó mal no haberlo podido evitar, porque en el fondo me da igual quién es ésa y lo que pudiera pensar. Y yo soy una mujer que controla bien mis emociones.

Después J me dijo que lo acompañara y me enseñó la casa. Era enorme. No pensaba que pudiera tener tantas habitaciones. Y en la parte trasera había un prado enorme. La finca no tenia desperdicio. No le faltaba de nada.

La verdad que mientras iba pasando el tiempo y girábamos esa visita, se me había quitado el nerviosismo. Según pasaba el tiempo me iba encontrando más a gusto con ese hombre.  Ya veríamos.

Me paseó por todas las habitaciones menos por una. Le pregunté y me dijo que esa estaba cerrada. No insistí. Tampoco me enseñó el rincón del salón donde estaban los dos percheros. No se me iban de la cabeza. Casi mejor, ¿no?

Estaba ansiosa. Si, ansiosa. ¿qué pasa? ¿tú no lo estarías? No quería que empezara nada, pero por otro lado tenía unas inmensas ganas de que pasara ya.

En la parte de arriba había una habitación enorme. Me explicó que hicieron reformas hace unos años, y que juntó dos habitaciones, ya que le gustaba la amplitud. Al parecer la casa es suya, no me contó mucho más.

Pero no nos paramos en esa habitación. Me enseñó la contigua, que estaba preparada y recién limpia, por lo que puede apreciar. Encima de la cama había varias toallas, como en los hoteles. Olía a fresco. La verdad que no sabía qué pensar en ese momento. Me sentí tranquila por tener mi habitación propia. Me gustó el detalle, por supuesto (no os voy a contar de momento más detalles de mi “acuerdo”), pero por otro lado, una punzada en mi orgullo se produjo: ¿no iba a ni a preguntarme si quería quedarme con él en su habitación? ¿No le gustaba? ¿solo iba a castigarme?

Ya estoy otra vez divagando y dándole vueltas. Como si tu no fueras a hacerlo en mi lugar.

Me quedé deshaciendo mi maleta. Aproveché para darme una ducha rápida y a ponerme un vestido más cómodo. Estaba terminando de sacar un pijama, cuando me sorprendió la voz de J:

  • Bueno, Bel, ha llegado la hora.

Pues no pude articular palabra. Me quedé mirando sin saber qué decir. Parecía boba. Como si no supiera a lo que he venido. Él se quedó mirándome serio. No sé porqué pero bajé mi mirada al suelo, como cuando era pequeña y había hecho alguna trastada y me había pillado.

El caso es que cuando la levanté ya no estaba. Iba a comenzar a caminar, cuando se volvió a asomar por la puerta y me dijo:

  • ¿Bueno, pequeña, no vienes?
  • Si, si… ¿pero vamos a bajar abajo? – No sé porque dije eso, ¿vale? Supongo que esperaba que ocurriera todo en su habitación, o en la mía. O qué sé yo.
  • Claro, abajo. ¿Dónde si no?

Bajé detrás de él y me quedé sin palabras cuando vi lo que me esperaba.

Una gran mesa de madera maciza que había en el salón estaba preparada con un minimalismo exquisito. Preparada para una cena.

¿Pero que es esto? ¿de qué va este tipo? ¿pero no me ha dicho que era la hora? ¿está jugando conmigo? Uuuufffff me estaba poniendo de los nervios. ¡¡Será cretino¡¡ ¿así que lo que había llegado, era la hora de la cena?

No sabia si reír, soltarle un improperio, o darle las gracias. La verdad que no me lo esperaba y era un detalle. Estaba la mesa surtida con una variedad de alimentos que ya alimentaban solo con mirarlos. Pues nada, si había que cenar, se cenaría, que estaba muerta de hambre.

Se acercó a mi y me fue a arrimar la silla. En ese momento me pareció tan recargado y anticuado, que le dije no, con muy buenos modales, que sabía sentarme solita.

Y sin previo aviso, un fuerte azote dado con su mano impactó en mi nalga derecha.

Lo que más me sorprendió no fue el dolor, ni el picor posterior, ni el ruido del azote, sino su voz grave y pausada susurrándome al oído:

  • Pequeña Bel, aquí no se toleran los malos modales.  Siéntate ahora que puedes y disfruta de la cena.