El cuadernillo rojo de Elena 2
Me adentro un poco más en la dominación y los cuernos consentidos. Recomiendo leer la primera parte para entender de donde venimos. Cap. 2
El lunes llegué a Madrid sobre las 10h de la mañana. Mi novio ya se había marchado a trabajar. Yo entraba a las 2. Ese día cogí el vibrador y me lo metí hasta el fondo y me estimulé el clítoris hasta deshacerme pensando en el polvo con Martín y con la seguridad de que Alberto no era un problema, al contrario, me apoyaba. Se me hizo un poco tarde, así que dejé la goma rosa que recubre el vibrador, después de lavarla, secándose en el baño. Por eso Alberto supo que me había masturbado. Estuvimos hablando cuando volvió de trabar. Quedamos en que yo podría acostarme con quien quisiese y se lo contaría, él no se follaría a ninguna y si quería hacerlo alguna vez me lo contaría con antelación para que no me pillara por sorpresa, aunque me aseguraba que no pasaría. Que a él le gustaba el rollo de cornudo y sumiso, y que iríamos poco a poco probando cosas. Quise hablarle de ir a Santander a conocer a mis padres, y que de paso me dejara hacer una vista a Martín, pero él, que de hablar de sexo estaba notablemente caliente, se me anticipó con una pregunta:
—¿Te has estado tocando hoy, verdad? –me lanzó una mirada suspicaz.
—Sí… –sonreí.
—¿Has pensado en Martín mientras lo hacías, no? –no respondí, no sé si me sentía cómoda respondiendo que me toco deseando a otro tío–. Tranquila, Elena. Sabes que me gusta este juego, no estoy acusándote de nada…
—Sí… He pensado en el polvo que he echado con Martín.
—¿Cuál de todos?
—Todos, en realidad… –miré como se marcaba el pene en el pantalón de su pijama y confirmé que estaba caliente.
—Al final no me has contado qué hicisteis la última vez… –insistió.
—Así que mi cornudito quiere saberlo…
Le bajé los pantalones del pijama y salió su polla disparada hacia el cielo.
—Pues mira, primero nos desnudamos y me comió el coño. No sabes qué bien lo hace, se nota que es un tío con práctica –le contaba mientras lo masturbaba lentamente.
—Luego le comí la polla, mira, así –y simulé brevemente con la polla de Alberto la felación que le hice a Martín. Entonces paré y volví a masturbarle lentamente. No quería que se corriese antes de lo pensado, antes de decirle que me quería follar a Martín otra vez.
—¿Qué más? –me preguntaba con los ojos entreabiertos del placer.
—Luego lo cabalgué, después se puso encima mía y luego me puso a cuatro patitas. Pero lo mejor fue el final…
—¿Joder, qué pasó?
—Si quieres que te lo cuente, me tienes que decir que yo mando y que puedo follarme a quien quiera, cuando quiera.
—Joder, sí, ya lo sabes, tu mandas, haz lo que más desees.
—Este fin de semana iremos a Santander. Comida familiar que ya es hora. Y de paso me escaparé un par de horitas para tirarme a Martín.
—Sí, amor, haremos lo que deseas. Cuéntame cómo terminó aquello, por favor… –empecé a acelerar la paja.
—Le supliqué que me follara el culo y se corrió… ¡dentro!
No pudo aguantar mucho más y se corrió entre gemidos, me dejó la mano pringada de semen. Reí un poco.
—Y ahora hazme feliz, cornudito. Coge el vibrador y traémelo. Vete lamiéndome el coño mientras uso el vibrador.
El martes follé con Alberto. Fue un polvo tradicional, incluso me la metió por el culo. Para picarle un poco, le dije que tenía que entrenar y él estaba a mano, pero que tenía que esforzarse mucho si quería llegar al nivel de mis amantes. Vaya que si se esforzó. Esto de la infidelidad consentida era todo ventajas.
El miércoles hablé con Martín de quedar el sábado. Me dijo que me tenía ganas. Empezó a ponerme cachonda por mensajes, e incluso me pasó una foto de su polla, que si bien estaba dentro de los calzoncillos, se notaba perfectamente. Y me dijo de seguir con ello después de cenar por Skype. Alberto a veces lo leía, no me importaba, de hecho, me gustaba “torturarle” un poquito con aquello. A ambos nos gustaba ese juego. Cómo Martín estaba cenando, le dije a Alberto que estaba cachonda. Pero que no podía follar con él porque luego iba a tener una buena sesión de Skype con Martín. Tuve una idea que seguro que le gustaría a mi novio.
—Aunque si podemos hacer algo.
—Dime –Me decía expectante y caliente.
—Hasta que mi amante acabe de cenar, podemos tener algo de sexo. Quítame el pijama –y así lo hizo–. Ahora desnúdate completamente. Bien. Vamos a follar, pero no me vas a follar tú a mí. Anda, ve a por el arnés consolador.
La verdad es que no lo hacíamos muy asiduamente, pero sí que nos daba cierto morbo. La idea surgió a raíz de ver videos de pegging juntos y un día, de paso que pedimos por internet un vibrador, también pedimos el arnés. Y joder, la verdad es que nos llegó un buen pollón de goma a casa con el arnés. Sabíamos que era bastante grande para un culo no acostumbrado, 20 cm de longitud, pues los demás dildos eran muy pequeños y ese, en caso de ser demasiado grande, podía metérselo menos y ya está, controlar yo la profundidad. Yo también tengo consoladores de ese tamaño o, incluso, más grande. Así que si yo podía con ese tamaño, él también. Si teníamos que probar el femdom, lo teníamos que probar bien.
Alberto llegó con el arnés y el dildo. Me lo puse. Y ahí estaba, desnudo, indefenso ante mí. Como un buen cornudo. Recuperé la libido que se había moderado en los minutos posteriores a que Martín se marchase a cenar.
—De rodillas, cornudo. Aquí tienes el lubricante. Vete lubricando el consolador. También quiero que lo hagas con la boca, que el lubricante es comestible. Bien. Así –empezaba a sentirme poderosa, la verdad–. Bien. El teléfono lo he dejado con bastante voz, estate atento, que Martín me tiene que avisar para hacer el skype. Entonces pararé de follarte e iré a ayudar a Martín a correrse. Ahora, ponte contra el escritorio –empezaba a pillar el truco a hablar con tono autoritario. No tono enfadado, sino autoritario. Mientras, acariciaba el pelo de Alberto cariñosamente. No quería que olvidara que ésto era sólo un juego.
Cuando se hubo apoyado y inclinado el culo hacia fuera, abrí con una mano sus nalgas y apunté con el strapon hacia su ano. Desde que probamos el pegging por primera vez, siempre mantiene la zona depilada, aunque yo no se lo había pedido pero no me desagrada para nada. Mejor, así es más fácil de apuntar y más bonito. Levanté la mirada y empecé a empujar. Soltó un pequeño gemido y un breve resoplido, finalmente se lo metí entero. Ya no era la primera vez, así que conocía sus límites. Poco a poco fui acelerando. A veces gemía un poco, en una mezcla de dolor y placer. Yo, por mi parte, intentaba moverme de manera que el arnés rozara bien mi coño. También me pellizcaba los pezones a mí misma y me sobaba por todo el cuerpo, fruto de la excitación. Mientras me lo follaba, pensaba que sería mejor decir alguna cosa, algo dominante por mi parte, pero como ninguna de las frases me parecían buenas empecé a azotarle. Así le ponía más azúcar a la situación. Al final azotaba con un frecuencia bastante alta, dejando unos pocos segundos de intervalo y con bastante fuerza.
—¿Te hago daño? Si quieres azoto más despacio…
—Tranquila, es un dolor morboso… –me contestaba entre los resoplidos que le provocaba con las penetraciones del consolador.
—Pues entonces pídeme que te azote más fuerte, suplicando.
—Azótame más fuerte, por favor. Desahógate en mi culo. Por favor, ama –ese “ama” me arrancó una sonrisa. Le di lo que quería.
No tardó mucho en sonar mi móvil. Era Martín. Ya estaba preparado para hacer un skype. Alberto me dijo que si podía quedarse.
—Aún no, no sé si estoy preparada para que me observes, además podría escucharte… Espera, mandaba yo. ¿No? Pues obedece –le saqué la lengua en señal de burla inocente.
Alberto salió de la habitación y yo me puse una camiseta y un pantalón de pijama. Él llevaba lo mismo que yo. Perfecto, lo bastante cómodos para desnudarse rápido. Y espero que fuese rápido porque yo llevaba el calentón desde antes.
Martín me dijo que siguiese con mi mano la ruta que iba a seguir su boca. Primero, me dijo que me metiera dos dedos en la boca. Luego que bajase por mi cuello, luego me dijo que chuparía los pechos, que jugaría con mis piercings. Y también me pidió que me quitara la camiseta, que con ella sería difícil. Yo le hice caso y me quite la camiseta y el sujetador. Mientras, yo veía como se la tocaba por encima del pantalón y luego por dentro. Finalmente, me dijo que me metiera las manos por dentro del pantalón. Yo le dije que se desnudara, porque yo se la iba a comer y le tocaba a él facilitarme la faena. Se desnudó y empezó a masturbarse.
—Ponte de pie y termina de desnudarte, en plan baile, quiero verte el tanga y luego quiero verte desnuda –y así lo hice, como un show privado para él.
Al final estábamos cara a cara, masturbándonos los dos desnudos. Le dije que tenía un consolador, que si quería ver como me iba a follar su polla y aceptó al segundo. Así que puse la ventosa del consolador en el suelo, coloqué la cam apuntando al consolador y me puse de culo. Me dejé caer y empecé a saltar y a mover el culo como un tuerk. Le encantó. No tardé mucho en girarme porque yo quería verle la polla y correrme. Me puse en la cama, me abrí de piernas y empecé a penetrarme con el consolador y a jugar con el clítoris. Me corrí con los ojos entrecerrados. A los dos o tres minutos, él se corrió con tal fuerza entre espasmos que lo habría dejado todo perdido.
Me despedí de Martín y me vestí. Le dije que a Alberto que ya podía venir. Me preguntó que si había ido bien y todo eso. Yo, que soy muy considerada, le dije que se la podía chupar, para que desahogase tensiones. Pero me dijo que ya se había masturbado escuchándome desde fuera de la habitación. Así que dejamos los detalles del encuentro para otro momento, cuando ambos estuviésemos excitados. Esa noche Alberto y yo dormimos abrazados.