El cuadernillo rojo de Elena 1

Recopilo mis experiencias sexuales e impresiones personales sobre como me adentré en la infidelidad consentida y la dominación. Primer capítulo del libro.

Llevábamos unas semanas mal. Me sentía culpable porque, después de tres años saliendo con Alberto, estaba hablando con Martín demasiado, y mi chico lo había notado. Yo nunca engañaría a Alberto pero Martín me gustaba, y mucho, o más bien me ponía a mil y claro, no paraba de charlar con él por Whatsapp. Era complicado porque yo vivía con Alberto en Madrid, ambos teníamos un trabajo, éramos jóvenes (él 26, yo 24), alquilados en un piso bastante acogedor y con mucha confianza entre nosotros, pero la convivencia había desgastado nuestra relación, y en Santander (mi ciudad natal) estaba Martín, chico del que me había encaprichado y que conocí saliendo de fiesta con amigas. En dos semanas eran fiestas por Semana Santa y yo volvería a Santander tres o cuatro días, me encontraría con Martín de fiesta y sería muy raro. Alberto lo sabía, por eso hicimos un acuerdo. Teníamos mucha confianza en la cama y quisimos salvar la relación desde esa confianza. Habíamos hecho de todo entre nosotros (hasta ese momento solo nosotros): sexo anal (también pegging), habíamos fantaseado con tríos (tanto con otra mujer como con otro hombre), habíamos imaginado intercambios, habíamos visto porno juntos, habíamos practicado roles de dominación/sumisión, nos hablábamos de la gente que quería ligar con nosotros, ponía todo de su parte para hacerme llegar a varios orgasmos (soy multi-orgásmica)… Estábamos bien en ese aspecto. Además, qué decir, los polvos eran intensos y la polla de Alberto estaba bien para la media española, casi 16 cm y muy bien de circunferencia. Una polla que se ponía al 100% solo con ver mis bonitas tetas con un piercing en cada pezón. Así que lo hablamos:

—Elena, yo… Mira, ese Martín, te gusta, ¿verdad? –me preguntó Alberto, con cierta dificultad, como si le diese vergüenza.

—Lo siento… Sí. Pero no voy a hacer nada con él, te lo prometo, yo te amo a ti.

—Ya pero no sé… Mira, este fin de semana vuelves a Santander, ¿no? Quieres… ¿Quieres quedar con él?

—¿Cómo?

—Que si quieres quedar con él, y hasta follar, pues quizás deberías hacerlo. Quizás este fin de semana deberíamos darnos carta blanca. Tú te vas con él, y yo quedaré con Cynthia, la que me tiraba los trastos descaradamente, y el lunes de la semana que viene a volver a la normalidad de nuestra relación.

—Alberto, a mi no me hace mucha gracia pensar que estarás con otra chica. Sé que a veces fantaseamos con esas cosas pero dar el paso a la realidad es diferente... –y es verdad. Sabía que mi novio tenía curiosidad por los intercambios, pero a mi me daba pavor llevarlo a la práctica.

—Por eso. Sé que estas últimas semanas no han sido las mejores, por eso quizás necesitamos este finde de “descanso” y el lunes volver con más fuerza. Y a lo mejor hasta nos gusta. Y si no, pues nunca más se hablará del tema -me sonrió, algo que no hacía demasiado últimamente.

—Pues tienes razón. Sé que a ti Cynthia no te gustaba demasiado, que hubieses preferido quedar con otras, así que no es del todo justo que yo quede con Martín… Pero gracias, Alberto –le besé.

Lo hablé con un par de amigas de Santander por el chat de Whatsapp. No queríamos que se enteraran en nuestro círculo de Madrid. No queríamos que afectara a nuestro entorno. Yo iría a Santander. Alberto a casa de Cynthia que vive en Fuenlabrada. Luego, volveríamos a nuestro piso en un barrio conocido de Madrid y nadie de aquí lo sabría. A una de mis amigas le pareció una buena opción, probar qué tal para dar un soplo de aire fresco a la relación, la otra creía que alguno de los dos acabaría sufriendo. Estuve hablando desde el miércoles hasta el viernes con Martín también. No hablábamos de sexo explícito pero sí nos decíamos cosas rollo “cuando te coja verás jiji” o “no puedo esperar, el viernes cuando llegues antes de cenar tenemos que vernos”. Alguna selfie nos mandamos también, pero nada de nudes aún. El jueves por la noche follé con Alberto, no quería enseñarle mis conversaciones por si se enfadaba pero al final insistió y le mostré un poco de lo que había hablado con Martín, de quedar y de que nos teníamos ganas. Para mi descanso, reaccionó bien, más que bien. Se puso caliente como nunca, y follamos.

Hacia las 8h de la tarde llegué a Santander en coche. Me arreglé un poco y bajé a un pub donde había quedado con Martín. Antes de llegar hablé un poco con Alberto. Nuestros últimos audio-mensajes fueron los siguientes:

—¿Estás segura, entonces? No te olvides de mí...

—Te amo a ti, Alberto. No lo olvides. Lo que pasa es que con él se me caen las bragas –reí.

—No sé si ponerme celoso o ponerme cachondo.

—Lo segundo, ya sabes.

Nos despedimos con unos emoticonos y quedamos en hablar el sábado antes de comer.

Entré el local y allí estaba Martín, moreno, ojos oscuro, recién afeitado. Físicamente, marcado. Como Alberto. Aunque martín tenía más espalda. Si no estuviese un poco nerviosa estaría cachondísima.

Nos sentamos y tomamos algo y charlamos de gustos y proyectos personales. Cuando salimos nos dirigimos a su casa, pero antes de llegar me cogió al girar una esquina de la mano y me besó. Dios, como me estaba poniendo sentirme pegado a él y a su paquete. Entonces paré y quise dejar las cosas claras porque perder de vista mi situación era algo que no me podía permitir:

—Martín, yo no quiero compromisos, solo disfrutar. Sabes que tengo pareja.

—Lo sé, yo no tengo pareja pero eres una espina clavada que hay que quitarse –me abalancé sobre él y no le dejé continuar, nos besamos, me tocó el culo, empezó a meterme la mano por dentro del pantalón y tocar el tanguita…

—Mejor vayamos a tu casa antes de que me desmadre –zanjé.

Lo primero que hicimos en su casa fue besarnos y lanzarnos encima de la cama. Nos besamos y nos tocamos por todo el cuerpo por encima de la ropa. Nos quitamos los pantalones y empezó a tocarme los pechos y encerrar mis pezones en sus dedos.

—Joder, piercings en las tetas. Me encantan –empezó a lamerme los pechos mientras yo tocaba su polla por encima de los calzoncillos–. Me va a reventar la polla.

Le metí la mano por dentro de la ropa interior y empecé a masturbarle suavemente. Él echó el tanga a un lado e hizo lo mismo en mi clítoris. No pude evitarlo. Le dijo que se pusiese boca arriba, vi que la polla se le asomaba por la goma del calzoncillo y le lamí el glande desde fuera. Luego se los bajé y su polla saltó hacia mis labios, que le dieron un beso, un lametón y finalmente me la metí en la boca. Le quité la ropa interior y empecé a chupársela. Él respiraba más fuerte. Su polla era más o menos como la de mi novio, quizás con un poco más de diámetro, pero sea por la novedad, sea por el morbo, me pareció muy grande, sobradamente dura y exquisitamente palpitante. Martín se incorporó, me acomodó en la cama boca arriba y bajó dándome besos desde mis pechos hasta el monte de venus, luego me quitó el tanga y bajó hasta mi clítoris. Primero suave, luego más duro. Uf. Me metió dos dedos.

—Estoy muy mojada… –le dije, cómo justificándome.

—Lo sé… –me miró a los ojos con mirada de confiado y se metió los dedos en la boca, y los chupó.

Siguió un momento con el cunnilingus en el que pensé que me iba a correr hasta que le pregunté si tenía condones. Me dijo que sí. Tomo la píldora pero, por si acaso y por salud, casi automáticamente, se lo pregunté. Quería ponérselo él, de pie, junto a la cómoda donde los había guardado. Pero le dije que esperara, que ya lo hacía yo. Se lo puse en la punta del glande y con una mamada se lo coloqué. En algunos momentos recordaba a Alberto, y me despertaba un sentimiento de culpabilidad pero el morbo y la excitación me lo quitaba de la cabeza rápidamente. Me dejé caer encima de la polla de Martín, que estaba acostado mirándome expectante, solté un pequeño gemido y empecé a cabalgarlo. Me gustaba como me miraba la cara, y mis tetas, y mi coñito depilado salvo por una tira rasurada.

Estuvimos así un rato, hasta que decidió que ya había hecho mucho esfuerzo y que le tocaba. Me puso abajo, mis piernas por encima de sus hombros y empezó a follarme duro. Aún le quedaron fuerzas para ponerme a 4 patas. Después de unos minutos en los que estaba en la gloria mientras me sentía su zorra, le dije entre gemidos:

—Fóllame por el culo –y así lo hizo.

Poco a poco me la fue metiendo hasta que empezó a follarme por detrás como si fuese una muñeca. Yo me tocaba corriéndome brutalmente.

Al rato de disfrutar siendo sodomizada:

—De momento dentro no, pero si quieres correrte en otra parte… –le insinué.

—¿La cara?

—Genial.

Me coloqué tumbada boca arriba y le indique que se pusiese encima de mi vientre. Me cogí las tetas y empecé a hacerle una cubana. Luego se colocó más hacia delante para que le pudiese comer la polla mientras se pajeaba. Y finalmente se corrió. De manera abundante. Cerré los ojos y abrí la boca y disfrute con su esencia salpicándome en la cara y dentro de la boca. Joder, qué polvazo. Luego me indicó donde estaba el baño y fui a lavarme. Me llevé los pantalones y el tanga y de paso el móvil. Le envié un mensaje a Alberto, dejé muy claro que estaba bien y que debe saber que en ningún momento me he olvidado de él, que Martín me invitaba a cenar y que me quedaría allí esta noche, pero que mañana antes de comer hablaría conmigo sin falta. Le dio tiempo a contestarme, seguro que estaba pendiente del teléfono, y me recordó que me quería mucho y que me echaba de menos. No pude evitar sentirme un poco culpable, pero bueno, al final esto era una prueba y seguramente él se follaría a una amiga suya al día siguiente.

Estuvimos charlando y luego nos duchamos juntos. Volvimos a follar, primero de cara, mientras me sujetaba una pierna. Luego contra la mampara. Ya no usé condón. Habíamos hablando antes de ducharse y él me aseguró que siempre que había follado con alguien que no era su pareja ha usado condón. Yo me fie, en ningún momento había intentado insistir de follar conmigo sin preservativo. Cuando vi que estaba cerca del orgasmo, me puse de rodillas y se la chupé, luego se masturbó durante unos segundos y se corrió en mi boca. Me lo tragué todo. Sabía a gloria.

Esa noche dormí en su casa. Volvimos a follar recién levantados, para bajarle la erección. Y me fui para casa. La verdad es que había sido una noche de sexo increíble. Avisé por mensaje a Alberto que ya volvía a casa de mis padres y hablamos por teléfono un rato. Le pregunté si él iba a quedar con Cynthia y me dijo que sí, que por la tarde, y que era casi seguro que se la iba a tirar. A mi me dio un ataque de celos pero disimulé como buenamente puede y recordé que yo esa noche podía volver a tirarme a un amante tan explosivo como Martín. Alberto parecía habérselo tomado bastante bien. Me preguntaba sobre cómo fue, como era el pene de Martín, cuántas veces me lo follé, etc. Algunas veces me hacía bromas del estilo “Joder, parece una película porno, se me está poniendo dura jajaja”. Me alegré de que todo saliese bien y el morbo pareciera ganarle a sus celos e inseguridades. Quedamos en ir charlando a lo largo de la tarde.

La noche del sábado me volví a tirar a Martín. Me la metió por todos los agujeros posibles. Cuando estaba follándome a cuatro patitas le pregunte dónde quería correrse.

—Dentro, si me dejas…

—Córrete en mi culo –me giré y vi con cara de resignación como se sacó la polla de mi coño y empezó a masturbarse.

—No, bobo. En mi culo. Pero dentro del culo, si quieres –Le puse cara de zorra mientras me mordía el labio. Su cara cambió a la del niño más feliz del mundo.

Noté su esencia caliente llenarme por dentro y resbalar un poco hacia fuera mientras Martín me separaba las nalgas y veía mi ano abierto. Aquella noche me preocupaba un poco que Alberto estuviese follándose una zorra que se le había insinuado sabiendo que tenía novia. Por eso no me apetecía quedarme en casa de Martín a dormir, quería irme a casa de ms padres y hablar con mi novio por teléfono. Le llamé de camino a casa y enseguida me lo cogió.

—Alberto, ya vuelvo para casa. Mañana por la mañana cojo el coche y nos vemos en la nuestra.

—Genial, yo ya estoy en nuestro pisito.

—¿Qué tal ha ido? ¿Te la has follado?

—Sí.

—Ah. ¿Y qué tal ha ido? –me salió seco y un poco borde. No pude evitarlo.

—Bien. ¿Y tu?

—También. Ha sido un buen polvo –yo seguía algo apática.

—¿Te pasa algo? –me preguntó.

Que si me pasa algo, dice… Claro que me pasa. Te has follado a otra y no puedo quejarme porque yo hago lo mismo. Soy una egoísta, lo sé .

—No es nada, simplemente me preocupa un poco que me cambies por ella. Es verdad que tenemos mucha confianza y podemos hablar de todo y habíamos dicho de probar con otras personas, y yo he disfrutado un montón, pero tengo mis inseguridades, Alberto.

—Elena, tengo que decirte algo. El polvo con Cynthia ha estado bien, pero me aburría. Mi cabeza no estaba pensando en ella. No quiero volver a quedar con ella. Lo que de verdad me excitaba era pensar que te estabas follando a otro, no me lo quitaba de la cabeza.

Joder, no sé qué responder.

—¿De verdad? ¿O lo dices por quedar bien conmigo?

—No, Elena. Te lo prometo. ¿Te acuerdas cuando jugamos a veces a roles, y tu eres la dominante y yo el sumiso? Pues me he dado cuenta de que me pone de manera desenfrenada que tu mandes y hagas lo que quieras con quien quieras y yo no, yo solo estar a tu disposición, como un sumiso…

No se me da del todo bien hacer de ama, pero admito que tiene su punto de placer psicológico, y si además puedo follarme a quien quiera, creo que aprendería rápido a hacer este papel.

—¿Te pone el juego del cornudo consentido, amor? –pregunté con curiosidad.

—Supongo que te parecerá un poco raro o ridículo…

—¡Para nada, Alberto! Hemos hecho muchas cosas en la cama, tenemos confianza. Y además, tener un novio cornudito es un chollo, se mire por donde se mire –sonaba egoísta, pero soy sincera.

—Pues yo no voy a hacer nada con otras, pero si a ti te apetece echar unas canas al aire con alguno, mientras me lo cuentes…

—Claro, será divertido. Pero ya lo hablamos mejor en casa.

Aquella noche dormí perfectamente.

A la mañana siguiente me levanté para desayunar. No sabía qué hacer con Martín, estaba bueno y el sexo era fenomenal pero no sabía si lo volvería a ver. Pero entonces mi madre me dio una buena coartada.

—¿Por qué no te traes a Alberto de una vez, ya? Somos tus padres y aún no lo conocemos en persona. Que se venga el fin de semana que viene y hacemos una comida los cuatro –insistió.

Genial, ya tenía excusa para volver a Santander. Sólo tenía que convencer a Alberto que me dejara, aunque fuera un par de horitas, follarme a Martín. No estaba segura de que pudiese porque, francamente, queda un poco feo eso de salir con tu novio y dejarlo un momento para follarte a otro. Pero me daba bastante morbo. Estaba decida. Vería si mi novio estaba de acuerdo.