El crucero, epílogo
Epílogo que cierra por completo la historia. Espero que les guste a quienes me lo pidieron y cumpla sus espectativas.
Sassy se despertó al poco de amanecer, como siempre, empujada por su vejiga. De nuevo el Amo debía haberse dormido, porque no oía ruidos por la casa. Aguardó paciente sobre su blanda cama, intentando controlar su cuerpo mientras aguzaba el oído. Al fin oyó movimiento; le oyó levantarse, entrar en el baño, orinar, y deambular por el pasillo mientras, presumiblemente, se vestía. Cuando entró en el salón Sassy se puso sobre sus rodillas y arañó con una patita la puerta de la jaula en la que dormía como gesto de suplica para que se diera prisa. Su dueño se agachó con la parsimonia característica de quien aun tiene un pie en la cama, luchó con el candado que aseguraba la jaula y la abrió. La perrita salió de la jaula gateando. Estaba totalmente desnuda, como había estado desde que la compraron en la subasta hacia ya varios meses. Unicamente llevaba una diadema con dos orejas triangulares de pelo sintético, una cola que colgaba del consolador que tenia metido en el culo y unas especies de guantes de cuero curtido sin dedos, como si fueran bolsas, lo que le impedía usar las manos para algo mas que caminar. Lo primero que hizo Sassy fue estirar las patas delanteras hacia delante, y con ellas toda la espalda, dolorida de pasar toda la noche acurrucada en la jaula; después estiró las patas traseras, y finalmente se dirigió hacia la puerta de la casa emitiendo el ladrido mas alegre que pudo conseguir. Si no mostraba una clara alegría sus dueños pensaban que no le apetecía salir. El Amo la siguió hasta la puerta, cogió la correa del gancho del que colgaba y la ató a su collar, le puso la mordaza en forma de bola como les recomendó Roberto, pues al ser una perra de reciente domesticación había que extremar las precauciones, le quitó la cola y salieron a la calle.
Necesitada de orinar después de toda la noche aguantando, Sassy levantó la patita junto a la primera farola que vieron. Nadie le había dicho que tuviera que levantar la pata para orinar, pero supuso que era lo que querían, lo hizo siempre así y nunca la corrigieron. Aliviada la vejiga pasearon durante media hora mas, paseo en el que Sassy hizo también sus otras necesidades, y espero paciente a que el Amo recogiera su deposición con una bolsa de plástico. Estaban rodeados de chalets, con carreteras asfaltadas y muchos jardines públicos, ademas del de cada chalet. Todo eran terrenos abiertos, por lo que parecía algún tipo de urbanización. De vez en cuando se cruzaba con algún vecino, el Amo hablaba, se ponían al día, preguntaban por la familia y se separaban. Las primeras semanas Sassy olvidaba quien era y Ángela intentaba recuperar la esperanza, peleaba contra la correa e intentaba pedir ayuda a pesar de la mordaza. Sus dueños se disculpaban ante los vecinos, les explicaban que era un animal asilvestrado, criado en la calle, y que ellos estaban luchando por reintroducirla en la sociedad civilizada como una perrita educada, que por todo esto Sassy era miedosa y desconfiada, y que lo mejor era que la ignoraran. Ella negaba con la cabeza, pero nadie le hacia caso. Algunos vecinos escuchaban con extrañeza o incluso asco la explicación, otros la miraban con pena, y algunos con deseo. Los primeros empezaron a evitar cruzarse con ellos, los demás se interesaban por sus progresos. En todos los casos debían de creer que era algo consentido, que ella disfrutaba con aquella vida, pues jamas apareció la policía por allí. Con el tiempo Ángela volvió a comprender que esa era ahora su vida, y Sassy devolvió a toda aquella gente su indiferencia.
Después de hacer ejercicio y sus necesidades volvían a casa, y el Amo solo le quitaba la correa tras cerrar la puerta con llave. Normalmente la Ama ya había preparado el desayuno, y Sassy comía y bebía de sus cuencos para reponer fuerzas mientras sus dueños desayunaban. Ambos parecían trabajar a distancia, pues siempre había alguien en casa, no parecían tener horarios, y por supuesto, las escasas veces en que salían los dos juntos la encerraban en su jaula. Los primeros días lloraba. Pensaba en su familia, en sus amigos, en su vida tirada a perder. Esto debió preocupar a los amos, pues llamaron a Roberto por teléfono preguntando si era normal. Debió decirles que si, porque dejaron de mostrar preocupación por el asunto. Evidentemente el profesional tenia razón, pues con el tiempo Sassy dejo de llorar en su jaula y aprendió que era el momento de descansar.
En aquella casa solo había dos normas: no hablar y caminar siempre sobre sus rodillas y manos. En cuando obedeció esas dos simples normas dejaron de pegarle.
Le compraron juguetes, huesos de goma, pelotas de plástico, peluches,... pero Sassy no les hacia caso, hasta que les oyó comentar con preocupación el asunto y uno de los dos sugirió llamar a Roberto para que viniera a verla. Ella no quería saber nada de aquel bastardo secuestrador y violador, así que empezó a dedicar algún tiempo a mordisquear los juguetes, o a llevárselos a los amos para que se los tiraran por el pasillo. El resto del tiempo se tumbaba en medio de alguna corriente de aire, o cerca de los amos, que la acariciaban distraídamente mientras veían la televisión o leían algún libro.
Esta era la vida que llevaba. Hacia sus necesidades en la calle, dormía en una jaula, comía y bebía en el suelo, jugaba con juguetes de perro y retozaba tumbándose por el suelo de la casa. Era la vida que le correspondía como Sassy, una perrita buena y educada.