El crucero

Si eres una mujer rica, una niña bien acostumbrada a que siempre te den la razón, lee mi historia, por favor.

Son difíciles de creer algunas cosas, lo son porque humanamente tendemos a dudar siempre de que "eso" tan extraordinario nos suceda a nosotros, aun más difícil de creer es si alguien, directamente te cuenta que le sucedió a él mismo.

No lo cuento por lo fantástico ni por lo emocionante, lo hago por sacar de mi interior aquella experiencia extraña que le dio otro matiz a mi vida y que, de la noche a la mañana, hizo que me sintiese a mí misma como una desconocida...

En la actualidad llevo seis años separada, los mismos que hace que me sucedió aquello.

Entonces era una respetable señora casada de 34, francamente atractiva, con un abundante pelo, rubio oscuro, difícil de peinar que, por eso mismo, le añade a mi imagen un no sé qué de mujer salvaje que cautiva a muchos hombres.

Mi madurez me trajo muchos favores y allí donde hubo una jovencita algo mediocre, con esa tendencia tan poco de moda a las curvas pronunciadas, apareció una mujer voluptuosa.

Me siento agradecida a la naturaleza ya que, por descontado sé, que no todas las madureces son así.

Tal vez pueda parecer esta afirmación exageradamente presuntuosa, pero Pablo, mi ex-marido, tuvo suerte de encontrarme.

No, no sólo tuvo suerte conmigo, la tuvo en todos los aspectos de la vida...

Heredó de sus padres un buen dinero y ciertas recomendaciones que hicieron de él un médico de renombre a pesar de que nunca hizo grandes méritos en su carrera...

Además era atractivo, un atractivo que jamás supo aprovechar y que, con el paso del tiempo, a mí misma terminó por aburrir.

Tampoco tenía carácter, lo añado...

Viví ocho años con él, siempre dando tiempo al tiempo y esperando los milagros que nunca se dieron...

Por fin hace seis años, en el arranque de mi relato, le comuniqué mi intención de separarme.

El, por vez primera, reaccionó... me pareció verlo desesperar, habló más que nunca lo había hecho y, después de una noche entera de conversación, llegó a convencerme de darle una oportunidad a nuestro matrimonio...

La oportunidad era absolutamente tentadora...

Un crucero...

He de decir que, mientras estuve casada, gocé de bastante bienestar económico...

Parecía sobrarnos el dinero, y yo lo gastaba sin pudor, si me olvido de mi frustración como pareja, mi vida estaba llena de comodidad y pequeños placeres...

Nunca tuve que trabajar, ni cocinar, ni limpiar...

Una, dos y hasta tres chicas eran las responsables de mantener nuestra lujosa casa en perfectas condiciones... Yo sólo daba órdenes y salía de compras con mis amigas...

¿Infiel?... No; nunca fui infiel a mi marido.

Supongo que lo quería...

La propuesta era maravillosa, era realmente mejor que un crucero normal ya que se trataba de una empresa turística que organizaba pequeños viajes de placer en yates de mediano tamaño...

A bordo había un equipo de personas cuyo único objetivo era tu bienestar...

Recorreríamos unas cuantas islas... Un sueño.

Partí ilusionada, hasta Pablo pareció llenar de vida sus ojos y moverse como un hombre feliz, varias noches seguidas, las de antes del viaje, hicimos el amor...

Aquello me tranquilizó mucho... El sexo entre nosotros parecía estar dosificado al máximo y mi marido no era hombre de grandes experimentos ni fantasías... Yo temía un crucero casi de celibato, pero su forma de amar en las noches precedentes me animó del todo...

Así que subí al barco convencida de que aquél viaje iba a cambiar mi matrimonio y mi vida...

El yate era fantástico.

Tenía mil y una comodidades, el dormitorio era una maravilla y cuando vi el cuarto de baño me pareció imposible que todo aquello estuviese dentro del casco de un barco...

A bordo, el servicio lo componían cinco personas...

El cocinero era un señor veterano, de aspecto muy bonachón, que me contó que era viudo desde hacía mucho.

Con él iban sus dos hijas, apenas niñas, de 14 y 15 años que , aunque esto no era del todo lícito, durante los veranos trabajaban en estos cruceros, limpiando y sirviendo la comida...

El barco lo controlaba Michel, un hombre que, aunque rudo de aspecto, me pareció educadísimo...

Sabía tres idiomas y hacía las veces, además de marino, de guía turístico...

Para las tareas más duras del viaje estaba su sobrino que se llamaba Marcos y desde el primer momento sospeché que era ligeramente retrasado...

No tiene demasiado sentido que cuente desde dónde salimos, tampoco dónde fuimos, porque todo ello es de mínima importancia dado los acontecimientos que se nos vinieron encima...

Diré que pasamos los primeros siete días de islita en islita, cada una de ellas más preciosa que la anterior... El sol, el viento y los colores parecían salidos de una película.

Voy al primer incidente...

Una mañana Pablo se quedó dormido en la cubierta de atrás; Yo tenía muchísimas ganas de darme un baño... Estábamos fondeados en un lugar más increíble del planeta, habíamos parado unas horas para que tanto el motor como la tripulación descansase.

El cocinero y sus hijas también dormían y pude oír a Michel y su sobrino conversar acerca de automóviles en su camarote.

Así que me dirigí hacia la proa...

Y me quité el bañador...

Era mi auténtico deseo, bañarme desnuda en aquél agua transparente, me lancé de cabeza y sentí el placer de no llevar nada sobre mi piel mientras nadaba.

Pero cuando me dirigí hacia la escalerilla me sobresaltó la figura de Marcos, que no sé qué operación relativa a la navegación estaba haciendo sobre cubierta.

Yo ya había empezado a subir y creí que sería algo ridículo si en lugar de continuar me hubiese vuelto a lanzar al agua, así que subí al yate sin volverme a mirar hacia donde yo sabía que el chico me observaba y me puse de nuevo el traje de baño...

Mi marido seguía durmiendo y yo bajé hacía nuestro camarote para ducharme con agua dulce...

Entonces me topé con Michel que parecía aguardarme...

Se disculpó antes, pero no pudo evitar cierta dureza al decirmelo.

  • Señora, le ruego que, si en alguna otra ocasión desea bañarse como hoy, antes me lo haga saber...

Me quedé absolutamente bloqueada, dudando acerca de qué me estaba diciendo exactamente...

  • No le entiendo, Michel...

  • Verá... -Sin la más mínima sonrisa- Si usted me avisa, procuraré que nadie salga a cubierta durante ese rato...

Dudé si era o no una galantería por su parte, pero me irritó la idea de tener de alguna manera que pedir "permiso" para ello.

  • Soy yo la que debo decidir lo que me importa o no me importa...

  • Con todo respeto le diré que mi sobrino la ha visto... - Se paró-

  • Michel... Precisamente lo que estoy entendiendo es eso; que usted me está faltando el respeto... - Le atajé

  • Señora... – Él dudó un poco si seguir o no - Se habrá dado cuenta usted de que el chico no es muy normal y...

Yo lo entendía todo perfectamente, pero había adoptado el papel de señora adinerada y ofendida, así que no pestañee y lo miré fríamente.

  • Hay cosas que no le conviene ver... - Terminó Michel-

  • ¿Cosas?... - Casi grité - ¡¡Buenos días Michel¡¡...

Y me di la vuelta todo lo airadamente que pude, cerrando tras de mí la puerta del camarote de un portazo...

Realmente no me había irritado la conversación. Es más, admiraba la preocupación de aquel hombre por su sobrino retrasado, pero yo había decidido que en el transcurso de aquél viaje iba a ir de mujer distinguida y quise dejarle claro a él quien mandaba y quien trabajaba como empleado.

A partir de ese día Michel evitó tratarme de forma directa y las pocas veces en que no le quedó otro remedio que hacerlo fue un punto menos que grosero...

Yo había decidido ya hablar con mi marido acerca de esto cuando se desencadenó todo...

Nos aproximábamos a un pequeño pueblo con puerto, Michel se mostraba preocupado por el combustible y era imprescindible atracar allí para repostar y comprar alimentos.

Estábamos cerquísima de la costa cuando notamos el sonido de un motor que se nos aproximaba...

Venía directamente hacia nosotros y, en un principio, incluso el cocinero se mostró preocupado, ya que todavía no se distinguía bien de qué tipo de barco se trataba...

Fue Marcos, que miraba con los prismáticos, el que nos avisó a todos...

  • ¡Es una patrullera¡¡...

El dialogo siguiente fue en francés. No entiendo nada de ese idioma, así que tuve que esperar a que Pablo, que escuchó todo lo que el policía de costas y Michel hablaron, me lo tradujese...

Mal... Muy mal¡¡... –Me dijo con una preocupación más que visible...

Yo me angustiaba por momentos, así que me abracé a él para que lo contase...

  • Ha habido una tentativa de golpe de estado en ..........( El lugar lo omitiré también )... No podemos atracar allí.

  • ¿No podemos?.

  • La cosa está algo complicada en la isla, ha dicho el policía...

  • Bueno¡... Entonces vayámonos pronto de aquí... - Dije con miedo...

  • Dice Michel que tampoco podemos. - Me contestó.

Yo lo miraba cada vez mas asustada... Pablo se sentó haciendo equilibrio en la barra de la barandilla del barco...

  • No tenemos gasoil... Estábamos yendo allí de propio para repostar...

Yo lo iba a acosar a preguntas, pero para entonces ya el oficial se había despedido de Michel y su lancha se alejaba de nosotros.

Así que fue éste el que resumió en una frase la situación...

  • Hay que esperar aquí, anclados, una semana antes de poder seguir hacia algún lado.

Y sin hacer ningún caso al coro de nuestras voces haciéndole preguntas, remató su informe con otra frase escueta y preocupante...

  • Tampoco podemos ir a buscar comida...

Y, como un minuto después, el cocinero nos informó, apenas nos quedaban cosas para terminar ese día y otro más...

Aquí empieza la descripción de aquellos siete horrorosos días en los que, cada una de las personas que allí nos encontrábamos, pudimos conocer hasta qué extremos tan difíciles de calificar llega el afán humano por la supervivencia.

Dónde nos coloca el miedo cuando todo lo irreal se nos convierte en algo palpable y pasamos de teorizar a actuar...

Esa noche nadie tuvo hambre.

O tal vez lo que sucedió es que nadie quiso comer...

A decir verdad el comentario que unos a otros nos hicimos fue el de que aquello se iba a arreglar mucho antes del plazo de una semana.

Seguramente –decíamos- el guardacostas avisaría de nuestra situación y alguien de aquél lugar iba a acudir en nuestra ayuda aunque sólo fuera por el hecho de que éramos turistas extranjeros...

Pero la radio, en comunicados que tradujo Pablo, nos fue minando esas esperanzas y, al mediodía siguiente, se nos hizo muy evidente que íbamos a tener que organizarnos para no morir allí de hambre y de sed anclados en aquél lugar que se había transformado en una trampa.

Y fue Michel quien puso las normas...

Decidió cómo íbamos a repartirnos el agua y la comida;

Decidió que dormiríamos en cubierta porque así no teníamos que encender las luces del interior del yate, que haríamos turnos para escuchar la radio en previsión de alguna novedad política del país cercano...

También había que vigilar el mar y la costa ante el temor de posibles saqueadores...

Esto último, sobre todo, me convenció de que sí que era indispensable un orden para los próximos días, pero no por ello dejó de molestarme que Michel, ignorando por completo a Pablo se hubiese nombrado a sí mismo jefe de operaciones.

Se lo hice saber a mi esposo, pero vi de inmediato que, el Pablo que tenía ante mí, era el de siempre, el que se acobardaba y dejaba tranquilamente que fuesen los demás los que actuasen y corriesen el riesgo de equivocarse.

Así frustrada, me dirigí al marinero...

Estaba abajo, junto a los motores, intentando recuperar gasoil de no sé qué parte de la maquinaria. Estaban juntos Marcos y él y tanto uno como otro me ignoraron...

Insistí, su desprecio me irritaba más cada segundo...

Por fin se volvió hacia mí para decirme en un tono absolutamente irrespetuoso...

  • Mire; Hasta hoy era usted la señora rica que pagaba... Ahora nos da igual quien pague...

  • ¿Y no puede nadar uno de ustedes hasta la costa?... –Pregunté ignorando el ataque-

Me di cuenta enseguida de que mi pregunta les había llegado al alma.

Los dos se pusieron en pie y Michel avanzó hacia mí un paso, la verdad es que tuve miedo...

  • Estas oyendo que ahí están matando a la gente –Por primera vez me tuteó-... ¿ Qué pasa ? – Noté que me hablaba con odio- Si nos matan a este o a mí a ti te da igual, ¿No?...

Yo estaba asustada...

  • No he querido decir eso...

-Pues entonces pídele a tu marido que vaya nadando a comprarte bombones a ....... ( El lugar en cuestión )...

Marcos también me miraba mal, pero lo hizo durante unos segundos, después se agachó y siguió con lo que estaba haciendo. Su tío en cambio seguía sin desviar su miraba feroz de la mía.

  • ¿O no son bombones lo que quieres?... ¿ Igual son unas bragas limpias porque has ensuciado las que llevas?...

Ahora estaba intentando claramente provocarme, así que, antes de perder más la compostura, me di la vuelta y salí de allí.

  • Es usted un cerdo... - Le dije antes-

Así que esa fue la primera noche que dormimos al aire libre, sobre la cubierta. Aunque debo decir que yo no dormí, tenía demasiado miedo de los posibles asaltantes...

  • No se preocupe Señora... - Me tranquilizo el cocinero- Nadie sabe que estamos aquí y para vernos desde la costa hacen falta unos buenos prismáticos.

Su razonamiento por un lado y, por otro, el hecho de que, él al menos, seguía llamándome "Señora" me dejaron bastante más relajada;

Sin embargo, las continuas miradas de rabia que Michel me devolvía cuando, por accidente, nuestras vistas coincidían me provocaban cierto escalofrío.

Antes de los dos días yo ya estaba desesperada...

No sólo de hambre sino de sed, de calor, de necesidad de darme una ducha de agua y jabón. Meternos en el mar nos provocaba más sed... La sensación salada de la piel bajo el Sol se hacía insoportable.

Empecé a ponerme nerviosa, la pasividad de Pablo me exasperaba, una y otra vez, Michel le ordenaba encender la radio para oír los partes de noticias y, una y otra vez, él obedecía sin rechistar...

También el cocinero le hacía caso en todo, al igual que Marcos...

Las niñas llegaron al extremo de acatarle cuando les "recomendó" cortarse el pelo como un hombre.

Las hermosas melenas de las dos inundaron el suelo de la cubierta... también me lo dijo a mí...

  • ¿Está loco?... - Le respondí-

  • Vale¡... Pero la que te vas a volver loca vas a ser tú cuando el salitre te deje el pelo como el alambre... - Me dijo sin dignarse a mirarme a la cara...

  • Algo de agua sí tendremos.... -Dije yo- -¿No?...

  • Apenas la justa para beber... –Me contestó-

Yo, aún sabiendo que le iba a irritarle, no dude en continuar...

  • Me refiero para lavarnos... ¿A usted no le apetece lavarse?...

El me dio la espalda, dirigiéndose hacia la proa, pero, meneando la cabeza, dijo en voz más baja, pero no tanto como para que no le oyésemos todos;

  • Estás tan acostumbrada a lo bueno que no te quieres enterar de lo malo...

  • Y tú eres un hijo de puta¡... -Grité yo perdiendo los nervios...

El se dio la vuelta, con dos zancadas se puso frente a frente conmigo y, antes de que yo llegase siquiera a cerrar los ojos, me dio una tremenda bofetada...

Me quedé paralizada, vi otra vez su espalda alejarse...

Todos me miraron durante unos segundos, el viejo, las niñas...

Después volvieron la vista hacia otros lugares, desentendiéndose...

Busqué la mirada de Pablo, pero tampoco la encontré.

Y me senté en el suelo, hecha un cuatro, escondiendo la cara para llorar.

Fue la primera de unas cuantas veces durante aquella semana.

Dudé si encararme de nuevo con Michel para exigirle que se disculpase.

También pensé en reprocharle a Pablo su cobardía y conseguir que me defendiese aunque fuese algo...

Pero Pablo había perdido el poco carácter que tenía y Michel, cada minuto que pasaba, se parecía más a una fiera.

Al día siguiente aparecieron nubes... Tardó muchísimo, pero llovió...

El barco tenía una especie de depósito que recogía el agua de la lluvia, así que pudimos beber bastante.

Quizá el agua nos serenó un poco, esa tarde el cocinero bromeaba con Marcos y, algo después, oí reír a las chicas... Como si no estuviésemos pasando aquello.

Entre los de la tripulación parecían tenerse gran aprecio, Michel se preocupaba muchísimo de las dos hermanas.

Pablo creo que les daba pena, por eso eran bastante amables con él.

Sin embargo a mí todos me miraban como si me odiasen.

Esa noche, cuando se durmieron todos, bajé al cuarto de baño y me di una buena ducha.

Ya dije que había llovido y que, el depósito, tenía bastante agua. Me sentí limpia tras cuatro días de sudor y salitre.

Por la mañana me despertaron gritos...

Abrí los ojos y lo primero que vi junto a mi cara, fueron los sucios mocasines de Marcos...

  • Ha sido ella... – Estaba gritando-, - Esta noche he oído el ruido, ha sido ella que se ha dado un ducha¡¡...

Medio dormida me puse de pie en el centro de un círculo de caras llenas de reproche.

Entonces vi a Michel venir hacia mí, casi corriendo, esta vez ya con la mano levantada para darme un sopapo...

Me agaché, pero él me empujó y caí al suelo golpeándome contra un saliente de la barandilla, el cocinero entonces le cogió el brazo y le dirigió una frase que no entendí bien.

Pablo me ayudó a levantarme, miró el lugar donde me había dado el golpe, lo cierto es que la cabeza me dolía...

  • No tienes herida; No llevas ninguna brecha... - Fue lo único que me dijo antes de bajar a oír el parte de noticias...

Una de las hijas del cocinero estaba de pie junto a mí... Su rostro me pareció menos hostil que el de los demás, por eso le dirigí una mirada de dolor...

  • Has gastado toda el agua. - Me dijo-, - No nos queda nada...

El día de sed fue horroroso... Los labios se quedaban pegados y la piel dolía sólo con rozarla.

Cuando se puso el Sol,el cocinero nos repartió la ración del día, era una miseria, pero la aguardábamos con auténtica ansiedad, entonces comenzó a lloviznar.

No sé porqué lo hice pero, sin meditarlo, me puse de pie y dije con aire a la vez resentido y triunfal:

  • ¿Veis?... ¡Ahí tenéis más agua cabrones¡... ¡Habéis hecho un drama para nada¡...

Las miradas de reproche volvieron a clavarse en mi cara... Ahora las de absolutamente todos.

Y ahí tuve un malentendido que me condenó del todo;

La eternamente amable cara del cocinero, se había transformado por unos segundos en otra de rabia, creí que su intención era quitar el plato que acababa de dejar a mi lado...

  • Y tú dame eso¡... -Le grité...

Michel se acercó a mí, me cogió por un brazo y me empujo hacia atrás...

  • ¡Lárgate de aquí¡; A la otra punta del barco, que yo no te vea... –Me dijo-,

Y me señalaba con el dedo la proa...

Miré a Pablo que comía una rebanada de pan de molde ( Esa era prácticamente la cena ) agachado, totalmente mudo y encogido, ignorándome...

Yo , a estas alturas, tenía mucho miedo, así que le obedecí y caminé despacio hasta el otro extremo del yate.

Me quedé allí durante unos minutos, sola y asustada, pero tenía tanta hambre que volví junto al grupo dispuesta incluso a disculparme a cambio de mi rebanada de pan..

Pero nadie reparó en mi acercamiento porque, al parecer, una de las dos chicas se había desmayado.

Pablo había salido de su letargo y estaba tomándole el pulso mientras, la otra hermana, le hacía aire con unas hojas de papel.

El padre estaba inclinado sobre su hija y los otros dos estaban de espaldas a mí...

Por eso, cuando vi la deseadisima rebanada de pan en el suelo, no dudé en tomarla y agachada para no ser vista, regresar a la proa.

La niña se debió recuperar enseguida, fue sólo un susto, oí la voz de Pablo tranquilizando al hombre que no podía evitar algún que otro sollozo.

Cinco minutos después fui yo la que me asusté cuando, de repente, apareció a mi lado la silueta rígida y muy delgada de la otra jovencita...

  • Has cogido tú el pan de mi hermana... - Dijo muy despacio, casi silabeando para que me quedase bien evidente lo furiosa que estaba-.

No le contesté, seguí mirando un punto perdido del mar, allí donde creía que estaba la costa...

Entonces ella me escupió...

Salté como un resorte, me sentía tan humillada por la bofetada de Michel, tan desesperadamente incapaz de vengarme por aquello, que toda mi furia salió fuera contra aquella mocosa.

Me lancé sobre ella, intenté pegarle, pero ella pudo evitar el par de bofetadas con las que intenté hacerle pagar aquél escupitajo... Rodamos por el suelo hasta que los brazos de su padre y de Marcos nos inmovilizaron.

A mí me dejaron sentada en el suelo, a ella se la llevaron en volandas mientras me gritaba histérica que me despreciaba.

Llevábamos cinco días en esta situación cuando el cocinero sorprendió a Marcos guardándose dos sobrecitos de azúcar en un bolsillo...

Apenas teníamos azúcar y el primer cálculo que se había hecho es que, caso de estar varados una semana, a cada uno de nosotros nos correspondían dos sobrecitos por día...

El chico se vino abajo y no tuvo reparos en llorar en el momento en que su delito era puesto en conocimiento de su tío.

Michel enrojeció de ira...

Supongo que para él , el hecho de que su propio sobrino - al que estaba intentando educar como un calco de sí mismo -, fuese el autor de algo tan mezquino lo sacó de quicio.

Entonces nuestras miradas se entrecruzaron. Yo intentaba evitarlo siempre, y tampoco le dirigía la palabra pero, en aquella ocasión, no pude evitar dedicarle una sonrisa de burla:

  • Pues a mí me diste una hostia por menos...

Entonces Michel cogió por el cuello de la camisa al chico y le dio un puñetazo tan terrible que, a su sonido, despertó Pablo de su enésima siesta...

No le dio ese sólo, detrás vinieron otros...

Lo dejó tirado sobre cubierta, sangrando por la nariz y la boca, lloriqueando todavía...

El siguiente día fue el más terrible...

Ahora, cuando ha llegado la hora de que lo recuerde detalladamente a fin de contarlo, no puedo evitar un sin fin de dudas que, desde esos días, están recorriendo mi mente con la única obsesión de encontrarle una lógica a mi conducta de hoy...

Pero esto no se entiende si no me explico antes;

No podía entender porqué a mí, el hambre, parecía destrozarme los nervios más que a nadie.

La ración de pan de molde, algo de chocolate, azúcar y unos sorbos de leche, no dejó de llegarnos a todos por igual.

Sin embargo, me parecía ser la única desesperada...

La resignación de los demás, o lo que a mí me parecía resignación, acababa ya de rematar mi rabia hacia ellos...

Ese día tuve una idea y me quedé absolutamente asombrada de que no se me hubiera ocurrido antes.

Le compré su ración a una de las chicas...

Se la pagué muy bien, no recuerdo la cifra, pero cogí todo el dinero que llevaba en el bolso, y se lo di a cambio de su pan, su chocolate y su leche...

Y allí estalló la tragedia.

Las dos chicas compartieron ese día su comida como después pensaban compartir el dinero y, justo entonces, las vio su padre y se indignó tanto que empezó a gritar mi nombre desde cubierta, amenazándome de muerte incluso...

Se enteró Michel y me recriminó...

  • Yo no tengo la culpa de que la niña necesite dinero... - Dije en mi defensa...

  • ¿Usted lo compra todo con dinero no?. - Preguntó sin preguntar el cocinero herido en su orgullo.

Yo, con mis nervios a flor de piel y con poca costumbre de callarme a tiempo, le contesté.

  • Pues mire... –O tal vez dudé antes de vociferar- Mientras existan pobres, se podrá comprar casi todo.

Entonces sentí la mano de Michel asiéndome por la muñeca.

  • No tienes ni idea del asco que me das... –Dijo-

Me estaba lastimando, así que le ordené que me soltara, pero no lo hizo, es más, me apretó todavía mas fuerte provocándome un dolor insoportable.

  • Eres una auténtica mierda... - Me dijo mirándome-.

De pronto me soltó, o más que soltarme, me lanzó hacia delante contra el suelo...

  • Te voy a enseñar cuatro cosas... - Fueron sus palabras-.

Yo, desde el suelo, miré una por una todas las caras, encontrándome una vez más, la de Pablo completamente vuelta, siempre hacia el lado contrario del que yo estaba...

Había algo de sentencia en todas ellas.

Michel me cogió por el pelo, obligándome a ponerme de pié. Su voz endurecida volvió a sonar;

  • Quítate la ropa...

La frase la había pronunciado lenta y claramente, así que me sentí absolutamente ridícula cuando le contesté que no había entendido bien qué me había dicho.

Miró a todos los demás antes de decir;

  • Que queremos verte en cueros, señora con dinero...

Dije que no con la cabeza, y después intenté darme la vuelta para esconderme en algún lugar del barco, pero la mano del marinero volvió a sujetarme, esta vez del brazo...

Cogiendo mi vestido por el escote, tiró de él hacia abajo, rasgando las costuras y arrancando todos los botones.

Después soltó la tela y, sin dejar de agarrarme, me separó de él medio metro, lo que le daba de sí el brazo estirado, como para contemplar los efectos de su actuación.

El vestido me colgaba por una sola manga, la otra había sido arrancada...

Me caía rozando el suelo por un extremo, uno de mis pechos asomaba mientras el otro aún permanecía oculto - No llevaba sujetador - y por el desgarro que nacía de lo que había sido el escote, asomaba el elástico de mis braguitas...

Me volvió a lanzar contra el suelo, tiró de la tela del vestido destrozado hasta terminar de arrancármelo...

Yo estaba de nuevo en el suelo, a gatas, por eso pudo fácilmente meter su mano por dentro de mis bragas, por la parte de atrás, y tirar hacia arriba, como si, cogiéndome por ellas, pretendiese levantar todo mi peso.

Las bragas, como es lógico, se rompieron, hicieron un chasquido que tengo bien impreso en la memoria.

Con estos únicos tirones me había dejado desnuda por completo...

Entonces de nuevo me puso de pie tirando hacia arriba de mi melena y me zarandeó delante de la tripulación.

Yo cerré los ojos para no ver aquellas miradas, aunque me sacudió tanto que terminé por abrirlos, pero tampoco pude ver nada ya que a esta altura me cegaban las lágrimas.

Se sacó el cinturón...

No había pensado en esto.

Tal vez , vanidosa como soy y convencida de mi atractivo, pensé continuamente que tenía la intención de violarme.

En mi interior estaba deseando que lo hiciera ya, para así no correr el peligro de que me pegase.

Pero él me quería castigar...

Y lo quería hacer delante e todos como poco antes había golpeado ferozmente a su sobrino, también ante nuestras miradas.

Me aterroricé tanto que, aunque estaba casi segura de que era inútil intentarlo, me puse a gritar pidiéndole a Pablo que me auxiliase...

Pero Pablo se levantó muy despacio y se alejó para sentarse, mirando hacia el mar, en la proa.

Para entonces Michel ya me había inmovilizado retorciendo uno de mis brazos.

Me puso contra la barandilla de manera que mi trasero sobresaliese, yo me recuerdo cerrando las piernas con fuerza, porque no quería que, abriéndolas, llegase a mostrar a aquella gente la zona más íntima de mi sexo.

Cuando empecé a sentir los primeros correazos, perdí todo aquel pudor que me quedaba, y chillé, intenté zafarme, me retorcí y pateé...

Pero mi verdugo era muy fuerte y no pude evitar ni uno sólo de los golpes con los que castigó mi glúteos y la parte superior de mis piernas.

Cuando me soltó caí arrodillada, quedando mi cara frente a su pantalón mugriento y, casi sin voz en la garganta, le insulté a la vez que golpeaba con mis puños en sus piernas, pero se dio la vuelta y me caí de bruces.

Tras unos segundos de llorar encogida en el suelo, me levanté, y pude comprobar que estaba sola...

Esa mañana Marcos había improvisado una caña de pescar que había sido colocada en estribor. En aquel instante un pez, parece que grande, estaba siendo izado hasta cubierta...

Todos se reían felices por tener la primera cosa comestible de verdad en varios días.

Yo mientras, estaba de pie en la popa, dolorida, humillada y desnuda, más sucia aún que antes, tras haberme revolcado por el suelo.

Pero tenía hambre, así que me tragué la dignidad con el dolor de los

correazos...

El cocinero pudo preparar medianamente bien el pescado y, esa noche, cenamos casi con normalidad...

Me percaté que no mi piel no permitía el más leve roce, casi ni la ropa.

Intenté ponerme pantalones, pero tuve que dejarlos y ponerme por encima una camisola larga, sin bragas...

Nadie comentó ni una sola palabra de mi paliza.

Los pocos platos que usábamos siempre los lavaban las niñas. Subían agua de mar en un balde y con ella los fregaban en cubierta...

El día siguiente Michel no les permitió hacerlo y me lo ordenó a mí.

Por primera vez en mi vida acaté una orden como aquella... Eran cuatro o cinco cosas tan apenas y, realmente, los enjuagábamos sólo ya que también el jabón se había terminado.

Pero aún con todo, seguía siendo un ultraje el ser obligada a efectuar aquella tarea...

Por la noche sucedió lo mismo, ya tambié obedecí.

Al siguiente día, que era ya el sexto, Marcos volvió a pescar y de nuevo tuvimos un almuerzo medianamente civilizado.

Después de nuevo perdí los nervios...

Pasó que antes de que Michel ordenase que fuese yo la encargada de fregar, una de las chicas me tendió el balde para llenarlo...

Sentí odio.

Yo temía a las enormes manos del marinero pero, a aquella desgraciada muerta de hambre, no tenía ni la más mínima intención de permitirle ponerse por encima de mi persona...

Cuando llené de agua el balde se me salían las lágrimas, entonces tuve un arranque y, enrabietada, arrojé todo, balde y agua, a la cara de la muchacha.

Recibió el impacto del objeto de metal sobre su rostro y lanzó un grito.

De golpe aparecieron todos.

La chica sangraba levemente y yo creí morir de pánico...

Apenas cinco segundos después Michel volvía a tenerme agarrada por el pelo y tras un primer bofetón, otra vez me mandó desnudar...

Se trataba sólo de que me quitase la camisola pero, mientras yo misma me sacaba esta por la cabeza; supliqué

Supliqué...

Era yo, la esposa del médico, la señora orgullosa del chalet de lujo. la que pedía perdón a alguien...

Lloriqueando le pedí que no lo hiciera.

Una vez desnuda, sin pensarlo dos veces, me tiré a sus pies y abracé sus tobillos...

  • Michel... Te lo pido por favor... No me pegues...

No me hizo caso, y fue peor todavía que la otra vez, me levantó por la cintura, boca abajo.

Apretada por su brazo, no podía respirar casi y, esta vez con la mano, empezó a azotarme...

Como a una niña pequeña...

Mi culo quedaba totalmente a merced de sus manotazos y ahora sí que mi sexo, absolutamente frente a sus ojos, debía estar abriéndose y cerrándose, según mi trasero se tensaba aterrado ante el golpe próximo.

Como una loca, pataleé y dije cosas sin sentido.

  • Os pido perdón a todos¡... No lo haré más¡... Lo siento¡...

  • Marcos¡¡... Por favor dile que pare... Me va a matar¡¡...

  • Pablo¡¡... Ayúdame¡¡¡... Te quiero¡¡...

En cierto momento de la zurra, Michel se giró sin soltarme, y ahora, los azotes me los daba de espaldas a los otros, así ellos podían verme la cara.

Mi cara congestionada, moqueando...

Paró, creo, que justo un segundo antes de que me desmayase.

Las rodillas no podían conmigo, pero él me sostuvo de forma que estuviese erguida; Me dijo;

  • ¡ Pídele perdón ahora mismo ¡¡... -Y me colocó frente a frente a la muchachita...

Ella no podía evitar esbozar una sonrisa, aunque su rostro no llegó a dibujarla del todo, verme así, estoy segura de que le agradó.

Yo no podía articular una sola palabra, por eso el vozarrón de Michel insistió;

  • Pídele perdón, millonaria en pelotas¡¡...

Pude oír perfectamente la carcajada que a Marcos le produjo esta frase...

  • ¡ Pídeselo... –Añadió después de esta-

Yo me tambaleaba y no podía despegar los labios, Michel era el que, tirando hacia arriba de mi brazo, me obligaba a estar de pie...

Con la otra mano me dio una zurra más.

Yo aullé, arqueándome por completo hacia adelante...

  • Per... Perdona... - Dije entonces con un susurro que me salía del alma...

Michel cogió del suelo mi vestido y haciendo de el una pelota, lo tiró al mar...

No me permitieron bajar al camarote a buscar otro...

Los dos días siguientes, hasta que llegó la patrullera para comunicarnos que por fin podíamos atracar, repostar y marcharnos, los pasé desnuda...

Desnuda sobre la cubierta que Michel me obligó a fregar, recibí ordenes de todos...

Cuando la patrullera se acercaba, Pablo bajó al camarote y regresó con uno de mis vestidos, esa fue la última vez que lo miré a la cara.

¿ Denunciarlo ?...

Lo pensé... Lo pensé durante días, semanas casi.

De una u otra forma, soy una mujer valiente y algo que yo necesitaba era encararme de nuevo con aquel bestia, esta vez desde la civilización y con la ley de mi parte.

Así que, una vez recuperada, me puse a buscar a Michel por varios puertos de los que solían salir viajes de placer.

Como en aquella canción del tatuaje, tuve que preguntar aquí y allá...

Un día, de repente, me encontré cara a cara con una de las dos hermanas, era la otra, no a la que yo le tiré el balde.

Fue ella quien me dio las referencias, pero, al despedirnos, me avisó...

  • No le servirá de nada denunciarlo. Nosotros lo negaremos todo... Michel es un buen hombre, ¿Sabe?...

  • No quiero denunciarlo... - Le contesté... – Y no lo entenderías, mocosa...

Al fin y al cabo tampoco yo lo entiendo...