El crimen (no tan) perfecto 3
El final de esta serie. La realidad, la fantasía, los sueños, la inconsciencia. Todo se junta en un momento donde el tiempo se detiene.
Después de la tormenta siempre llega la calma. Aunque la calma, no es más que la espera para una nueva tormenta.
Ya habrían sido 6 semanas después de la reunión donde ella estando inconsciente, hice mía a Natalia. O tal vez fueron más o menos semanas, la verdad no lo recuerdo. Sólo sé que fueron días en los que todo tenía un ritmo distinto, un ritmo lento, apacible, adormilado. No sé si fue impresión mía, pero la relación con Nata tuvo un cambio sutil. Nunca hemos sido las mejores amigas, no hemos compartido intimidades, ni secretos, ni paseos, ni cosas que uno comparte con una verdadera amiga. Sin embargo, ahora conversábamos más frecuentemente en msn, y las llamadas entre nosotras para conversar tonterías eran más reiteradas. Llegamos al punto de hablar todas las noches por el msn después del trabajo y compartir escuetamente nuestras jornadas laborales. Mi subconsciente quería creer que las cosas habían cambiado a partir de aquella noche de copas, pero en el fondo sabía que podía ser algo fortuito.
Sin embargo, la última semana dejó de conectarse en las noches. La esperaba conectada hasta que el sueño me derrotaba. Con el paso de los días empecé a pensar lo peor, a pensar que ella se había enterado de mi aventurilla en su cuerpo mientras yacía profundamente dormida. Miles de cosas pasaron por mi cabeza, y nunca tuve el valor de llamarla porque siempre esperaba lo peor. Aunque un viernes (siempre, benditos viernes) su llamada me sorprendió. Apenas vi en mi teléfono celular su nombre, tuve miedo, pero decidida le contesté. Su voz dulce y reconfortante fue un alivio para mi mente atormentada que había maquinado miles de supuestos escenarios negativos. En su llamada, Nata me explicó que hacía una semana su laptop había colapsado y no había podido conectarse a msn. Precisamente me llamaba a que la acompañara a comprar una nueva compu. Me llamó "la experta en la tecnología", apodo que me gané gracias a que fui el conejillo de indias de mis dos hermanos en sus tardes de desocupe, mientras miraba como ellos desarmaban el ordenador de mi casa o como afinaban el auto viejo de mis padres. El caso, con una sonrisa gustosa acepté su invitación para ser su asesora de compras tecnológicas. Quedamos de vernos el sábado, donde ella me recogería en un centro comercial, donde yo realizaría antes varias diligencias en las horas de la mañana. Mi alma volvió al cuerpo, y tenía un leve cosquilleo por verla mañana. Después de quitarme esa preocupación de mis espaldas, dormí como un bebé esa noche.
Y el sol dio vida a un nuevo sábado.
Había demorado eternidades decidiendo qué atuendo ponerme. Finalmente me decidí por mi delicado suéter rosado que llevé aquella vez, y un pantalón blanco muy ceñido y unas bragas de lycra color piel, para evitar que fueran muy visibles a través del pantalón. Después de todo, allí estaba yo, a la salida del centro comercial, esperando a Nata. Vi su auto aproximarse, a lo que hice señas con mis brazos. Ella se detuvo y me abrió desde adentro la puerta. Al entrar, nos dimos un diplomático beso en la mejilla que me dejó fría cuando percibí su hipnótico perfume. Esa fragancia que en un sólo segundo me transportaba a la lujuria y el placer. Nata estaba preciosa. Su cabello estaba ligeramente ondulado, y llevaba un delgado suéter negro, abierto adelante con un solo botón estratégicamente abotonado. Disimulé sus efectos en mí y me sumergí en una conversación trivial con Nata. Me contó que su novio no estaba de los mejores ánimos para acompañarle, y que por eso decidió acudir a mí. Yo con una sonrisa en mis labios sólo pude seguir la corriente a esa conversación intrascendente pero que tanto disfruté. Una vez al llegar al almacén, Nata estacionó su auto y nos dirigimos hacia la entrada. El sol nos premiaba con un cielo despejado y un delicioso calor ligeramente sofocante. Aproveché para ponerme mis lentes de sol, y previamente quitar mi suéter con la mayor gracia posible. Ella se encontraba parada justo en frente mío, y aproveché para acercarme a ella.
-¿Tu qué perfume usas? Huele delicioso.
Ella se acercó a mí, y yo delicadamente me acerqué a su cuello y aspiré su aroma lentamente. La noté inquieta, pero yo fingí no darle importancia al suceso.
- Es el Issey Miyake -Me respondió. -¿Cuál es usas tú?
Con mi suéter aún tibio en mis manos, se lo lancé a su cara tiernamente y le grité, acompañada de una carcajada -¡Adivina! Ella torpemente lo atrapó y sin acercar mucho su nariz aspiró mi aroma.
Mmmm. No sé. Es delicioso, pero no sé. ¿Burberry?
¡Perdiste! Es Carolina Herrera.
Las dos soltamos una carcajada conjunta. Ella me devolvió mi suéter, el cual tomé en mis manos y amarraré a mi cintura contoneando mis caderas de forma coqueta. Nata esbozó una sonrisa dulce al verme, a lo que le respondí con otra aún más amplia.
¿No tienes calor Nata? -Le pregunté pícaramente con la remota esperanza que ella me siguiera los pasos y se quitara su suéter.
Sí, algo. Pero así estoy bien -Me respondió mientras me hacía señas de entrar al almacén.
Una vez adentro nos dirigimos a la zona de computadoras. Nos antojamos de ipods, iphones, y todos los aparatos que nos parecían "bonitos". Ella se enamoró de una laptop fucsia que encajaría perfectamente en la casa de la Barbie. Yo en mi papel de asesora, la convencí de revisar otros modelos. Incluso un vendedor bastante poco agraciado intentó infructuosamente coquetearnos, hasta que finalmente reconoció que no tendría nuestra atención ni la venta. Finalmente nos decidimos por un modelo más sobrio pero con excelente valor. Nata tomó la caja y nos dirigimos hacia el punto de pago. Al llegar a la fila, de aproximadamente 5 personas, empezamos a bromear y a reír como tontas, al punto de que los demás compradores nos miraban extrañados. Ya casi a punto de llegar a la caja, en el estante de las revistas, nos encontramos un libro llamado "El significado de los sueños". Mientras intentaba ojear revistas de farándula, me tropecé con el librito de carátula café, y se lo enseñé a Nata.
-"El significado de los sueños" -Le dije con una voz forzada, imitando a los narradores de cortos de cine. Ella rió tiernamente.
- Jum. Si pudiera saber lo que realmente significan los sueños... -Exhaló con una mirada perdida en el horizonte.
En ese instante, la cajera nos dio vía libre para finalmente pagar la laptop de Nata. Una vez concluido el trámite me acerqué a ella y le pregunté:
¿Acaso que te has soñado Nata?
Hummm, si te contara -Suspiró.
Por eso, cuéntame.
Cosas... me sueño cosas.
¿Pero qué cosas?
Cositas -Me respondió con un rostro pícaro.
Ah! Cositas. ¿Qué cositas? ¡Dime!
Con otras mujeres. -Dijo apenada.
Una bocanada de lujuria se apoderó de mí. Sin embargo, me calmé y traté de sonar seria cuando le respondí:
¡Ah! No hay problema, Nata. Esos sueños son muy comunes entre nosotras las mujeres. Mucho más de lo que tú crees. Pero dime, ¿Qué cositas soñaste?
Cositas -Respondió evasiva.
Pero, ¿Qué cositas?
Lo que importa no es qué cositas... sino con quién.
¡Upa! Cuéntame.
Nop -Me contestó dulcemente al tiempo que nos distanciábamos al llegar al auto.
Ella entró al auto, y yo la seguí. Una vez adentro, continué con mi indagatoria. "Cuéntame, cuéntame, cuéntame, please, cuéntame" Le gritaba en pose de niña chiquita. Ella me miraba y se reía de mi insistencia. Sin embargo, inmediatamente se puso seria, bajó su mirada y sin siquiera mover los labios musitó un agonizante "Tú". Quedé en shock. Mis oídos no dieron cabida a lo que había escuchado. Pensé que me habían jugado una mala pasada. Antes de que siquiera pudiese responder algo, Nata, apurada, levantó la cabeza, encendió el auto y luego puso el estéreo a todo volumen. Rápidamente y sin mirarme, empezó a recitar las canciones que sonaban y luego, sin siquiera dejarme digerir su confesión, comenzó a hablar como desesperada de su trabajo. Quería evitar el silencio para que yo no pudiera decirle absolutamente nada. Quería manejar la conversación al interior del auto. Se sentía vulnerada, en otras palabras, avergonzada. Sin embargo su lengua, labios y garganta no fueron tan hábiles y dejaron un pequeño silencio que aproveché mientras Nata dirigía su vista al frente esperando lo peor.
Nata, mi hermano tiene varios programas que te podría instalar. Si quieres vamos a mi casa, y los revisamos. Y de paso nos tomamos un café.
Ok. Perfecto. Tu casa entonces -Dijo estupefacta pues esperaba otra respuesta por parte mía.
Vale. ¿Te gustan las galletas de chocolate? Mi hermano me trajo unas deliciosas de Chile. -Le respondí haciéndome la que no había escuchado su confesión anterior.
Al notar mi tranquilidad, ella también se relajó y continuó la conversación. Nuevamente me dirigió la mirada y seguimos nuestra charla intrascendente. Su actitud cambió progresivamente, y pocas calles antes de llegar a mi casa, estábamos nuevamente carcajeando como niñas pequeñas. Una vez arribamos, ella estacionó el auto y bajamos.
¿Ya tienes calor? -Le pregunté nuevamente, con una sonrisa cálida.
Si, pero no tanto. -Me respondió en el mismo tono.
Tomamos el ascensor y luego llegamos a la entrada de mi apartamento. Abrí la puerta y empecé a gritar el nombre de mi hermano, y ante la ausencia de su respuesta, declaré que estábamos solas. Natalia no hizo ninguna expresión, a lo que yo le dije que yo sabía dónde estaban los programas y cómo instalarlos, pues lo había hecho en mi propia laptop. Nata entró al baño mientras yo preparaba café para mí, y té para ella. Al salir se sentó el sofá y a los pocos instantes llegué a ella con una bandejita con dos tazas y un platito lleno de galletas achocolatadas. Después de devorar unas cuántas, yo regresé a la cocina y Nata se aprestó a abrir la caja que contenía su nueva compu. Dejando los trastes en el mesón, tuve una verdadera epifanía. Decidí aprovechar los minutos que le tomarían a Nata en abrir los infinitos paquetes y cajitas y me dirigí a mi cuarto.
Regálame un segundo Nata, en un instante estoy contigo. Siéntete como en tu casa.
Gracias. Igual estoy desempacando este "aparatejo" -Dijo con voz burlona.
Entré a mi cuarto y cerré con llave. Busqué rápidamente mi mayor tesoro: sus braguitas turquesas que impunemente había robado aquella noche y que aún conservaban pequeños rezagos de su esencia. Las puse sobre la cama y delicadamente desamarré de mi cintura mi suéter poniéndolo sobre mis hombros. Luego, desapunté mi pantalón blanco, y me lo quité, al igual que mis bragas color piel, levemente humedecidas por culpa de Nata. Luego, tome las bragas robadas, y como último ritual las aspire suavemente para luego ponérmelas lenta y delicadamente, procurando que la delgada licra con encajes acariciara cada milímetro de mis piernas. Una vez puesta, sentí el éxtasis: Éramos una sola, mi sexo estaba donde estuvo el sexo de Nata alguna vez. Un corrientazo recorrió mi cuerpo dejándome loca y lujuriosa. Nuevamente me puse mi pantalón blanco, y revisé cómo se ajustaba en mis nalgas frente al espejo de mi cuarto. Una vez lo acomodé a la perfección, bajé mi suéter rosa de mis hombros y lo amarré a mi cintura nuevamente, asegurándome frente al espejo que el nudo quedara preciosamente prolijo. Abrí la puerta, y encontré a Nata en la sala leyendo el manual del usuario.
-¿Lista? -Me preguntó.
¡Lista! ¿Y tú?
Sí. Estoy leyendo qué debo hacer.
Eso déjaselo a la experta. -Le dije sonriendo.
Me senté a su lado, y con paciencia extrajimos hasta el último cable de la caja. Organizamos juiciosamente los componentes antes de encender la laptop. Me levanté del sofá y me desamarré el suéter de la cintura y lo puse en mis hombros desvelando así mi traserito. Sabía que esta era mi oportunidad y la tenía que aprovechar.
Dame el cargador. Tu tendrás el honor de encenderlo por primera vez -Le dije en forma burlona.
Aquí está. -Me dijo con una sonrisa en su rostro.
Una vez con el cargador de la laptop en mis manos, me agaché en busca de una toma para enchufarlo. Me aseguré de poner mi traserito justo en frente del rostro inmaculado de Nata. El pantalón blanco y apretado se transparentaba y develaba las braguitas azul turquesa de Nata que yo traía puestas. Me aseguré de durar lo suficiente en esa posición para que Nata notara la prenda que robé de su intimidad y que en estos momentos cubría la mía. Mientras conectaba el enchufe a la toma, mi nerviosismo era evidente. Sabía que era un momento decisivo. Para bien o para mal. Una vez conectado, me levanté, amarré mi suéter rosa delicada y lentamente a mi cintura para cubrir el pecado que se asomaba sutilmente por debajo de la delgada blancura de mi pantalón. Mientras anudaba lentamente el segundo nudo a la altura de mi sexo, giré mi cuerpo y la vi. Allí estaba, sentada, con la mirada perdida y confundida. Su rostro parecía desolado, deshabitado. Yo la miré con toda la dulzura y ternura que emanaba mi alma. Ella con la mirada perdida aún, sólo se limitó a decir:
- Fuiste tú. Fuiste tú. No fue un sueño. Fuiste tú.
Ella dejó la laptop sobre la mesa de centro y se levantó. Mirando hacia el horizonte y casi como un zombie, dio varios pasos hacia la salida de mi casa. "Espera" le grité y se detuvo. Corrí hacia ella y la abracé por la espalda lentamente. Mis brazos rodearon su cintura, y mi cabeza reposaba en sus hombros. La sujeté más fuertemente hasta que estuvo pegada a mí. Los dos nudos de mi suéter rozaban gustosos el espacio entre sus nalgas como sí trataran de penetrarlas y mi nariz se entreveraba en la infinidad de su ondulado cabello. No hubo palabras, ni movimientos. Parecíamos dos estatuas. Luego, lentamente se giró y su rostro quedó frente al mío. Me miró con dulzura y con temor. Me abrazó y yo la abracé a ella. Fundimos nuestros cuerpos y nos quedamos estáticas. Mi nariz devoraba su aroma, y como pago, le devolvía un torrente caliente de aire que acariciaba gentilmente su cuello. Ella hacía lo mismo. Nuestra respiración se aceleraba cada vez más y más. Era un ritmo frenético, contrastado por la inmovilidad de nuestros cuerpos. Estuvimos eternidades así. El silencio era interrumpido por nuestra agitada respiración y el fuerte latido de nuestros corazones que parecían fuesen a salir de nuestro pecho. Nuestras bocas lentamente se acercaron hasta que nuestros labios apenas se rozaron, aspirando el aire que la otra acababa de exhalar. Nuestros labios se acercaron hasta que se abrieron para dejar que nuestras lenguas se acariciaran mutuamente. Sentí su sabor, inmaculado, delicioso, sublime. Su lengua jugueteaba en mi interior explorando mi ser. Mis manos recorrían su cintura, su trasero, su espalda. Sus manos tímidas, solamente rozaban mi espalda, pero lentamente se aventuraban en mi cintura. Mis manos desabotonaron ese solitario botón en su suéter. Se dirigieron lentamente a sus hombros y empezaron lentamente a bajar la delicada tela que los cubría.
Sin desatar nuestras lenguas ni despegar nuestros cuerpos llegamos a mi habitación. Con mis manos sobre sus brazos deslicé las mangas hasta el final de sus manos, las cuales liberé de la cárcel de su suéter. Sus manos acariciaban mi trasero por encima del suéter que lo cubría, mientras yo hundía y presionaba en nudo de éste en la parte baja de su pubis. Decidí darme un gustito, y tomé las mangas de su suéter y las amarré alrededor de su cintura, con la misma paciencia y delicadeza que lo hacía con los míos. Verla así me dio un morbo increíble. Sentí un corrientazo en mi vientre que me hizo vibrar. Mi lengua abandonó la suya y rápidamente, me deshice de su top blanco de algodón, y la lancé delicadamente sobre mi cama. Como fiera poseída, devoré su cuello, hombros, pechos, mientras mis manos desapuntaban lentamente su pantalón. Una vez liberado, mi boca llegó a sus senos, aún atrapados por el encierro de su sostén. Ella lo desapuntó desesperada, justo cuando mis labios hambrientos atraparon sus pezones rosados, besándolos con la paciencia que requerían para ser degustados en toda su dimensión. Mis manos halaron el pantalón y liberaron a sus piernas, revelando una diminuta tanga color uva cubriendo un monte de venus completamente depilado esta vez. Ella dirigió sus manos a desamarrar su suéter que aún conservaba su cintura, pero mis manos la detuvieron. Mi boca se hincó con desespero en sus pechos mientras sus gemidos rítmicos armonizaban melodiosamente mis oídos.
Duré siglos recorriendo su abdomen esculpido, su cintura, sus caderas, su ingle, sus muslos. Su respiración me ordenaba explorar su intimidad, pero no había premura. Iba a deleitarme con este banquete el tiempo que fuese necesario. Finalmente mi lengua se rindió a la tentación y con extrema habilidad se coló dentro de la tanga, haciéndola hacia un lado para luego recorrer los labios carnosos y rosados de su feminidad. Este encharcado pantano de erotismo fue lentamente drenado por mi lengua golosa al compás de los latidos de su clítoris. Mis manos acordaron que la tanga ya había sido espectadora por demasiado tiempo y acordaron quitarla, deslizando sus tiras empapadas a lo largo de sus infinitas piernas hasta finalmente caer rendidas en sus pies. Las manos de Nata desesperadamente agarraron mis cabellos castaños y con violencia lanzaron mi cabeza contra su sexo. Mi lengua penetró lentamente su cueva y la exploró hasta que su longitud le permitía. De repente, los gemidos de Nata se convirtieron en bramidos que parecían de un animal salvaje poseído por un demonio erótico. Una bocanada de su manantial divino acarició mi garganta al vaivén de los rítmicos espasmos de su sexo, mientras que su arqueada espalda se meneaba bruscamente dando latigazos a la cama. Era su éxtasis.
No hubo ninguna palabra de por medio. Nata estaba en mi cama con los ojos cerrados y la boca abierta. Parecía muerta. Me recordó aquella lujuriosa noche de viernes. Mi mirada dulce se posó en su cuerpo semidesnudo. La admiraba al punto de adorar cada centímetro de su piel. Sus ojos lentamente se abrieron después de varios minutos de trance y se encontraron con los míos. Se levantó con dificultad de la cama y se puso al frente mío. Me tomó de la cintura y me besó. Mi boca, sazonada por su feminidad se derretía con cada caricia que me proporcionaba su lengua. Ella notó que su desnudez era contrastada por el la envidiosa tiranía que mis prendas ejercían sobre mi ardiente cuerpo. Sin dejar de besarme desapuntó mi pantalón y entreverando sus manos entre mi suéter rosa, hincó sus uñas en mis nalgas, y las separó con firmeza. Su lengua abandonó la mía, para permitir que Nata se agachara, bajando mi pantalón y acariciando mis piernas para finalmente ver de frente sus bragas turquesa encharcadas por mis cristalinos néctares, cubriendo así mi latiente intimidad. Sus nariz se hundió en mi ser, mientras yo me quitaba mi blusa rosa pálida y me desapuntaba mi sostén blanco. Nata se reincorporó y devoró mi cuerpo hasta saciar su interminable sed de pasión. Me dejé caer sobre mi cama y noté que me quitaba sus bragas. Les dio una aspirada profunda y luego me las restregó desesperadamente en mi cara. Hundió su rostro en mi ingle y su lengua libre de pecado femenino tímidamente acarició las puertas de mi paraíso para luego adentrarse en él con descaro.
Sinceramente no puedo describir el resto de la historia. Cerré los ojos y un estado de éxtasis prolongado llenó por completo mi cuerpo. Perdí la noción de tiempo y el espacio. Perdí la consciencia, perdí la vergüenza, perdí la decencia, perdí todo. Me entregué al placer que Nata apasionadamente me entregaba. No sé qué hizo conmigo. O tal vez sí lo sé, pero no puedo describirlo con las palabras que en ningún idioma jamás se hayan inventado. Sólo sé que llegué a otra dimensión. O tal vez fue el colapso de mis sentidos ante la sobre estimulación que recibían. Mi siguiente recuerdo es el retrato de nuestros cuerpos entreverados deslizándose al compás de nuestro deseo, lubricadas con sudor, saliva y fluidos vaginales, disfrutando por horas de un descarado 69, que culmino deliciosamente en un beso eterno en el que nuestras lenguas se fusionaron compartiendo el sabor de nuestras bocas, de nuestro dulce néctar femenino y de nuestros exquisitos agujeritos marrones.
Esa, queridos lectores, es la historia de un crimen no tan perfecto. O un crimen descaradamente perfecto.