El crimen (no tan) perfecto 2

Tarde o temprano, las cosas se terminan sabiendo. Mi fechoría también. ¿Podré evitarlo?

Esta es la continuación de “El crimen (no tan) perfecto”, que puedes encontrar en http://www.todorelatos.com/relato/79431/

Viernes 4:30 PM en la oficina. Suena mi teléfono. Era Eduardo. Me comentaba que varios amigos habían salido temprano de trabajar, y se encontraban en un bar. Quedé de pasar más tarde. Probablemente estaría en mi oficina hasta las 7 PM terminando unas gráficas. Ya había pasado una semana desde aquella reunión en la que me deleité con la inconsciente Natalia, y un sinnúmero de sentimientos y sensaciones se acumulaban en mi cabeza y mi estómago. Me sentía culpable, abusiva, descarada, malvada. Pero lo había disfrutado tanto que anhelaba algún día saborear de nuevo el néctar de Nata. Sin embargo, era una causa perdida. Ella estaría en el bar con su novio.

Salí rendida de la oficina. Tomé un taxi y llegué al bar. La verdad no era muy bonito, pero entré con ganas de desconectarme del mundo. El bar estaba al tope. Me situé cerca de la barra buscando a mis amigos, pero no los pude ver. Luego de dar una vuelta por el bar, me sentí estúpida al darme cuenta que los había tenido al lado siempre. Estaban en una mesa en una esquina cerca a la entrada. Cuando los miré, soltaron una carcajada conjunta, pues todos me habían visto la cara de tonta que hacía mientras los buscaba. Allí estaban todos: Eddy, Sofía, Santiago, Nata, Beto y Camilo. Solo faltaba Julián para tener al mismo elenco de la fiesta pasada. Me senté y me di cuenta que la mesa estaba repleta de botellas de cerveza, aguardiente y ron. Me recibieron con un vaso de ron con Coca-Cola que rechacé, robándole a Camilo su cerveza, quien en tono sarcástico me reclamó por mi abuso. No me puedo quejar de ellos, son un grupo fenomenal. Estudiamos en la Universidad, y 5 años después aún nos seguimos frecuentando. Me arrancaban las sonrisas que pocos logran.

Me levanté a la barra a pedir mi tercera cerveza de la noche, y cuando volví me senté entre Beto y Camilo. Beto estaba notoriamente borracho. Se estaba desquitando porque 7 días antes no probó el licor, cortesía de los antibióticos que se encontraba tomando gracias a una fuerte inflamación de garganta. Notaba a Beto algo nervioso, como si quisiera decirme algo. Yo solo le preguntaba si estaba bien, y él, con sus gestos de borracho me decía que estaba perfectamente. No podía evitar reír. Ahora bien, quiero hacer un paréntesis sobre Beto, o Alberto, su verdadero nombre. Estudié con él durante toda la carrera. Sin ser el más guapo, era un chico dulce y muy cordial. Siempre fue muy romántico y detallista con su ex novia, con la que duró varios años y con la cual acababa de terminar. Su figura flacucha y pequeña generaba empatía más que cualquier cosa. Por eso me pareció tan extraño que después de verlo dubitativo pero desinhibido por el licor, se acercara a mi oído y me dijera:

  • Y... ¿cómo están las braguitas de Nata? ¿Si las has cuidado?

Quedé fría de inmediato. En un instante, una milésima de segundo, me transporté a esa noche, recorrí de nuevo mis pasos y recordé todos los detalles que nunca tuve en cuenta. Por un instante todo fue claro. Beto siempre estuvo en ese cuarto, en un colchón desplegado improvisadamente en el piso, en un ángulo que fue imposible para mí de percibir. Beto fue testigo de cada una de mis caricias y cada uno de mis besos. Fue testigo de mi abuso, de mi pecado. Fue testigo del éxtasis de Nata. Fue testigo de cómo tomé posesión de sus bragas, como trofeo de mi picardía, como recuerdo de su aroma, de su intimidad. Mi crimen no fue perfecto después de todo. Fue un instante que pareció eterno. Con mi mirada perdida en el infinito, solo atiné a decir:

  • A qué te refieres Beto?

Antes de que me respondiera algo, rematé con un:

  • Ya estás muy tomado. Mírate no más...

  • No estoy borracho, estoy un poquito alicorado nada más. Pero eso no tiene nada que ver. Yo te vi. Vi lo que hiciste hace 8 días en el apartamento de Eduardo.

  • ¿Que hice qué?

  • Tú sabes lo que hiciste. Yo lo sé. Yo te vi. Yo te escuché. Yo te...

  • Cállate... Mejor vamos afuera. - Le interrumpí.

Naturalmente esta situación era incomoda. El alcohol fue el catalizador de la revelación de Beto. Nata estaba enfrente mío, recostada sobre Santiago riendo, inocente de la situación que se gestaba. Anuncié ante el grupo que saldría del bar un momento a una tienda cercana y comprar un paquete de frituras. Fue lo único que se me ocurrió. Frente a todos le pedí a Beto que me acompañara, y él, sin mediar palabra y tambaleando entre su silla y la mesa, me acompañó hasta la salida del bar. Una vez afuera, dimos pocos pasos, yo me detuve, mientras que Beto se balanceaba entre sus pasos para luego finalmente recostarse contra un poste.

  • Alberto, tú estás muy tomado. ¡Mira cómo estás! -Dije con voz autoritaria.

  • Yo estoy muy bien. La que no estás bien eres tú. Yo te vi. Yo te oí. Yo vi cuando te guardaste las braguitas en el bolsillo de tu pantalón. Yo escuché al otro día a Nata preocupada buscando esas bragas, preguntándole a Santiago si él las tenía. Y no me digas que no, porque ese día no tomé una sola gota de trago.

  • Yo estaba muy tomada. Estaba borracha.

  • No me digas eso. Tú tomaste muy poco esa noche. Tú estabas bien, y tú lo sabes. Dime... ¿Te gustan las mujeres?

  • No le digas a nadie Beto, por favor. Te lo pido, te lo imploro.

  • Respóndeme. ¿Te gustan las mujeres?

  • Sí. -Dije sin siquiera mover los labios y con la mirada hacía el piso.

Beto se quedó mudo. La verdad no me importaba lo que él dijera. No me avergüenzan mis preferencias sexuales. No lo oculté por miedo al rechazo o a la intolerancia. Simplemente porque es un ámbito que mantengo separado de otros aspectos de mi vida. Es mi intimidad. Sabría que Beto me entendería.

  • ¿Sabías que lo que hiciste es ilegal? Es una violación. Ella no era consciente. ¿Sabías eso?

Las palabras de Beto parecían diluir su embriaguez. Su postura cambió. Su mirada ya no estaba perdida en el alcohol. Estaba fija en mí. Yo al ver su mirada de preocupación, pero a la vez acusadora e implacable, estallé en llanto. Un llanto horrible. Un llanto que no me permitía siquiera respirar. Entre sollozos y lágrimas, solo alcancé a decir:

  • No le digas a nadie Beto. Por favor. No le digas a nadie.

  • ¿Te das cuenta de lo que hiciste?

  • No le digas a nadie.

  • ¿Te imaginas si le dijera a Natalia?

  • No, por favor -Grité con la voz desgarrada.

  • Hagamos una cosa. Te prometo mi silencio sepulcral a cambio de algo.

  • ¿A cambio de qué?

Antes de responder, vi su cara de picardía. Sabía que quería aprovecharse de la situación. Sentí rabia. Decepción. Ese no era el Beto que yo conocía. Mi llanto cesó automáticamente, y con disgusto le respondí:

  • Tú no eras así Beto. Tú no eras así. Tú eras diferente.

  • Si, yo era diferente. ¿Y qué saqué de eso? ¡Nada! Mira a Isabella y a Caro (sus ex-novias). Fui el hombre ideal, y mira cómo me dejaron.

  • Qué quieres Beto?

  • Que hagas lo que yo pido.

  • ¡Eso es chantaje!

  • Lo que hiciste tú es peor. Es violación.

Estuve a punto de estallar de nuevo en llanto. Pero me contuve. Sin embargo, mi garganta se desatascó y le grité:

  • Que chantajees a una puta cualquiera está bien. A cualquier puta aparecida. Pero yo soy tu amiga Beto. Yo he sido tu amiga desde hace... qué se yo, 7, 8 años. ¿Eso para ti es una amiga? ¿Chantajearla con sus preferencias sexuales?

Mi cara de asco y mis palabras, inmediatamente sacaron el alcohol de su organismo. Poco a poco, el semblante de Beto cambió. Su rostro volvió a ser el mismo de siempre. Me tomó dulcemente de los brazos y se disculpó. Me abrazó y me reconfortó. Sabíamos el calibre del error que ambos habíamos cometido. Sequé mis lágrimas y me dirigí hacia el bar. Al notar que Beto no me seguía, giré mi cabeza y lo vi esperando afuera, mostrándome 3 dedos en su mano, haciendo la señal inequívoca del número 3.

  • ¿Tres qué? -Le dije.

  • Sólo te voy a pedir tres cosas. Nada más. Tres cositas para mi silencio sepulcral. Sólo eso.

  • Beto, por favor -Le reclamé.

  • No, no. No es lo que te imaginas. O bueno. Para tu tranquilidad... Es más. En ninguna de esas tres cosas tendremos contacto físico siquiera.

  • Dime qué cosas, por favor.

  • No. Te las diré adentro. Tranquilízate.

Lejos de tranquilizarme, me preocupé aún más. Entré al bar y me incorporé de nuevo a la mesa, justo en frente a Nata. Pasaron los minutos, y me perdí en las charlas aleatorias de mis amigos, en sus risas y palabras. Inesperadamente sentí la voz de Beto nuevamente en mi oído.

  • Aquí va la primera cosa. Quiero que me cuentes, detalle a detalle, acá mismo y mirándola a ella, lo que le hiciste ese día.

  • Acá mismo Beto?

  • Sí. Parecerá que estamos hablando cualquier otra cosa. La música está muy alta. Si hablas bajo nadie más se enterará.

La verdad no parecía tan mala la condición de Beto. Alejé un poco mi silla de Camilo, y me acerqué a mi victimario y le empecé a contar todo. Al principio fui escueta, pero Beto me interrumpía exigiéndome más detalle. Mi mirada estaba fija en ella, pero en ocasiones la liberaba para no parecer obvia. Sin embargo, al admirar su pelo lacio y rubio y sus ojos claros, piel blancuzca y labios rosados y jugosos me estremecía e inquietaba al tiempo en que suavemente contaba con detalle lo que mi traviesa lengua le hizo a lo más preciado de su intimidad. No miré a Beto. No quería ver su rostro lujurioso y sediento. Solo que el recuerdo de los sabores, aromas y texturas de Nata me trastornaban y me llevaban al efímero mundo del pasado, del recuerdo fugaz y a la vez perene e inmortal. Inconscientemente rozaba mis dedos con mi sexo por encima de mi pantalón. El tiempo se congelo mientras relataba mi aventura, y una vez terminé sentí aterrizar en la realidad tan suavemente como una pluma a la deriva del viento. No importaba la estruendosa música, el ambiente viciado, o la multitud anónima. Sentí flotar de nuevo hacia mi cuerpo. Mi boca estaba seca y mi sexo húmedo. Muy húmedo.

  • Ahora viene mi condición número dos -Dijo Beto.

  • ¿Ahora qué quieres? ¿Acaso te pareció poco? ¿Qué más quieres Beto?

  • Tus bragas. Dámelas.

  • ¿Acá mismo?

  • Ve al baño y me las traes.

  • ¿Y yo que hago sin bragas?

  • Nadie se dará cuenta.

  • ¿Qué vas a hacer con ellas?

  • Ese es mi problema, no el tuyo.

Me guiñó el ojo a lo que yo me levanté hacia el servicio. El muy maldito me hizo excitarme y se quedaría con mis bragas húmedas. Quién sabe qué cosas horribles haría con ellas. Igual no lo culpaba. Yo disfruté con las de Nata por montones. Aun así me sentía usada pero impotente. Aunque pensé que pudo ser peor. Entré al primer cubículo que vi vacío, bajé mis pantalones y lentamente bajé mis braguitas. Eran fucsias, y efectivamente estaban húmedas. Pensé en lavarlas y quitarles todo rastro de intimidad para aguarle la fiesta al maldito. Pero no me importó. Regresé a la mesa, y vi que Beto y Sofía habían cambiado de puestos. El asiento libre estaba justo al lado de Nata. Antes de sentarme, tomé las braguitas y se las entregué por debajo de la mesa a Beto. Tímidamente me acerqué a él y le pregunté cuál sería la tercera condición.

  • Te la diré después.

  • Beto, Dímela ya.

  • Quiero además las bragas de Nata.

  • Lo siento "cariño" -Le dije mientras reía sarcásticamente- Están en mi casa y no te las podré dar.

  • Yo paso por ellas y las recojo.

  • No estoy muy segura de ello. Confórmate con las mías.

Habiéndome asegurado prácticamente el silencio de Beto, me escabullí al asiento disponible, en la cual quedé atrapada entre la pared y Natalia, quien me sonrío y decidimos conversar un rato sobre nuestro trabajo. Su aroma embriagante nuevamente me transportaba a aquella noche de placer, noche en la que ella inocentemente me regaló su cuerpo sin siquiera saberlo, y disfrutó de mi lengua y mis labios sin siquiera recordarlo. Imaginaba sus labios con los míos, recorriendo mi cuerpo, hundiéndose en mí intimidad, disfrutando mi néctar, mi lujurioso néctar producido por su presencia. Fue un momento hipnótico que solo fue interrumpido cuando vi por el rabillo de mi ojo una mancha fucsia. Rápidamente giré mi mirada hacia Beto, quien "sutilmente" aspiraba fuertemente el aire instalado dentro de mis bragas para el deleite de su nariz. Nadie más que yo lo noté. Pude ver su rostro poseído por mi aroma. Me dirigió una mirada a la cual yo le respondí con una sonrisa sarcástica precedida de una mueca de "cerdo". Ese detalle me excitó profundamente. Saber que él estaba disfrutando esa humedad que mi cuerpo producía por el recuerdo de mi picardía con Nata. Saber que ella estaba a pocos centímetros de mí, inocente de mis deseos, de mis recuerdos. Saber que su aroma me embriagaba, me enloquecía. Mi sexo, ante la ausencia de mis bragas, había empezado a empapar mi pantalón. No podía más, no resistiría un instante más. Necesitaba algo de ella, algo con su aroma. Alguna prenda q me diera el aroma que su piel no me podría entregar. Ella, que ahora dirigía su rostro hacia la otra esquina de la mesa, no llevaba suéter, ni una chaqueta que pudiese tomar. En últimas, al verla distraída, tomé lentamente su bufanda que se encontraba colgada alrededor de su silla, y me dirigí lentamente al baño.

Me encerré en el cubículo, y mientras desapuntaba mi pantalón, me aseguré que la bufanda tuviera el aroma de Natalia. Ese aroma tomó posesión de mi cuerpo, de mi alma. Mis dedos dejaron de ser míos y se hicieron pasar por los de Nata. Imaginaba que me penetraban lentamente, explorando hasta el último interior de mi sagrada gruta. Acariciaban con dulzura las paredes húmedas de mi intimidad, buscando estimular cada una de mis células. De un momento a otro, mis dedos poseídos por ese fantasioso deseo, me penetraban frenéticamente hasta que mi mente quedó en blanco por varios segundos. Tuve un suculento espasmo que nació en mi vientre y bajó lenta y deliciosamente hasta mi sexo y para fundirse acariciando mi ano. Mi sexo y mis piernas empapadas fueron secados por un pañuelo desechable, para luego subir mi pantalón y arreglar mi vestimenta, seriamente trastornada por mi desenfreno. Lamí mis dedos impregnados con mi intimidad, y luego los lavé para quitar el rastro de mi soledad. Salí del baño del bar, me reincorporé a la mesa dejando nuevamente la bufanda tal cual la encontré.

Me sentí exhausta, pero libidinosa. No quería estar más allá. Quería estar sola. Tomé mis cosas y me levanté. Me despedí de mis amigos a pesar de las súplicas de que me quedara un rato más. Mi fogosa conchita necesitaba la intimidad de mi cama, y mi nariz requería la suavidad de la braguita turquesa de Nata. Salí del bar, tomé un taxi y al llegar a mi apartamento, me encerré en mi cuarto, y hasta la madrugada, me entregué al placer con la única parte de Nata que me pertenecía del todo: Sus bragas.

Bueno. Cabe aclarar que al otro día recibí una llamada de Beto, quien se dirigió a mi apartamento, para luego, ramo de rosas de por medio, disculparse conmigo. Me dijo que me respetaba y respetaba mis gustos. Me devolvió mis bragas y me aseguró que su boca era una tumba que no dejaría escapar mi secreto. Ya sobrio de por medio, tuvimos una charla hermosa, nos sinceramos de un modo muy bonito, y me contó cosas y secretos que me comprometí nunca contar. Asimismo quiero decir que este no es el fin de la historia. Nuevamente el destino me tendría preparada una serie de eventos que se formarían de formas ciertamente increíbles. Pero eso se los contaré en la tercera parte. ¿Alguna idea de qué será?