El Cortijo de la Encina (4 y Último)

Una tormenta se acerca a el cortijo y con ella el final.

Había pasado ya más de dos semanas y Beltrán seguía trabajando sin descanso. En los pocos ratos que se permitía un descanso, se sentaba bajo un olivo y pensaba que tanto esfuerzo a lo mejor no merecía la pena, ya habían pasado muchos días y nadie le había dicho que cogiera sus cosas para trasladarse al cortijo. Pero eso eran pensamientos fugaces y en el momento que se levantaba seguía trabajando como antes. Pocos eran tan obstinados como él cuando una idea fija le taladraba el cerebro.

En los días que ya no tenía al Rubio de compañero, Beltrán fue haciéndose más solitario, a excepción de sus charlas con otro de los chicos, que al igual que él, pasaba la mayoría del tiempo sólo. A veces, después de cenar, mientras los demás ya se iban a los barracones dispuestos a dormir, Beltrán salía a dar un paseo por los alrededores mientras todavía había algo de luz, y en ocasiones, se encontraba con el muchacho con el que había entablado amistad. Ambos caminaban o se sentaban, y charlaban de sus cosas. Ese joven era Pedro.

Pedro, que era delgado y sus músculos apenas se marcaban bajo la camisa, era a la vez un dibujante excepcional. Desde niño garabateaba todo lo que tenía a mano: El jarrón con flores que su madre tenía encima de la mesa de la cocina, la fuente que presidía la plaza principal de su pequeño pueblo, o las gallinas que correteaban por el corral de su casa.

Sus dibujos fueron mejorando con el tiempo, igualándose cada vez más a la realidad que sus ojos percibían, aunque siempre con un toque personal inconfundible. Con la pubertad, ya empezaba a dibujar figuras humanas, y especialmente hombres. No sabía porqué, pero se su mano se deslizaba sobre el papel con mayor soltura cuando eran chicos los que se reflejaban bajo su carboncillo. Cuando ya llevaba cientos de dibujos, empezó a dibujar a los jóvenes del pueblo desnudos. Pedro se imaginaba lo que los pantalones ocultaban y lo plasmaba con realismo. Esto le turbaba, y escondía los dibujos en un rincón donde sabía que su madre no los encontraría. A veces los cogía y cuando se encontraba sólo en casa, se masturbaba mientras los miraba, luego los volvía a esconder.

Su padre, una vez para su cumpleaños, le regaló un libro de arte ( algo poco normal para un padre de pueblo, que su ocupación era hacer quesos). Sabía que su hijo dibujaba muy bien y lo apoyaba en su afición, aunque era consciente de que acabaría como el o trabajando en el campo para algunos de los terratenientes de la comarca. Pero era pronto para decirle que ellos no tenían dinero para pagarle la escuela de arte. Así que dejaron que disfrutara de su ilusión, ya bastante dura era la realidad.

Pedro dibujó todas las fotografías que el libro traía. Para enseñar a sus progenitores, copiaba los cuadros goyescos y los de las familias reales que se exponían en algunos museos de la capital. Para su disfrute, copiaba las figuras romanas que bordeaban el coliseo romano, hombres musculosos, que la mayoría asían una espada en la mano, o llevaban un casco y una red.

El libro era su bien más preciado.

Pero un día se dio de bruces con la realidad y vio que su sueño de ir a la escuela de bellas artes se rompía en mil pedazos. Siempre el maldito dinero. Así que ni corto ni perezoso, estudió la manera de conseguirlo, y eso no incluía quedarse en el pueblo. Había oído que a los jornaleros del Cortijo de la Encina les pagaban más que al resto y allí fue. Su intención era la de trabajar una temporada y con el dinero conseguido marcharse a la capital y hacer su sueño realidad.

Ya dentro del Cortijo, pasaba los ratos libres con el papel y el carboncillo en sus manos y plasmaba en hermosos dibujos, la vida cotidiana de los jornaleros, y algunas otras cosas que su mente albergaba.

Durante sus charlas con Beltrán, le contaba sus sueños y de cómo algún día llegaría a ser un pintor de renombre, pero sobre todo le expresaba la necesidad que tenía de matar el blanco del papel. Para él, era una necesidad vital, como el comer o el dormir. A Beltrán ya le había enseñado algunos de sus trabajos, pero ahora que tenían más confianza, se dispuso a enseñarle los que tenía guardados. Esos no se los podía mostrar a cualquiera.

Una tarde que habían salido como de costumbre a pasear, cogió la carpeta donde los guardaba y se los dio a Beltrán para que echase un vistazo. La mayoría de ellos eran de chicos desnudos y en poses eróticas. Beltrán abría los ojos y se asombraba del realismo. Los miraba uno a uno con detenimiento, deleitándose con la sensualidad de las figuras humanas, e incluso sonrojándose, por lo explicito de algunos de los actos que en el papel se reflejaban. Cuando había pasado varios de los dibujos, se detuvo en uno que le llamó especialmente la atención. Pedro que se percató de ello, le narró:

-Este lo hice la semana pasada. No podía dormir y me levanté para dar una vuelta. -Pedro le contaba los pormenores, su vena de artista se extendía también a la narración-

la luna estaba llena y no había nada de nubes, así que la noche estaba abierta y se veía con total claridad. Caminé hasta cerca del río con la intención de que si no cogía el sueño, darme un baño y nadar un rato. También el calor era sofocante y eso que ya era medianoche. Llegué a la orilla y me desnudé con la idea de meterme en el agua. El agua estaba fría para mi sorpresa.-Beltrán escuchaba con atención- Nadé unos metros y me salí. No muy lejos de mí, escuche unas risotadas que resonaban con fuerza. Me escondí detrás de un árbol, porque estaba desnudo y no tenía a la vista el lugar donde había dejado la ropa. Eran tres los que se acercaban al lugar donde yo me encontraba. No entendía lo que decían pero se reían con ganas. Se ve que ellos, al igual que yo, habían decidido darse un baño. Ya desnudos y en el agua, los tres empezaron a jugar, a subirse unos encima de los otros y a tratar de darse ahogadillas. Cuando se cansaron, se quedaron parados charlando. El agua les llegaba por la cintura, y aunque era de noche se veían perfectamente sus torsos desnudos, sus marcados pechos y sus bíceps fuertes. Yo esperaba el momento de que salieran para coger mi ropa y largarme. No se si era mi imaginación, aunque más tarde me di cuenta de que no era así, pero a uno de los chicos se le veía el brazo medio sumergido en dirección a la polla del otro. El brazo se movía. No había duda de que se la estaba tocando. El que estaba siendo tanteado, cogió de la cintura al tercero y empezó a besarlo. No podía creer lo que estaba viendo, o al menos no en otro día que no fuese el de la víspera.!.Yo me estaba empezando a poner cachondo y eso que no veía nada más que de cintura para arriba.

Beltrán también se estaba poniendo cachondo con el relato de Pedro.<<¡que bien habla el cabrón!!>>pensaba.-

-pasaron varios minutos-continuó- y salieron hacia la orilla. Se sentaron muy cerca de mi, así que procuré el moverme lo menos posible. Continuaban con los tocamientos, y uno de ellos cambió de posición para tener cerca de su boca la polla del que estaba más alejado de mi. Mientras chupaba la verga con ganas el que se había quedado desparejado comenzó a comerle el culo. El único que no se movía era al que se la estaban comiendo. Este permanecía tumbado con las manos tras de la nuca, acomodándose la cabeza. El que estaba comiéndose el culo, separaba las nalgas con sus manos y alternaba los lametones en el ano, con las chupadas en las posaderas. Yo creía que me iba a dar algo y se me arrepentía de no haber traído la carpeta con el material para dibujar. Absorbía las imágenes que estaba presenciando para poder traspasarlas al papel. El que la mamaba, tenía una garganta sin fondo, ya que no se veía la polla del que estaba tumbado. Su boca y nariz estaban enterradas en los rizos púbicos de éste.

El culero dejó de lamer el agujero y se separó unos centímetros. Abrió los dedos de la palma de la mano y empezó a darle cachetadas en las nalgas. Estas resonaban como aplausos. El que estaba siendo azotado por la mano ejecutora, sacaba la polla que tenía metida en la boca para pedir que le diera más fuerte. Y el otro le complacía. Su mano se estrellaba cada vez con más fuerza contra el culo, ya de un color rojizo. El que estaba tumbado y el que pegaba se intercambiaron dejando al del centro en la misma posición. El que hasta ahora no se había movido, no lo hizo mucho más, se limitó a follarle el culo después de habérsela metido sin preámbulos, aunque al que estaba siendo taladrado no le importó. Se veía que le iba el rollo duro. Finalmente, la sacó del culo caliente y se corrió en la espada del que la mamaba, que no tardó en hacer que el que ahora estaba tumbado, se corriera en su boca.

Terminaron metiendose de nuevo en el agua. ¡Yo estaba que me hubiese follado a cualquiera que se me hubiese cruzado!. Esperé a que marcharan y me dirigí al barracón a coger los lápices y el papel. Empecé a dibujar como un loco, mientras la calentura me duraba, para poder reflejar lo mejor posible las escenas que habían quedado grabadas en mi mente. Luego, por supuesto, no tuve más remedio que hacerme una paja.-concluyó Pedro, que vio que Beltrán había seguido con interés todo lo que le contó.

-Joder! Me has puesto la polla dura!- desde luego, Beltrán no tenía el don de palabra de Pedro.

Beltrán miró una vez más el dibujo y dio con el detalle que le había llamado la atención: sin duda los tres chicos del dibujo tenían un parecido extraordinario con los tres que llegaron el mismo día que El Rubio, Tomé y él mismo. Si no recordaba mal, los tres eran del mismo pueblo. No se lo dijo a Pedro.

Esa noche Pedro calmó el fuego que ardía dentro de los pantalones de Beltrán.

Al día siguiente, que se había levantado con unas nubes negras cubriendo el cielo, las primeras nubes de ese color que se veían en muchos meses, Pedro salió con la carpeta para dibujarlas. Ya fuera, tropezó y la carpeta se estampó contra el suelo, regando todos los dibujos alrededor. Se agachó para recogerlos. No se dio cuenta de que José el Capataz se encontraba detrás suyo y había cogido del suelo el de los tres chicos.

¿Son tuyos todos esos dibujos?-le preguntó.

En el cortijo, tanto Tomé como el Rubio ya se habían hecho con sus nuevos trabajos. Bartolomé trabajaba en el prensado de la aceituna y El Rubio en la Bodega donde estaban los toneles del vino.

Desde la noche que pasaron juntos, aprovechaban cualquier situación para verse. De vez en cuando Tomé se escapaba para la bodega con alguna excusa para ver al Rubio. A veces se quedaba en el portón apoyado mirándole como trabajaba, y observaba lo bien que le quedaban los vaqueros, marcándole el bulto que le había hecho perder la cabeza.

Por las noches, de vez en cuando, aprovechaba cuando Alfredo se dormía para escaparse al dormitorio de El Rubio. Hacían el amor unas veces y otras follaban como desesperados. Descubrió en él algo más que un amigo y lo mismo le sucedía al Rubio.

A veces hablaban de sus familias, de cómo Tomé perdió a sus padres quedándose solo con Alfredo y dándole a conocer el porqué su afán por encontrarle. El Rubio le hablaba de sus padres y de su hermana, y de la tienda de ultramarinos que tenían los viejos en el pueblo. También de lo poco que le gustaba el trabajo en la tienda y de Luisa, una chica del pueblo a la que sus padres veían como su futura nuera. Aunque El Rubio le decía que eso nunca pasaría.

No hablaban de lo mucho que se querían, pero para los dos muchachos, el pasar el máximo tiempo posible juntos, era más que suficiente.

Alfredo enseñaba a los nuevos, incluso a su hermano, las técnicas para complacer a los finos: que es lo que le gustaba a Ramón el bodeguero, como a Javier el arquitecto le gustaba que le insultasen, y al capellán del pueblo, el mismo que iba a dar los sermones al olivar, como ponía el culo nada más llegar para ser follado. Menos mal que todavía quedaban algunos eclesiásticos sin corromper.

Hasta ese día, ni Tomé ni el Rubio habían tenido que codearse con ninguno de los finos, y eso era por una razón , y es que Alfredo quería retrasar ese momento, escudándose ante José en que todavía no estaban preparados, aunque les faltaba poco.

Para Alfredo no habían pasado desapercibidas las escapadas nocturnas de Tomé, aunque este pensase que dormía. Y no había que ser un lince para darse cuenta de lo que pasaba. Alfredo quería que su hermano disfrutase el máximo tiempo posible con el Rubio, aún sabiendo que más tarde o temprano tendrían que pasar alguna tarde en los salones de la casona.

El día estaba encapotado y amenazaba lluvia, pero después de todos los meses de sequía, todos lo creían poco probable. El Rubio había terminado por hoy en la bodega y se fue para su habitación a esperar que también Tomé terminase. Al llegar a la habitación vio una bolsa encima de la cama que hasta ahora había permanecido desocupada. El ruido de la ducha le indicó que tenía un nuevo compañero. Esperó a que terminase de ducharse porque tenía curiosidad por saber quien era.

Tras unos minutos, Pedro salió de la ducha con la toalla cubriéndole. El Rubio se llevó una tremenda sorpresa.

-¿qué coño haces tu aquí?-era una manera de decirle que se alegraba de verle.

Pedro le explicó que José el Capataz había visto por accidente uno de sus dibujos y que le había gustado. Y ya que pensaban pintar unos frescos en las paredes de la capilla del cortijo, y que no habían encontrado a nadie que lo pudiera hacerlo, le habían dado la oportunidad a él de intentarlo.

El Rubio se alegró por Pedro.

Al ir a coger una muda limpia para ponerse, Pedro se dio cuenta que había cogido por error la bolsa del chico que también había venido con él.

-Voy un momento al cuarto de al lado a por mi bolsa y a devolverle esta a Beltrán-Estas palabras causaron una enorme alegría a El Rubio, por fin estarían los tres juntos de nuevo.

Corrió hasta la otra habitación y el Rubio se lanzó a Beltrán abrazándolo. Beltrán también le devolvió el abrazo con fuerza. Todo lo que había trabajado había dado sus frutos.

Un trueno sonó a lo lejos y en ese mismo instante cruzó la puerta del dormitorio Tomé. Se emocionó al ver a Beltrán de nuevo y se unió al abrazo. Desde la puerta Pedro les miraba con una sonrisa.

Tomé había entrado al dormitorio corriendo, no porque supiese que Beltrán se encontrara allí, sino para decirle a los que estuvieran dentro que saliesen fuera rápido porque estaba lloviendo.

Cuando terminaron de saludarse, los cuatro muchachos se disponían a salir al exterior a ver llover. Al pasar por la cocina, Fernando el segundo retuvo unos minutos a El Rubio porque quería comentarle un asunto. Los demás salieron.

Estaba lloviendo cada vez con más energía, y la lluvia estaba formando charcos. Todos estaban muy contentos. Tomé fue el primero en ponerse debajo del agua a dar saltos de alegría sobre los charcos, contento de que fuera el principio del fin de la sequía. Los demás le siguieron, el agua chapoteaba manchando los bajos de los pantalones de barro. No importaba. Cada uno pensaba en su pueblo y que la comarca recuperaría el esplendor que hacía casi tres años que no tenía.

La alegría se transmitió por todo el cortijo, y en los barracones de los olivares, donde a los jornaleros les había pillado la lluvia mientras se duchaban, dejaban el jabón y la esponja y corrían desnudos a ver el mejor espectáculo de los últimos años. Todos se abrazaban y soñaban con volver a trabajar en sus pueblos. Esa noche en los olivares fue noche de víspera, aunque sólo era martes!

Mojado completamente y con la camisa pegada al cuerpo, Tomé brincaba. Al mirar para la puerta del personal, El Rubio salía acompañado de Fernando el segundo. Tomé paró en seco. El Rubio llevaba su bolsa y una cara que decía que las cosas no iban bien.

Bartolomé corrió hacia el Rubio.

-¿qué ha pasado?- preguntó preocupado.

-Mi padre falleció anoche, mi hermana mandó un telegrama y tengo que volver para el entierro y a hacerme cargo de la tienda.-dijo El Rubio nada contento, dolido por la muerte de su padre y roto por la idea de tenerse que separar de Tomé.

-pero,.....pero...-no sabía que decirle, su corazón había estallado en mil trozos y su garganta quedó estrangulada.

La cacharra que les había transportado por el Cortijo, se paró delante de ellos conducida por José el Capataz, que sería el que le llevase al pueblo.

-Vamos, deberías marchar lo antes posible, ya mismo oscurecerá- le dijo Fernando con suavidad.

Tomé quería abrazarse a el y consolarlo. Darle mil besos para que calmaran su dolor. Pero Esas cosas se hacían a escondidas y no delante de todos los trabajadores del cortijo.¡vaya mierda!!!pensó.

Se acercó a él y lo abrazó como un compañero dolido. Cuando los cuerpos se juntaron una corriente eléctrica recorrió sus cuerpos pretendiendo unirlos. Los dos hubiesen permanecido así para el resto de la eternidad, pero no pudo ser.

El Rubio montó en la cacharra y empezaron el camino. El muchacho miró por el cristal trasero y vio al grupo con el que había compartido las últimas semanas: a Alfredo, Pedro, Fernando y a su mejor amigo Beltrán.

Se culpó por no haberle dicho a Tomé cuando tuvo oportunidad, de que le quería y que era mucho más que su mejor amigo. Lloró escondiendo la cara. José pensaba que era normal que sucediera esto, cuando fallecía tu padre. El Rubio lloraba por Tomé.

Presidiendo el grupo se encontraba Bartolomé junto a Alfredo, que le rodeaba el hombro con el brazo consciente de lo que pasaba. Se tragaba las ganas de llorar y miraba hacia la furgoneta. Por su mente pasaba la imagen de la primera noche que quedaron unidos, sintiendo al Rubio dentro de él, pero a la vez supo, que se volverían a ver. Y cuando Tomé sabía algo, lo sabía.

La cacharra salió del cortijo dejando al fondo la casona y la alameda que un día le dio la bienvenida.

FIN