El Cortijo de la Encina

Tres jovenes jornaleros comienzan a trabajar el verano en la recogida de la aceituna. Y no sólo de trabajo vive el hombre

La furgoneta que llevaba a Bartolomé al Cortijo de La Encina debía de tener al menos diez años. Vieja y ya sin el color original, que debía haber sido de un gris claro, ya daba cuenta de la utilidad que le había sido dada: transportar a los jornaleros a los olivares por polvorientas carreteras.

Bartolomé con diecisiete años, fuerte y rudo, había sido uno de los pocos afortunados que conseguían trabajar en La Encina como temporero. Sus músculos fuertes y sus espaldas anchas relataban una vida de duro trabajo en el campo, pero él nunca se había quejado de ello, muy al contrario , se sentía orgulloso de su viril constitución , un regalo que épocas de hambruna y de trabajos forzados en las recogidas de la uva y del algodón le habían forjado.

Entrar a trabajar en El Cortijo de La Encina no era fácil. En los pueblos de la comarca se comentaba que sólo cogían a los más fornidos y de mejor apariencia, pero que a su vez , era el trampolín a una vida mejor. Se había visto a varios trabajadores con espléndidas ropas y gastando mucho dinero en los bares de los pueblos de alrededor y se dice, que incluso algún torero famoso había sido jornalero de La Encina.

El Cortijo, no sólo tenía miles de olivares y una enorme bodega donde se preparaba uno de los mejores vinos de la región, sino que también tenía una escuela de toreo para recreo de los señoritos adinerados. Así fue en su época y así sigue siendo hoy en día.

Bartolomé estaba impaciente por llegar, no sólo el proyecto de una vida mejor era lo que le había traído aquí, sino otro bien distinto, que era su principal motivación : tenía que encontrar a su hermano. Alfredo, con veinte años, ya hacía dos que se incorporó a la plantilla de el cortijo, y no había vuelto a casa. Sólo unas breves cartas que escribió a Tomé adjuntando unos cuantos billetes para poder comprar víveres, era lo único que daba fe de que seguía vivo.

En la furgoneta iban también otros cinco muchachos, todos de inmejorable presencia. Fuertes y guapos, con vaqueros ajustados y gastados, y camisas, unas blancas y otras de cuadros , que era lo que entonces se estilaba para trabajar. Todos igual de callados y en silencio soportaban el ruido del motor , y los baches de la carretera.

El capataz , un tal José, que no debía de tener más de veinticinco , se rascaba la entrepierna. Un enorme bulto que estaba poniendo nervioso a Tomé, que siempre había trabajado con viejos del campo y que no estaba acostumbrado a relacionarse con jóvenes de su edad. José se metió la mano en el pantalón y se la colocó derecha, provocando que un Bartolomé ruborizado, mirase hacia el otro lado.

No se imaginaba lo pronto que iba a perder la vergüenza .

A lo lejos ya se veía La Encina. Era enorme ya desde esta distancia y lucía señorial bajo el sol de Andalucía, con sus paredes encaladas de blanco y su alameda principal , bordeada por frondosos árboles.

El vehículo dobló a la izquierda, dejando de lado a la alameda que recibía a los visitantes del Cortijo y cinco minutos más tarde se detuvo frente a unos barracones que sin duda, iban a ser el alojamiento de los seis muchachos durante los próximos meses.

Se bajaron entumidos y estiraron las piernas durante unos instantes.

-Bien caballeros- Dijo José, el capataz-hemos llegado. Este será su hogar durante todo el verano y si tienen suerte, durante más tiempo. Sólo se les pide que trabajen duro y que sepan aprovechar la enorme suerte que han tenido. Dentro de una hora, se les dará de cenar. Les recomiendo que se vayan a la cama pronto, porque mañana a las cinco , saldremos a trabajar y será un día duro. Por cierto, en este primer barracón se encuentran las duchas y espero que sea el primero que visiten , porque después de cuatro horas en la cacharra-así era como llamaba a la furgoneta- huelen ustedes a perros muertos.

Poniendo su mano sobre el sombrero e inclinando la cabeza, José el capataz, se despidió de ellos.

Bartolomé y por los otros cinco cogieron sus cosas y se dispusieron a entrar en la barraca más cercana, donde les había indicado que se encontraban las duchas. El gran habitáculo estaba dividido en tres grandes estancias, todas ellas con dos hileras de duchas pegadas a la pared del fondo. En el centro, unos bancos de madera que servían de acomodo. A un lateral , una fila de lavabos y en el otro lateral, una hilera de puertas que tapaban las tazas para las necesidades mayores. Nada de decoración, sólo un enorme espejo que cruzaba la pared por encima de los lavabos.

Hasta aquel entonces nadie había hablado, hasta que uno de los chicos, rubio y con aire espabilado rompió el silencio:

-Espero que paguen bien. He oído que trabajar aquí es duro.-comentó.

-Date con suerte de trabajar. La mitad de la comarca no tiene trabajo debido a la sequía. Aquí hay buenas tierras y seguro que si trabajamos bien, no nos faltará de comer-le respondió el de la camisa a cuadros, molesto de que sin haber empezado ya estuviera pensando en cobrar.

Los demás quedaron en silencio.

Comenzaron a desnudarse. Dejaron las ropas sobre los bancos y todos se dirigieron a refrescarse. Tomé miraba los cuerpos desnudos, sin duda, todos muy bien proporcionados. Le sorprendió lo bien dotado que estaba el rubio, su polla grande y gruesa le colgaba y balanceaba cuando caminaba. Intentaba no llamar mucho la atención, pero no podía quitar la vista de tan enorme colgajo. Tres de los muchachos se fueron hacia la estancia del fondo a la izquierda, el de la camisa a cuadros se metió en la estancia del centro y Tomé junto al rubio, a la derecha.

El agua estaba fría y no había manera de que saliera caliente. De todos modos, con el calor que había hecho, el agua fría no venía nada mal. En todo el barracón sólo se oía el ruido del agua cayendo.

Tomé se enjabonaba el pelo y el rubio, de cara a la pared, el pecho. Como no tenían contacto visual, Tomé no paraba de mirarle el culo mientras se retiraba el jabón de la cabeza. Se estaba empezando a excitar, pero a la vez que miraba, procuraba poner pensamientos negativos en su mente para que no se le levantase. El rubio, bajó del pecho al abdomen y más tarde se enjabonaba los genitales. Sin cortarse un pelo, empezó a retirarse el pellejo dejando la cabeza roja de su polla al aire. La puso debajo de la caída del agua y en breves segundos se le puso dura como una piedra. Se la meneaba despacio con la derecha y con la izquierda se apoyaba en la pared. Tomé solo veía como el brazo de su compañero se movía de adelante hacía atrás, pero eso le bastó para que su polla se rindiera a la mente y fuera en dirección contraria a la de la gravedad.

El rubio sin disimular en absoluto, aumentó el ritmo del movimiento, y aunque no emitía ningún sonido, arqueaba la espalda hacía abajo fruto del placer.

Con su polla tiesa y la cara colorada de la vergüenza, Tomé se dispuso a salir de la ducha. No quería que le llamasen maricón nada más llegar. Cogió la toalla y se tapó los genitales. Fue a un banco a sentarse, y a esperar que se le pasase la calentura. Sin poder evitarlo, echó una última mirada al rubio, que se estaba corriendo, lanzando un chorro de leche contra la pared.

Al girar la cabeza, se dio cuenta de que Bartolomé le miraba, aunque éste rápidamente volvió la cara hacia otro lado.

-¿No pretenderás que me tire todo el verano sin ni siquiera hacerme una triste paja?- Le dijo a Tomé cuando salió de la ducha-Yo necesito correrme a diario, porque si no me duelen las pelotas.-se lo dijo casi al oído, para que los otros no se enterasen.

Salieron y fueron al barracón contiguo a dejar las pocas pertenencias que habían traído consigo. Más tarde cenaron los seis. Durante la cena, se enteró que el de la camisa a cuadros se llamaba Beltrán y que los otros tres eran del mismo pueblo y que se conocían, de ahí que no se hubiesen separado en todo el tiempo. El muchacho que les trajo la comida les comentó que el resto de los jornaleros se encontraban en los olivares que estaban a veinte minutos de ahí y que dormían en los barracones que allí se habían instalado. La noche la pasarían los seis solos y al día siguiente se reunirían con el resto. El lugar donde descansarían esa noche era sólo un lugar de paso.

Ya dispuestos a dormir , se retiraron al lugar donde habían dejado las cosas. Había unas quince camas, todas ellas con una pequeña mesita de noche, lo suficientemente grande para meter lo poco que habían traído. La tarde-noche ya estaba cerrada y todos se metieron en sus camas.

Tomé no conciliaba el sueño, hoy había sido la primera vez que había visto otras pollas que no fuesen la suya y en especial, no se podía quitar de la mente el cipote del Rubio.

Miró en la oscuridad al resto de los compañeros y parecía que todos dormían.

La polla se le estaba poniendo dura sólo de pensar lo que le hubiese gustado tocar al rubio. Sus calzoncillos ya marcaban un paquete abultado, y no pudo resistirse a tocársela. Se la frotaba despacio pero sin cogerla, por encima de la ropa interior. La tenía ya que le iba a estallar, así que se bajó el elástico y la cogió con toda su mano. Masturbándose con los ojos cerrados y pensando en el Rubio, no se dio cuenta que una mano empezaba a tocarle el muslo. Era Beltrán el que le estaba acariciando y el que retiró la mano para meterse su verga en la boca. La chupaba de miedo.

Asombrado, confundido pero terriblemente cachondo, Tomé dejó que Beltrán siguiera con el trabajo. Jugueteaba y lamía. Para ser la primera vez que alguien se la mamaba, no estaba nada mal. Creía que se podía acostumbrar rápido. Lo único que se incomodaba era el pensar que alguien pudiera despertarse y pillarlos.

-Vamos fuera- le dijo Beltrán entre susurros-te la seguiré chupando y te dejaré que me la metas.

¿éstas cosas ocurrían de verdad? No se lo podía creer. Machos que trabajaban en el campo, quizás los más machistas. Seguramente estaban acostumbrados a pasar largas temporadas sin mujeres y por eso no desperdiciaban la oportunidad de echar un buen polvo. Él no iba a ser quien se quejara.

Salieron al exterior intentando hacer el menor ruido posible. Rodearon el barracón y caminaron unos metros dentro de la campiña. No contaban con que El Rubio, de sueño ligero y calentura perpetua, se dió cuenta de su salida y les siguió.

Tomé todavía la tenía dura y no tardó en bajarse el pantalón cuando se vio lejos de los otros.

-Es la segunda vez que voy a trabajar un verano en el campo, y el primero tardé en follar con un tío. Pero cuando llevas unos días con un calenturón de miedo , te da igual ocho que ochenta.-le explicaba Beltrán- Esto se hace, pero no se cuenta.

-Por supuesto,- le afirmó Tomé,-esto no se cuenta.

El de la camisa de cuadros , retomó el trabajo. Se agachó y se la volvió a meter en la boca. Esta vez la mamaba con más avidez, mientras con la otra mano se masturbaba.

A Tomé se le había secado la boca. Con sus manos agarraba la cabeza de Beltrán y le forzaba a metérsela más adentro.

No lejos de allí, el Rubio miraba. No era la primera vez que lo veía, e incluso él lo había hecho. Se tocaba la entrepierna, estaba disfrutando con el espectáculo.

-ahora te toca trabajar un poco a ti-dijo Beltrán, levantándose y terminando de quitarse los pantalones.- La tienes grande, espero que no me hagas mucho daño.

Se apoyó a una encina que tenían al lado y le puso el culo a su disposición. Tomé no sabía muy bien como hacerlo, pero al igual que los animales, eso es un instinto que llevamos dentro y no necesitó que le enseñaran. Echó saliva en su mano y se la aplicó en su verga. Tomé era alto y fuerte, así que agarró con su brazo izquierdo el hombro de Beltrán y con la mano derecha se ayudó a empujar para meterla. Todavía tenía el agujero bastante cerrado y esto se notaba en la cara de dolor de Beltrán. Cogió otra dosis de saliva y se la puso en el culo dolorido.

Hizo un segundo intento y ya comenzaba a abrirse, aunque el follado no había relajado su cara. Seguía sufriendo. Bartolomé empujó fuerte y la terminó de meter. Un grito ahogado salió de la garganta de Beltrán . Tomé pensó lo extraña que era la sensación de tenerla metida en ese agujero caliente, pero le gustaba. Empezó a moverse, apretando su culo para hacer más empuje. Estaba disfrutando de lo lindo.

Beltrán iba cambiando su cara, sus facciones se iban relajando y ya estaba empezando a disfrutar de la penetración. Notaba la polla bien dentro y eso le ponía a cien.

-¡párteme el culo en dos!¡fóllame de lo lindo!

A Tomé esto le había subido a calentura, y aumentó el ritmo de la follada. Empujaba con fuerza y sudaba, mezcla del placer y del esfuerzo.

El Rubio ya se la estaba machacando con fuerza, y pensaba que los dos se lo estaban pasando de miedo. Así que no dudó en acercarse para participar.

La encina acogió al tercero, aunque los dos que estaban en la faena todavía no se habían percatado de ello. El rubio empezó a tocarle el culo a Tomé y este, sorprendido, dió un brinco hacia atrás.

-No te asustes Grandullón, que sólo quiero unirme a vosotros- le dijo.

Ni uno ni el otro contestaron, Tomé siguió dándole por culo a Beltrán.

El rubio giró de lado a Beltrán y empezó a chupársela. El trío ya estaba disfrutando a partes iguales.

-Deja que te dé por culo,-le dijo El Rubio a Tomé.-Ví como mirabas mi polla en las duchas.

-Si quieres, te dejo el culo de este- le contestó-el mío no está preparado todavía para esto.

-¿qué es eso de darle mi culo?! Yo me dejo follar por quien yo quiera.-dijo con enfado Beltrán.

-anda y no seas quisquilloso, que ya lo tienes abierto y apenas lo ibas a notar!-dijo el Rubio.

Tomé la sacó de las calientes nalgas y le cedió el paso al pollón del Rubio.

Beltrán no se imaginaba lo que se le venía encima. Aunque ya dilatado, el agujero tuvo que hacer un doloroso esfuerzo para acoger tan tremendo instrumento. Se la tuvo que meter de dos veces y aún así , quedaba un trozo fuera.

-No grites tanto! Que parece que te están degollando!-le decía mientras empujaba.

A Tomé le hubiese gustado que fuese su culo el que acogiera dentro al semental, pero le pudo más el miedo. Miraba como se lo estaba haciendo con Beltrán y se la meneaba, disfrutando del panorama.

Al follado le salieron unas gotas de semen, no se sabe si de la fuerza con la que se la estaban metiendo, o de puro gusto. Sin poderse aguantar más, Beltrán se la cogió y se masturbó hasta que un chorro salió despedido estrellándose contra el tronco de la encina. El follador la sacó del culo y se corrió en la espalda de Beltrán.

-Ahora te toca a ti-miraron a Tomé.

Los dos se agacharon y le iban mamando por turnos la polla a Tomé hasta que éste se corrió en la cara de ambos. Terminaron agotados.

Se quedaron unos minutos descansando antes de volver a la cama.

-Vamos, que se hace tarde y mañana nos espera un día de duro trabajo-comentó Beltrán.

Se fueron en silencio hacia el barracón, tratando de no despertar a los tres que se habían perdido la juerga.

Bartolomé tardó en dormirse, primero porque no se quitaba de la mente lo que había pasado y segundo, porque al fin, al día siguiente vería a su hermano.

Beltrán con el culo dolorido, pensaba que era la primera y la última vez que se dejaba follar por semejante animal.

Y El Rubio, que no pensaba , se durmió enseguida.

Fuera, apagando un cigarrillo y sonriendo, estaba José el Capataz. Lo había visto todo. El nunca dormía , o eso decían.

"Creo sin duda que aquí tengo a tres buenos candidatos para La Encina"-pensaba. Pero había que esperar unos días para asegurarse. Eran muy pocos los que cumplían los requisitos para formar parte de tan selecto grupo.

(fin de la primera parte)