El Cortijo de la Encina (2)

El duro trabajo en los olivares no quita a los apuestos jornaleros de buscar entretenimiento.

Aún no había clareado el día y Tomé, Beltrán y el Rubio, junto a los tres muchachos que habían llegado con ellos, ya estaban de camino a los olivares. José el Capataz, les daba instrucciones de cómo quería que realizasen el trabajo. Todos escuchaban semi-despiertos.

Ni cinco minutos de camino y ya se veían olivos por todas partes, perfectamente alineados, como dibujados con regla. A tomé le pareció que debía de haber millones de ellos, ya que se extendían por kilómetros.

Al llegar, otros tantos barracones, unos ocho o nueve, bordeaban el comienzo de la zona de trabajo. Sesenta o setenta jornaleros se disponían a comenzar las faenas del día. Cogían sus varas, los canastos de mimbre, y el resto de herramientas. A Bartolomé le sorprendió que todos los muchachos eran apuestos, unos más fuertes que otros, unos más altos que otros, pero ninguno superaba los treinta años de edad, o eso le pareció a él.

Los primeros días Beltrán y el Rubio fueron asignados al vareo del olivo, dando palos a la copa del árbol, pendientes de que todas las aceitunas cayeran a la lona puesta a los pies del olivo. Bartolomé se dedicó a transportar los canastos llenos de aceitunas, depositándolos en las traseras de las furgonetas habilitadas para ello.

Tomé había mirado por todas partes por si veía a su hermano, pero la búsqueda no tuvo fruto. Preguntaba a unos y a otros pero nadie conocía a Alfredo. Los que más llevaban trabajando en La Encina, sólo lo hacían desde hace, como mucho, dos temporadas. Lo más que conseguía de información era que, quizás había sido trasladado a otros cortijos cerca de La Encina, también del mismo dueño. O en el mejor de los casos, había sido elegido para trabajar en la casona principal, quizás en la bodega o en la cocina.

Tomé sabía que tarde o temprano daría con él. Por lo pronto se dedicó a trabajar como un mulo y eso, no pasó desapercibido para José el Capataz.

Trabajaban y trabajaban, sólo hacían un descanso para comer, que acompañaban de pan de pueblo y embutidos, regados por agua fresca que bebían de los botijos. Por la noche llegaban tan rendidos que hasta El Rubio, que tenía una calentura insaciable, dejaba de lado el pajearse para caer en profundo sueño nada más poner la cabeza en la almohada.

Si no fuese por las risas que se echaban en los olivares, o por ver los torsos desnudos y sudorosos de los jóvenes trabajadores, nadie aguantaría el ritmo del día a día.

Pasaban los días y Beltrán se dedicó, entre vareo y vareo, a tontear con dos muchachos que trabajaban cerca de él. Estaba preparando el terreno para poder beneficiarse a los dos la primera noche que se terciase. Los dos fortachones le seguían el juego, tal vez por pasar un buen rato y reírse, o tal vez esperando follar el culo respingón de Beltrán.

El más alto tenía el pelo largo recogido en una coleta y era de rasgos más suaves. El más bajito era fibroso, el pelo casi al cero dejaba ver una cabeza perfecta. Era bruto de modales y de aspecto, y esto ponía cachondo a Beltrán que le gustaban los hombres duros.

El primer viernes que pasaron allí, fue el día de más calor de las últimas semanas. Todos los jóvenes sudaban a mares y los botijos no daban abasto. No muy lejos de la zona donde trabajaban, había un río. Era uno de los afluentes que cruzaban la comarca. A su paso por La Encina, este dejaba unos limos que se utilizaban para la tierra de sembrado.

Fernando Gómez era el segundo de José el Capataz. Cuando José no estaba con los jornaleros, este se encargaba de distribuir las faenas y cuidar que el ritmo de trabajo se mantuviera. No era mal tipo, pero no se podía jugar con el. De malas, tenía un carácter que daba miedo, por ello todos le respetaban.

A la hora de comer, Fernando había decidido darles un poco más de tiempo de descanso, ya que el calor era asfixiante. Les comentó a los chicos que si querían podían ir a darse un baño al río. Todos tomaron la idea con agrado.

Parte de ellos fueron directamente a tomar un baño y pasaron de la comida. Dejaban todas sus ropas a la orilla, y desnudos como sus madres les trajeron al mundo, se lanzaban al agua. Jugaban como niños chicos, pero es que no hace mucho que pasaron esa edad. Los otros prefirieron parar primero a comer, y entre ellos se encontraba el Rubio, que pensó en darse el baño después de una buena comilona. Con el calor que había hecho y con la cantidad de agua que había bebido, la vejiga hacía rato que le estaba avisando de que era hora de descargar, así que se dirigió primero a un olivo que se encontraba separado del grupo que estaba comiendo. Muy cerca se encontraba un muchacho que tenía la misma necesidad que él. El Rubio no lo conocía, o no se había fijado en él durante los días que llevaba de jornalero en La Encina. El muchacho, quizá de unos veinte años, se bajo la cremallera del pantalón y sacó la polla dispuesto a mear. El Rubio se la miraba a la vez que también se bajaba la cremallera. Pedro, que así se llamaba el jovenzuelo, se percató de que tenía a alguien al lado y no pudo comenzar, le cortaba el que otro tío mease al lado suyo y más, si este se la estaba mirando.

-No te cortes! Que los dos calzamos lo mismo!- de dijo El Rubio con sorna.

Pedro le devolvió una sonrisa, como dándole la razón, al fin y al cabo eran dos tíos que se disponían a mear. Un primer chorro entrecortado salió de la polla de Pedro, dando paso a un chorro de enorme fuerza que caía en la tierra. Mientras meaba, no dejaba de mirar al Rubio, que tampoco le quitaba el ojo de encima. De la incomodidad de verse observado pasó al placer de sentirse observado. El Rubio, comenzó a miccionar y viró el chorro hacía el mismo lado donde caía el de Pedro. Sin dejar de mirarse las pollas, los dos dejaron paso a las últimas gotas.

¿me dejas que te la sacuda?- preguntó El Rubio con la cara picarona que le caracterizaba.

De acuerdo.-respondió el muchacho tras unos segundos en los que vaciló.

El Rubio se la cogió y la sacudió un poco para que cayeran las últimas gotas que le quedaban dentro. Pedro tenía los ojos cerrados y miraba hacía arriba. La polla todavía estaba fláccida , pero aún así, tenía un tamaño considerable. Empezó a masturbarle despacio, estaba muy caliente, seguro que no por el calor que les caía a plomo. Empezó a hincharse hasta que la mano de El Rubio, que en un principio la acogía con comodidad, la tuvo que coger con más firmeza, ya que había aumentado en dureza y tamaño.

A la vez que se la meneaba, cada vez con más fuerza, con la otra mano le cogía el culo por encima del pantalón, notando las nalgas duras como rocas. Pedro suspiraba entrecortado disfrutando del buen hacer de El Rubio.

-¡sigue!.....¡sigue así!.-el tono jadeante de Pedro, estaba poniendo más cachondo a El Rubio que ya lucía una erección de campeonato.

El ritmo de la mano aumento hasta que provocó un orgasmo a Pedro, que eyaculó con fuerza.

Sin dar tiempo ni a descansar, Pedro se giró de lado y le asió la verga a El Rubio. Asombrado del tamaño monumental que calzaba, pero abarcándola con su mano, el muchacho la meneaba de arriba abajo hasta que el Rubio también eyaculó.

-Joder!¡ que bien apañado estás!-le mostraba su asombro.-¿qué tal si nos vemos la víspera? Me gustaría que me la metieras hasta adentro. Tiene que ser genial ser follado por semejante trabuco!

-¿la víspera? ¿qué es eso de la víspera?-preguntó El Rubio con curiosidad.

El sábado llegó y eso se notaba en las caras de los jornaleros. Por costumbre, los sábados terminaban al mediodía. Descargaban en las furgonetas las toneladas de aceitunas que habían recogido, con más alegría que el resto de la semana. Algunos tarareaban canciones de los hombres del campo y aguantaban el sol, sabiendo que el día de trabajo se hacía más corto.

Al terminar, todavía con el calor en su punto más álgido, caminaban hacia los barracones sabiendo la fiesta que les esperaba.

Debido a que el pueblo más cercano se encontraba a bastantes kilómetros, no se permitía a los jornaleros salir de La Encina. Pero José el capataz, recompensaba el trabajo duro realizado durante la semana, mandando traer tinajas de vino de la bodega y unos cuantos jamones serranos que también se curaban en el cortijo. Durante el día y medio de descanso, se permitía que se pasasen con el alcohol.

Ya en las duchas, los jóvenes jornaleros, hacían lo que no hacían el resto de la semana. Mientras se quitaban el sudor del cuerpo con refrescantes duchas, se echaban el ojo unos a otros. Sabían que ya descansados y con dos copitas en el cuerpo, las ganas de sexo afloraban con brío, y ya que no había mujeres en los alrededores, los compañeros eran un buen sustituto.

Ya por la tarde, Tomé se despertaba de una siesta. En el barracón reinaba el silencio. Había otros tantos durmiendo y un par de jóvenes jugando a las cartas. No se acordaba de lo que había soñado, pero una erección le daba las buenas tardes. Todavía tumbado en la cama, pensó en que apenas había visto a Beltrán y a El Rubio durante estos días.

Hoy sería un buen día para pasarlo con ellos. Alguien le había explicado que a la noche del sábado la llamaban la víspera, porque era la víspera del día del señor, que era el domingo. Solían hacer fogatas por la noche y cantaban y bailaban hasta muy tarde. Según le habían explicado, muchos de ellos se alejaban y calmaban el nerviosismo que les provocaba el no tener a mujeres cerca.

Tomé se quedó un rato más en la cama y se volvió a quedar dormido hasta que alguien le agitó.

-venga muchacho! despierta! ¿o es que piensas estar durmiendo hasta el lunes? Ya fuera están montando la juerga.-le dijo uno de los que dormían cerca de él.

Tomé se levantó y se vistió, esta vez si que se acordaba de lo que había soñado. En su sueño dejaba que el Rubio le follase y por lo que disfrutó supo que no le había dolido nada, a pesar de que la enorme polla de éste, podía partirlo en dos.

Esta noche le buscaría. No creía que se negase. Sabía que El Rubio se quedó con ganas de taladrar su culo prieto.

Cuando salió del barracón, había un grupo que cantaba flamenco, haciendo paradas para mojar la garganta con el estupendo vino tinto que le habían traído del cortijo. Las guitarras sonaban con alegría y las carcajadas se oían por los alrededores.

Tomé se acercó a la tinaja y se llenó un vaso con el caldo oscuro. Bebió el liquido, que le calentó la garganta. Después de dos vasos, empezó a calentarle otra cosa.

Miró a los alrededores pero no veía a ninguno de sus amigos, así que decidió ir a buscarlos.

A medida que se alejaba de la fogata donde se encontraba el grupo, la luz se hacía más tenue. Caminados unos cuantos metros ya no se veía nada excepto lo que la luz de la luna dejaba ver: algunas sombras.

Unas respiraciones entrecortadas empezaban a escucharse por el camino. A la derecha distinguió a dos chicos, uno con pelo largo atado con una coleta y otro con el pelo corto. Ambos estaban de pié, mientras un tercero tenía cogidas las dos pollas de estos y las mamaba, un rato una y otro rato otra. La camisa que llevaba el tragón era de cuadros, como la que tenía Beltrán. Después de mirar un rato y de calentarse escuchando los gemidos del trío, siguió caminando en busca de sus amigos.

Bartolomé no imaginaba la bacanal que se estaba formando a su alrededor. Un chico follaba a otro con ganas. Más adelante, un grupo de unos siete u ocho, se mezclaban entre ellos, retorciendo pezones, chupando pollas, morreandose con fuerza. Uno de ellos se dejaba penetrar por varios, arqueando la espalda y separando las piernas para facilitarles el trabajo.

Tomé, ya con la verga tiesa, tanto que le dolía, aceleró el paso, ya no en busca de sus amigos, sino en busca de El Rubio. Dado que no se veía nada más que sombras, y no conseguía encontrarlo, a los pocos minutos desistió.

A sólo unos escasos metros de Tomé, Pedro se mordía los labios del dolor que sentía al ser follado por el Rubio. Su culo se estaba abriendo al máximo con el empuje de la tranca de éste. Pero el dolor se disipó cuando, tras varios movimientos de cadera , el agujero se acomodó al tamaño de la enorme polla.

El rubio se lo follaba imaginándose que se follaba a Tomé.

Bartolomé dio la media vuelta y se unió al grupo de la orgía. Tocaba los cuerpos duros de los jóvenes que allí se encontraban, se tragó alguna polla dura y folló a otro al que no reconoció la cara. Cuando uno de ellos intentó penetrarlo, Tomé se apartó, eso lo dejaría para la polla con la que soñaba.

Después de correrse, salió sudoroso hacía los barracones y se dedicó a beber y a divertirse con el resto.

La noche se alargó hasta tarde y al día siguiente, los restos de basura delataban la fiesta que se había formado la noche anterior.

A las doce del mediodía un capellán se acercaba a los barracones a dar una misa. La iglesia del pueblo no permitía que se escapara ninguno de sus fieles a la obligación católica del domingo.

Todos escuchaban serios y tiesos el sermón, y el capellán, para sus adentros, se apenaba de que muchachos tan jóvenes estuvieran alejados de sus novias y esposas.

<>pensaba.

Al terminar la misa, todos estrechaban la mano al capellán, dándole las gracias por haber venido.

José el capataz, junto a Fernando su segundo, se acercaron a donde los jornaleros se encontraban, cosa que no solían hacer los domingos. Localizaron a Tomé y a el Rubio y les ordenaron que cogieran sus cosas y se esperasen junto a la cacharra. Ambos obedecieron y se preguntaban el porqué de coger sus cosas y salir. Quizás sobraba personal.

Cuando el capataz se les acercó les dijo:

Os hemos estado observando durante toda la semana y consideramos que estáis capacitados para hacer algo más que varear y cargar aceitunas, así que hemos pensado en llevaros al cortijo.-José sabía que a ambos le gustaría la idea, ya había pasado otras veces.

Ambos muchachos no daban crédito a lo que oían.

-El trabajo en el cortijo será más cómodo para vosotros que el estar aquí, pero nada se regala.-continuó el capataz-.La vida en La Encina tiene sus peculiaridades y eso lo veréis si estáis dispuestos a venir . He observado estos días que sois atrevidos y no sois vergonzosos, eso es bueno. Puede ser que se espere de vosotros, que alguna vez mostréis el poco pudor que tenéis ante los señoriítos ricachones –no hacía falta que José fuese más explicito-. Esta es la oferta: o venís al cortijo y lleváis una vida mucho más agradable o aquí termina vuestro trabajo en La Encina.

La oferta no era justa, pero lo que sabían seguro es que no volverían con el resto de los jornaleros.

Tomé pensó en su hermano, esta oportunidad le acercaba más a él, si es que se encontraba allí.

El Rubio pensó en la comodidad y en ganar más dinero, pero por otra parte, pensó en Beltrán que había llegado con ellos. No le gustaba que a él no le hubiesen ofrecido lo mismo que a ellos.

-Y bien ¿ que contestáis?- dijo José.

(fin de la segunda parte)