El corral

Una visita al pueblo de mis ti­os acaba en un trio que no olvidaré

El corral.

Desde siempre, yo y toda mi familia veraneamos en un pueblo muy apartado de Albacete. El mes de Agosto lo paso entero allí y es la única vez que veo en todo el año a mis tíos.

Me encanta estar allí. En el momento en que piso aquella tierra bajándome del coche, todo el estrés acumulado durante el año, se diluye y se va con el viento. Aquello es un conjunto de 10 o 12 casas situadas en plena naturaleza. Sin nadie que nos moleste ni nos quite nuestro descanso. Prácticamente mi familia acapara todo el pueblo, pero está prácticamente vacío durante todo el invierno. Las únicas personas que viven allí todo el año son mis ya nombrados tíos. Son hermanos de mi padre y tienen una gran cuadra con todo tipo de animales: cabras, gallinas, conejos... El mas joven de los 2, José, tiene ahora 53 años y el mayor, Miguel, 61. Son grandes, fuertes y muy peludos (al igual que el resto de varones de la familia). Sin duda el campo y el trabajo duro han hecho de esos cuerpos unos verdaderos monumentos.

Ninguno de los dos tiene pareja y, por la actitud que tienen, dudo mucho que la encuentren ahora. Son amigables (pese a su expresión continua de desagrado), pero un tanto machistas. Siempre hacen comentarios de que las mujeres no les hacen falta, que se las apañan bien solos y no quieren líos. Pasan el día con los animales, salen cuando aún no ha amanecido y regresan ya entrada la noche, son muy dedicados a su trabajo.

Cuando estoy allí me gusta visitarlos, siempre tienen alguna anécdota que contar. Varias veces se me ha ocurrido acompañarlos al corral para ayudarlos con la comida de los animales y demás, pero su negativa es rotunda, según dicen ellos, solo los retrasaría pero aún así acabo por acompañarles. Es extraño, cuando están por el pueblo son bastante animados, y tienen fama de charlatanes, pero cuando están trabajando parecen algo incómodos, todo el día callados, ni un comentario. Es como si les taparan la boca durante las horas que están allí. Las veces que he ido con ellos he acabado aburriéndome y siempre me he marchado antes de que ellos terminasen. Cuando salgo por la puerta y ellos la cierran, sus caras cambian. Parecen más contentos, aliviados.

El año pasado acudí como siempre al pueblo, cuando llegué el resto de la familia ya estaba allí, mis tíos por parte de madre, mis abuelos, e incluso mi primo, que llevaba varios años sin ir. Nada mas bajar del coche comencé el ritual de los saludos, uno por uno, saludé a todos los miembros, casi 20 personas nos habíamos reunido aquel día. Todos hacían las mismas preguntas: "¿Qué tal los estudios? ¿Lo has aprobado todo?",

"¿Estas bien?", "¿Hace mucho calor en la ciudad?".

Como siempre acabé saturado y me desplacé un poco del núcleo del grupo. Me dirigí a la puerta de mi casa, me apoyé y comencé a fumar un cigarrillo. Visto desde lejos, parecía que una superestrella de Hollywood había llegado. Entonces me di cuenta, había mucha gente si, pero faltaban 2 personas importantes, mis tíos. Me acerqué donde mi abuela y le pregunté

  • Abuela. ¿Dónde están los titos?

  • Pues donde van a estar hijo mío, son las 5 de la tarde, en el corral trabajando.

  • Ok, pues voy a saludarles.

Me alejé del bullicio y me puse de camino al corral. Tomé el camino de piedras, era más abrupto pero iba directo. En 10 minutos habría llegado.

Después de 5 minutos empecé a arrepentirme. Los pies me dolían. "!Ni que hubiera estado todo el día caminando!" pensé.

Me senté para descansar, el corral se veía a lo lejos, y ya se escuchaban los balidos de las cabras. Me quité las zapatillas y empecé a masajear los pies. Los tenía entumecidos y doloridos. Había tropezado varias veces por el camino.

Introduje los dedos de mi mano entre los de los pies y comencé a moverlos.

  • Oh! Esto es la gloria – un escalofrío subió por mi espalda. Pocas cosas ofrecían tanto placer como aquel.

  • Aaaaaaaahhhh!

Un alarido llegó a mis oídos. Venía del corral. ¿Les habría pasado algo a mis tíos? Hay muchos animales por la zona, la mayoría inofensivos, pero algunos jabalís sí eran capaces de atacar.

Me calcé de nuevo, me levanté y corrí al corral. Crucé la puerta y me introduje. Estaba oscuro y mis ojos no se acostumbraban a la penumbra.

  • ¿Qué ocurre titos? ¿Ha pasado algo?

  • No, tranquilo, nada importante, puedes irte – dijo Miguel desde el fondo. Su voz parecía acelerada.

Poco a poco fui viendo mejor. Una figura muy extraña estaba ante mí, no era ningún animal conocido, y, aunque parecí peligroso, no movía ni un músculo.

Por fin recobre la totalidad de mi visión y fue entonces cundo contemplé la mejor y mas impactante imagen de mi vida.

Mi tío José se encontraba arrodillado, desnudo, con su verga no muy larga pero ancha en su mano derecha y con la otra cerca de la boca, sujetando la polla de mi otro tío, Miguel. Este aún tenía los pantalones puestos pero su camisa estaba tirada en un rincón. Él tenía una de sus manos sobre la cabeza de José y otra pellizcándose un pezón.

  • ¡Mierda! – dijo Miguel con rabia.

Los tres nos quedamos inmóviles y callados. José no podía decir nada, puesto que tenía la boca ocupada. Miguel parecía avergonzado, parecía estar pensando alguna excusa, pero ninguna podía explicar aquella situación. A mi me ocurría otro tanto de lo mismo. Ni en mis mejores sueños me habría imaginado esa pose. Mi pene empezó a crecer dentro de mis pantalones, la situación era más excitante que cualquier película porno que había visto. Mi polla luchaba por salir, pero no sabía como reaccionar. En ese momento José se sacó la verga de su hermano de la boca y dijo:

  • No le digas nada a nadie. Promételo por favor.

Los tenía cogidos por los huevos, era el momento más feliz de mi vida. Regodeándome en mi mente estaba cuando Miguel se percató de mi erección.

  • Podríamos hacerte un favor – me dijo mientras miraba mi paquete.

Me acerqué a ellos y saqué mi polla tiesa. Me coloqué al lado de Miguel y le dije a José que se la metiera en la boca. Este obedeció sin más. Empezó a lamer la punta amoratada, con movimientos de lengua que parecían caricias. Notaba su respiración nerviosa en mis vellos púbicos. Su lengua estaba caliente y me producía sensaciones indescriptibles. ¿A qué sabría esa boca experta mamadora de pollas? Pronto lo averiguaría. Me agaché, retiré su cabeza de mi entrepierna y lo besé. Su boca parecía una fuente. La saliva inundaba toda la cavidad. Tenía un sabor amargo. Seguramente Miguel ya se habría corrido allí dentro. Dejé que me introdujera su lengua hasta la garganta. El calor de ese hombre me hacía temblar. Mi corazón latía a 100.

Observé cómo Miguel se quitaba los pantalones y se colocaba detrás de José. Éste, sabiendo lo que venía, se levantó, curvó la espalda e introdujo dos de sus dedos en su ano. Mientras, Miguel se escupía en la mano y restregaba su saliva por su polla para lubricarla. Entonces me di cuenta de que su polla era todo un monstruo. Por lo menos 20 centímetros iban a taladrar a mi tío mayor. Miguel estaba sudando, seguramente ya llevarían un rato follando antes de que yo llegara. Los pelos de su pecho estaban mojados. Vi que sus pezones estaban erectos. Eran como pequeñas vergas que pedían que las estrujasen.

Alargué las manos por la espalda de José, que ya gemía por el placer que le producía la polla de su hermano pequeño dentro de sus entrañas, acaricié los pelos de la barriga de Miguel y fui subiendo hasta su pecho. Acaricié levemente los pezones y luego apreté un poco más, girando mis manos para provocarle más placer a mí tito.

En esos momentos envidiaba a José, quería tener todo el pollón de Miguel dentro de mí, ya no aguantaba más, debía ser mío.

  • Ahora follame a mí. Quiero que me abras el culo como una bestia – mi voz sonaba muy pervertida pero daba igual, estaba disfrutando como nunca.

Me aparté y me recosté sobre un montón de paja que había en un rincón.

  • ¡¡Follame!!

El ansia de sexo podía conmigo. Miguel se acercó a mí, subió mis piernas a sus hombros e introdujo de un gran empujón toda su polla. ¿Quién iba a decir que un dolor tan agudo sería tan placentero? Me dolía mucho pero el placer ganaba la batalla.

Miguel no esperó a que mi ano se acostumbrara a su polla y inició un movimiento de mete y saca que me llevaba directo al cielo. Mientras, José se sentó sobre mi pecho que con 18 años tenía cada vez más vello y me dio su verga para que la comiera. Por un momento pensé que no me cabría debido a lo ancha que era. Llevé mi lengua a sus huevos, estos se encogieron tímidos al primer roce, fui subiendo por el tronco y pronto llegué al glande. Rojo e hinchado. A punto de explotar.

Sin yo esperarlo, José dio un empujón y metió toda su polla en mi boca. Yo gozaba como la mayor puta de todas. Subí la vista para ver la cara de placer de José y contemplé como cerraba los ojos, abría la boca y gritaba. Eso me excitó aún más.

Entonces sentí como se hinchaba la polla de Miguel dentro de mí. Sus penetraciones se hicieron aún mas intensas, se agitaba su respiración y un gemido salió de sus labios.

De pronto sentí como mi culo se calentaba. Miguel estaba soltando toda su leche, me producía mas placer que nunca. Con una última embestida hizo que me corriera yo también. Mis 17 centímetros de polla soltaron todo su jugo sobre la espalda de José, que aún seguía disfrutando de la mamada que le estaba haciendo. Llevó la mano a su espalda y recogió mi semen. Después se lo llevó al pecho y lo extendió por su cuerpo. Los pelos blancos que tenía quedaban cubiertos por una fina capa que los humedecía.

Fue esa sensación la que provocó que él acabara corriéndose también. Su polla se convirtió en una manguera de semen que llenaba mi boca. No tuve más remedio que tragar si no quería morir ahogado.

Cuando eliminé la mayor cantidad de semen de mi boca, nos pusimos los tres en pie y nos fundimos en un beso triple que acabo por borrar cualquier resto de semen.

Salimos del corral, cogidos de los hombros y fuimos a bañarnos a un estanque cercano. Ya eran cerca de las nueve de la noche. No tardamos en vestirnos y volver al pueblo.

  • ¿Por qué has tardado tanto? – dijo mi madre cuando atravesé la puerta de la casa.

  • Me he quedado ayudando a los titos.

Por nada del mundo iba a revelar lo que había estado haciendo, ese sería nuestro secreto.

Aquel verano fue el mejor de mi vida. Repetimos varias veces la experiencia y espero que ocurra lo mismo durante los próximos años.