El cornudo de mi suegro mira y fuma

Cosas que pasan en verano, que a mi suegra le da un calentón y aprovechando el momento acabo follándomela delante de su marido, cornudo e inútil, que mira y siente lo poco hombre que es mientras yo me deleito en la carne de su mujer.

No os oculto nada con el título. Pero tenéis que entenderlo. Ofelia, mi mujer (maldita fan de Hamlet y Shakespeare es mi suegra) está buena. Está muy buena. Me encanta en todos los sentido y por algo me casé con ella. Después de una juventud atolondrada de follar hasta en los pasillos de la universidad, Ofelia fue el amor tranquilo y la perversidad en la cama con la que hice de todo. Toda perversión se podía satisfacer en su carne blanca, en sus pechos generosos de enorme pezón rosa que se taladró con dos aritos por mí y por su propia perversión (se corrió al hacérselos en la tienda y acabamos follando con la tatuadora, pero esa es otra historia). Su culo: perforado casi a diario. De su coño mejor ni os hablo. Del novio que casi no la tocaba que tuvo antes que yo a los polvos kilométricos, el fisting en el coño, los juegos con bolas chinas, su increíble capacidad para mojarse y empapar bragas a pares… rosado, bonito, aterciopelado, de olor suave, clítoris ligeramente prominente y labios generosos. Y su boca… joder… blanca como era y sus labios de un rojo natural que era como si la puta Blancanieves te hiciera mamadas profundas… Ofelia es el amor de mi vida y mi fuente de perversión.

Por otro lado, Aurora, su madre, nunca me atrajo… demasiado. Es una mujer de sesenta y largos, con cuerpo tonificado y piel ligeramente tostada y pecosa. No tiene tanto pecho como Ofelia pero son un buen par de tetas. Y sus labios son iguales que los de su hija. Algo menos de culo, pero compensa con otras artes, y es igual de pervertida. Pero eso lo descubrí después, en las vacaciones al sur de Tarragona, a las afueras de un pueblecito costero.

Habíamos quedado en pasar unos días juntos y con la otra hermana de Ofelia, Julieta, que venía de una Erasmus en Suecia. Se supone que serían días de tranquilidad allí, en su casa al pie de una cala despoblada, a algunos kilómetros de distancia del pueblo más cercano. Y claro. Pasó.

Aurora es una mujer dinámica, moderna y muy activa, divertida y muy detallista. Por su parte Juanma, su marido y mi suegro suele pasar mucho tiempo fuera de casa, incluso jubilado. Todos creemos (yo lo he discutido con Ofelia) que tiene una o varias amantes fuera. Es obvio que el fuego entre los dos se ha apagado pero que igualmente son pareja y muy buenos amigos. Sí, duermen juntos y de vez en cuando follarán, eso no lo niego, pero les une una historia y las dos niñas y Teo, su hijo y cuñado mío que vive en Grecia. Juanma es bajito pero flaco, se dedica a la venta de libros antiguos y tiene la calma del librero, esa calma de quien sabe que cuando tenga que vender venderá pero que sabe el precio de todo lo que tiene en su tienda. En este caso Juanma ya no la tiene, la vendió hace tres años, pero sigue acudiendo a las ferias de libreros y tiene una surtidísima biblioteca, todas las cuales tienen, además una caja fuerte.

Lo más normal en él suele ser que esté, a cualquier hora que preguntes, salvo las comidas y algún paseo esporádico o salida en familia, en la biblioteca o en el taller de libros que tiene en sus casas, un cuartucho donde repara, compone, arregla, conserva y de vez en cuando le llegan encargos de manuscritos en mal estado y por lo que cobra, al parecer, una pasta.

Mediodía. Hemos comido hace apenas media hora y hemos quitado los platos y la mesa del porche. Corre una fresca brisa muy agradable y las hamacas, el sillón exterior y la temperatura moderada, junto al oleaje de la cercana playa, al otro lado de la carretera, invitan a dormir una buena siesta. Ofelia se retira a nuestra habitación. Tiene migrañas de vez en cuando y cuando le dan se aísla totalmente. Su madre se queda en el porche, igual que yo. Ella en el sofá, leyendo unas revistas especializadas en alemán o no sé qué idioma, y yo me quedo leyendo una novela de ficción hasta que siento que el vaivén de la hamaca me adormece y sucumbo al sueño.

Tengo un sueño húmedo. Veo a Aurora en el sofá. Solo lleva un caftán de seda y sé que debajo está desnuda. Como hombre hetero me da mucho morbo saber que debajo está desnuda, y siento una brusca erección. Ella sonríe debajo del ala del sombrero, sin mover el ala de la pamela de paja que tiene ceñida en su copa un largo pañuelo blanco. Sin dejar la hamaca, estando tumbado mirando al interior de la casa, para que no me diera el sol que se reflejaba en el mar por la tarde, veo lo que está haciendo. Está leyendo. Una novela de portada totalmente moña de macho de pantalón prieto que salva a follable damisela en apuros a la que le cuesta tener las tetas dentro del corpiño. Veo cómo una mano juguetona aparta el caftán lentamente y empieza a sumergirse despacio en su entrepierna. Mi erección palpita. Se abre de piernas. Ahora no es discreto: escucho el chop chop característico, como el de su hija cuando está excitadísima y se masturba, soltando cataratas de flujo transparente y denso. De tal palo… Escurre un poco más el caftán y una teta emerge de debajo de la seda. Menos mal que ha liberado ese pezón granate, más oscuro que el de Ofelia, porque amenazaba con rasgar la tela de duro que estaba. Su mano juguetona va hasta su boca y chupa los dedos que han estado dentro de ella para después bajar a estrujar sin piedad ninguna el pezón. En este momento deja el libro. Debo apuntarme la escritora. Desabrocha el caftán que se cierra al hombro y queda desnuda. La otra mano estruja la teta derecha con fuerza y las junta, tirando después de los pezones con fuerza hacia delante, estirándolos todo lo que puede y gimiendo con más fuerza. De su coño mana flujo como si fuera el grifo de una bañera. Y luego baja. Sigue alternando sus tetas, que al parecer son un fuerte punto de placer para ella, mientras la mano derecha chapalea en su interior. Se ha metido los dedos hasta el fondo, el corazón y el anular, y los estrella, batiéndose el clítoris con la palma. Los saca, frota el clítoris como si fuera a hacer fuego y luego vuelve a bajar para hundirse en profundidad en su interior. Gime con la boca cerrada, y desearía que la abriera para meterle toda la polla dentro. A este paso mi erección no es nada discreto y la saco de los pantalones para meneármela, porque uno tiene un aguante determinado. Y me la empiezo a cascar sin muchos preámbulos. Ya está húmeda y cuando tiro con fuerza hacia abajo noto por un momento el tirón del frenillo. Empiezo a manipular y subir y bajar, con los ojos clavados en ella, hasta que de repente se levanta y se la mete…

…en la boca. Y despierto.

Veo la cabeza rubia teñida de Aurora en mi cintura. Su mano en mi pecho, la otra cogiéndome los huevos mientras su boca hace una prospección minera invertida en mi polla. Entra entera y la saca despacio, apretando mucho los labios. Quiero hablar, decir algo, pero al parecer, diga lo que diga no sale. Lo único que sale es una risa profunda de mi suegra que baja la mano y me coge la polla entera. La mueve de lado a lado y aprecia las burbujitas que ha dejado al mezclar su saliva con mi líquido preseminal. Mi prepucio, morado y congestionado, palpita. Siento la sangre agolpada en mi polla y las venas tremendamente marcadas. Al moverla de lado a lado se acerca, me clava sus ojos glaucos y saca la lengua, rosada y juguetona para lamer toda la extensión de mi polla despacio, como una niña con su helado favorito. No ha dejado de acariciarme los huevos y tira suavemente, mueve un dedo y me acaricia el perineo, lo que hace lamer mi polla que casi le azota la cara. Se ríe y sigue lamiendo para volver a metérsela entera en la boca hasta la garganta y empieza una mamada lenta, profunda, haciéndome sentir cómo entra entera hasta que la saca para acabar en un beso jugoso en la punta del prepucio, y vuelta a introducirla.

Ofelia me hace mamadas fuertes, agresivas, se mete mi polla entera y con las manos me aprieta el culo hacia ella hasta que le dan una, dos, tres arcadas, y entonces se retira, dejando un rosario de saliva que le cae en las tetas. Le encanta imitar al porno, le hace sentirse guarra, deseada, sucia y a la vez única. Aurora lo hace despacio disfrutando de cada relieve de vena de mi polla. Cuando la saca entera, me empieza a masturbar despacio pero apretando mucho la mano. Temo estar soñando otra vez, pero la sensación desaparece cunado, sin dejar de masturbarme lame mis testículos y se los mete en la boca, tirando de ellos. A Ofelia he conseguido atragantarla metiéndole los dos a la vez, haciendo que se ponga roja y casi azul. Le excita la asfixia y tiene convulsiones vaginales y potentes orgasmos. Aurora lo hace todo despacio, sensual pero con determinación. No busca asfixiarse, no busca la emoción en el sexo, busca satisfacer un hambre. Y se detiene. Se acerca al sofá y apoya los brazos en él, dejando el culo a la vista y el coño hiperlubricado y chorreante en una clara invitación a que me la folle allí mismo, de pie, pegada a la ventana que da al salón desde donde, si pasaran por allí, podrían vernos mi cuñada Julieta, que está durmiendo en el frescor umbrío del salón, en el sofá pegado a la misma ventana, o mi mujer o su marido, si pasaran por allí en nuestra busca o yendo a la cocina. Con una mano se aparta una nalga. La invitación no puede ser más evidente. No dice nada. Se mete la punta de un dedo en el culo y este se dilata de inmediato. Se ve que también le gusta la tralla trasera. Me levanto. Una parte de mi cerebro grita cosas, otra no, parece estar grabándolo todo para después.

Sí, le follaré el culo, pero primero… acerco la punta de la polla a su coño hiperlubricado y sin miramientos se la meto entera. Su interior está tan lubricado que casi no siento nada. La saco, conocedor de la técnica que uso con su hija, me la seco con la mano y la vuelvo a meter. Mejor. Y la follo despacio, sin aspavientos. Ella la chupa despacio pero con intensidad, pues yo hago lo mismo, sin prisa y casi con maldad. Siento que da un pequeño saltito, poniéndose de puntillas cada vez que llego al fondo y mi cadera choca con sus nalgas. La empalo de forma efectiva, por lo que se ve. Se la vuelvo a meter. Todo su interior se estremece, palpita, se agita con fuerza dándole calambrazos a mi polla venosa. La saco. Plaf . Otra vez hasta el fondo. Gime. Se muerde el labio igual que su hija. Aprovecho lo lubricado para recoger lo necesario para la siguiente parte. Prestos a pecar, joder, que sea hasta el fondo. Y lubrico bien su ano. Toco el esfínter, que palpita con cada embestida, como si fuera con él, y poco a poco, sin apenas esfuerzo, meto los dedos (dos) en su culo. Todo despejado, capitán. Perfecto. Saque el mástil y enfile el bauprés hacia esa cueva, grumete.

Poco a poco. Se aplasta el prepucio contra el ano. Palpita y aprovecha ese despiste para ganar centímetros hacia el interior. Primera barrera; la segunda está algo más constreñida. Si pudiera le daría un fuerte palmetazo en el coño, como a su hija, para que el cuerpo reaccionara. Pero vamos a lo sutil y mi cuñada está a apenas medio metro de distancia, sofá, pared-cristal, sofá; le meto un dedo en el coño y le froto el clítoris con fuerza. Ella gime con la boca cerrada y sale un fuerte chillido constreñido que dura por lo menos quince segundos. Se corre y aprovecho las palpitaciones que la inundan para metérsela entera por el culo. Cuando se recupera del orgasmo, de pronto, siente cómo la inundado, invadido, por completo, sin dejar un resquicio en su apretado esfínter, totalmente dilatado para asimilar mi congestionado miembro. Despacio, muy despacio lo saco. Ella tiembla. Una mano vuela hasta sus pezones y tira de ellos con fuerza, casi parece que se los va a arrancar, y de pronto siento que el culo le tiembla. No me paro a pensar y lanzo mi mano que agarra su pelo y tiro de ella. Se levanta un poco hasta mí y le susurro al oído, con toda la polla metida hasta el pubis que ni se le ocurra correrse, que no es una opción, que se tendrá que aguantar mientras me follo el culo de la madre que parió a mi mujer. Gime me coge la cabeza, casi grita que lo haga. Su culo tiembla. La suelto y empiezo. Se la saco y se la meto varias veces lentamente y casi se muere de contención. Y empiezo a follarme su culo en serio, el culo de la madre de mi mujer. El solo pensamiento me pone aún más y se me endurece tanto que me duele. Ella lo nota y se le escapa un gemido. Y todo lo que sigue es una sucesión de plaf plaf plaf al chocar mi cadera contra su culo. La cojo de nuevo del pelo y empiezo la parte más rápida. Me cuesta horrores contenerme y sigo, sigo, sigo con toda la presión que puedo, casi con violencia, notando cómo su culo no deja de abrirse y contraerse. Le llamo puta y responde que sí, que lo es; le digo pervertida, y entrecortadamente me dice que tendría que haberlo hecho antes, eso de follar con su yerno, conmigo.

No sé qué me pasó por la cabeza, pero de pronto veo algo. Una figura pasa por el umbral de la puerta del salón camino a la cocina. Y se detiene. Se apoya en la puerta. Enciende un cigarro y se queda mirando. La brasa ilumina por un momento el rostro de mi suegro, que no sonríe pero no parece enfadado. Solo está viendo cómo las tetas de su mujer se bambolean y se convierte en cornudo. Cornudo porque está viendo lo que le hago a su mujer, cómo ella se estruja las tetas, cómo se masturba y repite puta, puta, puta, soy una puta mientras no dejo de follarle el culo hasta que no pueda sentarse. Veo que se toca el paquete y se mete la mano bajo el pantalón. Aurora se ríe y murmura, cornudo , y ella lleva el cuerpo hacia atrás para unir su impulso al mío y esta vez el plaf es mucho más alto y fuerte. Él parece estremecerse, y vuelve a fumar el cigarro. Yo lo miro, pero no es mi centro de atención. ¿Cornudo? Pues vale. Tiro del pelo a Aurora, la cojo del cuello, doy mis últimas embestidas y mientras me corro en su culo y ella explota en orgasmos que la hacen temblar como si tuviera convulsiones, le lamo la mejilla sin dejar de mirar a Juanma cuyos ojos brillan en la penumbra.

Siento que me vierto como si el culo de mi suegra, que empieza a resollar mientras se corre una y otra vez con fuertes convulsiones conforme le aprieto la garganta, hasta que ya cierro los ojos, embisto una última vez, siento un postrer chorro de semen estrellarse en su interior y me salgo despacio, muy despacio, sin dejar de mirar a Juanma. Aflojo la mano y suelto a Aurora, que cae de rodillas al suelo, goteando semen por el culo. Bonito, muy bonito. Y ni siquiera sé cómo ha empezado todo eso. Juanma ha desaparecido. Me doy la vuelta y salto a la piscina, desnudo, tras acercar el bañador al borde.

*

Julieta es más bajita que Ofelia, algo más regordeta, pero sin exageraciones. Ofelia se mata en el gimnasio y Julieta no, disfruta de la comida y tiene una alegre barriguita normal y corriente. Es de muslos gruesos, caderas más anchas y casi el mismo pecho. Ahora mismo está en topless en la piscina, junto a mi mujer que lleva unas anchas gafas de sol —las odio— disfrutando y cuchicheando con su hermana mientras el sol besa esos cuatro pechos. Yo hace un rato que estoy debajo de una agradable catalpa que da una gran sombra pero no es húmeda como un ficus, y leo. La polla tardó en dejar de palpitarme casi tanto como tardó Aurora en recuperar el sentido después de tan tremenda follada. Disfruto la lectura, tenía unas ganas enormes de acabar la trilogía que tenía entre manos, y ya casi había acabado cuando escucho los pasos de alguien pisar el suave césped en mi dirección.

Vi unos pies más tostados de color que los de mi mujer —que adoro, tan pálidos…— y con las uñas lacadas en una especie de color tungsteno —soy ingeniero, no me pidas colores…—. Un gris muy oscuro y metalizado sin llegar a negro. Los dedos eran algo más largos que los de Ofelia. Aurora.

Alcé la vista y recorrí su cuerpo lentamente. Me detuve en la entrepierna, escondida bajo un bikini naranja y seguí subiendo hasta clavarme en sus tetas cuyos pezones se pusieron duros al momento y por fin hasta cara, no sin gastar unos segundos en sus carnosos labios. Sus ojos verde pálido me miraron.

—¿Te quedas a cenar? —preguntó en tono despreocupado—. Ofe y Julieta se van a la verbena de San Pau, que habrá jaleo, petardos, y esas cosas. Nosotros nos quedaremos en casa.

—Prefiero la tranquilidad de este sitio, la verdad. No soy muy de verbenas —le dije con una sonrisa.

Y en ese momento Ofelia y Julieta volvían de camino a la casa, dejando la orilla de la piscina.

—Y esta vez te voy a follar en la biblioteca. Dile a Juanma que si quiere que venga, para ver cómo te uso para divertirme. Esta vez mandaré yo desde el principio. Y te va a gustar. Porque, ¿qué habías dicho que eras?

Por un momento se puso seria. En sus ojos brilló el orgullo y la entereza de una mujer que ha luchado y vivido con su propio código… y que se estaba excitando, como revelaban sus pezones al erizarse.

Abrió trémulamente los labios. Sabía que aquello solo se daría mientras estuviéramos allí, como si el verano fuera un lapso en nuestras vidas donde las normas cambiaban.

—Una puta —susurró.

—Apuesto a que ya te has excitado.

Asintió, haciendo ondear la visera de la pamela, mordiéndose el labio. Se metió la mano en la braga impermeable y vi cómo hurgaba en su coño. Sacó los dedos y entre estos apareció la transparente y espesa fluidez de su humedad. Se los metió en la boca.

—Voy  a preparar las cosas de la cena —dijo marchándose a la cocina e intentando parecer natural.

Aquella noche cenamos una ensalada y pescado a la brasa. Todo muy sabroso. A lo lejos, en la cala, se veían el fulgor de la luna y se escuchaban los petardeos de los fuegos artificiales de Sant Pau.

Cuando saqué el postre, una tarta de queso cubierta de mermelada de arándanos y grosellas, vi que en la mesa ya no estaba Juanma. Entonces sonreí. Sonreí como un lobo hambriento.

Me senté y serví una porción a Aurora. Ella comió sin remilgos. Al acabar, le dije que esperara, que iba a por algo. Fui a la habitación y de la “bolsa de las guarradas” saqué un plug metálico acabado en una argolla para enganchar una cadena. Me llevé solo el plug. Sin ningún tipo de ceremonia me acerqué a Aurora y le di un profundo beso, cogiéndola del cuello. Ella respondió con entusiasmo y su lengua se metió profundamente en mi boca. Hice que se levantara para quitarle la ropa sin miramientos, subirla a la mesa y seguidamente bajar hasta las tetas que me estaba ofreciendo con las manos. Lamí y chupé aquellos pezones que en su momento amamantaron a mi mujer y mi cuñada. Mordí los pezones carnosos y gruesos, y deseé haberme bajado unas pinzas duras para ponérselas. Estaban las de tender las toallas, así que alargué la mano hasta el alféizar de la ventana y se las puse. Ella sonrió y empezó a relamerse. Abrió las piernas. Sería un buen principio para dejarla con más ganas. Me bajé el bañador y se la metí sin ceremonia. Ella se agarró a mi cuello y corcoveé un poco para penetrarla profundamente. Gemía, ahora sin miramientos; a los sí, sí , les siguió los fóllame entera y méteme la polla . No me esforcé demasiado. Me salí al rato, agitando las pinzas, lo que la distrajo con un espasmo de dolor/placer. Entonces las bajé de la mesa y le di la vuelta. Saqué el plug de metal y se lo metí primero en el coño, para lubricarlo, y después en su deseoso culo. Gemía, se abría las nalgas. Estaba muy dilatada y mojada.

—Ahora, ven a la biblioteca, detrás de mí. Pero a cuatro patas. Como una perra. Enséñale a tu marido lo zorra que eres que te ofreces como una perra en celo a su yerno.

Me dirigí a la biblioteca. Olía a cuero, hojas de pergamino, tierra y cola. A libros cerrados y madera. Desde la puerta vi a Juanma. En cuanto aparecí, dejó el libro que tenía en el regazo y apagó la lámpara para quedar de nuevo en penumbras. Me puse delante de él, y me desnudé. Me cogí la polla, enorme, venosa y palpitante.

—Con esta polla voy a follarme a tu mujer —me acerqué hasta la incomodidad heterosexual (que ya de por sí podría haber estado en la puerta. De la casa)—. Y lo que hueles es el coño de tu mujer, donde ya he estado.

Juanma se relamió y tragó con fuerza. Se sentía indefenso, podía sentirlo, se sentía excitado y avergonzado, humillado. El cigarro tembló en su mano. Se lo quité, le hice abrir la boca y lo apagué en su lengua.

Después le di una bofetada y me volví para sentarme en el sofá Chesterfield que había delante, totalmente desnudo. Aurora entró, obediente, a cuatro patas, con las pinzas en los pezones y desde su posición, conforme se acercaba a mí para empezar a lamerme la polla, sin prestar la más mínima atención a su marido, Juanma pudo ver cómo su culo brillaba con el plug metálico bien insertado en su ano.

Empezó lamiéndome los huevos, el perineo y hasta mi ojete, al abrirme bien de piernas. Es un pequeño placer que a veces me doy. Y siguió volviéndose a dar un festín con mi polla a gran profundidad, chupando como una muerta de hambre. Lamió cada centímetro, disfrutando de la polla de su yerno, deleitándose con cada relieve venoso antes de volver a meterse la polla en profundidad dentro de la boca hasta la garganta. Se la clavó bien centro, sin dejar de masajearme los ensalivados huevos. Su marido, sentado, con las manos agarrando los brazos del sofá, sabiéndose, viéndose y sintiéndose más cornudo que nunca, poco hombre comparado con lo que yo le estaba dando a su mujer, temblaba y tenía los nudillos blancos. Veía una tibia erección en el pantalón de Juanma. Puse mis manos en los cabellos rubios teñidos de mi suegra, cuyo coño ya chorreaba sobre la alfombra y él podía ver, con el plug bien encastrado en su culo, y apreté hacia abajo. Ella no opuso resistencia y los últimos centímetros de mi polla entraron en su garganta con esa sensación de haber forzado algo. Una, dos, tres arcadas. Su espalda se elevaba, le costaba respirar con toda esa carne en su garganta. Mi cadera empujó involuntariamente y su mano me pidió piedad. La solté y ella emergió, con ese sonido de regurgitación y exceso de saliva, lágrimas en los ojos y los labios hinchados. Juanma abrió mucho los ojos cuando vio toda esa saliva salir y cómo ella respiraba agitadamente intentado recobrar el aliento para volver a tragar más polla.

La detuve pasado un rato. Si seguía me iba a correr, que no soy ningún actor porno aunque pueda aguantar un buen rato si me distraigo un poco  para no centrarme en cuánto me gusta follar. Le hice darse la vuelta, que mirara a su marido mientras yo, sentado en el sofá, hacia bajar sus caderas para que se clavara mi polla bien dentro. Aurora abrió su coño con los dedos y bajó, para recibir todo mi miembro ensalivado en su ardiente interior. Menos prieto que el de su hija pero igual de apetitoso. Y gimió con fuerza, se llevó la mano a las tetas y tiró de las pinzas hasta hacerse daño. Sentí cómo se le comprimía la vagina alrededor de mi polla al hacerlo, y empezó a subir y bajar, follándose delante de su marido que ya había manchado los pantalones y seguía allí sentado. Pequeño, minúsculo, remedo de hombre, mientras la polla de su yerno taladraba a su mujer. Estuvimos un rato así. Aurora se corrió, masturbándose con rapidez, de nuevo, como si quisiera hacer fuego por fricción.

La habitación ya no olía a libro viejo, a pergamino y vitela. Olía a sexo, al sexo que yo estaba teniendo con mi suegra y que Juanma no podía dejar de mirar.

Pues a Aurora a cuatro patas en la alfombra, y tras sacarle el plug de metal, que rodó por el suelo y pensaba usar al día siguiente con Ofelia, poniéndoselo y yendo a comer con sus padres plugueada, haciéndola sentir como una pervertida —le encantaba, y a mí, más—, la sodomicé. Sin dejar de mirar a Juanma se lo hice saber.

—Mira suegro, ahora le toca al culo de tu mujer. Mira cómo se la meto por el culo despacito y ella no puede dejar de gritar como la pervertida que es, incapaz de disfrutar con alguien como tú —dije con atrevimiento, viendo el palo del que iba la cosa; no debía ser la primera vez que aquello ocurría, estaba seguro.

Con las manos temblorosas, Juanma sacó un cigarro y lo encendió.

—Ya casi la he metido entera. No sabes cuánta polla puede llegar a tragar Aurora, por la boca, el culo o el coño… es toda una delicia.

Un plaf fuerte y seco y les hice notar a los dos que se la había metido hasta la empuñadura. Entera. Aurora gimió, dijo mi nombre en alto.

—Ro… rómpemelo… rómpeme el culo como ese maricón nunca ha sabido hacer…—dijo Aurora perdiendo los papeles.

La brasa del cigarro brilló, temblorosa.

Y la sodomicé salvajemente, casi con rabia. Reventé su culo en una larga follada en la que perdí la cuenta de cuántas veces se corrió. Ya estaba prácticamente derrumbada en el suelo y solo con el culo elevado, cuando en un esfuerzo, me dejé llevar. Pero no me corrí ahí. Le hice darse la vuelta, se la metí en la boca, que apenas podía cerrar, pero me enterré profundamente y cuando sentí que iba a explotar, de rodillas, sin dejar de mirar a Juanma, me corrí encima de su mujer, llenándola de semen y haciendo que me limpiara la polla con la boca mientras le quitaba las pinzas. Eso la hizo gemir y me arrancó varios chorros más de semen residual en fuertes espasmos. Probadlo. Es bestial.

Mientras tanto, mi suegro cornudo miraba, fumando. Sabiendo que además, así es como me follaba a su hija. Y ahora a su mujer. Y todo empezó en un calentón veraniego.