El convite

Durante aquella boda, perdí la razón. Andrea, mi prima, me sorbió el seso, nubló mi entendimiento, deshizo mi cordura. Y el fin del mundo, de mi mundo, llegó sin remedio.

Ven dentro de 5 minutos al vestíbulo. Trae unos cuantos para mí”

Ese fue el mensaje que me llegó al teléfono móvil mientras terminábamos el primer plato del convite de la boda de mi hermana aquella noche.

El remitente era mi prima, Andrea.

A mi mente acudieron, sin poder evitarlo, los detalles de su rostro.

–––––

Andrea. Ojos verdosos, tez p

á

lida y pecosa, cabello lacio de color negro cuervo, labios de fresa y lengua de cereza. Estaba sentada en la mesa de al lado, la de los familiares paternos.

–––––

¿

Qui

é

n te env

í

a un mensaje a estas horas?

pregunt

ó

mi mujer, tras verme sacar el aparato del bolsillo de la chaqueta.

No pod

í

a permitir que ella supiese cu

á

l era la procedencia. No cuando un familiar com

ú

n a Andrea y yo estaba en lista de espera de un tratamiento de radioterapia para un c

á

ncer de pulm

ó

n.

Trabajo

contest

é

con voz de fastidio, chasqueando la lengua

. La p

á

gina web de un cliente est

á

redirigiendo las b

ú

squedas a una base de datos obsoleta. El maldito servidor web. Menuda mierda.

–––––

Andrea. La mir

é

de reojo. Se acababa de levantar. Piernas kilom

é

tricas, seda recubriendo el cuerpo de una diosa. Mirada empalagosa, dulc

í

sima.

–––––

Al cabo de unos cinco minutos, me levant

é

y le susurr

é

al o

í

do a Rosa, mi mujer:

Tengo que ir afuera. No puedo dejar el mantenimiento del servidor en manos de los chapuzas de la subcontrata.

Bueno, pero vuelve pronto. Los novios van a dirigirse a los invitados. Y como me vean sola, te juro que hoy duermes en el sof

á

.

Sonre

í

y deposit

é

un beso en su mejilla.

¿

Y la chaqueta?

pregunt

ó

al verme rebuscar en los bolsillos de la prenda.

No supe qu

é

responderla. Junto al tel

é

fono m

ó

vil, en el bolsillo interior de la prenda, ten

í

a el paquete de cigarrillos.

–––––

Cigarrillos. Algunos para m

í

, algunos para Andrea. Chupar el filtro, aspirar el aroma del tabaco, exhalar el humo denso. Cruce de miradas, aleteo de pesta

ñ

as, sonrisas satisfechas.

–––––

¿

No saldr

á

s tambi

é

n a fumar, no?

pregunt

ó

molesta.

Rosa me conoc

í

a bien. Demasiado bien. Llev

á

bamos solo ocho meses de matrimonio pero m

á

s de cuatros a

ñ

os de noviazgo. Sab

í

a de mis vicios y de las excusas que encontraba para entregarme a ellos. Tambi

é

n ella conoc

í

a de la situaci

ó

n de mi t

í

o por permitir que el tabaco arruinase su vida y sus pulmones. El c

á

ncer golpea de forma inesperada, implacable, irrefrenable. Todos los d

í

as ella me sermoneaba mi caro e imprudente h

á

bito.

–––––

Pero hoy no. No quer

í

a pensar en mi t

í

o. Solo quer

í

a pensar en ella. Andrea chupando el filtro, su saliva humedeciendo el filtro, su lengua ensalivando el filtro, sus labios apresando el filtro.

–––––

Rosa suspiro de fastidio. Y, como un eco, nuestro hijo creciendo en sus entra

ñ

as, la provoc

ó

un tir

ó

n. Entrecerr

ó

los ojos y se acarici

ó

la barriga. Rodrigo ya se enrabietaba, sin haber salido siquiera del cascar

ó

n. A

ú

n faltaban 2 meses para que Rosa saliese de cuentas pero, a cada d

í

a que pasaba, se hac

í

a m

á

s evidente que el parto se adelantar

í

a.

Pero ahora era el tabaco. Y Rosa, tras calmar a nuestro peque

ñ

o con caricias, me fulmin

ó

con la mirada.

Deb

í

a apaciguarla.

Lo estoy dejando, ya sabes. Pero ahora no puedo aguantarme. Solo ser

á

n unos pocos. No puedo concentrarme sin ellos. Y el servidor web necesita funcionar lo antes posible.

Buf

ó

fastidiada y agit

ó

su tenedor en el aire.

Haz lo que te d

é

la gana.

–––––

Andrea. Claro que me gustar

í

a hacer lo que quisiera con Andrea. Mi dulce y bella prima Andrea.

–––––

Sal

í

al vest

í

bulo con un sentimiento de dicha y apuro. Estaba feliz porque Andrea ser

í

a mi compa

ñ

era de tabaco, mi confidente de volutas ahumadas.

Andrea me esperaba apoyada en una columna, cruzada de brazos y sin poder reprimir una tiritona, mirando las enormes puertas giratorias del hotel en cuyo restaurante se celebraba el convite. Afuera llov

í

a a c

á

ntaros, como si todos los

á

ngeles se hubiesen puesto de acuerdo para mear al un

í

sono. Era de noche y el relente se filtraba por los resquicios de las puertas, haciendo que en el amplio vest

í

bulo la temperatura se volviese g

é

lida.

–––––

Andrea. Dulce guarra. P

á

lido pecado enfundado de lujuria y promesas de sexo.

–––––

Estaba guap

í

sima. Andrea vest

í

a un palabra de honor entallado de color rojo cereza con un amplio escote por delante y la espalda desnuda hasta la cintura por detr

á

s, justo donde el inicio de un tatuaje g

ó

tico escrib

í

a la palabra

pecado

sobre los hoyuelos de la pelvis. Llevaba el cabello moreno recogido en un mo

ñ

o complicado, realzado con cintas de colores que hac

í

an juego con el color del vestido. Andrea era alta, y esa noche lo era a

ú

n m

á

s con los tremendos tacones de sus sandalias, y que permit

í

an estilizar unas piernas que se mostraban all

á

donde la abertura de la falda abierta se iniciaba, al poco de comenzar uno de los muslos.

Por fin, Antonio. Gracias por llegar tan pronto.

–––––

Andrea, cuervo mal

é

fico vestido de mujer infame. Tu cuerpo me induce al pecado, tus hombros desnudos hacen brotar mi insulto, tus pechos me inclinan al crimen, tus piernas claman violaci

ó

n sin remisi

ó

n.

–––––

El tono de su voz me agrad

ó

. Me gusta que me consideren indispensable. Y, para Andrea, era su salvador, su pr

í

ncipe montado en un alaz

á

n albo que le tra

í

a un regalo especial.

Un regalo especial de compa

ñí

a y cigarrillos.

Miramos ensombrecidos el exterior, donde las cortinas de impenetrable lluvia difuminaban las luces de las farolas del jard

í

n de la entrada. La lluvia salpicaba sobre la escalinata, produciendo un sonido de campanillas entre hipn

ó

tico y sensual.

No pod

í

amos fumar en el vest

í

bulo ni tampoco quer

í

amos salir afuera.

Hag

á

moslo en los servicios

propuso ella.

La segu

í

hasta el fondo de la sala, junto a la entrada de la cocina de donde sal

í

an y entraban los camareros con bandejas para el segundo plato y las sobras del primero.

–––––

El culo de Andrea se mec

í

a con cada paso, comprimido en la entallada falda, meneando nalgas perfectas, rebosantes de anhelos y desconciertos; clamaban mordiscos, ped

í

an besos, suplicaban palmadas hasta enrojecer de un da

ñ

o perpetuo.

–––––

Entramos en el cuarto de ba

ñ

o de caballeros y nos encerramos en un excusado. No parec

í

a que fu

é

semos los primeros en fumar a escondidas pues el aroma del tabaco se intu

í

a en el ambiente.

Saqu

é

un cigarrillo para ella y otro para m

í

. Le acerqu

é

la llama del mechero y encend

í

tambi

é

n el m

í

o.

Exhalamos la primera calada con alivio y euforia.

Andrea estaba sentada sobre la tapa del inodoro, con las piernas cruzadas. Una de ellas aparec

í

a totalmente desnuda, mostrando toda su perfecci

ó

n suave y torneada.

–––––

Piel blanca, inmaculada. Vibrante, ansiosa de ser acariciada, besada, mordida.

–––––

Andrea se dar

í

a cuenta de mi mirada apreciativa sobre su muslo al aire porque apoy

ó

un brazo sobre

é

l, tratando de ocultar su desnudez.

En silencio, sin importarnos que los

ú

nicos ruidos fuesen nuestros labios al expulsar el humo, fuimos consumiendo nuestros cigarrillos.

Terminamos el primero y encendimos otro par.

Andrea ten

í

a una cara bonita, alargada  y angulosa. Unos p

ó

mulos redondeados, adem

á

s de unos ojos grandes y expresivos, imprim

í

an a su mirada acicates a los que cualquier hombre sucumb

í

a sin remedio. Por si fuera poco, su boca amplia, de labios perfilados, y su ment

ó

n definido la hac

í

an ya no atractiva, sino deseable. En conjunto, su rostro irradiaba perfecci

ó

n y subrayaba un car

á

cter pragm

á

tico y solemne.

Andrea trabajaba de azafata de congresos y, ocasionalmente, de modelo. Su cuerpo era su herramienta de trabajo, su modo de vida.

Su pecho rezumaba el aroma de un perfume a flores silvestres que persist

í

a sobre el humo del tabaco.

Est

á

s muy guapa

termin

é

por decir, sin poder contenerme.

–––––

Guapa era decir poco. Me com

í

a su mirada, me beb

í

a su aliento, me tragaba cada mil

í

metro de su cara. Besar

í

a aquellos labios hasta enrojecerlos de pasi

ó

n. La susurrar

í

a guarradas al o

í

do hasta que enrojeciese de verg

ü

enza, hasta que suplicase que hiciese realidad las numerosas perversiones que acud

í

an a mi imaginaci

ó

n.

–––––

Andrea sonri

ó

inc

ó

moda, con esa sonrisa que las mujeres expresan cuando se saben objeto de los impertinentes y lujuriosos pensamientos de un hombre que las observa con af

á

n carnal, imaginando sus cuerpos desnudos y sofocados, sudorosos y retorcidos entre los pliegues de s

á

banas arrugadas.

–––––

S

í

, me la estaba imaginando desnuda, con las piernas abiertas y recogidas; los brazos alzados, las manos agarradas el cabecero de una cama, mientras su vientre se convulsionaba al son de los retortijones de un orgasmo enloquecedor. Me imaginaba su cabello suelto y mojado, desordenado y desparramado en bucles alborotados. Su frente perlada de gotas de sudor, sus labios entreabiertos, suplicando una bocanada de serenidad. Sus pechos agit

á

ndose bajo una respiraci

ó

n fren

é

tica, y sus pezones erguidos, duros como dos rocas oscuras y puntiagudas. Su ombligo agitado y mecido por los estertores de la corrida. Su sexo abierto y brillante, oscuro y encendido, empapado por una pel

í

cula de lubricaci

ó

n que desbordaba del interior. Y sus muslos temblando, imposibles de contener la palpitaci

ó

n que recorr

í

a toda su entrepierna y que invad

í

a todos sus m

ú

sculos lim

í

trofes.

–––––

Me la imaginaba as

í

. Y me la imaginaba as

í

de bien porque fue as

í

como la vi la

ú

ltima vez que lo hicimos, hac

í

a poco m

á

s de tres a

ñ

os.

Antonio, por favor, deja de follarme con los ojos

susurr

ó

con las mejillas encendidas.

Estaba claro que se hab

í

a ruborizado, inc

ó

moda con mi fascinada mirada libidinosa.

¿

Tanto se me nota?

pregunt

é

alarmado.

Llevas toda la boda ech

á

ndome miradas a las tetas y el culo como un pervertido. Solo espero que Rosa no se haya dado cuenta.

Vaya. Pens

é

que hab

í

a sido m

á

s discreto. Yo tambi

é

n esperaba que mi mujer no hubiese advertido las miradas cargadas de lujuria que dirig

í

a hacia el cuerpo divino de mi prima.

¿

Recuerdas cuando lo hicimos en aquella casa abandonada del pueblo?

solt

é

de improviso, rememorando la primera vez que follamos.

C

ó

mo olvidarlo

respondi

ó

tras unos segundos. Acerc

ó

el cigarrillo a su boca y aspir

ó

el humo. Me di cuenta de que el filtro de su cigarrillo estaba manchado con el carm

í

n de sus labios

. Se me retras

ó

la regla casi una semana. Cre

í

que era el fin del mundo. Casi me muero del susto. Menos mal que luego usamos condones.

Un silencio de varios segundos propici

ó

que ahondara en mis recuerdos. Andrea me miraba resentida.

Pero qu

é

hijo de puta fuiste, Antonio.

Lo recuerdo bien. La primera vez. Fue hace años. Éramos muy jóvenes. Al día siguiente de hacerlo, cada uno volvimos con nuestros padres a la ciudad. Una semana más tarde empezó su infierno, su “fin del mundo”, como ella lo llamaba. Cada día me enviaba docenas de mensajes y me llamaba con voz histérica, sin poder contener el terror creciente que la invadía sin que la regla le bajase.

¿Y qué quieres hacer?

¿Qué coño crees, Antonio? Me has jodido la vida, me has matado. Ven aquí y diles a mis padres que me has preñado.

No me seas as

í

. Seguro que te baja la regla. La primera vez nunca cuenta: es de caj

ó

n, Andrea. Est

á

s haciendo un castillo de un grano de arena.

Hijo de la gran puta. A ti esto te parece un chiste,

¿

no? Me has jodido la puta vida.

No, solo digo que yo no hice nada malo. Adem

á

s, eso es cosa tuya,

¿

no?

Me cago en todos tus muertos, Antonio,

¿

c

ó

mo puedes desentenderte de todo esto?

Sin faltar, Andrea, que solo digo que la cosa no es tan grave.

¿

Qu

é

no es tan grave, dices, hijo de mala madre? Es el fin del mundo, payaso, el puto fin del mundo.

¿

D

ó

nde quieres que vaya en la vida con un hijo a mi edad?

Espera, espera. Pensemos una cosa,

¿

tan segura est

á

s del embarazo?

¿

Acaso te baja a ti la regla para saberlo, idiota? S

í

, claro que lo estoy, joder. Los ri

ñ

ones me arden cuando me va a bajar la regla. Y no siento nada. Nada de nada. Llevo cuatro d

í

as de retraso. Hostia puta, es el fin del mundo, es el jodido fin del mundo, ay Dios m

í

o.

Pero el fin del mundo terminó cuando al sexto día, por fin, le llegaron los pinchazos en los riñones.

El fin del mundo termin

ó

oficialmente con un mensaje de texto:

Me ha bajado la regla. Qu

é

bonita es la sangre en mis bragas, joder. Te has salvado esta vez, capullo ego

í

sta

.

Torc

í

los labios al recordar aquellos d

í

as nefastos. Era muy joven, tambi

é

n bastante idiota y no pensaba en las consecuencias. Me importaba m

á

s haber perdido la virginidad con mi bella prima que lo mal que lo pas

ó

ella ante la idea de un posible embarazo.

Bueno, fue la primera vez

dijo ella, supongo que al verme tan serio

. En las siguientes, follamos con cond

ó

n. Me hac

í

a gracia que cada vez vinieses con uno distinto. Fresa, caramelo, moras. Mam

á

rtela era como comer fruta.

Negu

é

con la cabeza, resisti

é

ndome a olvidar aquellos 6 d

í

as de pesadilla.

Creo que nunca te ped

í

perd

ó

n, Andrea. Lo hicimos varias veces en los a

ñ

os siguientes y nunca te ped

í

perd

ó

n. Y nunca me lo reprochaste.

Encogi

ó

los hombros, rest

á

ndole importancia.

Lo siento mucho, Andrea

continu

é–

. Creo que debes saber que durante esos d

í

as no pude pegar ojo por las noches. Aunque fuese un irresponsable, recuerdo que pens

é

que para m

í

tambi

é

n llegaba el fin del mundo.

El fin del mundo

repiti

ó

ella tras unos segundos.

Terminamos nuestros cigarrillos y tiramos las colillas al retrete, igual que los anteriores.

Andrea se levant

ó

y se acerc

ó

a m

í

para salir. El aroma de su perfume me invadi

ó

por completo.

–––––

Efluvios de locura, efluvios de lujuria. El olor de Andrea me alimentaba. Enraizaba en mi imaginaci

ó

n y se hund

í

a hasta el n

ú

cleo de mi ansia, hasta la obsesi

ó

n de poseerla y sorber cada gota de su esencia.

–––––

El habit

á

culo del excusado estaba rebosante de volutas de humo azulado, como si all

í

dentro una niebla espesa londinense hubiese descendido, ti

ñ

endo todo a nuestro alrededor, difuminando la realidad.

–––––

La niebla se me antoj

ó

pasarela hacia mis anhelos, puente para alcanzar mis deseos, sendero hacia mi obsesi

ó

n. La niebla difuminaba mi raz

ó

n.

–––––

La tom

é

de los hombros desnudos y la bes

é

sin dudarlo. Sin poder resistirme a esa boca amplia donde, adyacentes a las comisuras de los labios, los pliegues de una sonrisa perpetua acentuaban la belleza de su rostro. La jugosidad de sus carnosos labios se realz

ó

con la untuosidad de la capa de carm

í

n.

Su sorpresa dur

ó

poco. No se apart

ó

.

Com

í

a su boca con hambre, con hambre voraz, devorando la carne suave y caliente.

Andrea abri

ó

por fin los labios ante la insistencia de mi lengua y el interior de su boca me supo a tabaco y miel, a saliva caliente y humedad inmensa. Respiramos con dificultad, penetr

á

ndonos mutuamente con nuestras lenguas, recre

á

ndonos en la viscosidad de nuestros interiores.

Se separ

ó

de m

í

cuando coloqu

é

mis manos en su cintura, buscando recoger la falda de su vestido ce

ñ

ido.

La atraje de nuevo hacia m

í

.

Est

á

s loco, Antonio

susurraron sus labios rozando los m

í

os. Su aliento encendido me quemaba la piel.

Estoy m

á

s que loco, Andrea

respond

í

junto a su oreja, lamiendo el l

ó

bulo donde el pendiente de aros tintineaba. Sent

í

como su cuello vibraba y su cabeza se inclinaba hacia m

í

, incapaz de soportar tanto placer.

¿

Por qu

é

me haces esto?

murmur

ó

confusa, dichosa, alborozada, asustada, mientras yo besaba y lam

í

a la piel de su cuello.

Mis manos se apoyaron en sus nalgas prietas y estrujaron el contenido de su carne bajo el vestido. Apret

é

su pelvis contra la m

í

a, presionando contra ella la enorme erecci

ó

n que crec

í

a imparable dentro de mis pantalones.

Andrea respondi

ó

mordi

é

ndome la garganta con ansia, abarcando con sus labios toda la piel que pudo apresar hasta el cuello de mi camisa. Sus caderas se mec

í

an con rudeza sobre mi entrepierna, avivando el fuego inmenso que me ard

í

a dentro de los calzoncillos.

Deslic

é

mis dedos sobre su espalda desnuda y el solo contacto la hizo estremecer y gemir. Mis dedos acariciaron su piel aterciopelada y caliente, desliz

á

ndose hasta llegar a sus axilas, donde una humedad comenzaba a iniciarse.

Introduje una de mis manos por la abertura de la falda y busqu

é

ansioso el volc

á

n de su entrepierna. El tanga que ocultaba su sexo fue objeto de mis manoseos hasta que o

í

el chasquido de los pliegues de su sexo chapotear empapados. Su vello p

ú

bico recortado escapaba por el el

á

stico al arrugar la prenda interior y me hac

í

a cosquillas en las yemas de los dedos. Sus piernas temblaron y un cataclismo de convulsiones comenz

ó

cuando mis dedos accedieron a su encharcada entrada.

¡

No, no, ya basta!

gru

ñó

, con voz desesperada.

Me empuj

ó

con brusquedad, separ

á

ndose de m

í

y apartando mi mano de su sexo con un golpe seco.

Eres un desgraciado, Antonio

susurr

ó

con voz ronca, intentado reponerse del fren

é

tico respirar que hac

í

a que su pecho pareciese saltar fuera del escote. Sus pezones erectos ara

ñ

aban con fuerza la tela del vestido, magnificando su excitaci

ó

n y la m

í

a.

Uno r

á

pido

supliqu

é

, posando una mano sobre una de sus tetas.

Me la apart

ó

de un manotazo.

Sigues siendo un irresponsable, un hijo de la gran puta

mascull

ó

, llev

á

ndose un mech

ó

n suelto de su frente detr

á

s de la oreja. Se pas

ó

un dedo por la comisura de sus labios y vio el carm

í

n en la yema. Ten

í

a esparcido el pintalabios alrededor de la boca hasta el ment

ó

n.

Lo mismo hiciste conmigo, desentendi

é

ndote de m

í

cuando cre

í

estar pre

ñ

ada.

¿

Eso quieres para tu mujer, para tu hijo? Me das asco.

Supongo que ten

í

a raz

ó

n. Dentro de poco Rosa y yo ser

í

amos padres. No entend

í

a c

ó

mo pod

í

a sentir aquella atracci

ó

n tan intensa por Andrea, violando la confianza de mi mujer. Quiz

á

el hecho de que mi prima y yo comparti

é

semos el vicio del tabaco propiciaba nuestra relaci

ó

n. O los numerosos polvos que hab

í

amos compartido.

–––––

Sirena de las humedades, no puedo resistirme a tu influjo, al canto de tu co

ñ

o, a tu bello rostro. Me someto a ti, no puedo ignorar tu llamada.

–––––

Pero tambi

é

n parte de culpa la ten

í

a mi mujer. Rosa hac

í

a meses que no me dejaba acercarme a ella: el embarazo le hab

í

a cambiado el humor hasta la suspicacia m

á

s extrema. Hac

í

a poco que hab

í

amos ido al dentista porque sus enc

í

as sangraban cada d

í

a y hab

í

a empezado a desarrollar unas hemorroides dolorosas. Incluso, la

ú

ltima vez que quisimos hacer el amor, no hubo ninguna humedad en su vagina y, tras las primeras penetraciones, abandon

ó

quejumbrosa. Era como penetrar un co

ñ

o forrado de papel de lija. Amaba a mi mujer, incluso a pesar de la falta de sexo, pero

All

í

estaba Andrea. Tan h

ú

meda que de su co

ñ

o desbordaban fluidos sin fin. Tan ardiente que su boca trazaba cardenales de pasi

ó

n sobre mi cuello. Tan intensa que su frenes

í

carnal me hac

í

a endurecer mi polla hasta dolerme.

–––––

Me dej

é

llevar. No pod

í

a resistirme. Tu cuerpo de pecado me sorb

í

a la mente.

–––––

Me baj

é

la bragueta y me saqu

é

el miembro empalmado delante de Andrea.

Ch

ú

pamela

supliqu

é

.

Mi prima abri

ó

los ojos, apabullada, para luego apretar los labios en un rictus de rabia.

Me solt

ó

un sopapo que son

ó

a un martillazo sobre un yunque. Estaba tan excitado que su golpe encendi

ó

a

ú

n m

á

s mi excitaci

ó

n. Sonre

í

ense

ñ

ando los dientes.

Andrea rugi

ó

enfadada.

Me cogi

ó

la polla con las dos manos e intent

ó

met

é

rmela de nuevo dentro del pantal

ó

n. Sus u

ñ

as se clavaron en la roca que era mi sexo.

M

é

tetela, grand

í

simo hijo de la gran

No acert

ó

a escond

é

rmela. La erecci

ó

n era tan acusada que no atinaba a met

é

rmela dentro.

Al ver que no podr

í

a, desisti

ó

con un bufido y quiso salir del excusado, todav

í

a envuelto en la niebla del humo del tabaco.

No se lo permit

í

. La empuj

é

sobre el inodoro y cay

ó

sentada sobre

é

l. El desconcierto y el miedo ti

ñ

eron sus ojos de un brillo que se me antoj

ó

inmensamente bello. Acerqu

é

mi erecci

ó

n sobre su cara, golpe

á

ndola la mejilla. Apart

ó

la cabeza y me empuj

ó

sobre la puerta.

¡

Aparta eso de m

í

!

gimi

ó

.

La levant

é

y la tom

é

de las mejillas.

De pie, frente a frente, la obligu

é

a mirarme a los ojos.

Respir

á

bamos con dificultad. Nuestros cuerpos solapados se confund

í

an cuando respir

á

bamos.

En lo m

á

s profundo de mi ser, en alg

ú

n lugar de mi cerebro en el que a

ú

n quedaba un resquicio de raciocinio, la idea de que estaba cometiendo una locura me hizo titubear.

¿

Pero qu

é

co

ñ

o estaba haciendo?

¿

De verdad estaba obligando a mi prima a comerme la polla?

¿

En qu

é

clase de monstruo me hab

í

a convertido su p

á

lida cara de belleza irreal y su cuerpo de diosa?

Pero Andrea estaba radiante. Su cabello desmadejado y su rostro encendido avivaban las brasas de mi lujuria. Sus labios entreabiertos y su mirada pre

ñ

ada de miedo terminaron por desembarazarme del escollo de la raz

ó

n. La bes

é

de nuevo.

Apret

ó

los dientes, resuelta a impedirme el acceso a su boca.

Restregu

é

mi miembro por su vestido, sobre su vientre. Sus manos se interpusieron entre nuestros pechos.

Me apart

ó

de nuevo con otro empuj

ó

n. Sus labios brillaban con el reguero de saliva que mi lengua hab

í

a dejado.

Me mir

ó

con desprecio, con odio infinito, entornando sus ojos y frunciendo el ce

ñ

o.

Nos miramos fijamente.

Andrea se dio cuenta de que no ceder

í

a, que nada podr

í

a pararme. Ni la raz

ó

n ni el odio. Nada.

De acuerdo, Antonio

solt

ó

en voz baja, sin dejar de mirarme con ojos asesinos

. T

ú

lo has querido.

Se acuclill

ó

sobre m

í

y se llev

ó

mi sexo a la boca, engullendo toda su longitud de un bocado. La polla hinch

ó

uno de sus carrillos.

Cre

í

morirme de felicidad

La sac

ó

brillante, embadurnada de su saliva. Repleg

ó

el prepucio y lami

ó

el glande. Andrea todav

í

a recordaba c

ó

mo me gustaba que me la comiesen. Su lengua deposit

ó

grandes y espesas raciones de saliva que escurr

í

an por la amoratada punta, viscosas secreciones que luego sorb

í

a. Sus dientes ara

ñ

aban el anillo del glande y sus manos extrajeron mis test

í

culos del calzoncillo para amasarlos, estrujarlos y comprimirlos con rudeza, imprimiendo un ritmo doloroso que aceleraba mi excitaci

ó

n.

Me afloj

é

la corbata y me desaboton

é

el cuello de la camisa, pues me era complicado respirar. Hund

í

mis dedos en su cabello, haciendo saltar las horquillas de su recogido, deshaciendo los pocos restos de su peinado de peluquer

í

a. Sus orejas ard

í

an y los chasquidos de su boca al succionarme la verga pringosa elevaban mi excitaci

ó

n hasta el l

í

mite.

Descargu

é

todo mi esperma en el interior de su garganta. Violentos estertores impulsaron mis eyaculaciones en su interior. Empu

ñé

su cabello y cerr

é

los ojos, sintiendo como su boca tragaba incansable mi corrida, absorbiendo cada gota de mi semen.

Cuando solt

é

su pelo, terminado mi orgasmo, Andrea se apoy

ó

en las paredes del habit

á

culo para sentarse de nuevo sobre el inodoro. Se limpi

ó

la boca con el dorso de la mano y trag

ó

saliva.

Nos miramos fijamente, reponi

é

ndonos de nuestra respiraci

ó

n desordenada. El r

í

mel se le hab

í

a corrido y dibujaba l

í

neas verticales bajo sus ojos, como tinta china desle

í

da que se deshilacha sobre papel mojado.

Me met

í

el miembro escuchimizado y a

ú

n brillante de jugos y, d

á

ndome la vuelta, hice adem

á

n de salir del excusado.

Andrea levant

ó

una pierna, apoy

á

ndola sobre la puerta, impidi

é

ndome abrirla.

¿

No te olvidas de algo, Antonio?

Me volv

í

hacia ella despacio.

Mi prima se recogi

ó

la falda entallada y levant

ó

la otra pierna apoy

á

ndola tambi

é

n sobre la puerta, encerr

á

ndome entre ellas.

Una gran mancha oscurec

í

a su tanga azul de rayas. La humedad de su sexo hab

í

a dibujado un enorme manchurr

ó

n y los el

á

sticos apenas conten

í

an una viscosidad que brillaba alrededor de ellos. Sus muslos torneados se tensaron al hacer fuerza sobre la puerta.

Me acuclill

é

hacia el origen de un aroma penetrante, hondo, ineludible. Deslic

é

la prenda a un lado y el co

ñ

o de Andrea, brillante y enrojecido, me salud

ó

con una vaharada de perfume femenino. El vello p

ú

bico oscuro crec

í

a salvaje encima de la raja, confinado a un tri

á

ngulo de coquetas proporciones. A su alrededor, los fol

í

culos pilosos, algunos a

ú

n enrojecidos tras el afeitado, se extend

í

an por la vulva para volver a crecer finos donde las nalgas conflu

í

an.

Separ

é

los labios ba

ñ

ados de lubricaci

ó

n y la entrada se me mostr

ó

como una oquedad fruncida. Arriba, medio oculto entre los pliegues, el cl

í

toris asomaba inflamado, exhibiendo un rosa encendido.

Apliqu

é

una lamida intensa a su raja y un sabor acre y salado, que se acentuaba alrededor de la entrada, me llen

ó

la boca de licor. Mi saliva se mezcl

ó

en mi boca con la humedad de su co

ñ

o y tragu

é

el mejunje de dioses. Lam

í

nuevamente, decidido a emborracharme del jugo de su sexo, degustando el sabor de Andrea.

–––––

Beb

í

de la copa de Andrea, bes

é

sus otros labios, brindando por nuestras mutuas pasiones inflamadas.

–––––

Sab

í

a c

ó

mo comerle el co

ñ

o a Andrea. Lo sab

í

a mejor que el de mi mujer Rosa, a cuyo sexo raras veces dejaba asomarme. Ayudado del lubricante que manaba de nuestros distintos labios, acarici

é

con el pulgar el bot

ó

n carnoso mientras mi lengua se concentraba en la entrada de la vagina. Andrea gem

í

a y soltaba soplidos de angustia cada vez que mi lengua atormentaba su entrada. Sus u

ñ

as se clavaban en mi nuca, acentuando sus pesares, disfrutando de mi buen hacer. Sus muslos se cerraron alrededor de mi cabeza, tensando sus m

ú

sculos a la vez que mov

í

a su pelvis al ritmo de mis bocados. El horno que era su sexo se torn

ó

infierno cuando la temperatura se dispar

ó

en su entrepierna. La hembra a la que estaba comi

é

ndole el co

ñ

o nunca dej

ó

que la mojigater

í

a o la verg

ü

enza frenasen sus ansias de placer; arrimaba su entrepierna a mi boca con avaricia, intentando extraer de mi lengua todo el placer que pudiese obtener. El calor y la humedad que brotaban de su fragua eran inmensos e inagotables.

Cuando aument

ó

el ritmo de sus embestidas sobre mi boca, supe que su orgasmo era inminente. Aceler

é

el bru

ñ

ido de su cl

í

toris, penetr

é

con mi lengua el interior de su cueva y sorb

í

con gula el licor que escanciaba su co

ñ

o. Tens

ó

sus muslos de repente, comprimiendo mi cabeza. Su vagina comenz

ó

a convulsionarse y su entrada a boquear. Un chillido ag

ó

nico, hermoso, man

ó

de sus garganta a la vez que se agitaba entre espasmos. Me encantaba sentir como Andrea se corr

í

a sobre mi boca, desparramando su orgasmo con enloquecedora vivacidad. Hab

í

a comido varios co

ñ

os en mi vida pero nunca como el de mi prima, dispuesto a ofrecerme sin reparos el fruto del orgasmo.

Cuando qued

ó

aita, liber

ó

mi cabeza de entre sus piernas y yo, perdiendo el equilibrio, ca

í

sentado, apoy

á

ndome sobre la puerta.

Sobre la tapa del inodoro, de un azul inmaculado, entre sus nalgas, las humedades que dejaron su co

ñ

o y mi boca, formaban un charco incoloro que se escurr

í

a por el borde, empapando el borde de su falda y cayendo en hilos densos y viscosos hasta el suelo. Yo mismo ten

í

a toda la cara regada de nuestros fluidos y la humedad bajaba por mi cuello hasta empapar el cuello abierto de la camisa y la corbata.

Nos sonre

í

mos sin disimulo. Sab

í

a sin dudarlo que nadie como yo pod

í

a comerle el co

ñ

o con tanta pasi

ó

n ni desenfreno.

El escote de su palabra de honor se hab

í

a escurrido, dejando asomar la carne palpitante de una teta y, en el borde del escote, la areola oscura que rodeaba el pez

ó

n aparec

í

a arrugada y encogida. El propio pez

ó

n, de carnosidad y dureza similares, se escurri

ó

de improviso del borde del vestido cuando Andrea inspir

ó

con fuerza.

Me arrodill

é

entre sus piernas abiertas y ascend

í

hasta su pecho para liberar por completo sus tetas del vestido. Las de mi mujer hab

í

an experimentado un crecimiento desorbitado, acentu

á

ndose en estos

ú

ltimos meses de embarazo. Estr

í

as largas como l

í

vidos cardenales hab

í

an aparecido en la parte superior y las areolas se hab

í

an tiznado de un marr

ó

n oscuro, agigant

á

ndose los pezones. Pero los pechos de Andrea segu

í

an conservando su tersura juvenil, su lozan

í

a virginal. Las tetas de mi prima segu

í

an tan bellas como el primer d

í

a.

Apres

é

sus melones con mis manos y amas

é

el contenido. La lubricaci

ó

n que a

ú

n conservaba en los dedos facilit

ó

que las yemas se deslizaran por la piel, hasta los pezones endurecidos. Cerr

é

mis labios sobre ellos y lam

í

y sorb

í

por turnos el sudor que los cubr

í

an.

La mir

é

desde abajo. Andrea dej

ó

escapar un suspiro de complacencia. Hundi

ó

sus dedos en mi cabello y compuso una estampa de beat

í

fica solemnidad, vi

é

ndome mamar de sus pechos. Pero, cuando mis dientes apresaron la carnosidad, su sonrisa demud

ó

hacia la desdicha. Se mordi

ó

el labio inferior y ara

ñó

mi cabeza. Un murmullo ronco, como el de una gata, ascendi

ó

de su garganta. Me agarr

ó

de las orejas y, alzando mi cabeza hacia la suya, busc

ó

mi boca con la suya.

Mi coraz

ó

n volvi

ó

a bombear con fuerza desmesurada.

Sin pensarlo, me incorpor

é

tirando de ella para que tambi

é

n se levantase del inodoro. Me sent

é

en su lugar y, abri

é

ndome la bragueta, me saqu

é

de nuevo la polla, ya erecta.

De un tir

ó

n, arranqu

é

el tanga h

ú

medo y coloqu

é

a mi prima sobre mi erecci

ó

n. Gui

é

el extremo de mi verga hacia su entrada entornada. El glande patin

ó

por entre los pliegues viscosos. Andrea exhalaba un chillido sordo cuando la punta presionaba sobre su entrada, hasta que al final encaj

ó

con la oquedad.

Ella misma se dej

ó

caer, dejando que la longitud empalase su interior de un solo movimiento. Mi verga se acomod

ó

en su vagina como si fuese un guante. Sus nalgas aprisionaron mis huevos, su vientre se solap

ó

junto al m

í

o.

Andrea se apoy

ó

en mis hombros para ascender con movimientos pendulares, arm

ó

nicos, cadenciosos. Sus tetas se sacud

í

an con cada embestida y su cabello suelto y apelmazado se desparramaba por sus hombros y espalda.

Quiz

á

de aquel movimiento hipn

ó

tico ella extrajese alg

ú

n placer pero yo necesitaba m

á

s rapidez y rudeza para el m

í

o. La tom

é

de las caderas e imprim

í

un ritmo m

á

s salvaje. La fuerza que me proporcionaba la excitaci

ó

n me ayudaba a levantarla a pulso como si fuese liviana cual pajarillo. Su cara se contrajo en una m

á

scara de dolor y placer y eso la hac

í

a a

ú

n m

á

s bella, a

ú

n m

á

s deseable.

Sin pensar en mi fuerza ni en su peso, me incorpor

é

y la levant

é

de las nalgas en el aire, a pulso, y, apoyando ella sus sandalias sobre la tapa del inodoro, la foll

é

con penetraciones salvajes. Alzaba sin esfuerzo su pelvis lejos de la m

í

a, sacando casi por completo mi verga de su co

ñ

o y, usando su propio peso, la dejaba caer sobre mi verga con efectos devastadores para nuestras corduras. Ambos gem

í

amos y solt

á

bamos roncos sollozos.

Ella fue la primera en sufrir los embates del orgasmo. Me abraz

ó

con fuerza y apres

ó

mis nalgas entre sus piernas mientras convulsionaba. Luego llegu

é

yo, descargando toda mi simiente en su interior, sintiendo como su co

ñ

o absorb

í

a cada borbot

ó

n de esperma que eyaculaba.

Cuando la solt

é

, se sent

ó

sobre el inodoro, derrengada. Yo tampoco podr

í

a soportar el equilibrio por mucho tiempo. Los hombros y la espalda me pasaron factura por el tremendo esfuerzo y las piernas estuvieron a punto de fallarme. Un mareo imposible de dominar amenaz

ó

con hacerme perder el conocimiento pero, por fortuna, logr

é

apoyarme en las paredes del cub

í

culo.

Ambos est

á

bamos empapados de sudor, con nuestras ropas deshechas y el aroma del sexo consumado impregn

á

ndolo todo.

Mir

é

el reloj. Hac

í

a casi media hora que hab

í

a abandonado a mi mujer. Andrea se subi

ó

el vestido e intent

ó

alis

á

rselo sin remedio. Tambi

é

n yo estaba desastroso: nuestras ropas hed

í

an a sexo, a fluidos, a tabaco, a sudor.

Andrea me mir

ó

apesadumbrada. Olvidados ya los placeres del sexo desenfrenado, del sexo impulsivo, tocaba rendir cuentas con la realidad: nadie podr

í

a creerse cualquier excusa que encontr

á

semos. Nuestras ropas se

ñ

alaban sin duda alguna lo que hab

í

a ocurrido.

¿

Has tra

í

do paraguas?

pregunt

é

, perge

ñ

ando una locura.

Afirm

ó

tras un instante, sin adivinar mi idea.

Vale. Esto es lo que haremos. Escucha bien.

Fumamos otro cigarrillo mientras desgranaba mi plan.

Salimos corriendo al vest

í

bulo tras unos minutos y, atravesando la puerta del hotel, la lluvia inmisericorde barri

ó

en unos segundos todo rastro de nuestro encuentro, empapando nuestras ropas sin remedio. El aguacero tambi

é

n borr

ó

toda huella de nuestros cuerpos olorosos. Caminamos despacio hacia el aparcamiento, atravesando el embarrado jard

í

n. Andrea corri

ó

hacia su coche mientras yo iba hacia el m

í

o. Desarm

é

la alarma del autom

ó

vil. Agarr

é

un adoqu

í

n que delimitaba un parterre y bastaron dos golpes para hacer a

ñ

icos el cristal de una de las puertas traseras.

–––––

No me import

ó

destrozar mi propio coche. Mi vida, mi mundo estaba en juego. Deb

í

a ocultar, a cualquier precio, todo rastro de mi encuentro con Andrea. Disipar cualquier duda. Necesitaba elaborar la excusa m

á

s perfecta. Ni Rosa ni nadie deb

í

an sospechar nada.

–––––

Un polvo glorioso bien se merec

í

a un hipot

é

tico robo. Agarr

é

el navegador GPS del salpicadero y tir

é

de

é

l hasta que arranqu

é

los cables que lo conectaban a la corriente y la antena. Lo tir

é

bien lejos, m

á

s all

á

del muro que delimitaba el recinto del aparcamiento del hotel, junto con el adoqu

í

n.

Las impenetrables cortinas de agua confund

í

an mi silueta y me ocultaban de las c

á

maras de vigilancia.

Andrea se reuni

ó

conmigo despu

é

s en la escalinata del hotel, con su paraguas abierto. El m

ó

vil a

ú

n funcionaba aun a pesar de estar calado dentro del bolsillo de mi pantal

ó

n. Llam

é

a la polic

í

a y denunci

é

el destrozo y el robo de mi coche. Llegar

í

an en veinte minutos.

¿

Preparada?

Andrea asinti

ó

. Su rostro empapado me sonri

ó

en un gesto de confianza.

Por si no hay una pr

ó

xima vez

dije ronco.

Le plant

é

un beso en los labios que me fue correspondido con decisi

ó

n.

Entramos a la carrera en el hotel y los camareros se nos quedaron mirando asombrados. En sus bandejas estaban los restos del postre de los invitados.

Entr

é

en el restaurante junto con Andrea. Me dirig

í

directo hacia la mesa donde estaba mi esposa.

No le di tiempo a Rosa para que me preguntase porque chorreaban nuestras ropas.

Nos han abierto el coche.

Rosa se tap

ó

la boca asustada, borrando cualquier rastro de enfado.

Andrea estaba fuera paseando y lo vio. Se han llevado el navegador y no s

é

qu

é

m

á

s.

Los invitados de la mesa se levantaron y mis padres, que estaban en otra mesa, junto con mi hermana y mi cu

ñ

ado, presidiendo el convite, tambi

é

n llegaron asustados.

Ya he llamado a la polic

í

a

contest

é

cuando me indicaron qu

é

hab

í

a que hacer

¡

Qu

é

puta suerte, joder!

No fue una noche agradable a partir de entonces. El resto de la boda transcurri

ó

entre el pesar y el enfado. El director del hotel me pidi

ó

disculpas. Los agentes de polic

í

a levantaron un atestado y confirm

é

que al d

í

a siguiente ir

í

a a presentar una denuncia en comisar

í

a para que se hiciese cargo el seguro.

Por lo menos, consegu

í

antes que esos zoquetes arreglasen el servidor web

suspir

é

mientras mi mujer me consolaba.

Transcurri

ó

casi un mes.

–––––

Un mes desde aquel polvo donde la locura de revivir antiguos recuerdos nubl

ó

mi raz

ó

n.

–––––

El seguro se hizo cargo de la reparaci

ó

n. Mi mujer sal

í

a de cuentas en tres semanas. Mi hermana y su marido hac

í

a casi una semana que hab

í

an vuelto de la luna de miel en Tailandia. Yo segu

í

a fumando a escondidas.

No tuve noticias de Andrea durante todo ese tiempo. Hasta esta ma

ñ

ana.

Dej

é

caer el tel

é

fono m

ó

vil al suelo tras leer el mensaje que me hab

í

a enviado.

Los compa

ñ

eros en la oficina me miraron asustados. La pantalla del ordenador se me torn

ó

borrosa y un agudo dolor de cabeza se me manifest

ó

de la nada.

Ahora s

í

que la hemos jodido bien. Acabo de salir del ginec

ó

logo. Estoy embarazada. Adivina qui

é

n me ha pre

ñ

ado. Esta vez no podr

á

s esconderte. Quiero ser mam

á

. Tenemos que hablar

.

El fin del mundo.

Ahora s

í

que era el puto fin del mundo.

Querido lector, acabas de leer el cuarto relato correspondiente al XXI Ejercicio de Autores. Te pedimos que dediques un minuto a puntuar este relato entre 0 y 10 en un comentario al mismo, lo tendremos en cuenta para decidir qué relato de los presentados al Ejercicio es el mejor de todos ellos. Gracias.