El convento

Un convento de una congregación de monjas durante los años 40, en España. Allí, las monjas, hacen distintas penitencias, y deberán expiar sus pecados acorde a las normas de la abadesa y del cura del pueblo. El relato tendrá lo habitual de mis historias Spank, pies, sado, no consentido...

ELSA, LA NUEVA NOVICIA

ABRIL DE 1940

El convento era un viejo palacio en la sierra de Madrid. Se accedía a el por una carretera descuidada, mucho más ahora, tras todo lo sucedido. Los últimos kilómetros transitaban por una pedregosa carretera sin asfaltar que cuando llovía se hacía intransitable al convertirse en un lodazal.

En el interior del Rolls, en la parte de atrás, el matrimonio Gómez-Pereira miraba cada uno por la ventanilla. En el centro, mirando al suelo del vehículo, a sus pies, su hija Elsa trataba de contener las lágrimas.

Habían realizado el viaje desde Madrid totalmente en silencio. No tenían intención de conversar lo ya decidido, a saber, que su hija pequeña ingresara en el convento de las Madres Superioras de San Isidro como agradecimiento a dios nuestro señor por permitir recuperar España de las manos de los rojos.

Faltaba poco para llegar, así que tras suspirar, después de encenderse un nuevo cigarrillo y expulsar el humo en el interior del vehículo, Pelayo Gómez-Pereira miró a su hija.

-¿Ya has decidido tu penitencia? Queda poco para llegar, y queremos que la reunión con la abadesa sea lo más rápida posible.

Elsa se encogió de hombros.

-No se me ocurre ninguna.

A partir de ahora llevaría vida monástica, no volvería a ver a sus padres, algo que tampoco le importaba, nada más que una vez al año, y salvo contadas excepciones, estaría recluida en aquel convento sin poder salir excepto alguna vez que tuviera que bajar al pueblo cercano, Sierra fría del Caudillo, a diez kilómetros carretera abajo. La madre abadesa, Teresa, según se había enterado, había expuesto a sus padres que todas y cada una de las novicias cumplen una penitencia estando en el convento que deben guardar hasta el fin de sus días, tal y como le expuso por carta hace meses.

IDEAS, SUGERENCIAS Y COLABORACIONES A MI EMAIL.

GRACIAS A CARLA POR DEJARME USAR SU NOMBRE EN UN PERSONAJE.

“Las hay con voto de silencio, las hay que llevan un cilicio todo el día, cada día en una pierna, las hay que prefieren la flagelación diaria, las hay que han elegido no comer otra cosa que pan y agua, las hay que han decidido no volver a cubrir sus pies con nada… cómo ve, la maravillosa variedad es lo grande de este lugar.”

-Pues debes decidirlo ya, si no, lo haré yo, y ya sabes lo que me gustan los azotes para corregir.

Elsa asintió. Aún le dolía el culo de los recibidos ayer, cuando la trajeron de vuelta a casa tras encontrarla unos vecinos cerca de la estación de Atocha, a punto de coger un tren para escapar de lo que se avecinaba. La fusta de montar a caballo de su padre había dejado bien marcado su culo, que estaría así por varios días.

Loreto, su madre, se giró y sonrió a ambos.

  • Oh, vamos Pelayo… ya sabes que algún azote que otro recibirá aquí, están a la orden del día si no se portan como deben, sobre todo a las novicias hasta que se acostumbran. Recuerda lo que contaba tu hermana.

La tia de Elsa había fallecido en la guerra. Había sido monja en un monasterio similar.

-Elsa… - dijo su madre seria - se acabó, decido yo. Descálzate.

La chica miró a su madre, luego a su padre, que hizo un gesto de asentimiento. Mientras la joven se quitaba sus zapatos y dejaba los pies cubiertos por medias en el suelo del coche, este, entraba ya en los terrenos del convento. A las puertas del mismo, vestida con un habito blanco y un velo negro, esperaba, junto a un sacerdote vestido totalmente de negro, la madre abadesa del convento, Sor Teresa.

Bajó primero el padre, tras abrirle la puerta el chofer. A continuación, tras él, su hija, Elsa, la nueva novicia, y por el otro lado, Loreto, la elegante madre.

  • Don Pelayo… - saludó afable el sacerdote - Que gusto tenerles aquí…

  • Padre Ángel. - dijo Pelayo cogiéndole la mano y besando el dorso, gesto que imitaron su hija en silencio, y su mujer sonriendo. - Gracias por estar usted aquí presente.

  • Hermana Teresa. - De nuevo besaron su mano, al hacerlo, los tres recién llegados se fijaron que el hábito de la mujer le llegaba hasta los tobillos y que sus pies estaban descalzos.- Gracias por acoger a nuestra hija.

  • Gracias a ustedes por ceder a este ángel a nuestro señor. -dijo acariciando la cara de la joven, que trataba de contener el llanto.

Veo… - dijo señalando los pies de Elsa - Que has decidido tu penitencia… Verás como te reconforta tener tus pies tan en directo contacto con la obra de dios. Yo ya llevo así treinta y siete años, desde que ingresé aquí con dieciocho años, y doy gracias al creador cada día por ello.

Entremos al convento, y vayamos a mi despacho, allí hablaremos más tranquilos,

El matrimonio asintió, y tras ordenar al chofer que aguardara ahí, llevando entre ambos a Elsa por los brazos, pues no podía andar del miedo, siguieron al interior del convento a la pareja de clérigos.

El despacho de la madre superiora estaba en la planta baja de aquel impresionante palacio de gruesos muros y suelo de madera áspero, como pudo percibir Elsa aun a través de las suaves medias que aún cubrían sus pies.

La chica miraba los pies de aquella mujer, anchos, con unos ligeros juanetes, de uñas perfectamente recortadas e impolutas, sin esmalte alguno, no como ella, pues se apreciaban sus uñas lacadas de rojo a través de las medias. Se preguntaba cómo podía soportar ir así. Bueno, se dijo con lástima, pronto ella misma lo iría descubriendo, y al momento, soltó un gemido y se detuvo.

-Me he clavado una astilla. - Subió su pierna izquierda y allí la vió, clavada en las almohadillas bajo los dedos, una astilla sobresalía. La chica la cogió y la sacó, era larga, fina, sin duda habría más por todo ese suelo viejo y descuidado. Iba a tener que ir con mucho cuidado.

  • Ya te acostumbraras. - dijo la monja - Yo ya ni me entero de lo curtidos y duros que tengo los pies.

Sin decir nada más, siguieron avanzando hasta llegar al despacho de la madre superiora. Una monja vestida con el mismo hábito, pero cuyos pies estaban calzados por unas desgastadas alpargatas azules les esperaba.

  • Hermana Sonia… le presento a una nueva novicia, Elsa. Como verá su penitencia ya está elegida.

La monja asintió sin decir nada, abrió la puerta del despacho de la superiora y el grupo entró, La hermana Sonia se quedó fuera, y cerró la puerta una vez estuvieron todos sentados.

El despacho era una habitación grande, con un  gran ventanal que daba a los jardines traseros, donde estaba el huerto que todas cuidaban y cultivaban, según les contó la madre, y pudieron ver, pues había un grupo de diez monjas dedicadas a la tarea.

  • Siéntense.

La madre superiora y el sacerdote se sentaron juntos, en el mismo extremo de la mesa, en el otro, donde solo había dos sillas, se sentaron los padres de Elsa quedando la muchacha de pie entre ambos, con la mirada fija en el suelo.

-La hermana Sonia tiene voto de silencio. Lleva sin hablar cinco años, desde que ingresó aquí con 25 tras enviudar.

Bien… Ahora mismo somos cincuenta monjas, contándome a mí y a su hija.

Lo hemos pasado mal durante la guerra, muchas fueron llevadas y no sabemos de ellas, algunas huyeron, pero la mayoría somos viejas conocidas, solo hay tres hermanas más que entraron tras finalizar la guerra.

Cada una tiene su celda individual, donde tienen su propia cama, una mesa con una silla, y un armario pequeño con una percha para colgar los dos habitos de que dispone. También una palangana y un orinal, para las noches, ya que está prohibido salir de las celdas desde las doce hasta las cinco, cuando nos levantamos para ir a maitines.

La celda la debe limpiar todos los días, se la proporcionará una escoba para ello.Los servicios comunes, los limpia cada día una, ella sola. La cocina la limpian las mismas hermanas que se encargan de hacer la comida, el resto, limpia el salón comedor y el resto del convento, sobre todo la capilla donde rezamos cada día y donde viene el padre todos los miércoles a decir la misa y confesarnos.

Los domingos bajamos al pueblo, todas, andando. Oímos la misa en la parroquia, y al acabar subimos juntas, de nuevo andando.

Elsa puso cara de terror. Andar descalza veinte kilómetros cada domingo, diez de ida, diez de vuelta.

-Oh, se que piensas preciosa -dijo la madre superiora - en solo unos meses,  tendrás los pies tan curtidos y ásperos, que te dará igual ir descalza hasta por brasas. - y sonrió al mencionar las brasas, algo de lo que Elsa no se percató. - Y no notarás ni el frío de la nieve que cubre los caminos al pueblo.

Los padres de Elsa sonrieron satisfechos.

-La familia puede venir a verte, si lo desea, cuando sea tu cumpleaños.

-Fue la semana pasada. - dijo la madre - Así que tardaremos un año en volver.

-Bien,  bien….

Llamaron a la puerta, tras dar su autorización, esta se abrió y entró una novicia. Parecía joven, poco mayor que Elsa, y según vieron todos, también iba descalza. Traia consigo un habito blanco y un velo negro.

  • Gracias Carla. déjalo encima de la mesa.

La novicia obedeció y tras inclinar la cabeza, salió.

-Carla decidió también ir descalza… De las cincuenta, somos, contándote ya a tí y a mí, diez las que estamos así. Ella lleva solo unos seis meses, desde que entró. Yo soy la que más tiempo lleva descalza, las otras hay de todo tipo, todas más de un año.

Bien...es hora de que te desnudes y te pongas tu hábito.

Elsa levantó la cabeza y abrió mucho los ojos.

-¿Aquí? ¿Ahora?

-Claro. - dijo el sacerdote sonriendo - ¿Dónde si no? Además de empezar ya a vestir tu hábito, hemos de comprobar tu virginidad. Todas las novicias, salvo aquellas que hayan estado anteriormente casadas, han de entrar vírgenes, de no ser así, deberán expiar su gravísimo pecado.

Elsa tragó saliva, no era virgen, nadie lo sabía. Llevaba dos años, desde los dieciséis, acostándose con su  novio.

-Bien cariño. - dijo su padre - No te de vergüenza, te he visto desnuda hace bien poco, cuando tuve que azotarte.

La monja y el sacerdote sonrieron, tenían constancia de ese reciente castigo.

Temblando, Elsa se desnudo poco a poco. Se desprendió despacio de su jersey, su blusa, su falda, su sujetador, sus medias y sus bragas. Dejó a la vista el abundante vello pubico rubio que cubría sus labios, y cruzando los brazos cubriendo sus pechos cerró los ojos empezando a sollozar.

-Bien bien…. - dijo el padre Ángel levantándose - Ninguna sabeis al entrar que tengo ciertas nociones de ginecología… pero aun así, no es difícil comprobar el virgo de una mujer. Los gitanos llevan años haciéndolo.

Se acercó a Elsa con un pañuelo blanco en las manos. Elsa lo vió aterrada.

-Separa las piernas jovencita.

Elsa temblaba, no sabia que hacer, no reaccionaba, así que su padre, la dió un azote en las nalgas con todas sus fuerzas, haciéndola tambalear hacia delante soltando un chillido y empezando a llorar.

-Obedece, o tendré que sacar el cinto y volver a azotar tu culo más fuerte, y ten seguro que a todos los presentes les parecerá buena idea.

Elsa, sin poder contener el llanto y temblando, obedeció. El padre Ángel se situó tras ella y sonrió al ver el amoratado culo de la chiquilla con las marcas de la fusta dibujandose en sus nalgas. Las acarició suavemente, lascivo, libidinoso, sonriendo, y, poniéndose en los dedos de la mano el pañuelo blanco e inmaculado, empezó a hurgar en los labios vaginales de la chiquilla y a introducirlos en el interior de su coño. Elsa gimió, encogió los dedos de los pies y apretó sus puños hasta sentir como las uñas se clavaban con fuerza en sus palmas. El sacerdote hurgaba, dentro, muy adentro, por las paredes, y su expresión pasó del placer al asombro y al enfado. Tras un largo minuto, sacó bruscamente los dedos y un pañuelo blanco, salvo por las secreciones del coño de la chica.

  • Me temo que no es virgen,

Al oír eso, la madre y el padre de Elsa, a la vez, propinaron un azote cada uno en una de las nalgas de la chica que volvió a chillar,

  • ¿Puedes explicar eso, zorra? - espetó el padre mientras el padre Ángel volvía a su sitio guardando el pañuelo en  el bolsillo.

-Pablo…. - susurró la pobre entre lágrimas.

De nuevo los dos progenitores, de nuevo a la vez, de nuevo con dureza, azotaron el culo de Elsa.

-¿Quién es Pablo? ´- preguntó la madre Teresa.

-Un chico republicano. Mi hija tuvo un romance con él, lo descubrimos tarde, muy tarde por lo visto. - dijo el padre levantándose mientras se quitaba el cinturón - Tras la victoria, hubo un chivatazo. Los descubrimos juntos, tratando de huir. A él se le fusiló al momento, delante de mi hija, ella recibió luego su castigo en casa. Debí haberla inspeccionado entonces. Lo lamento madre.

La monja hizo un gesto de indiferencia con la mano.

-Bueno… no se agobie… debemos corregir ese pecado y lo haremos, pero si usted quiere ahora castigarla, no pondremos objeción.

-Bien.

Pequeña puta…. apoya tus manos en la mesa de la madre superiora y ponte en posición.

Elsa, gimiendo, llorando, obedeció. Ponerse en posición era doblar la cintura y elevar el culo, con las piernas separadas, lista para recibir los azotes correspondientes.

-Digan un número. Tu primera hija.

-Diez. - dijo temblando y sabiendo que menos implicaría recibir el triple,

-Veinte - dijo su madre.

-Veinte. - dijo la madre teresa,

-Menos de cuarenta, los que recibió nuestro señor Jesucristo, sería obsceno.

-Bien, yo digo también cuarenta. Eso suman… ciento treinta.

Elsa gimió y tembló, sin darse cuenta se empezó a orinar encima y eso propició un fuerte azote en su culo con el cinturón; la chica aulló y se incorporó levemente para volver a tomar la posición rápidamente.

-Cerda…luego lo limpiaras, usaras tu sucia ropa de puta, ya que no la usarás más. Ahora… Eran ciento treinta, hemos dicho, y somos aquí cuatro personas, pues tú no lo eres. Ciento treinta entre cuatro, son treinta y dos y medio… para redondear, treinta y tres, los años de Jesucristo, y dado que como bien ha dicho el padre Ángel, menos de cuarenta sería obsceno… recibirás 40 azotes con mi cinturón.

Siempre y cuando… a la madre superiora le parezca bien. Mi hija ya es de su propiedad.

-No tengo objeción alguna. Esta noche recibirá, por mi parte, un correctivo semejante en su celda…. otros cuarenta azotes… si - pero la mujer ya pensaba que serían en otro sitio más acorde al pecado cometido. A esa chiquilla le iba a costar olvidar el haber entregado su virginidad.

Elsa cerró los ojos y empezó a sollozar. Cuarenta más esta noche. Gimiendo, sorbiendo, cogió aire y respiró hondo esperando el inicio del castigo.

-Bien… pues acabemos cuanto antes, quiero irme ya y volver a casa pronto.

Y sin decir nada más, comenzó a azotar con dureza el culo de su hija.

Los golpes sonaban con contundencia, y los chillidos de dolor y el llanto de Elsa llenaban los oídos de los presentes.

-No te oigo contar. - dijo su padre tras el quinto azote, dado en los muslos - Quizás debemos empezar de nuevo.

Y la golpeó dos veces más, culo y rabadilla, hasta que Elsa, atinó a empezar a contar tras el octavo golpe, sabiendo que debía empezar por el uno, o sería fatal.

-Uno…. - dijo llorando. - Dos….. - tras un nuevo azote que cayó en sus muslos -  Tres….

Y siguió recibiendo azotes en el culo, rabadilla y muslos hasta llegar a los cuarenta prometidos.