El convento 3
Elsa es conducida a su celda. Allí, tras rezar, recibirá un severo correctivo por parte de la Madre Teresa y de la hermana Sonia ante la ateta mirada de la novicia Carla.
EL CASTIGO EN LA CELDA
Ante ella, haciéndola el pasillo, estaban todas las novicias del convento, todas mirándola, su cuerpo desnudo, su vello púbico cubriendo su coño, pegajoso por el semen del padre Ángel. Sus tetas, sus pezones sonrosados y erectos por el frío, sus pies descalzos, con la pedicura en rojo que en unos meses habrá desaparecido del todo, igual que la tersa suavidad de las plantas.
-Camina. - dijo la madre Teresa azotandola el culo con la mano. Gimiendo, Elsaa obedeció.
A medida que andaba, con la mirada baja y subiendo a la vez, veía los rostros y los pies de las otras novicias. Las había de todas las edades, pero ninguna mayor que la madre Teresa. Contempló los pies descalzos de las otras novicias que penaban como ella de esa forma, Ninguno parecía dañado, todos hermosos, eso si, con suciedad bajo las uñas, en los empeines, entre los dedos… Supuso que ella los tendrá igual en breve espacio de tiempo.
Siguió andando por el pasillo, notando de nuevo alguna astilla clavarse en sus pies, pero sin decir nada, solo poniendo una leve mueca de dolor. Tras acabar el pasillo, giraron a la derecha y bajaron por unas escaleras, allí la madera daba paso a la piedra que anteriormente debía cubrir el suelo de todo el castillo, horadada por los años, fría, resbaladiza y húmeda. Al acabar, el terreno pasaba a ser de cemento y arenoso. Elsa notaba finas piedrecillas de gravilla y arena clavarse en sus pies.
-Aquí están las celdas de todas menos la mía, que está pegada a mi despacho. Hay también dos servicios, los otros están arriba, junto al comedor principal y la cocina. Al ser nueva, te tocará limpiar los servicios ya mañana. Deberás levantarte antes que nadie para hacerlo, teniendo en cuenta que a las cinco despertamos todas para maitines, por lo que han de estar ya limpios a esa hora, para que después podamos usarlos. Te recomiendo que los limpies por la noche, pero hoy no, eso será la próxima vez que te toque, esta noche te toca castigo y penitencia por ser tan osada con ese joven republicano.
Elsa asintió. Estaban las dos solas, no las había seguido nadie. Estaba muy oscuro, apenas iluminado por bombillas dispersas en el techo, estando alguna parpadeando.
En el pasillo había puertas de madera con un ventanuco en la parte superior. Pudo observar que tenían un barrote de cerrojo por fuera, ninguno echado. Supuso que tal vez algunas veces las castigaban encerradas en sus celdas. Ya casi al final, dejando cuatro celdas a un lado y tres al otro, llegó a la suya, la única con la puerta abierta.
-Entra.
Era una habitación oscura, iluminada por una tenue bombilla en el techo. Había una vela grande, en una palmatoria, en una mesita junto a una cama con un colchón de paja que parecía haber sido usado. Sobre la mesita también había un crucifijo de madera, sencillo, sin figura de cristo. Debía de medir unos 25 centímetros de la base al travesaño horizontal y luego otros diez centímetros más. El colchón lo cubría unas sábanas blancas, no había ventanas, y la habitación no era mucho más ancha de lo que ocupaba la cama y la mesita. En la pared frente a la puerta había un escritorio con una silla y un armario, donde se veían colgados sus dos hábitos. Nada más. En el suelo, a los pies de la cama, una palangana con una jarra con agua y un orinal, tal y como la habían dicho. Había también una toalla doblada y desgastada sobre los pies de la cama y una esponja que también debía haber sido usada ya junto a una pastilla de jabón medio gastada. En la cabecera de la cama, Elsa vió dos argollas enormes ancladas a la pared, una a cada lado. Se preguntó para qué serían.
-Bien. Quédate aquí hasta que venga a castigarte esta noche antes de la cena. De rodillas, desnuda, rezando, si es que sabes rezar.
Elsa asintió.
-Lo lamento madre. - se puso de rodillas y agarró el hábito de la mujer -pero por favor, no me azote ,más en el culo… por favor, se lo ruego…
Sin saber porqué, se arrodilló del todo y empezó a besar los pies de la madre Teresa, que sonrió complacida y algo excitada. Casi deseaba dejarla el pie para que se lo lamiera entero y limpiase, pero eso sería otro día.
-Levanta, no me hagas duplicar los azotes.
Aterrada por lo que había oído, Elsa se incorporó, quedándose de rodillas, sollozando, mirando a la mujer, que ahora acariciaba su cara.
-Cariñito, no pensaba azotarte el culo esta noche. Tu vicioso pecado merece un castigo acorde.
Y dando media vuelta, dejó a Elsa sola, sollozando en mitad de su minúscula celda, de rodillas. Al salir, Elsa escuchó cómo corría el cerrojo y así supo que si, las castigaban encerradas en sus celdas cuando querían. Temblando por el miedo t el frio, Elsa, empezó a rezar sin poder evitar pensar en las palabras de la mujer.”no pensaba azotarte el culo “ Entonces. ¿Donde la azotaria? Sus padres la habían azotado alguna vez en los muslos, por delante y detrás, con la vara, incluso en los gemelos y las palmas de la mano, pero nada más, sobre todo en el culo.
Muerta de miedo, cogió la palangana para orinar, de repente tenía ganas de nuevo. Al acabar, se volvió a poner de rodillas y siguió rezando iluminada solo por la tenue luz de la bombilla que colgaba de su techo.
Estaba sentada en la cama, mirando sus pies. Había estado rezando largo rato, hasta que se cansó y se sentó en la cama, sintiendo el culo arder, pero se aguantó. Estuvo llorando unos minutos, por lo que le había pasado, por lo que le pasaba, por lo que le iba a pasar. Recordó aterrada al padre Ángel, como la había violado,si, violado, recordó su penitencia, un año, un año entero de azotes o de ser violada por ese representante de dios… gimió y sollozó por ello de forma amarga durante minutos. Se imaginaba ya que su vida, desde hoy, sería así, penitencias, castigos, a buen seguro constantes humillaciones… y encerrada con todas esas mujeres. Pensó en Pablo, en como gozaba del sexo con él, en que si hubieran podido escapar juntos ahora estarian en Francia, tal vez mendigando y viviendo en la calle, pero libres, y no él muerto y ella aqui, donde viviria el resto de sus días, penando, sufriendo.
Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando escuchó la puerta abrirse y en la celda entró la hermana Teresa acompañada de dos novicias. Una era Sonia, la chica que conoció al llegar, la que tiene voto de silencio, la otra que iba descalza también, parecía de la edad de Elsa, la cual se puso de pie inmediatamente. Al hacerlo, se fijó en que traían un saco de arpillera
-Bien…ha llegado la hora de tu castigo. Túmbate en la cama, boca arriba.
Elsa, dejando en el suelo lo que había aún sobre la cama, obedeció. Asustada, temblando, escuchó como se acercaban a la cabecera de la cama, miró, y vió a las dos monjas, con el saco de arpillera con ellas mientras la hermana Teresa se quedaba de pie a los pies de la cama.
-Si permaneces quieta, callada, y sin protestar, será más fácil. Una sola queja o movimiento brusco y sumaré diez azotes más a los 40 prometidos.
Elsa, llorando, asintió.
-Si, madre. - dijo en un susurro.
Al momento, notó como una de las monjas se reclinaba sobre ella y la cogía el brazo derecho, alzándolo y le ponía en las muñecas un grillete de hierro. Asustada, Elsa vio que la fijaban con una llave, y que de cada extremo colgaban dos argollas de metal. Emblando, sollozando, vió como repetían la operación en la otra muñeca y como a sus pies, la madre Teresa, colocaba sendos grilletes de las mismas características, en sus tobillos.
Las dos monjas, fueron a sus pies, y cogiendo primero el derecho, elevaron su pierna doblandola todo lo que pudieron.
-¿Que van a hacerme…? - gimoteó Elsa.
-Darte tu merecido, sátira desgraciada. - dijo la madre Teresa. - Por ser tan impúdica, serás castigada en el lugar donde hás cometido tan terrible pecado.
La hermana Sonia unía ahora con una cadena de eslabones gruesos el grillete de su tobillo derecho con el de la muñeca derecha. Elsa, aterrada, movió la pierna derecha y chilló de dolor al arañarse con los bordes de los grilletes. Mientras, la otra novicia, repetía la operación en su pierna y muñeca izquierda. Cuando acabaron, volvieron a los pipes de la cama. Elsa, llorando, se dió cuenta de que apenas podía mover brazos y piernas, y que tenía su coño y culo expuestos por completo, y entonces, comprendió. Pensaban azotarla ahí.
-Nooooooooo…. por favor, no me azote mi sexo…. se lo suplico,..
La hermana Teresa sonrió,
-Veo que lo has comprendido. Tu pecado, requiere un castigo acorde.
Y como has chillado, y has tratado de moverte, serán sesenta azotes.
-Nooo, por favor,,.,,
-Setenta pues. - dijo sonriendo - podemos seguir sumando azotes toda la noche, no pienso tener piedad. No la mereces.
Elsa lloró amargamente cerrando los ojos. Aquello era terrible, ¿cuánto dolerá? Moriría, estaba segura, no podría soportarlo. Faltaba aún saber con que la azotará esa monja sádica y cruel.
-Hermana Sonia, descalcese y debe una de sus alpargatas, usted coja la otra.
La joven, obedeció.
-La vamos a azotar la hermana Sonia y yo, usaremos sus alpargatas para hacerlo, la golpearemos en su sucio coño con la suela. Usted contará cada azote, y después dirá “gracias oh señor, perdona a esta pecadora, merezco otro más” ¿Queda claro?
Elsa, gimiendo, asintió. Setenta, setenta azotes con las alpargatas de esa monja. Miró bien la que tenía la madre Teresa en la mano. Suela ancha y desgastada de esparto, algo deshilachada.
-¿Preparada? Iremos alternando, empezaré yo, y descuida, la hermana Sonia la azotará fuerte, seguro que más que yo. Sabe que si no, luego ella recibirá el doble de azotes. Cuando esté lista, simplemente diga, ave María purísima.
Elsa volvió a gemir, sollozó, cogió aire, lo expulsó despacio, apretando los puños y encogiendo los dedos de los pies, cerró los ojos fuertemente.
-Ave Maria purísima. - dijo entre lágrimas.
-Sin pecado concebida. - respondió la Madre Teresa. Y acto seguido, descargó el primer azote en el centro de la entrepierna de Elsa, que gritó de dolor abriendo los ojos y revolviéndose, notando como los grilletes arañaban sus muñecas y tobillos.
-Unooo… - atinó a decir llorando - gracias oh señor, perdona a esta pecadora, merezco otro más.
Y un segundo azote, ciertamente más fuerte aún, dado por Sonia, cayó en su coño.
-Ahhhhhhhh - chilló llorando. - Dos…gracias oh señor, perdona a esta pecadora, merezco otro más.
Y de nuevo, con furia, la hermana Teresa sacudió en el centro de la entrepierna, que ya estaba enrojecida con solo dos azotes, un tercer golpe con todas sus fuerzas.
-Se….ten….ten… setenta . - gimió una exhausta Elsa - graciasss… oh… oh … señor… , perdona a esta pecadora, merezco otro más.
Las tres monjas, de pie, al borde la cama de Elsa, miraban el coño de la pobre muchacha. Toda la zona, incluso parte del perineo, estaba tan roja, irritada y ampollada que daba lástima. Incluso algunos hilillos de sangre recorrían los muslos y nalgas de la muchacha.
-Tenga hermana Sonia, -dijo la madre Teresa dándole la alpargata que había usado a la monja - usted y la hermana Carla pueden irse en cuanto desencadenen a la hermana Elsa.
Tras calzarse, Sonia fue con Carla, la otra monja, y quitaron las argollas a Elsa, que gimiendo, bajó las piernas. Al ir a cerrarlas, aulló de dolor, volviendo a abrirlas.
-Creo que por hoy hemos terminado contigo.
Vendré a buscarte antes de maitines para que limpies los baños.
Que el señor esté contigo, hermana.
Sollozando, Elsa, dobló las piernas hacia arriba y llevó sus manos a su entrepierna gimiendo al notar el contacto, se la miró, y vió sangre.
-Y… y con tu espíritu… - y cerró los ojos desmayándose.
Eran las ocho y media de la noche.