El conserje poco dormilón

De cuando uno invita a alguien a dormir y no se duerme.

El conserje poco dormilón

El pueblo donde hemos estado este fin de semana, ni era muy grande ni muy pequeño, pero se habían reservado nuestras habitaciones en el hostal y estaba lleno, así que dos de nosotros deberían irse a dormir a otro hostal más lujoso del mismo dueño, que no era muy grande y que sólo ocupaba la gente que iba de negocios; los ejecutivos.

Cuando me enteré de este cambio, le dije a Daniel que iría a reservar aquella habitación y a decir que dos de nosotros (Daniel y yo, por supuesto) ocuparíamos aquella habitación. Y al llegar a aquel lugar apartado de la feria y tranquilo, me atendió una señorita muy amable:

Verá, señor – me dijo -, el hostal es del mismo dueño y tengo órdenes de cobrarle lo mismo que si fueran al otro, pero hay un problema, porque tengo órdenes de daros una habitación, no dos; y en este hostal sólo hay habitaciones dobles con cama de matrimonio o habitaciones simples.

Queremos una habitación con cama de matrimonio – le dije -; ni queremos hacer más gastos ni esto es un problema para nosotros.

Y me dejó reservada la 101, que tenía una bella vista al campo y parecía muy silenciosa. Me gustó para Daniel y para mí.

Cuando llegué a la plaza, ya estaban todos montando el equipo y me subí a echar una mano como siempre. Jamás dejaba que un solo cable no fuese revisado por mí. Todo estaba en orden.

Oye, Tony – me dijo Daniel -, ¿qué tal está el otro hostal?

"¡Joder! – le dije en voz baja -, es mejor que el que se nos reservó, pero mucho más caro. Sólo hay una habitación doble con cama de matrimonio muy amplia. Me gusta para los dos (casi le beso en ese momento).

Terminado de montar el equipo y en ese tiempo que teníamos para prepararnos, fuimos Daniel y yo al hostal y dejamos algunas cosas del equipaje. La señorita nos advirtió de que a las doce iría a oírnos tocar en la plaza y de que, cuando volviésemos, estaría su compañero Manolo.

Nos fuimos a cenar algo todos juntos, subimos a tocar a las diez como siempre e hicimos algunos pases (no hasta las seis de la mañana, desde luego). Observé que había un chico de nuestra edad, o quizá un poco más joven, que no se apartaba del escenario y miraba a Daniel casi con la boca abierta y sin pestañear… pero estas cosas ocurren en todos los pueblos.

Cuando terminamos, nos sentimos muy cansados y vino el delegado de festejos a felicitarnos por nuestro show:

Soy también el dueño de los hostales – nos dijo -, pero aunque viene poca gente de fuera, me he quedado sin habitaciones. Ya os habrán dicho que tenéis una en otro hostal.

Sí – le dije -, ya he estado allí y he dejado los bultos. Me parece un sitio muy bonito y muy tranquilo.

¡Jo! – respondió -, claro que es tranquilo. Lo puse más lujoso y apartado para gente más exigente, pero lo prometido es deuda. El precio será el mismo.

Allí dormiremos Daniel y yo – le dije -; la señorita nos advirtió de que sólo había una habitación doble, pero no nos importa.

Perdonadme – se excusó -, pero faltaba sólo una plaza en el otro hostal. Pedid esa habitación o dos, que los gastos van de mi cuenta. No importa.

Y tuvimos que irnos con él a un bar a tomar unas cervezas aún deseando descansar, pero era un tío joven y muy amable (muy mamable, diría Daniel).

Subimos una calle corta y llegamos al hostal. Estaba cerrado y apagado. Llamé al timbre y esperamos un poco. Salió entonces un joven de nuestra edad que nos dio la bienvenida. Me era conocida su cara; tal vez el que estuvo viéndonos en la plaza. Sí, era ese.

Perdonadme – nos dijo -, no pensaba que terminaríais tan pronto de tocar. Es que aquí no hay nadie y me echo un poco a descansar.

No pasa nada – le dije -, tu compañera de esta tarde nos dio la 101.

¿La 101? – preguntó -; es de matrimonio. Si queréis que os ayude a subir alguna cosa

No – le dije – ya está todo arriba, pero nos quedaremos a fumar un cigarrillo aquí en la entrada.

Sí – hizo un gesto de preocupación -, está prohibido fumar en todo el hostal.

Y fumando un cigarrillo los tres en la puerta, nos dijo que si podía acostarse un poco en el sofá y, si le necesitábamos, que le llamásemos.

Pero bueno – le dije -, si no va a venir nadie más ¿por qué no te acuestas en una cama?

Cuando os acostéis – nos dijo -, cerraré la puerta y apagaré las luces. Así paso la mayoría de las noches. Solo.

Oye – le dijo Daniel - ¿pasaría algo si te vas a dormir a una habitación más cómodo?

Pues sí – contestó – porque la camarera descubrirá una cama deshecha por la mañana.

Pero si es la nuestra – insistió -, nadie lo va a notar. Por cierto, no nos has dicho cómo te llamas.

Es verdad – rió -, soy un maleducado. Me llamo Manolo. He estado viéndoos tocar en la plaza. ¡Jo, cómo me ha gustado!

¡Anda! – le dijo Daniel que es muy lanzado -, apaga, cierra y vamos para arriba. Esta noche no duermes en el sofá.

No, no, no puedo hacer eso – dijo el joven -, si viene el dueño y no oigo la puerta…".

Mira, tío – le dije -, el dueño no va a venir. Lleva una cogorza de mil demonios y ya estará durmiendo. No te vamos a dejar dormir en el sofá habiendo una cama grande. ¡Donde duermen dos, duermen tres!

Encendimos otro cigarrillo y seguimos fumando unos minutos. En lo poco que hablamos, empezó a insinuarnos que se acostaría con nosotros pero que deberíamos estar pendientes de si sonaba el timbre de la puerta.

¡Claro que sí, Manolo! – le dijo Daniel -, que no va a venir nadie. O es que quizá no quieras acostarte con nosotros.

Se puso blanco y nos miró asustado apurando la colilla, pero su respuesta fue muy clara:

¡Sí, sí; sí quiero acostarme con vosotros!

¡Venga, Manolo – le dijo Daniel -, que no hay muchas horas!

Poco después, nos acompañó a la habitación, encendió las luces (las mismas que fue apagando Daniel) y se quedó mudo como diciendo: «Bueno, vosotros diréis».

Nos quitamos las ropas y entré yo antes a ducharme y salí en pelotas secándome. Manolo me miraba asustado y pegado a la pared con su uniforme:

¡Venga, Manuel! – le dije - ¿Todavía estás vestido o es que también quieres ducharte con la ropa?

¿Ducharme? – dijo casi asustado -. No quiero mojarme los pelos por si acaso llega alguien.

Tienes mucho miedo – le dijo Daniel -, déjame quitarte esta ropa y te duchas. No va a venir nadie y si viene, que espere. Ya le diré yo a quien sea que Tony está indispuesto y le estás ayudando.

Me eché en la cama en pelotas muy cansado y Manolo me miraba asustado mientras Daniel le quitaba la camisa y luego el pantalón sin hacer gestos sensuales.

¡Venga, Manolo! – le dijo -; a la ducha, que es un minuto.

Fue a ducharse y nosotros nos miramos extrañados ¿De qué iba aquel tío?

Salió Manolo de la ducha cubriéndose con una toalla y ya estaba Daniel desnudo y preparado para refrescarse. Me acerqué a Manolo, tomé su toalla y le sequé bien el pelo. Estaba desnudo, pero no le di importancia a aquello y se sintió más tranquilo.

¡Ya puedes acostarte, tío! – le dije -, que no tenemos por qué esperar a nadie.

Y antes de que saliese Daniel del baño, estábamos en la cama, me miró con cierta tristeza y, acariciando su cuerpo de arriba abajo, le besé los labios. No dijo nada, pero miraba hacia la puerta inquieto. Al poco tiempo salió Daniel también desnudo y secándose y saltó a la cama dejando a Manolo en el centro. Éste se echó a reír, pero Daniel lo abrazó con delicadeza, lo volvió hacia él y lo besó en los labios también.

Poco después, se apagaron las luces de la habitación y los tres estábamos desnudos sobre aquella amplia cama. De pronto, noté una mano que me acariciaba, pero sabiendo cómo acariciaba Daniel, me di cuenta de que era la mano de Manolo. Poco después comencé a oír soplidos, como los que se dan de placer. Ya no supe distinguir unas manos de otras. Mi cuerpo estaba siendo acariciado por todos lados y mis brazos se entrelazaban con otros en la penumbra tocando aquí y allí. Toqué algo duro que me pareció la polla de Manolo. Parecía muy grande. Y alguien agarraba la mía con muchas ganas. Poco después, me di cuenta de que Manolo se había vuelto hacia Daniel y lo abracé por la espalda pegándome a él. Pero al momento, vi cómo Daniel se levantaba y se ponía boca abajo. Comenzaron a hacer un 69. Yo seguía notando manos que me acariciaban, pero humedecí mi polla y el culo de Manolo que se estremeció al sentir mis dedos: «Oye, no estoy acostumbrado a hacer un trío».

Le fui acariciando el culo y cuando intentaba tocarle la polla me encontraba con la cabeza de Daniel que, a veces, se levantaba y me besaba apasionadamente. Por fin, encontré en la oscuridad el agujero de su culo y comencé a darle unos masajes con los dedos. Luego le fui introduciendo uno y encogía sus nalgas. Por fin, mi dedo entró hasta el fondo y le fui dando un masaje. Me pareció que no aguantaba el placer de una mamada y del dedo al mismo tiempo, pero, con suavidad, fui metiendo dos dedos. Comenzó entonces a moverse adelante y atrás y dijo: «¡Esperad, esperad, que me corro si no descansamos!».

Entonces se pasó Daniel por encima y se puso detrás de mí y me la clavó como sólo él sabe hacerlo y su brazo siguió cogiéndole la polla a Manolo y meneándosela. Aquel chaval gemía de placer, pero yo estaba en medio y no sabía qué hacer. Fui sacando los dedos muy despacio y los sustituí por mi polla, que comenzó a entrar en Manolo con suavidad, pero al notar esto, se volvió, tiró de mí y me puso boca abajo y me la metió de un tirón. Tenía una polla tan grande que noté un cierto dolor. Al momento, noté que me besaba Daniel, se levantaba y se subía encima de los dos. Casi me faltaba la respiración. Un empujón de la polla de Manolo me hizo pensar que Daniel se la había metido a él. Comenzó un movimiento pesado y difícil. La polla de Manolo me iba a reventar, pero de gusto. Y cada vez fue más fuerte el movimiento y el peso de Daniel sobre Manolo hundía más su polla en mí. Nuestras caras se volvían y besaban labios; labios, ¡no sabía de quien!

Noté por fin que Manolo se corría dentro de mí dando gritos de placer. Daniel era menos ruidoso. Pero cuando se corrieron los dos, empujó Manolo a Daniel a un lado y tiró de mi cuerpo con todas sus fuerzas y comenzó a hacerme una mamada que no pudo durar más de un minuto. Solté un chorro de semen en su boca que creí que habría llegado al techo.

Luego, sin encender la luz, se fue al baño y cerró la puerta. Daniel y yo seguimos besándonos ya casi rendidos y, cuando salió Manolo, vimos cómo se vestía en la oscuridad, se acercaba a la cama, nos buscaba con las manos, nos besaba hasta hacernos daño y salió por la puerta para bajar al recibidor.

¿Pero no iba a dormir con nosotros?