El conserje

El primer día de trabajo, la primera cara que encuentro: el conserje: el primer hombre que me penetró.

EL CONSERJE

Yo soy bisexual desde que tuve mi primera experiencia con un hombre. Fue en un parque, de noche. Yo iba paseando, temeroso, y vi una figura junto a un árbol. Me detuve a orinar y en seguida noté su cuerpo junto al mío. Lentamente me cogió el pene y me lo acarició mientras que con la otra mano me apretaba las nalgas. Me di la vuelta y lo abracé. Noté su cuerpo bien formado y musculoso pero, sobre todo, sus nalgas redondas y abundantes.

Le saqué el pene y comencé a succionarlo mientras le acariciaba las nalgas. Me entraron unas ganas locas de poseer aquel trasero perfecto. -- ¿Quieres que te folle? Pero él contestó: --No. Mejor te follo yo a ti. Aquello me decepcionó pero accedí porque tenía una voz cálida y muy varonil. –Vale, pero ten cuidado, por favor, nunca me lo han hecho antes. Me ensalivó el agujero y muy lentamente me introdujo el glande.

Me dolía y se detuvo, mientras me susurraba en la oreja: --¡Qué buen culo tienes! Me puso muy cachondo. Entonces, lentamente, me introdujo más y más su precioso pene. –Ya la tienes toda dentro. Al decir aquello, sin tocarme siquiera, eyaculé como nunca. Él me la sacó y se masturbó hasta correrse. Nos vestimos y nos dijimos adiós.

Nunca olvidé aquella primera experiencia, ni aquel cuerpo ni aquella voz. La cara la tenía algo borrosa, pues lo vi en total oscuridad, pero me la imaginaba acorde con el cuerpo, regular y varonil.

Pasaron unos años y empecé a trabajar. El primer día llegué de nuevo y sin conocer a nadie. Me dirigí al conserje para preguntarle por el director, y al volverse hacia mí, el corazón me dio un vuelco. ¿Sería posible tal casualidad? Cuando le oí hablar estuve seguro de que era él. Dios mío, era guapísimo. Aquella boca carnosa con dientes blanquísimos. La barba cerrada y bien afeitada. La mirada picara. Mi corazón iba a salírseme del pecho.

Los días se sucedieron y no pasaba uno sin que yo me fijara en aquel hombre que había sido el primero que me hiciera gozar. Sus nalgas seguían siendo perfectas. Supe que por las tardes se dedicaba a entrenar a un equipo de fútbol de su barrio. De ahí sus piernas fuertes como columnas.

Yo buscaba excusas ridículas para iniciar conversación con él. Cuando me hablaba se me acercaba más de lo habitual, y mi pene se revolucionaba bajo mi pantalón. Pero no me atrevía a hacer la más mínima insinuación. Mi trabajo era demasiado importante para mí como para arriesgarme al escándalo. Me conformaba con imaginarlo desnudo y me masturbaba pensando que hacíamos el amor.

Era por Navidades que lo vi haciendo un portal de Belén. Era muy habilidoso con el corcho. Construía montañas y palacios. Alabé su arte y pareció alegrarse. Me dijo que tenía varias figuras guardadas de años anteriores y que me las enseñaría algún día.

Al poco tiempo, al entrar al trabajo, me llamó. – Ven conmigo, que te voy a enseñar las figuras. Lo seguí sin preguntar. Me llevó escaleras arriba, y yo no le quitaba el ojo a su culo bamboleante, ceñido por unos pantalones grises de tergal. Llegamos a un pasillo y se detuvo junto a un armario.

--Las tengo aquí arriba. Abrió una puerta lateral y sacó una escalera. --Sujétame la escalera – dijo. Mientras subía, mis ojos seguían clavados en sus nalgas. Mi pene empujaba contra la tela de mi pantalón sin poder enderezarse. Casi me dolía. Abrió el alto del armario y comenzó a sacar una figura de escayola.

En ese momento dio un traspiés y yo (no se como me atreví) le sujeté poniéndole la palma de mi mano contra una nalga. Aquellos segundos me parecieron eternos, y no quería soltar mi presa. Mi glande ya supuraba su liquido lubrificante y ya no me importó que él me mirara el bulto de mi entrepierna y se diera cuenta de mi excitación.

Noté que su rostro se ruborizaba. Bajó de la escalera acercándose a mi cara y dijo: --Vamos a guardar la escalera, que aquí molesta. Pasamos al cuarto de al lado, que resultó ser el de las limpiadoras, lleno de bártulos. Una vez dentro, me entregó la figura diciendo: --¿Qué te parece? Y sus manos rozaron las mías. Fingí interés por la figura absurda y alabé su destreza y, al devolvérsela, aprisionó mis manos contra la escultura. Yo respiraba entrecortadamante.

Me miró a los ojos con fijeza. Soltó la figura en el suelo, mostrando al agacharse la plenitud de sus posaderas. Se volvió hacia mí sin mirarme y de pronto... me agarró el bulto de mi entrepierna. Me quedé mudo de asombro y de placer. Me bajó la cremallera y acto seguido se agachó para chapármela. Lo hacía con pasión y con prisa. Inmediatamente me vino el orgasmo, largo y violento. Él escupió el semen en un fregadero. Luego, sin decir palabra, abrió la puerta y dijo: -- Vamos, que me van a echar de menos. Pero, al salir yo, me cogió el culo.

No hemos vuelto a tener ninguna otra oportunidad desde entonces, pero lo tengo siempre en mi mente. Algún día, estoy seguro, mi sueño de gozar de su culo perfecto se hará realidad. No me cabe ninguna duda. Mientras tanto, nuestras miradas se cruzan con un brillo de complicidad. Cuando llegue ese día, le haré saber que fue el primer hombre que penetró en mi ser.