El coño caliente de su amiga

(Rebeca y su amiga Maca, ambas mujeres casadas, comienzan a compartir intimidades, intimidades que arrastrarán a Rebeca a una situación catastrófica)

Rebeca y Maca eran íntimas amigas. Se conocían desde que compartieron piso en la universidad, aunque al final ninguna de las dos concluyó la carrera. Rebeca tenía 40 años y Maca 43, y ciertamente eran dos mujeres guapas y pijas. Rebeca llevaba trece años casada con Miguel y tenían dos hijos pequeños de cinco y diez años. Miguel era ejecutivo en una empresa de telecomunicaciones y ganaba un dineral, así es que vivían cómodamente en un residencial de gente rica en un barrio periférico de Madrid. Ella no hacía nada, con el sueldazo de su marido no le hacía falta trabajar y podía permitirse sus horas de gimnasio, sus clases de pilates e inglés y todos los caprichos que le daba la gana, como salir diariamente a desayunar con sus amigas, llevar y recoger a sus hijos del cole y derrochar dinero en tiendas de moda. Tenía una vida cómoda y era feliz, sin grandes altibajos en su matrimonio, Miguel era un hombre inteligente y muy modoso, muy romántico en los momentos especiales. Tenían una vida sexual plena, pero muy uniforme, siempre hacían el amor en la cama, siempre las mismas posturas y desde que nacieron los críos casi siempre a las mismas horas y el mismo día de la semana. A Miguel le afectaba mucho el estrés del trabajo y ella había ido acostumbrándose a esa desgana. A Rebeca le gustaba destacar, era una mujer pija y coqueta, le encantaba llamar la atención, vestirse con ropa juvenil, sentirse guapa. Y era guapa, con una piel fina y delicada de un tono blanquecino, con ojos azules, con una melena rubia y larga, voluminosa y ondulada. A pesar de su buen aspecto y de sus horas de gimnasio, los dos embarazos le habían pasado factura. Era de mediana estatura, ligeramente rellenita, con un culo muy redondo y abombadito y unos pechos muy grandes, acampanados y blanditos. Su amiga Maca era más loba físicamente, más exuberante, con un cuerpo más imponente. Tenía la melena a lo Marylin, pero teñida de negro, con mirada impetuosa por sus ojos verdes y su piel bronceada. Era más alta y más delgada, con piernas largas, culo más pequeño con forma de corazón que le dejaba las piernas arqueadas en la entrepierna, y pechos turgentes, no muy grandes. También era una pija coqueta a la que le gustaba ir a la última moda y como su amiga Rebeca vivía del cuento. Manolo, su marido, era aparejador y trabajaba por su cuenta para algunos arquitectos. Ganaba lo suficiente como para vivir en una urbanización de gente adinerada al norte de la ciudad. Llevaban diez años casados y no habían tenido hijos. Tampoco se habían preocupado mucho, ni uno ni otro tenía interés por ello, como si no quisieran perder el tren de vida que llevaban, como si huyeran de las ataduras de un recién nacido. Ambos se llevaban bien, con una vida sexual intensa, más juerguistas, más caprichosos, más progresistas que Rebeca y Miguel. Y esta era la vida de estos dos matrimonios corrientes, dos maridos trabajadores y dos amas de casa caprichosas, dos amigas que iban a llevar la amistad al lado más perverso de la lujuria.

La vida de los dos matrimonios seguía su curso, ellas solían coincidir en el gimnasio o quedaban para desayunar o ir de comprar y normalmente el viernes por la noche o el sábado salían a cenar los cuatro y después terminaban bailando en alguna discoteca. Por suerte para ellas, Manolo y Miguel tenían una buena relación y de vez en cuando quedaban para jugar al pádel o al golf y en más de una ocasión habían salido de copas sin las mujeres. Todo el periplo lujurioso de estas dos amigas comenzó, de alguna manera, por culpa de Miguel, cuando en Reyes le regaló a su mujer un ordenador portátil con conexión ADSL. ¿Qué sucedió? Que Maca le enseñó a manejar el Messenger, el Facebook, le enseñó a navegar por Internet y a visitar algunas páginas prohibidas. Rebeca disponía de mucho tiempo libre y pasaba muchos ratos sola en casa, su hijo el mayor estaba casi todo el día ocupado entre el cole y las actividades de por la tarde y el pequeño se tiraba toda la mañana en la guardería y por las tardes su madre se lo solía llevar al parque. A veces accedía a alguna página de contenido adulto, con videos y fotografías, pero le daba cosa, su marido era un experto informático y temía que pudiera descubrir su historial por internet de algún modo. Casi todas las tardes chateaba con Maca por el Messenger, horas y horas, cada tarde. Poco a poco fue convirtiéndose en una adicta a las redes sociales, aceptando amigos o buscándolos, pero sus conversaciones con Maca fueron calentándose a medida que pasaba el tiempo. Ya dedicaban todo el rato a hablar de sexo, de cómo funcionaban sus maridos en la cama, de las cosas que hacían, hasta que Maca terminó reconociendo que en alguna ocasión le había puesto los cuernos a Manolo, algo que Rebeca ya había intuido. Rebeca le confesó que su marido era un poco soso y desganado, que sólo hacían el amor, nada de cosas raras, todo lo contrario que Manolo, una auténtica fiera en la cama según contaba su mujer. Se tiraban horas y horas hablando de sexo y de hombres. Maca la animaba a dar el paso, a tener alguna aventura esporádica, pero Rebeca le confesaba que era demasiado reservada, que le daba miedo escénico tener una aventura extraconyugal.

Un viernes por la noche salieron los cuatro a cenar y después terminaron en un disco pub, tomando unas copas en un reservado. Ellos hablaban de fútbol y ellas cuchicheaban acerca de los chicos que había en el local.

-          Las tías tenemos el poder de volverles locos cada vez que queramos – la instruyó Maca -. Son como corderitos. Le lanzas una mirada y caen como chinches. ¿Quieres jugar? ¿Quieres ver cómo babean?

-          ¿Cómo? – se sorprendió Rebeca.

-          Acompáñame -. La agarró de la mano y llamó la atención de su marido -. Nosotras vamos a bailar, ¿venís?

-          Yo paso – le dijo su marido.

Ambas se dirigieron hacia la pista de baile, perdiendo de vista la mesa donde se encontraban los maridos. Maca la rodeó con los brazos para bailar pegadas, en el centro de la pista, convirtiéndose en el centro de atención. Rebeca sintió los pechos de su amiga apretujados contra los suyos, sintió sus manos por la espalda, manoseándola delicadamente, y su rostro muy cerca, con los labios casi rozándose, como si fueran a fundirse en un beso. Rebeca la sujetó por la cintura, bailando despacio, muy juntitas, siendo víctimas de las miradas obscenas de los lobos de la pista.

-          ¿Has visto cómo nos miran? – le susurró Maca.

-          Sí – sonrió Rebeca.

-          Si estuviéramos solas, ligábamos con cualquiera. Les estamos poniendo la polla dura, no sé si lo sabes.

-          Imagino que sí.

-          ¿Nos damos un pico? Ya verás, alguno se corre en los calzoncillos -. Maca la besó rozándola con los labios, manoseándole la espalda intensamente -. Creen que somos lesbianas. Tienen que tener las pollas a punto de reventar. ¿No te pone cachonda?

-          Uff, mucho, pero me da corte, a ver si estos nos van a ver.

-          Sí, es peligroso. Voy al servicio. ¿Me acompañas?

-          Sí, vamos.

Vieron a Manolo ir hacia la barra para pedir otra copa cuando ellas se dirigían hacia los servicios. Le saludaron. Se habían librado por los pelos, casi las pilla dándose un pico, aunque el pico hubiese sido una broma, un juego obsceno. Tras esperar en la cola, accedieron juntas al habitáculo. Maca llevaba un vestidito negro, largo, muy holgado, y Rebeca iba más informal, con unos tejanos y una blusa blanca. Se elevó el vestido y mostró sus braguitas negras de encaje. A Rebeca el baile y el morreo con su amiga la habían calentado y al bajarse las bragas se fijó en su precioso culo acorazonado, pequeño, con una raja poco profunda. Al darse la vuelta para sentarse en la taza, con las bragas en las rodillas, le vio el coño, con una línea gruesa de vello por encima de la vulva. Nunca había sufrido aquella sensación, fijarse lujuriosamente en su mejor amiga, fijarse en una mujer. Le vio caer el chorro de pis. Ella aguardaba de pie. Maca extendió el brazo y le acarició el muslo por encima del pantalón.

-          Qué mala somos, ¿eh, amiga? – le dijo Maca.

-          En realidad, somos unas calientapollas, jaja…

-          ¿Te has divertido?

-          Ufff, viendo cómo babeaban, me he puesto hasta húmeda – reconoció Rebeca -. Eres un peligro.

Maca había terminado de mear, pero se reclinó sobre la cisterna, acariciándose el coño mojado suavemente.

-          Me apetece masturbarme, estoy que no puedo, lo tengo muy caliente.

-          ¿Ahora? ¿Estás loca? Hay cola, hay gente esperando -. Pero Maca entrecerró los ojos, meneándose el coño con más intensidad, presionándose con las yemas de los dedos y moviéndoselo en círculos -. Cómo eres – sonrió embelesada.

Rebeca se corrió en las bragas presenciando cómo su amiga se masturbaba, frotándose el coño y zarandeándoselo con rabia, hasta que cerró los ojos con fuerza cerrando las piernas, con la mano atrapada. Sin alterar la postura, Maca abrió los ojos y soltó un bufido, sonriendo.

-          Madre mía, cómo estaba.

-          Anda, vístete, o estos bobos sospecharán de nosotras.

Para aplacar el placer que le había proporcionado su amiga Maca, cuando llegaron a casa le pidió a Miguel que le hiciera el amor, que estaba excitada. Como siempre se le echó encima, morreándola mientras se la metía, y ella, abrazada a su marido, rememoraba la masturbación de su amiga, sus tocamientos, sus labios, su fragancia. Apenas consiguió conciliar el sueño esa noche. Sentía una insólita invasión de sensaciones, sensaciones lésbicas basadas en Maca.

Tres días más tarde coincidieron en el gimnasio, concretamente en la clase de aerobic. Apenas habían podido chatear porque Rebeca había tenido que ocuparse de los críos. A Rebeca le asustaba esa sensación impúdica que se imponía en sus entrañas. Había sentido la necesidad de masturbarse pensando en su amiga, pero había logrado dominar los impulsos y no lo había hecho. Sin embargo, al besarla en las mejillas, al rozarla, al sentir sus pechos, sufrió un nuevo impacto indecoroso y durante la clase estuvo más pendiente del cuerpo de su amiga que del ejercicio en sí. Luego fueron un rato a las bicis y, peladeando, Maca le recordó la escena del viernes.

-          Pensarás que soy muy zorra, masturbándome allí, delante de ti, pero de verdad, es que me puse muy caliente.

-          Yo también estaba caliente, pero tú es que eres muy lanzada.

-          Me comí la polla de Manolo y le pedí que me follara como una bestia.

-          ¿Se la chupaste?

-          Pues claro, ¿tú no?

-          ¿Yo? Que va, Miguel no es de ésos, si se lo planteo, seguro que me dices que eso es cosa de putas.

-          Y somos unas putas – le sonrió Maca dándole un manotazo.

-          Unas putas calientapollas.

-          Mira ése qué bueno está – le dijo señalando a un tipo musculoso -. Mira que culito para comérselo.

-          Sí, ummm

Volvieron a calentarse devorando con los ojos a los tíos que merodeaban por las distintas salas del gimnasio y Maca le narró alguna de sus aventuras esporádicas, principalmente con hombres casados para evitar posteriores compromisos. Rebeca la escuchaba embobada, con la vagina al rojo vivo por la forma de detallar sus polvos. Se tiraron cerca de tres horas hablando de lo mismo. Ya, a última hora de la tarde, Maca le propuso pasar un rato en la sauna. Con unas toallas liadas en el cuerpo, se metieron en la sauna ocupando los asientos de la primera grada. Había un grupo de amigas, un grupo de cotorras que poco a poco se fueron marchando hasta que las dejaron a solas. Maca se quitó el nudo de la toalla y la abrió hacia los lados quedándose desnuda, exhibiendo su imponente cuerpo bronceado, reluciente por el extremo sudor. Rebeca la miró con descaro, admiró sus pechos turgentes y duritos, de erizados pezones en mitad de pequeñas aureolas, y bajó la vista hacia su coñito, donde se apreciaba su pequeña rajita bajo la línea de vello. Qué buena estaba, su vagina se sobrecalentaba al verla, se sobrecalentaba sin remedio.

-          ¿Me das permiso para masturbarme otra vez? – le pidió Maca envuelta en una pícara sonrisa.

-          ¿Aquí? – arqueó las cejas -. ¿Cómo puedes estar tan loca? -. Vio que se lo acariciaba con delicadeza, que se esparcía la humedad del sudor -. Tú eres un peligro, amiga, tú estás muy salvaje.

-          Me pongo tan cachonda con esos tíos tan buenos – comentó en tono jadeante, presionándose el coño -. ¿Tú no te pones cachonda?

-          Sí, pero aquí me da no sé qué…

-          Ahora no va a venir nadie, esta todo medio vacío y no puedo más – añadió rozándose con suavidad -. Dame la mano, verás lo caliente que lo tengo.

Le cogió la manita y la guió hasta su chocho. Rebeca lo palpó con cierta timidez, percibió su blandura, su humedad, su jugosidad, su sudor. El gusto tocar el coño caliente de su amiga.  Ladeó todo su cuerpo hacia ella, acariciándola. Maca apartó la mano, relajándose mientras su amiga la tocaba, reclinándose, echando la cabeza hacia atrás, suspirando de manera desenfrenada. Rebeca le manoseaba el coño con la palma, se lo apretaba con los dedos y se lo meneaba ligeramente. Maca ladeó la cabeza hacia ella y se miraron a los ojos. Estaba masturbando a su amiga.

-          No sabes lo bien que me siento cuando me tocas – le confesó Maca -. ¿Quieres besarme?

Le correspondió acercando los labios, rozándola sin llegar a morrearla, despidiendo su aliento sobre su boca mientras le movía el coño acariciadoramente. Maca no paraba de menear la cadera con la manita de su amiga refregándole el coño. Sacó la lengua y se produjo un combate entre ambas lenguas, hasta fundirse en un beso apasionado. Rebeca le sacudía el chocho agitando la mano velozmente. Maca se retorcía de placer, hasta que frunció el ceño y comenzó a jadear secamente. Cerró las piernas de golpe, atrapando la mano de su amiga entre los muslos, y le sonrió al verter los flujos vaginales. Entonces Rebeca retiró la mano y apartó la cara de su amiga.

-          Ufff, cómo me he puesto – exclamó Maca -. Qué gusto me has dado.

-          Me estás pervirtiendo, yo soy una esposa buena y fiel.

-          Me encanta pervertirte.

-          Qué mala eres, amiga.

-          ¿Te ha gustado masturbarme?

-          Sí – reconoció -. Pero vámonos, no quiero perder la cabeza, y contigo la voy a perder.

Se levantó ajustándose la toalla y se ocupó de tapar a su amiga recién masturbada. Después abrió la puerta de la sauna para ir hacia las duchas y pasarse a recoger a su hijo el pequeño.

Al llegar a casa y besar a su marido, se sintió un poco culpable. Estaba convirtiéndose en una lesbiana. Sólo un rato antes se encontraba masturbando a su amiga. No pudo dormir en toda la noche, tratando de calibrar el sentido de esas inusitadas sensaciones. Ella antes no era así, era una mujer decente y sencilla, un ama de casa fiel y feliz, pero fruto de unas conversaciones calientes con su amiga Maca, su mente había sufrido una enigmática transformación. Sentía placer cuando estaba con ella, cuando la veía desnuda, cuando la tocaba, mucho más placer que cuando hacía el amor con su marido, le resultaba más divertido, más morboso. Sólo con hablarle de sus múltiples aventuras, de las veces que le había puesto los cuernos a su marido, Maca ya la ponía cachonda. Miguel la notaba como ida, como preocupada, pasaba muchos ratos ensimismada, pensando en sus cosas, pero ella alegaba que estaba un poco deprimida, que pronto se le pasaría. Había empezado a masturbarse en el baño o cuando estaba sola en la cama, pensando en las conversaciones con Maca, pensando en las fantasías que le contaba, pensando en lo que había sentido al tocar su coño caliente. El viernes por la noche salieron los dos matrimonios, fueron a cenar a un restaurante y allí se entretuvieron charlando animadamente hasta la madrugada. Esa noche Maca se comportó de forma más pacífica, participó más en las conversaciones de los maridos y apenas sacó a relucir nada relacionado con el sexo, ni siquiera hablaron de la masturbación en la sauna. Rebeca la miraba, como si pretendiera incitarla con las miradas, pero no consiguió ni que la acompañara al servicio. Echaba de menos su perversión, pero quizás fuera mejor así, de algún modo, Rebeca temía que al final, empujada por la lujuria de su amiga, diera el paso para cruzar la línea. El sábado ni siquiera salieron, Miguel y ella fueron al videoclub y pasaron todo el fin de semana en plan tranquilo, haciendo el amor dos veces, de manera romántica y serena, como a Miguel le gustaba, aunque por la mente de Rebeca, mientras su marido le hacía el amor, rondaban otras fantasías. Lunes, martes y miércoles y sin noticias de su amiga Maca, ni por Messenger ni por el gimnasio. El jueves por la mañana la llamó al móvil, pero no atendió su llamada. Se tiraba horas y horas pendiente del ordenador por si conectaba. Estaba empezando a desesperarse, era como si Maca pasara de ella, tal vez por su excesiva ingenuidad, tal vez por su excesivo temor a engañar a su marido. El viernes por la mañana recibió una llamada de ella. Había estado muy ocupada por asuntos familiares. Quedaron esa noche para salir con los maridos y fueron a un restaurante italiano. Iba a tener suerte, iba a disponer de una oportunidad. Manolo al día siguiente se iba de montería e invitó a Miguel para que le acompañase, pasarían la noche fuera, hasta el domingo por la tarde, así es que Maca le propuso a Rebeca salir a cenar, una noche de amigas, sin maridos, y Rebeca emocionada, aceptó la proposición, a sabiendas del riesgo que entrañaba salir a solas un sábado por la noche con una loba como Maca.

Quedaron temprano para ir a cenar a un chino. Iban despampanantes y llamaban la atención por lo guapa que iban, bien maquilladas y llenas de complementos, dos mujeres cuarentonas, maduritas, imponentes y con ganas de derrochar energía un sábado por la noche, solas, sin maridos de por medio. Rebeca lucía un coqueto vestido de tirantes con volantes fruncidos, de color malva, con la base por encima de las rodillas, realzando sus pechos por su escote cruzado, con un toque de picardía al look, y con unas sandalias de tacón, a juego con el color del vestido. Maca se había puesto y cortito y ajustado vestido de rayas marineras, de favorecedor escote recto, y con zapatos de tacón aguja que le daban el toque de sensualidad, con su cabello alborotado, al estilo Marylin. A las diez y media habían terminado la cena y Maca le propuso ir a un disco pub de ambiente que conocía, un disco pub muy selecto donde solían acudir mujeres solteras, separadas o viudas, mujeres de su edad, un lugar donde algunos hombres iban en busca de carnaza. Había buen ambiente, con música española, con gente bien arreglada y de aparente alto standing.

-          Venimos a ligar – la advirtió Maca -, que lo sepas.

-          Cómo eres, Maca, como me fie de ti, estoy apañada.

Se acomodaron las dos en un extremo de la barra, cada una sentada en un taburete, frente a frente, y pidieron unas copas. Maca tenía las antenas en alerta y no paraba de mirar hacia todos lados, buscando una presa a la que tirarse. Había bastante gente, pero casi todos los grupos estaban en pandilla. Rebeca comenzó a intercambiar miradas con un tipo que estaba sentado en unos reservados con un grupo de amigos entre hombres y mujeres. Daba la sensación de que estaba casado con la mujer que tenía al lado. Tendría unos cincuenta y cinco años pero era atractivo, con una melena canosa cuadrada, piel morena y vestido de traje, sin corbata. Era alto y tenía una ligera barriga.

-          ¿Has visto, Maca, cómo nos mira ese hombre?

Maca miró por encima del hombro y le obsequió con una sonrisa.

-          Ummm, parece interesante, pero es mucho mayor que nosotras. Prefería un jovencito. ¿A ti te gusta? – le preguntó Maca volviendo a mirar para incitarle.

-          No sé, tiene buena pinta, ¿no? -. Rebeca vio que el tipo le susurraba algo a su mujer y a continuación se levantaba -. Joder, Maca, que viene…

-          Ya lo tenemos encelado…

El tipo se acercó con discreción hasta la barra, justo al lado de ellas, asegurándose de que no le vigilaban desde los reservados donde estaba su esposa. Tenía estilo con su traje azul marino y el rolex de su muñeca, con la melena canosa muy bien peinada, con la raya al medio, y desprendía un aroma estupendo.

-          Invito las copas de las señoritas – le dijo al camarero.

Maca se volvió enseguida hacia él.

-          Oye, muchas gracias. ¿Nos conocemos?

-          No, pero es lo que tiene ser tan guapa, que llega alguien y te invita las copas -. Las dos sonrieron como tontas -. ¿Y qué hacen dos chicas guapas tan solas?

-          Pues eso, solas – le azuzó Maca con su mirada penetrante.

Rebeca estaba un poco cortada y nerviosa y se limitaba a sonreír, permitiendo que su amiga llevara las riendas. En un lugar como aquél, por muy selecto y refinado que fuese, todo el mundo sabía a qué se iba. El tipo volvió a asegurarse de que su esposa seguía entretenida con el grupo.

-          Iba al servicio cuando os he visto. ¿Me queréis acompañar?

-          ¿Quieres que te acompañemos a mear? – le retó Maca.

-          Me da miedo ir solo. Me gusta ir a mear con dos mujeres guapas como vosotras.

Maca se inclinó hacia Rebeca para susurrarle al oído, tapándose la boca para que el tipo no la oyera.

-          ¿Quieres hacer una locura? Para eso hemos salido, ¿no?

-          Me das miedo.

-          Hacerle una paja a un desconocido, en el aseo de los hombres -. Maca volvió a incorporarse para dirigirse al tipo -. Mi amiga nunca ha visto mear a un hombre.

-          Pues tiene una buena oportunidad. Dile a tu amiga que es muy excitante.

Maca miró a Rebeca.

-          ¿Quieres que acompañemos a este caballero a mear? Antes de que su mujer se dé cuenta de que no va solo, ¿verdad?

Rebeca sonrió como una tonta.

-          Vale, debemos agradecerle las copas que nos ha invitado.

Las dos bajaron del taburete con las copas en la mano y pasaron delante de él en dirección a los lavabos. El tipo las seguía a corta distancia, mirando constantemente alrededor para asegurarse de que nadie de su entorno se percataba de la doble compañía femenina. Al llegar al lavabo de caballeros, él entró primero para asomarse y después les hizo una indicación para que le siguieran. Se cruzaron con una pareja que salía en ese momento. Rebeca iba bastante cortada por la situación, pensando en lo que se estaba convirtiendo, en una puta barata dispuesta a cometer cualquier locura con un desconocido, y todo por dejarse arrastrar por la lujuria de su amiga. Irrumpieron en uno de los lavabos y cerraron la puerta echando el cerrojillo. Era bastante estrecho y apenas cabían los tres. Disponía de una taza y un soporte para el papel higiénico. Una luz tenue y amarillenta iluminaba la estancia. Parecía bastante limpio, aunque había gente que se había meado fuera y había salpicado el suelo y el borde de la taza. Maca se colocó a la derecha del desconocido y Rebeca a su izquierda. Se colocó ante la taza y abrió la tapa.

-          ¿Por qué no me la sacáis?

-          Claro, bonito, nosotras nos ocupamos.

Ambas se inclinaron hacia su cintura, mirándose a los ojos y sonriéndose. Mientras Rebeca le desabrochaba el cinturón, Maca le bajaba la bragueta y le quitaba el botón. Los pantalones cayeron por sí solos hasta los tobillos y le dejaron con un bóxer marrón donde se apreciaban claramente los perfiles de su pene. Maca le pasó la palma por encima irguiéndose y pegándose a su costado.

-          ¿Quieres mear ya? – le preguntó.

-          Sí, sácamela, quiero mear -. El hombre había vuelto la cabeza hacia ella y sus labios se rozaban. Rebeca les miraba. Le metió la manita dentro rebuscando y le sacó la polla y los huevos, una polla corta y gruesa con el capullo metido en el pellejo, con abundante vello en la base, y unos huevos gordos y peludos -. Dile a tu amiga que me la agarre también.

Rebeca extendió la mano y se la sujetó con las yemas de los dedos por la mitad, mientras que Maca se la agarró por el capullo, tirándole hacia atrás del pellejo para destaparle el glande. Se la bajaron apuntando hacia la taza y al segundo un chorro potente de pis salió disparado hacia el fondo. Mientras meaba, volvió a ladear la cabeza hacia Maca y comenzaron a morrearse. En una de las pausas de pasión, el tipo miró hacia Rebeca.

-          Tócame los huevos, putita.

Y enseguida volvió la cabeza para continuar besándose con Maca. Rebeca deslizó la palma para sobarle los huevos flácidos mientras terminaba de mear. El chorro se movía como un aspersor. Cuando comenzó a cortarse, Maca empuñó la polla y se la comenzó a sacudir, salpicando pis hacia todos lados, manchándose la mano y salpicando a Rebeca, que vio algunas gotitas verdosas por su antebrazo. Maca le besaba y se la meneaba con ligereza, atizándole fuertes tirones, y Rebeca se ocupaba de sobarle los huevos mediante suaves caricias, achuchándoles las pelotas levemente. Alternaba la mirada entre la masturbación y el intenso morreo que se daban, como si ella no estuviera presente. El tipo las rodeó por la cintura y comenzó a tocarles el culo por encima de los vestidos. Habían dejado de besarse y él miraba al frente, concentrado y excitado, con una manita machacándole la verga y con otra acariciándole los huevos.

-          Ohhhh… Ahhh… Qué bien lo hacéis… - les decía manoseándolas por el culo -. No paréis… Sí… Sí…

Rebeca vio que Maca le metía la manita izquierda por detrás del bóxer y le acariciaba el culo. Podía ver los nudillos de sus manos señalados en la elástica tela recorriendo las nalgas. Rebeca le acariciaba bien por debajo de los huevos y a veces palpaba los deditos de su amiga, magreándole por los bajos del culo.

-          ¿Por qué no me la chupáis un poquito?

Maca cesó las sacudidas, pero mantuvo la polla sujeta para mantenerla empinada. Ambas se curvaron hacia la cintura y Maca se comió la polla de golpe, subiendo y bajando la cabeza aceleradamente para devorarla, pero enseguida apartó la cabeza y dejó que Rebeca se la lamiera con la punta de la lengua. Tenía el glande ensalivado y percibió un sabor agrio. Se la chupó rodeándole el capullo y mordisqueándola con los labios. Después se la lamieron las dos a la vez, chupándosela con ambas lenguas, como si compartieran un helado. Cuando vio que Maca volvía a incorporarse para morrearle de nuevo, Rebeca hizo lo mismo, ocupándose de estrujarle los cojones mientras ella volvía a machacársela. A ella no la besaba, sólo probaba los labios de Maca, ella sólo era como un complemento. No dejaba de manosearle el culo por encima del vestido. Dejaron de besarse, aunque se miraban a los ojos.

-          ¿Sabes que a mi amiga le encanta la leche?

Ladeó la cabeza hacia Rebeca.

-          Siéntate – le ordenó.

-          Pero me voy a machar el vestido – dijo tímidamente.

-          Que te sientes, coño.

Un tanto ruborizada por el genio del hombre, se levantó un poco el vestido por detrás y se sentó sobre la taza, notando cómo se manchaba los muslos de las piernas de las gotas de pis repartidas por el borde. Se encontraba erguida ante ellos. Maca se la seguía sacudiendo. Ambos la miraban. El desconocido se curvó hacia ella y deslizó los tirantes hacia el brazo. El vestido cayó hacia su cintura, dejándola con sus dos tetazas al aire, dos campanas blandas con pequeños pezones en medio de aureolas muy claras y circulares.

-          Ummmm, qué tetas tiene la hija puta – exclamó irguiéndose de nuevo, dejando que Maca le baboseara por el cuello y continuara moviéndole la verga -. Anda, zorrita, súbete el vestido y deja que te vea el coño -. Rebeca acató la orden. Se corrió el vestido hasta la cintura y se apartó la delantera del tanga a un lado, exhibiendo su chocho, una mancha triangular de vello muy denso -. Joder, cómo me gustaría metértela… Ummm… Ohhh… Tócatelo, y las tetas también.

Rebeca se plantó la manita izquierda encima del coño y se lo empezó a acariciar suavemente. Con la derecha, se sobó las tetas acariciadoramente. En ese momento, el tipo le plantó la mano derecha en la coronilla y le acercó la cabeza para follarle la boca. Maca se la sacudía mientras ella le chupaba el capullo, con los huevos golpeándole la barbilla al son de los tirones. Les miraba sumisamente. Dedicó unos segundos a pensar en aquella situación, en dónde había llegado, hasta dónde la había empujado la ninfomanía de su amiga. Se la estaba chupando a un completo desconocido en los lavabos de caballeros de un pub mientras su amiga se la machacaba, sentada sobre una taza llena de pis, ella, una mujer corriente y fiel, una mujer que estaba perdiendo su decencia. Percibió ramalazos de remordimiento mientras le follaba la boca, pero tampoco quería aparentar ser una ingenua y una estrecha. Seguía acariciándose el coño con la mano mientras sus dos tetas se meneaban levemente. La barriga del hombre comenzó a contraerse y ya acezaba igual que un perro. Maca aceleró los tirones, manoseándole el culo por dentro del bóxer. Ella continuaba mordiéndole el capullo, hasta que sintió cómo derramaba leche viscosa dentro de su boca. No sabía qué hacer. El tipo emitía jadeos secos y Maca aminoraba la marcha. La polla no dejaba de escupir leche, sumergiéndole la lengua. Cuando Maca le retiró la polla de la boca, continuó acariciándosela mientras se morreaban apasionadamente, impregnándose la palma de semen que aún le brotaba. Rebeca separó las piernas y vomitó la leche en la taza. Escupió varias veces, como queriéndose desprender de cualquier resquicio de sabor a esperma. Qué asco, le vino una arcada del estómago y le vertieron babas blanquinosas por la comisura de los labios, con alguna gota cayendo sobre sus tetas. Tuvo que limpiarse las dos hileras con el dorso de la mano. El sabor repugnante a polla no le desaparecía. Mientras se subía los tirantes y se colocaba el tanga, miró hacia ellos. Continuaban de pie ante ella. Seguían morreándose y Maca seguía acariciándole la polla y los huevos.

-          Se va a mosquear tu mujer – le susurró Maca -, qué pena, ¿verdad, cabrón?

-          Eres una guarra.

-          Lo sé, y me gusta, cabrón.

El tipo la sujetó por los brazos y la giró bruscamente empujándola contra la pared. Le subió el vestido de rayas marinera con ambas manos y ella misma se bajó las bragas ofreciéndole su culo, con la mejilla pegada a los azulejos, mirándole de reojo por encima del hombro. Se agarró la verga colocándosela en horizontal y la guió a los bajos del culito de su amiga, pinchándole el chocho secamente, aplastándole las nalgas con su carnosa pelvis, vertiéndole el aliento sobre la nuca, presionando la barriga contra su espalda. Rebeca, sentada en la taza, contempló cómo el hombre contraía el culo presurosamente para follarla, manoseándola por los costados, acezando sobre su oreja. Maca emitía débiles gemidos con el ceño fruncido. Instantes más tardes, el tipo frenó con el culo contraído, anegándole su chochito de leche. Tras un leve morreo, aún pegados, el hombre dio un paso atrás tapándose la verga con la delantera del bóxer y acuclillándose para subirse los pantalones. Maca se subió las bragas enseguida y se giró hacia él bajándose el vestido.

-          Me voy, princesa, ha sido un placer. Nos veremos por aquí otra vez, ¿no?

-          Claro.

Se dieron un besito en los labios y el tipo salió del habitáculo sin un gesto de despedida hacia Rebeca. Maca miró a su amiga y le sonrió.

-          Qué fuerte, ¿no? Cómo folla el cabrón, no te imaginas cómo folla. ¿Y tú? ¿Eh? Le has hecho una mamada, te has desmadrado, amiga.

Rebeca se levantó cortando un trozo de papel para limpiarse de pis los muslos de las piernas, luego se colocó el vestido y tiró de la cadena. Un cuarto de hora más tarde, se encontraban en un pub de ambiente más tranquilo, donde ellas solían acudir muchas veces acompañadas de sus maridos. Tomaban una copa sentadas a la barra. Había gente que conocían. Rebeca se sentía más cómoda al estar alejada del terreno prohibido. Para ella había supuesto una mala experiencia tener que mamársela a un completo desconocido al que le había sobado los huevos, al que había tenido que enseñarle las tetas y el coño, a un tipo que la había despreciado después de probar su semen. A ella le gustaba Maca, le gustaba el morbo con ella, no con hombres desconocidos. Le gustaba tocarla y abrazarla, rozarla y besarla, palpar su coño caliente. Esos sentimientos lésbicos por ella no dejaban de atosigarla.

-          Te noto seria, amiga, igual por mi culpa te has precipitado y ahora te sientes mal. De verdad, no era mi intención, sólo quería que te lo pasaras bien a mí manera, pero entiendo que tú y yo somos distintas.

-          Eres de otra casta – sonrió Rebeca -, pero no es culpa tuya.

-          Pierdo la cabeza, se me va, y sé que la puedo jorobar. Y Manolo no se lo merece, lo sé, pero  me entran esas fantasías en la cabeza… Joder, amiga, me siento mal por ti.

Rebeca la acarició por el brazo.

-          No, no te sientas mal. No pasa nada, de verdad, una experiencia más. Me gusta estar contigo -. La miró a los ojos con pasión -. Me excitó mucho masturbarte – reconoció en voz baja, acercándose a su oído.

-          Yo también sentí mucho – Maca le sostenía la mirada penetrante -. Podemos ir a mi casa. Necesito tocarte.

Asintió emocionada, satisfecha de su sinceridad. Ahora podría explayarse, expresar sus sentimientos lésbicos hacia ella, a solas, sin peligro a que las descubrieran. Pagaron la cuenta y fueron a la casa de su amiga Maca ubicada en mitad de una urbanización de viviendas unifamiliares de tres plantas. Nada más entrar, cobijadas en la penumbra, se abrazaron, morreándose intensamente, a mordiscos, con ansia, de manera deseosa y ardiente, manoseándose por todos lados, apretujándose las tetas unas contra otras. La pasión las enardecía y se acariciaban por debajo de los vestidos, fundidas en un beso pasional y lujurioso, un beso interminable.

-          Vamos a mi cuarto – le susurró Maca con voz presurosa.

Abrazadas por la cintura, subieron las escaleras sin dejar de estamparse besitos, de darse palmadas en el trasero. Rebeca estaba muy caliente, necesitaba aliviar sus sensaciones lésbicas con ella. Sólo con tocarla, con gozar de la suavidad y delicadeza de su piel, ya estaba mojando las bragas. Dedicó unos segundos a reflexionar acerca del temor a que sus inclinaciones sexuales, hasta el momento heterosexuales, tendieran hacia el lesbianismo, a desear únicamente a Maca, a que su marido simplemente le inspirara desgana. Era lo que le estaba sucediendo, pensar en una relación sexual con un hombre le originaba inapetencia y desinterés y auguró un posible deterioro en las relaciones con su marido. Así se lo hizo saber a Maca cuando irrumpían en su cuarto.

-          Ahora mismo lo único que deseo es estar contigo, no me apetece para nada hacer el amor con mi marido, sólo contigo.

-          Ven, bésame -. Mientras se besaban, Maca le corrió los tirantes hacia los brazos y el vestido le cayó en los tobillos, dejándola con sus dos grandes tetas meciéndose levemente, rozándose una con otra, con los pequeños pezones erguidos -. Por qué no te bajas las braguitas -. Acató el deseo de su amiga y se quitó las bragas, quedándose únicamente con las sandalias de tacón. Maca le acarició suavemente las tetas y después se subió el vestido de rayas marineras hasta la cintura, apartándose las bragas a un lado para mostrar su coño -. Chúpame…

De nuevo, cumplió el deseo de Maca y se acuclilló ante ella, acercando el rostro a su entrepierna para lamerle el chocho de manera acariciadora. Tenía semen reseco por la vulva, pero no le importó, apoyó las manitas en sus muslos deslizando la lengua por la rajita muy suavemente. Maca le revolvía la melena rubia y ondulada con ambas manos, concentrada en las lamidas de la lengua. Qué sensación más ardiente ser suya, disfrutar de su amiga en la intimidad, sin juegos, probando la humedad de su coñito. Y cuando más afanada estaba en lamerla, la puerta se abrió de repente y apareció Manolo ataviado con ropa de cazador, pillándolas en el centro del cuarto, a su mujer de pie con el vestido subido en la cintura y a su amiga Rebeca acuclillada ante ella, desnuda, lamiéndole el coño.

-          ¿Qué coño hacéis? – preguntó embobado, inmóvil bajo el arco de la puerta.

Acongojada, Rebeca se incorporó repentinamente contrayendo el cuerpo, tapándose el chocho con la palma de la mano derecha y sus grandiosas tetas con el antebrazo, un antebrazo que sólo tapaba la zona de los pezones. Retrocedió unos pasos, ruborizada, sin saber qué hacer, sin saber dónde esconderse, dónde huir, víctima de los ojos de su amigo.

-          ¡Manolo! – exclamó atemorizada

Rebeca se apartó a un lado sin bajarse el vestido, con la braga apartada.

-          Manolo, ¿qué haces aquí? – preguntó su mujer.

Manolo lo dio un paso hacia ellas. Rebeca continuaba encogida, con las piernas juntas, tratando de cubrirse con sus manos sus partes íntimas.

-          ¿Qué estabais haciendo, jodidas putas? – preguntó alzando la voz, dando un paso más hacia Rebeca -. ¿Te estás tirando a mi mujer, puta lesbiana? Tu marido va a saber lo guarra que eres…

-          No, por favor, Manolo, hemos bebido y…

-          ¡Zorra! -. La agarró de los pelos y la arrastró hacia la cama. Ella trataba de mantener las manos sobre sus partes -. Puta bollera, te voy a quitar las ganas de tirarte a mi mujer, cabrona.

-          Tranquilo, Manolo… - suplicaba.

La lanzó sobre la cama y Rebeca cayó sentada. Mantuvo el brazo sobre las tetas y la palma sobre el coño, presenciando cómo iba desabrochándose el pantalón. Miró hacia Maca, pero Maca sólo observaba desde el otro lado de la cama, sin atreverse a intervenir, sin bajarse ni siquiera el vestido ni colocarse las bragas. Manolo se bajó el pantalón hasta las botas. Era un mastodonte, alto y robusto. Tenía unas piernas gruesas de una piel muy morena, cubiertas de vello, y al bajarse el slip exhibió una polla monstruosa, tan larga que probablemente superaba los veinte centímetros, con un tallo ancho y venoso, con un capullo voluminoso y redondo, parecía una porra como un bate de béisbol. Pudo fijarse en sus huevos, redondo y duros, salpicados con un vello de filamentos muy largos. La tenía empinada hacia arriba. Comenzó a desabrocharse la camisa presurosamente. Vio gotas de sudor cociéndole en la frente y finas hileras corriéndole desde las sienes.

-          Por favor, Manolo, no te pongas así, nosotras solo… - gimoteó.

-          Cállate, zorra, vas a ver lo que yo hago con las putas lesbianas que se tiran a mi mujer…

Buscó la mirada de su amiga, pero Maca le apartó la cara. La experiencia emocionante estaba convirtiéndose en una horrible pesadilla. Volvió la cara hacia él. Se despojó de la camisa y se quedó desnudo, sólo con los pantalones y el slip enrrollados a la altura de las botas militares. Vio su barriga, con una ligera curvatura blandengue, recubierta de vello, a igual que sus abultados pectorales.

-          Manolo, no me toques, ¿vale? Quiero irme a casa.

-          ¿No quieres que te toque, zorra? – Le preguntó quitándose las botas para sacarse el pantalón y el slip -. ¿Prefieres que te acompañe y le contemos a tu marido lo que acabo de encontrarme? Seguro que le hace mucha ilusión.

-          Por favor, Manolo, no le digas nada.

-          Puta asquerosa.

La sujetó por los brazos y la giró rudamente tendiéndola boca abajo encima de la cama, con las tetazas apretujadas contra la colcha, sobresaliendo por sus costados, con los brazos bajo el cuerpo y la cabeza ladeada, con la mirada posada en los ojos de su amiga Maca. Manolo se arrodilló asentando su culo peludo sobre los muslos de Rebeca y le acarició las nalgas abriéndole la raja de golpe, deleitándose con su ano blanquecino, un pequeño orificio arrugado y contraído, así como con los pelillos del chocho que sobresalían de su entrepierna.

-          Qué culo tienes, hija de puta...

Agarrándose la polla para guiarla, se echó sobre ella, rozándola por los bajos del culo, hasta que la posicionó pinchándole el chocho severamente, hundiéndosela entera. Rebeca apretó los dientes con las cejas arqueadas y los ojos muy abiertos, percibiendo la clavada muy adentro, con el coño dolorido por la extrema dilatación y por la profundidad. Empezó a menearse follándole el chocho, erguido, sentado sobre sus muslos, ligeramente inclinado hacia su culo para perforarla. Todo su cuerpo se movía ante las continuas penetraciones que le asestaba. Le abría el chocho a un ritmo presuroso, sacándola hasta el capullo y embistiéndola de golpe, rozándole los huevos y el culo por los muslos de las piernas, sujetándose a la cintura para mantener la postura. Las nalgas de su culo vibraban ante la serie de sacudidas que sufría su coño. Manolo jadeaba secamente al meterla. Rebeca no emitía sonido alguno, sólo mantenía los dientes apretados, buscando los ojos de su amiga. Su marido la estaba violando ante ella. Notaba cómo el sudor le goteaba en la espalda y sus manazas pellizcándole el culo.

-          ¿Te gusta cómo me follo a tu amante? – le preguntó a su mujer.

Maca no dijo nada y se mantuvo impasible al otro lado de la cama, presenciando la escena. Se echó encima de ella, aplastándole su barriga blandengue contra la espalda, impregnándola de sudor, elevando y bajando el culo para bombearle el chocho, aplastándole las nalgas con la pelvis, jadeando como un cerdo sobre su mejilla.

-          ¿Qué diría tu marido? ¿Eh, zorra, si supiera que eres una puta lesbiana?

Aceleró las clavadas, ahondando con la verga cuando contraía el culo peludo. Ya acezaba como un perro sobre la mejilla de Rebeca, meneándose muy deprisa sobre su culito. Rebeca cerró los ojos, con los dientes apretados, sintiendo la polla muy adentro, hasta que percibió cómo circulaba la leche dentro de sus entrañas, un derramamiento a chorros intermitentes, una corrida abundante que le fue llenando el chocho. A medida que se corría fue disminuyendo la intensidad de las embestidas, hasta que frenó manteniendo la polla encajada unos instantes, como dejando fluir las últimas porciones. Rebeca se mantenía aprisionada entre el mantecoso cuerpo de Manolo y el colchón, respirando trabajosamente, con los pechos a punto de reventar. Notaba cómo el sudor de su frente le goteaba en la cara y su apestoso aliento a alcohol.

-          Qué gusto follarte, zorra – le susurró al oído -. No vuelvas a tocar a mi mujer o tu marido sabrá la clase de lesbiana que eres, ¿me has entendido? -. Rebeca asintió acongojada -. Estás buena, hija puta. Me ha sabido a poco.

Le estampó un beso en la mejilla y se incorporó extrayendo la verga. Nada más sacarla, asomaron unas porciones blanquinosas y espesas por la rajita del chocho. Tenía las nalgas enrojecidas por las embestidas. Manolo se apeó de la cama y recogió su camisa para sacar el paquete de tabaco. Rebeca se giró y se incorporó volviéndose a tapar las tetas y el chocho, aunque de entre las piernas le goteaba leche. Le vio la verga ya lacia, colgándole hacia abajo, con todo el tronco impregnado de semen. Se estaba encendiendo un pitillo. Maca se había sentado en el otro lado de la cama y le daba la espalda, como avergonzada por haber permitido que su marido la violara. Bajó de la cama con el cuerpo encogido para tratar de ocultar sus partes íntimas, pero Manolo le apretujó bruscamente las mejillas obligándola a mirarle.

-          ¿Te ha gustado, puta? Seguro que sí. Lárgate.

Y le asestó una palmada en el culo, una palmada que hizo vibrar las carnes de sus nalgas. Exhibiendo su ancho y voluminoso culo, tuvo que caminar ante los ojos de Manolo y curvarse para recoger su vestido y sus bragas. La raja de le abrió, mostrando su ano y su chocho entre las piernas, con el vello manchado de leche. Contoneando el culo por efecto de las sandalias, Rebeca salió de la habitación con la ropa en la mano. Se vistió a toda prisa en el pasillo y abandonó la casa sumergida en una horrenda pesadilla.

Tardó casi dos horas en llegar a casa. Llegó a altas horas de la madrugada. Le dolía todo el cuerpo, le dolía el chocho por la dilatación sufrida, le dolían las tetas y le dolía el alma. Cuánto se arrepentía de haberse inmiscuido en esas sensaciones tan lascivas, arrastrada por el coño caliente de su amiga Maca. Su amigo Manolo la había violado y no había podido hacer nada por evitarlo, era el precio que tenía que pagar por su silencio. Si le contaba a su marido la verdad, toda su vida se derrumbaría en segundos y el escándalo en su círculo familiar, de amigos y del trabajo de su marido sería bochornoso. La amenaza estaba latente y tendría que convivir con ella. Su marido la esperaba despierto. La besó, sin saber que le había hecho una mamada a un desconocido, que había probado su leche, que se había morreado con una mujer, que había lamido su chocho, un chocho que llevaba lleno de leche porque el marido de su amiga la había violado. Miguel le contó que la montería se había suspendido por el mal tiempo y que habían decidido regresar a casa. Le preguntó qué tal le había ido con Maca, pero ella se excusó alegando que no se encontraba bien, que la bebida le había sentado mal y que necesitaba acostarse cuanto antes.

-          Mañana hablamos, cariño, voy a ducharme y a cerrar los ojos. Me duele mucho la cabeza.

Ya encerrada en el lavabo, se desnudó y se miró el chocho. Tenía las bragas impregnadas y no paraba de manarle leche. Corría el riesgo de quedarse embarazada. No sabía qué hacer. Su marido se hizo la vasectomía cuando tuvieron el último hijo. Todo podría descubrirse. Cómo se había dejado llevar por aquellas emociones tan impúdicas, cómo una mujer como ella podía arruinar su vida de aquella manera. Se frotó bien el chocho en el bidé para borrar todo rastro de semen, enchufándose el chorro de agua para enjuagárselo bien por dentro. Estuvo cinco minutos lavándose los dientes y después se aplicó un enjuague bucal, y finalmente una ducha, una ducha larga, enjabonándose una y otra vez, como si con la ducha se esfumaran los temores. Y después se acostó junto a su marido, acurrucándose contra él, aunque no pudo conciliar el sueño en toda la noche.

Pasaron tres semanas. Rebeca apenas salió de casa, no quería hacerlo, rehuía de todo, hasta de las caricias de su marido, estaba inmersa en una fuerte depresión y hasta le pidió a su madre que se encargara de llevar los niños al cole. Tampoco atendió las llamadas de su amiga Maca ni se conectó al Messenger ni una sola vez, quería olvidarla, quería apartar esos sentimientos tan profundos que había sentido por ella. Manolo también insistió en el móvil, pero tampoco quiso atenderle, no quería tratar con una bestia que la había violado. Permanecía enclaustrada en casa, ahogada en su pesadilla, con el alma rota por el remordimiento y los sentimientos confusos. Miguel quiso sacarla a cenar varias veces, quiso invitar a Manolo y a Maca, pero ella se negó en rotundo, no quería visitas de nadie.

Un martes por la mañana, su madre se pasó a las nueve menos cuarto a recoger a los niños para llevarlos al cole. Miguel había salido de casa a las ocho y media, camino del trabajo, preocupado por el estado de su esposa, pensando en la posibilidad de llevarla a un especialista. Cada vez la notaba más deprimida. Ellas se encontraban en el hall, Rebeca preparando al pequeño, dándole los últimos retoques, y su madre colgándole la mochila al mayor, cuando sonó el timbre de la puerta. Rebeca llevaba la melena rubia echa una coleta y vestía un pijama de raso azul marino, compuesto por una holgada camisa y un pantalón muy suelto, calzando unas zapatillas infantiles de borreguito. Al abrir la puerta se quedó estupefacta. Era Manolo, ataviado con un traje caqui, camisa blanca y corbata azul celeste.

-          Buenos días.

-          ¡Manolo! – gimió débilmente ante la inesperada visita, con el temor dibujándose en su mirada.

-          Buenos días, Manolo, ¿cómo estás? – le saludó su madre besándole en las mejillas -. ¿Y Maca?

-          Bien, estamos bien. ¿Y usted? Como todas las abuelas, ¿no?

-          A ver, qué remedio. Pasa, hijo, pasa, nosotros nos vamos, me toca llevar los peques a la escuela. A ver si animas a esta criatura, mira la carita que tiene.

-          Bueno, señora, hasta la próxima.

Manolo dio un paso hacia el interior del hall y la abuela sacó a los niños cerrando la puerta tras de sí, dejando a su hija a solas con su violador.

-          ¿Qué haces aquí? – preguntó ella consternada -. Por favor, Manolo, te ruego, márchate…

-          Chssss…. – la cortó poniéndole un dedo en los labios en actitud de silencio y acto seguido le acarició la mejilla con la yema de los dedos -. Te he llamado y no has contestado mis llamadas.

-          Manolo, quiero olvidar lo que pasó, ¿vale? Me violaste…

-          ¿Serás zorra? ¿Qué te violé, puta lesbiana?

-          Manolo, por favor, cálmate…

-          ¿Le estabas chupando el coño a mi mujer y dices que te violé? Serás zorra…

-          Manolo, por favor, no te pongas así…

-          Ven acá, jodida perra… - vociferó agarrándola rudamente del brazo y tirando de ella.

-          ¡Manolo! – suplicó tratando de resistirse.

La sujetó por las axilas y la arrastró a empujones hacia la mitad del pasillo, donde había una decorativa mesa de hierro forjado con una piedra de mármol estrecha y rectangular, cargada de retratos familiares y una lámpara de adorno. Barrió con todo pasando el brazo por encima. Muchos de los cristales de los portafotos se hicieron añicos y la lámpara se partió en dos al caer contra el suelo.

-          ¡No, Manolo, por favor! – suplicaba encogiéndose para resistirse, pero le abrió bruscamente la camisa del pijama arrancándole los botones de golpe y rasgando parte de la tela. Sus dos tetas se zarandearon alocadas -. Manolo, por favor, te lo ruego.

La forzó a curvarse sobre la superficie, con la teta izquierda aplastada contra el mármol y sobresaliéndole por el costado y con la derecha por fuera de la piedra, colgándole hacia abajo y balanceándose como un péndulo. Le mantuvo la cara presionada contra la superficie sujetándola por el cuello con la mano izquierda, mientras utilizaba la derecha para irse desabrochando los pantalones.

-          Maldita perra, se te van a quitar las ganas de ser una puta lesbiana…

-          Manolo, suéltame…

Al desabrocharse el botón y bajarse la bragueta, el pantalón cayó a los tobillos por sí solos. La presión de la mano le impedía despegar la cara del mármol. Manolo se bajó la delantera del slip liberando su gran polla empinada y sus huevos duros. Acto seguido le bajó el pantalón del pijama hasta las rodillas y le sujetó el tanga por la tira lateral para bajárselo rudamente a tirones, enrollándolo por los muslos a medida que se lo bajaba, dejándola con el culo expuesto. Se agarró la verga y la condujo a los bajos del culo, perforándole el chocho secamente. Con la mano sobre el cuello, al sentir la clavada, al sentir la dilatación de su chocho, arqueó las cejas y abrió la boca lanzando un agudo jadeo, mirando hacia el ventanal del patio que tenía enfrente. Comenzó a embestirla, a penetrarla violentamente asestándole golpes en el culo con la pelvis, resbalando su polla hacia el interior del chocho. La mesa se movía con las embestidas y chirriaban las patas al rozar las baldosas del suelo. Rebeca soltaba jadeos secos con la boca muy abierta cada vez que ahondaba mientras que Manolo bufaba como un toro.

Miguel había tenido que volver a casa porque se había olvidado un dossier de suma importancia que debía presentar en una conferencia. Había visto el coche de su amigo Manolo en la puerta y pensó que quizás se trataba de Maca, que se habría animado a visitar a su mujer. Le vendría bien, estaba seguro, Maca era una mujer muy optimista que sabría darle ánimos. Entró como de costumbre por el sótano, donde en una esquina tenía la mesa de su despacho casero. Cogió el dossier y decidió subir a saludar a Maca. Desde el sótano se accedía al patio y una vez en el patio le vinieron a los oídos los jadeos de su mujer y el constante bufar de un hombre. Caminó como un muerto viviente hasta que por la ventana que daba acceso al pasillo de la casa, les vio follando. Les veía de perfil, a su mujer echada sobre la mesa, con una de sus tetas colgándole por fuera de la superficie danzando alocadamente, con la mejilla pegada al mármol, con el pijama y el tanga bajados, mientras su amigo Manolo le golpeaba el culo con la pelvis, hundiéndole la verga en el chocho. Al echar el culo hacia atrás para embestirla de nuevo, distinguía un trozo de verga taladrando el chocho de su esposa. Le mantenía la cabeza pegada a la superficie. Sudaba como un cerdo y bufaba como un toro. Su esposa tenía los ojos entrecerrados, gimiendo como una perrita malherida. Su mundo se derrumbó en segundos. No se podía creer que su esposa y su mejor amigo tuvieran un lío, que follaran como perros en su propia casa. Se vio invadido por unos celos aterradores. Su amor se resquebrajaba. Continuaba plantado ante la ventana, sin que los amantes se hubieran percatado de su presencia. Manolo le sacó la verga del chocho. La tenía impregnada de sustancias viscosas y transparentes. Su esposa respiró relajada. Se acuclilló y le escupió en el culo, abriéndole la raja con ambas manos, hasta cubrirle el ano de saliva. Rebeca aguardaba echada sobre la estrecha superficie de mármol, con una teta colgándole. Volvió a incorporarse, manteniéndole el culo abierto con los pulgares, y acercó el capullo al orificio anal para perforarlo mediante severos empujones. Miguel pudo distinguir cómo poco a poco se lo iba dilatando, cómo la polla se hundía con lentitud, cómo su mujer se ponía de puntillas contrayendo el culo ante el doloroso ensanchamiento.

-          Au… Au… No… Au…

-          ¿Te gusta, perra?

Rebeca se aferró a las patas de la mesa cuando le hundió la polla entera. Manolo empezó a menear la cadera sobre el culito de su amiga, casi sin extraer ni un centímetro de polla, tratando de mantenerle la raja abierta con los pulgares. Soltaba bufidos muy prolongados. Rebeca gemía con el ceño fruncido y la boca abierta, con su teta zarandeándose en el aire. Miguel continuaba inmóvil, como espectador de primera fila de la penetración anal que sufría su esposa. La sujetó por las caderas y le asestó tres embestidas secas, después le sacó la polla de repente agarrándosela con la derecha y sujetándola del brazo con la mano izquierda para que se incorporara.

-          Ven, arrodíllate.

Rebeca cumplió la orden. Con la camisa abierta, con sus tetas zarandeándose, con el pijama y las bragas bajadas y el ano dilatado, se acuclilló ante él. Manolo se sacudió la polla ante su rostro y a los pocos segundos comenzó a escupir leche viscosa sobre la cara de Rebeca, gruesas porciones blanquinosas que se repartieron por su rostro, con una en el párpado derecho que le tapó todo el ojo, otra en el pómulo y un grueso pegote por encima del labio superior, con numerosas gotitas por la frente y la melena. Se apretó bien el capullo para escurrirse y se subió la delantera del slip. Mientras se subía los pantalones, la miró despreciativamente.

-          No vuelvas a rechazarme, puta. ¿Me has entendido? -. Con todo el rostro manchado, Rebeca asintió sumisamente. Manolo se terminó de abrochar el pantalón -. Volveremos a vernos, puerca.

Manolo dio media vuelta y se alejó por el pasillo. Instintivamente, Rebeca ladeó la cabeza hacia la ventana y descubrió a su marido plantado en mitad del patio, mirándola, desblanquecido, con una mirada congelada. Trató de quitarse el pegote de semen del ojo y se levantó justo en el momento en que sonaba un portazo. Se subió a toda prisa las bragas y el pijama y corrió hacia el servicio para lavarse la cara. Su marido la encontró sentada en la taza del baño, lloriqueando, abrochándose la camisa del pijama. Ya se había limpiado la cara y no se atrevió a levantar la mirada hacia él.

-          Yo te quería – le dijo Miguel con voz apenada -. ¿Cómo has podido hacerme esto?

-          Me ha violado, Miguel, esta es la segunda vez que lo hace.

-          ¿Qué?

Le explicó una verdad a medias, que aquel sábado por la noche salió con Maca, que le sentó mal la bebida y que Maca la convenció para que durmiera en su casa. Se encontraba tan mareada que Maca tuvo que desnudarla, momento en el que apareció Manolo, creyéndose que ambas estaban liadas sexualmente. La violó y la amenazó con contarle a todo el mundo que era una lesbiana que se había enrollado con su mejor amiga. Y ahí comenzó su tormento, su depresión, su particular infierno, Manolo la trataba como si fuera suya, como si fuera su puta particular. Consiguió con su historia persuadir a su marido y para evitar escándalos creyeron conveniente no denunciarle. Al día siguiente, Miguel presentó su dimisión como alto ejecutivo de la empresa y renunció a su sueldazo. Se trasladaron al sur, a una ciudad de la costa, para empezar una nueva vida, más modesta, alejados de la bestia. Rebeca se había quedado preñada y ambos sabían que el hijo era de Manolo, pero ella se negó a abortar y siguieron adelante con el embarazo. Poco a poco fueron recuperando una vida tranquila, Miguel encontró trabajo en una compañía de seguros y ella como cajera en un supermercado, donde comenzó a tener una estrecha relación con su jefa, una lesbiana de cuarenta años que tenía el coño tan caliente como el de su amiga Maca. Rebeca revivía de nuevo esas sensaciones lésbicas que la habían conducido a esas consecuencias tan fatales. Eran sensaciones imparables. Su mayor deseo era tocar el chocho caliente de su jefa. La historia iba a repetirse. FIN. Carmelo Negro.

Gracias.

joulnegro@hotmail.com