El confinamiento con mi nuevo compañero de piso 3

Después del momento erótico del masaje me quedo en la cama de Diego, solo un ratito, mientras él se ducha...

Diego se fue a duchar. Yo me quedé tumbado en su cama, con la polla durísima. Pensé que tenía que estar por el suelo la minúscula ropa que usaba Diego hasta hacía unos minutos: su minipantalón de deporte. Busqué por el suelo y lo encontré, pero también encontré los calzoncillos que llevó puestos ayer todo el día.

Eso era todo un tesoro para mí. Los pantaloncillos olían sobre todo a sudor, pero también tenía gotas secas de precum en el tejido. ¿Significaba eso que se había puesto cachondo mientras hacía deporte? ¿Sería porque sabía que le estaba mirando todo el rato? Los calzoncillos de ayer era una auténtica joya. No solo había restos de precum donde normalmente va la polla, además tenían una generosa corrida seca.

Me tumbé de nuevo en su cama. Se escuchaba de fondo la ducha por lo que podía estar tranquilo, Diego no iba a volver a su habitación aún. Empecé a esnifar los olores de su ropa, me saqué la polla que ya hacía mucha presión para salir de su encierro. El aroma masculino de Diego era una delicia. Sus gayumbos corridos tenían ese toque áspero que entra por la nariz y penetra en tu mente, evocando todo tipo de deseos relacionados con el propietario. No podía dejar de pajearme, notaba que me dolía la polla de lo dura que la tenía, estaba a punto de correrme, con los ojos cerrados, imaginándome que Diego me bañaba en su semen, que me tragaba todo su néctar, que me frotaba la polla húmeda y caliente por la cara. Aún se escuchaba la ducha de fondo cuando empecé a correrme como una fuente, con los gayumbos de Diego aún sobre mi cara. En ese momento escucho:

  • ¿Pero qué haces cerdaco?
  • ¡Diego!
  • ¿Te pajeas con mi ropa tío? ¿Y en mi cama?
  • Yo… es que…
  • ¡Es que nada tío! ¿A ti te parece normal?

Me moría de vergüenza. Me quedé paralizado, tapándome la cara con las manos. No recordaba que me acordaba de correr y aún tenía la polla, el vientre y el pecho lleno de lefa.

  • ¡Pero levántate de mi cama que estás todo corrido, cacho cerdo!

Me levanté corriendo y me fui a mi habitación. Me quería morir. Yo solo me lo había trabajado para reducir a negativos cualquier posibilidad de acabar con la polla de Diego en la boca o en el culo. Me sentía estúpido, imbécil, guarro, sucio. Tendré que irme del piso muy a mi pesar. ¿Cómo puedo haberla cagado tanto?

No salí de la habitación hasta dos horas más tarde para comer algo. Diego tampoco había hablado conmigo en ningún momento. Cuando llegué a la cocina estaba él, que me miró serio y se fue a su cuarto, sin decirme nada. Estaba claro, la había cagado hasta el fondo.

Pasé la tarde en la terraza, intentando leer. No lo conseguía. Diego no salió de su habitación. En mi cabeza me bombardeaban posibilidades de cómo afrontar la situación. Tendría que pedir disculpas a Diego y, en base a su nivel de enfado, plantearme si irme del piso o no. Yo quería quedarme. Prefería el rollo que nos traíamos hasta ahora, de ponernos cachondos, aunque acabáramos por no hacer nada. Me sentía tremendamente culpable y a la vez quería que todo volviera a ser como antes.

Me decidí y fue a su habitación. Me quedé mirando la puerta cerrada que tenía delante mío y piqué levemente a la puerta.

  • ¡Qué! -Respondió Diego, de forma seca y abrupta.
  • Diego, lo siento, ¿puedo entrar a hablar contigo?
  • No. Haz la cena, luego hablamos cenando.

Al principio me sentí aún más triste, pero después pensé en que me había dado una oportunidad: la cena. Podía hacer una cena fantástica, con las cosas que sé que le gustan. Supongo que todo suma para que al final pueda perdonarme.

Hice todo lo mejor que pude, aunque no soy especialmente buen cocinero. Sé que le gusta la carne en su punto. Hice una salsa de pimienta. Preparé uno de los vinos que habíamos comprado. Llegué a plantearme si estaba exagerando con los preparativos, pero decidí que estaba bien, que todo tenía que formar parte de un escenario perfecto para pedirle disculpas. Mesa preparada, ensalada aliñada, la carne en el horno...todo tenía que salir bien.

Iba a ir a avisar a Diego cuando él ya salía y venía por el pasillo. Iba vestido con un pantalón largo deportivo, nada ajustado, y una sudadera que no mostraba nada de su pecho ni de sus brazos. Esperaba que saliera con ropa sexy como siempre, pero algo había cambiado. Llegó al comedor y miró hacia la mesa.

  • ¿Has preparado una mesa romántica o qué?
  • Eh… ¡No! ¡No, no! Para nada, solo quería pedirte disculpas, nada más.

Me miró con una ceja alzada, incrédulo, supongo.

  • Siéntate, ya está todo listo. ¿Puedes abrir el vino, por favor?

La cena empezó tensa, en silencio.

  • Oye, lo que he hecho antes en tu habitación…
  • ¡Cállate!
  • ¿Qué?
  • Que te calles, no quiero hablar de eso.
  • Pero te quería pedir perdón y decirte que si te ha molestado hasta el punto de que si quieres que me vaya... Lo puedo entender.
  • No quiero que te vayas, quiero que te calles.

Me sentí aliviado, pero a la vez molesto de que me hiciera callar. Yo le miraba a él, pero él casi no me miró a mí en todo el rato. Se le veía molesto.

  • No me molesta que huelas mis gayumbos, ni que te hagas pajas donde quieras, ni que pienses en mí cuando lo haces, pero te pido una cosa: si te corres que no sea en mi cama ni en mi ropa.
  • Claro, claro, perdona.
  • Y deja ya de pedirme perdón. Te pasas el día pidiéndome perdón.
  • Perd… ¡Vale! -Fue la primera vez en un rato que sonreímos los dos.
  • La cena estaba muy buena. Gracias.

Después de la cena estuvimos en el sofá, tomamos unas cervezas y jugamos a la consola. Esta vez los dos vestidos. No había contenido sexual en nuestros comentarios, ni en nuestra actitud. En cierto sentido lo echaba de menos, pero prefería estar de buenas con él, aunque fuera como colegas, que arriesgarme a nada y que se enfadara conmigo.

19 de marzo de 2020

Pasaron tres días raros. Lo más cercano que estaba a la sensualidad con Diego era cuando le masajeaba después de sus sesiones de deporte. Sin embargo, ya no se quitaba la camiseta haciendo deporte, ni se quedaba desnudo para el masaje, ni nos sentábamos en gayumbos en el sofá. Llegué a la conclusión de que mis fantasías eróticas con Diego no eran ya más que eso, fantasías. Ese día, comiendo, me dijo:

  • Hoy es mi cumple
  • ¡Felicidades! ¡Qué guay!
  • Gracias. Ya que estamos confinados y no puede venir nadie, lo podríamos celebrar nosotros.
  • ¡Claro que sí!

Esa noche hizo la cena, que estuvo tremenda. Cuando acabamos, sacó una botella de licor típico de aquí, Ratafia, y unos vasos de chupito. Puso también un dado de seis caras sobre la mesa.

  • Ya que es mi cumple vamos a liarla un poco, ¿no?
  • Jajaja, ¡vale!
  • Mira, hacemos un drinking game. Tiramos el dado. Las reglas son: con un 1 bebe quien tira el dado, con un 2 bebe el otro, con un 3 bebemos los dos, con un 4 o un 5 no pasa nada, y con un 6 quien ha tirado el dado añade una regla.
  • Me gusta, empecemos.

Tiramos una cuantas veces y empezamos a beber y a brindar cuando salía un 3. Él sacó el primer 6.

  • Me toca poner regla: se permite quitarte una prenda de ropa en lugar de beber, que ya llevamos unos cuantos chupitos…
  • ¡Vale! -Dije mientras me reía.

Pero algo se encendió en mi interior. Era él quien ahora volvía a poner erotismo a la situación. Me gustaba imaginar cómo iba a continuar esto… Tiré el dado.

  • ¡6! Pongo regla… con un 4 el otro ha de beber dos.
  • ¡Cómo te pasas! Vamos a acabar borrachuzos pero rápido. -O en pelotas y con las pollas duras, pensé yo.

Seguimos jugando y, después de beber unas cuantas veces más, a él le tocaba beber dos y se quitó la sudadera. Después me tocó beber a mí y me quité los calcetines. Ya no volvimos a beber. Íbamos tirando el dado y nos íbamos quitando ropa hasta que nos quedamos los dos en calzoncillos. En ese momento me di cuenta. Sus calzoncillos estaban guarrísimos. Tenían manchas de semen seco por la parte de delante y se notaba la sombra de alguna otras manchas en la parte delantera. Me lo quedé mirando, primero a los calzoncillos, después a los ojos.

  • ¿Qué miras, guarrete?
  • Eh… esos calzoncillos…
  • Sí, son los mismos que olías para pajearte el otro día. Me los puse y no me los he vuelto a quitar desde entonces. He hecho deporte con ellos, me he hecho a saco de pajas y me he corrido en ellos, he meado y me la he guardado sin sacudirla. Creo que deben estar en su punto.
  • ¿En su punto?
  • Sí, en su punto, pero tú eres el experto. ¿Quieres olerlos?
  • Me encantaría.
  • ¿Quieres que me los quite o los hueles así mejor?

No pude ni quise frenarme. Me tiré de nariz contra su polla. Intentaba no tocar, solo oler, no era necesario tocar. ¡Qué fragancia! Se me puso como una roca al instante. Él se tiró hacia atrás en el sofá y cerró los ojos. Yo husmeaba profundamente todo su aroma, me transportaba a un mundo totalmente erótico, me sentía más borracho de su olor que de la ratafia que habíamos tomado.

  • Así, esnifa, esnifa. ¿Te gusta cómo huele?
  • Sííííí… ¡Me encanta!
  • ¿A qué huele?
  • A semen, a hombre, a testosterona, a polla, a sexo… -Yo seguí olisqueando, cada vez rozando más su polla, cada vez hundiéndome más en su paquete.
  • ¿Te gusta el olor a polla?
  • Es lo que más me gusta en el mundo
  • ¿Si te gusta el olor, te gustará el sabor, no?
  • No lo dudes
  • No entiendo porque no me la has chupado aún, pensaba que lo ibas a hacer desde el primer día.
  • ¿Quieres que te la chupe?
  • Claro que quiero que me la chupes, desde que te vi quiero que me la chupes.
  • ¿Y por qué no me lo has dicho antes?
  • Cállate y métetela en la boca, que lo estás deseando.

Le bajé los calzoncillos y se la empecé a chupar como si se acabara el mundo, estaba totalmente desenfrenado.

  • Shhhhh… tranquilo, que no tenenos prisa. Te vas a pasar toda la noche comiendo polla. Eres mi regalo de cumpleaños.
  • Me encanta ser tu regalo de cumpleaños, utilízame como quieras.
  • Calla y chupa.

Disfrutaba mucho de su polla, y de su trato dominante. Le miraba a los ojos estando yo de rodillas en el suelo y él sentado en el sofá. Nos mirábamos el uno al otro, llenos de lujuria. Él me iba diciendo.

  • Así, chupa. ¿Te gusta mi polla, eh?
  • Mmmmh mmmmh -Intenté decir positivamente.
  • Pues chupa, chupa polla, que te vas a hartar.

Su polla era grande. Tenía completamente hinchado el glande, que prácticamente me llenaba la boca. Según me iba metiendo más profundamente su polla en la garganta él gemía más. No paraba de decir: “Sigue, sigue, chúpame la polla. ‘Como tragas, eh! Uf, así, así” Me cogió de la cabeza y me empezó, al principio suavemente, a follar la boca. A mi me flipaba esa sensación. Él cada vez iba más rápido, y más profundo. Yo me estaba asfixiando y me la saqué un momento para respirar.

  • ¿No querías polla? ¡Pues toma polla!

Y me siguió follando la boca, hasta que se corrió, inundándome de su deliciosa leche que salía por la comisura de mis labios. Yo en ese momento, casi sin tocarme, me corrí sin haberme quitado ni los calzoncillos.

  • ¡Buah, como la chupas chaval! Vete acostumbrando a que te folle la boca, esto no puede ser un placer de una sola vez.
  • Por mí siempre que quieras.

No nos movimos. Yo seguí de rodillas ante su polla, que poco a poco iba recuperando su forma en reposo. Él con sus dedos, empezó a rebañar los restos de semen que tenía por mi cara. Recogía el semen y me lo metía en la boca, jugando también con su dedo en mis labios.

  • Así, trágate mi lefa. ¿Cómo te mola, eh guarrete?
  • ¡Mmmm! Sí, está deliciosa.

Su polla iba volviendo a coger volumen.

  • Oye, ¿Sabes qué día es hoy, además de mi cumple?
  • No
  • Hoy hace una semana que no me follo un culito. Y ya sabes cuál es la regla, te lo dije el primer día. Tengo que follarme uno o dos culitos por semana.
  • ¿Quieres mi culo? -Y me puse en cuatro patas sobre el sofá, quitándome los calzoncillos y mostrándole mi trasero.
  • Tss, tranquilo. -Me dió una palmada en el culo que miraba hacia él. Tienes un culo precioso, pero todo a su tiempo, no seas ansioso. La noche será larga.
  • Jajajaja, vale. -Me sentí algo extraño por dejarme llevar tan rápido, dejaré que sea él quien lleve la situación en todo momento.
  • Vamos a seguir jugando, te tocaba tirar el dado. Pero antes, quiero hacerte una propuesta.
  • Dime.
  • Te regalo mis gayumbos corridos y meados a cambio de que tú estés una semana entera sin ropa. Tendrás prohibido vestirte en toda la semana. Y harás vida normal sin ropa.
  • ¿En serio? ¿Qué dices, tío?
  • Si no quieres los quemaré y no volverás a oler mi ropa interior.
  • Vale, vale, lo que digas. No me vuelvo a vestir hasta el 26.
  • Hasta el 26 a las 12 de la noche, el 27 vaya.
  • Vale, todo el día desnudo durante una semana. Creo que podré soportarlo.

Cogí sus calzoncillos y me los restregué ansiosamente por la cara. En realidad me molaba de idea de estar todo el día en pelotas, a saber qué haría Diego conmigo todo el día desnudo. Al final la cosa había salido mejor de lo que había imaginado. Se la había mamado, me había follado la boca, me había regalado sus gayumbos y me iba estar magreando toda la semana. ¡Y estaba a punto de follarme el culo! No podía sentirme más feliz.

  • Pero venga, ¡tira el dado! Dijo Diego.

Continuará.