El condón verde

El truco son estos condones; son verdes, como tus ojos y huelen y saben a menta.

El condón verde

Me besó Daniel cuando salía a su visita obligada a sus padres, pero Fernando dormía profundamente y no se enteró. Pasó un buen rato y estuve despierto. No podía quitarme muchas cosas de la cabeza. Había pensado incluso en visitar a Manu, un amigo policía de esos que ves de vez en cuando, pero que nunca lo pierdes de vista. Pensé que podría asesorarme sobre lo que se podría hacer con Alex para que no estuviese abandonado en aquel molino. Incluso pensé que corría riesgo estando solo. De pronto, se volvió Fernando y puso su mano sobre mí abrazándome y su miembro duro y caliente (como suele ocurrir al despertar) chocó con mis nalgas. Una voz aún dormida me dijo: «¿Qué hora es?».

Duerme, cariño – le dije –, es temprano.

Apretó su miembro a mi culo:

Tengo ganas – farfulló - ¿me dejas?

¿Quieres follarme ahora, bonito? – me volví hacia él -. Yo no me canso de hacerlo contigo, ya lo sabes.

Déjame follarte – me dijo más despierto -, será un desayuno muy apetitoso. Aunque, la verdad, me da vergüenza de que Daniel esté con sus padres y nosotros aquí poniéndole los cuernos.

¿Qué dices? – me eché a reír -. Mira. Una vez, la primera, tuvimos una bronca por eso, pero es que no se le ocurrió otra cosa que irse a follar con un tío que detesta a los maricones. Pero ahora no, pequeño. Él sabe que vamos a estar solos y juntos dos días y sabe que vamos a follar como locos. Sabe que nos queremos. Pero yo sé que tiene siete primos y cinco de ellos entienden; les va el royo, ¿me comprendes? Así que yo sé que cuando va a ver a sus padres se folla a media familia. Eso se llama convenio tácito, es decir, que estamos de acuerdo en hacerlo sin haberlo hablado.

¿Casi todos los primos son maricones? – se extrañó - ¡Joder!, eso es cosa hereditaria.

Será – le dije -, pero aunque te quiera a ti como a mí mismo, él sabe que no me va a perder.

Me gusta vuestra forma de pensar – se puso a mirar al techo -; no sé qué pensaría Jorge de todo esto.

Pues yo sí – le dije -; pienso que se está perdiendo algo maravilloso como tú. Por eso, si me pides ahora que follemos no voy a decirte que no. Ni ahora ni nunca.

Bajó sus manos hasta mi cintura y tiró del elástico de mis calzoncillos para bajarlos, pero yo mismo me los quité y él se quitó los suyos. Tenía un empalme del nueve parabellum y su lunar destacaba más que otras veces. Me volví y me pegué a él. Lo dejé hacer. No tuvo que buscar agujero ni nada, se fue al sitio preciso, lo mojó todo con saliva y empujó sin miedo. El placer me hizo echar la cabeza hacia atrás con fuerzas y le di, pero me tomó la cabeza, tiró de ella y comenzó a besarme desesperadamente. Esta vez, sus movimientos eran más agresivos. La sacaba y la metía de un empujón: «Quiero darte placer».

Me lo das – le dije jadeando -, me lo das sólo de pensar que eres tú el que está dentro de mí.

Sí, sí – susurró -, pero me gustas tanto que no aguantaré casi nada.

Córrete – le dije -, córrete cuando te venga. No aguantes.

Dame tu boca, cariño, sé que voy a estar muchos días sin ti.

Comenzó a follarme brutalmente. Tiraba de mis caderas como si aún quisiese meterse más en mí hasta que empezó a temblar y a convulsionarse. Su mano se vino a mi miembro y tiró de él hacia atrás. La mezcla de dolor y placer no me dejó aguantar mucho y mis chorros de leche llegaron a las cortinas. Poco después, noté que iba bajando su ritmo: «¡Ya!». Sudaba.

Me volví y nos besamos un buen rato.

¡Qué pena que a veces dure tan poco! – me dijo -. Me gustaría darte más placer; estar más tiempo dentro de ti.

Bueno – le dije -, eso tiene una solución. Ahora desayunemos, que hay que reponer fuerzas, pero cuando tú o yo volvamos a tener deseos de follarnos, te enseñaré un truco que no falla.

Nos fuimos a la cocina y seguimos hablando. Los dos estábamos en pelotas y medio empalmados.

Hay que comer para comerse luego – le dije riéndome -. Te voy a comer la polla hasta que la deje seca.

Entonces, sonriendo pícaramente, cogió una cuchadita de mermelada de melocotón, se acercó a mí mientras preparaba las tostadas y se puso de rodillas entre el mueble y yo. Tuve que echarme un poco para atrás y observé lo que hacía. Me untaba la polla con la mermelada y me la chupaba luego como si fuese un dulce: «Hmmmm».

Guarda fuerzas, bonito – lo levanté tomándole por la barbilla -, que hay dos días para nosotros solos.

Acercó su boca a la mía, la abrió y me besó. Su lengua llenó mi boca de mermelada y entre los dos nos la comimos a besos. Casi se me quema el pan.

Cuando desayunamos, le dije que daríamos una vuelta por los alrededores. No es que mi barrio tenga mucho que ver, pero tenía que comprar algunas cosas; entre ellas condones. Cuando entramos en la farmacia y los pedí, se dio media vuelta y se puso a disimular.

¡Joder, tío! – exclamó -, yo no podría comprarlos en la farmacia del pueblo, pero es que los has pedido conmigo a tu lado.

¿Y qué? – le dije -, tú puedes ser un amigo que viene conmigo a comprarlos para follarnos luego a dos tías.

¡Jo, qué asco! – miró a otro lado -, no entiendo que la mujer no tenga una buena polla entre sus piernas.

La naturaleza es así, chico – le dije como un profesor -, si no, ni tú ni yo estaríamos aquí ahora.

Me tendrían que poner en la boca una buena polla – dijo riéndose y abrazándome -, taparme los ojos y meter la mía en… bueno, ya sabes. Sería la única forma de que yo, bueno, la que fuera, tuviese un hijo mío.

Contando cosas de estas y riéndonos, llegamos a casa y, en cuanto cerré la puerta le di un cate en el culo. Sin pensarlo demasiado, se volvió y me echó los brazos. ¡Santo cielo, esos ojos delante de los míos y tan cerca! Me besaba y ya estaba quitándose la ropa. No me lo pensé. Lo tomé por el cuello y nos fuimos directamente al dormitorio.

A ver ese truco que decías – exclamó -, me tienes intrigado.

El truco son estos condones – le dije -; son verdes, como tus ojos y huelen y saben a menta.

¿Eso es un truco? – se extrañó -. Explícamelo.

Mira – le dije tomando uno sin abrirlo -, si te pongo uno de estos condones verdes, perderás sensibilidad en el carajo. Así, podrás estar dentro de mí sin sentir todo el placer de golpe y podrás moverte mucho más y darme más gusto, si es eso lo que quieres.

¡Vamos a probar! – me dijo intrigado -, pero me gusta que mi leche se quede dentro de ti.

Bueno, esa es la única diferencia – aclaré -, que es más largo y da más gusto, pero te corres en la puta bolsita de látex. Podemos probar. Luego lo haremos como más te guste, pero ahora te voy a enseñar otra cosa.

Me quité los calzoncillos (estaba como un leño, claro) y le quité los suyos.

Ponte boca arriba – le dije -. Se abre la funda esta ¿ves? ¡Es verde!, como tus ojos. Huele y sabe a menta, tiene lubricante y quita un poco el placer. Hay que ponerlo con cuidado para que no se rompa y para que la parte que se va extendiendo forrando tu polla quede hacia afuera. La ponemos aquí en la punta (¡Jo, ya me da gusto!, dijo), y tiramos un poco hacia abajo. El resto observa tú cómo lo hago.

Le puse los labios sobre el condón y empecé a apretar hacia abajo. Poco a poco iba amoldándose a su preciosa polla.

¡Ehh!, me la estás poniendo verde.

Cuando ya no podía empujar más con la boca terminé de colocárselo con los dedos.

Ahora, fóllame – le dije -, y luego me dices la diferencia.

Me la metió de un tirón y empezó a sacarla y meterla con más fuerzas que nunca. Era normal, no sentía el mismo placer. Yo sentía demasiado. Pero el polvo duró una barbaridad hasta que él comenzó a temblar y a respirar aceleradamente: «¡Ahora, ahora, Tony!».

Fue impresionante. Sin tocarme y sin que él me masturbase, nos corrimos los dos al mismo tiempo.

Jadeando, me dijo:

No sé. Casi prefiero correrme antes pero dentro de ti. Lo que pasa es que tú me habrás tenido más tiempo dentro.

Elije, guapísimo – le dije -, a veces preferirás metérmela a pelo, que es lo natural, pero si quieres darme gusto más tiempo, este es el truco. El condón verde.

Pues yo quiero tenerte dentro una hora – me dijo seguro -, así que, si no te importa, fóllame con dos. Uno encima de otro.

Me volví a tomar la caja y lo empujé con suavidad hacia el otro lado.

No necesito dos – le dije -, cronometra si quieres. Te voy a follar hasta que te canses.

Se abrió bien las nalgas y casi nos da allí la hora del almuerzo.