El condenado
Un condenado a muerte escribe su carta de despedida.
Mañana a esta misma hora habré muerto. El cóctel de productos químicos que me inyectarán acabará con mi vida de forma indolora, dicen ellos. Como si lo hubiesen probado. Tan solo queda una última posibilidad de lograr salvar la vida, pero es tan remota que no tengo puesta ninguna esperanza en ella. Así que solo me queda sentarme en mi celda y esperar pacientemente a que llegue el nuevo y último día.
No temo a la muerte, siempre supe que tarde o temprano me había de llegar, así que no hay nada malo en que sea mañana mismo. De todas maneras causa una cierta inquietud saber exactamente qué día y a qué hora exacta vas a exhalar tu último suspiro, y pasan por mi mente recuerdos que creía ya olvidados. Sé que en esta vida he hecho cosas malas de las que me arrepiento y que me gustaría poder arreglar. Pero del acto por el que van a matarme no me arrepiento.
Y aun así van a hacerlo. Tal vez sea precisamente por eso, por mi negativa a reconocer mi culpa por la que el juez ha rechazado mi indulto y posiblemente la última instancia presentada al gobernador también lo sea. Qué fácil habría sido para mí reconocerme culpable, postrarme ante el jurado y llorar desconsoladamente suplicándoles que no me mataran, mostrándoles mi arrepentimiento. Qué fácil habría sido convencerles de que mis facultades psíquicas estaban perturbadas, de tal forma que se hubiesen visto obligados a encerrarme de por vida en un psiquiátrico. Si lo hubiera hecho hoy no os escribiría estas líneas.
Pero no pude hacerlo. Si lo hubiera hecho, yo sería el perdedor. Y mañana, aunque yo muera habré ganado. No de la forma en la que me habría gustado hacerlo, pero en definitiva habré vencido.
Yo solo quería amarla, y si ella me hubiese dejado la habría amado con toda mi alma, con todo mi ser. La habría hecho la mujer más feliz del mundo y ella me habría hecho feliz a mí, por que su amor lo es todo, ¿existe acaso dicha más grande que ser amado por la mujer más maravillosa del mundo? La quise desde el primer momento que la vi. Me ofrecí a ella como si lo hiciera frente a un altar. Pero me rechazó, se burló de mí humillándome y diciéndome que no estaba a su nivel, que era demasiada mujer para mí, que nunca jamás me querría. Y aun a pesar de eso lo volví a intentar para encontrarme con la misma firme resistencia, y no contenta con ello me dijo que jamás me querría porque estaba enamorada de Álvaro. De ese bastardo mujeriego e hipócrita. Esa fue la mayor humillación de todas, que me rechazara para liarse con ese patán farsante que no le llega a ella ni a la suela de los zapatos. Así que ¿qué se esperaba que hiciera?
Es cierto. Lo preparé todo minuciosamente, así que no puedo alegar que fuera un acto impulsivo. Es más, disfruté enormemente repasando en mi cabeza una y otra vez los detalles de como iba a acabar con su vida, disfrutando en mis sueños cada vez que le veía agonizando frente a mí. Pero la realidad superó a la ficción y dudo que nadie haya sentido más placer que el que yo sentí cuando descuarticé a Álvaro sobre la mesa, todavía vivo y mirándome con ojos de súplica. Me recreé en su muerte con una dicha que nunca jamás volveré a sentir.
Cuando ella llegó a la casa y se encontró aquella carnicería comenzó a gritar de una forma descontrolada y si no hubiese sido por el fuerte manotazo que le solté con toda seguridad habría alertado a todo el vecindario. Cuando despertó atada a la ensangrentada mesa intentó gritar pero no pudo ya que le había metido sus propias bragas en la boca. Sus ojos parecían querer salirse de las órbitas y me miraban asustados, y aun así estaba hermosa, muy hermosa, más de lo que nunca la había visto porque ahora era mía. En esos momentos ella me pertenecía por completo. Volvió a perder el conocimiento al ver la cabeza de su amante colgando de la lámpara, mirándola con los ojos bien abiertos. La había colgado ahí convencido de que iba a ser el mejor público que podría tener.
Cuando volvió a despertar no se atrevía a mirar hacia arriba temiendo ver de nuevo a Álvaro, pero la obligué a mirar agarrándola por los pelos. Esta vez ella clavó aterrada su vista en él y luego me miró con la misma súplica con la que me habían mirado los ojos de la cabeza que colgaba del techo cuando todavía tenía un cuerpo pegado a ella. Por fin comprendía que era mía. Si ella hubiese querido no hubieran sido así las cosas, pero no me quedó otro remedio.
Agarré el cuchillo sucio de sangre y lo acerqué a su piel. Es curioso lo que llega a manchar la sangre. Por más que lo había frotado no había logrado que desapareciera. Con la afilada punta tracé un largo camino desde su cuello hasta su ombligo viendo como se estremecía. Estaba tan hermosa que dolía. Desnuda sobre la mesa era la cosa más bella que nadie pueda imaginar. Su cuerpo era perfecto, con caderas anchas y cintura estrecha tal y como me gusta. Su cuerpo bronceado no mostraba ninguna marca de bañador y eso me hacía hervir la sangre y odiar a todos aquellos que la habían visto desnuda en la playa. Me habría gustado matarlos a todos después de haberles arrancado los ojos.
Su hermoso vientre se abombaba sutilmente mostrando un ombligo redondo y precioso, y un palmo más abajo una densa mata de rizados vellos, negros como el café, cubría el espacio entre sus piernas. Hasta en eso era perfecta. No hay nada que odie más que a las mujeres que se afeitan el vello púbico. Son todas unas zorras. Pero mi amor no. Ella no es una puta. Lo único que le sucedió es que se dejó engatusar por aquel desalmado que nos miraba desde el techo.
Mirándome, respiraba agitada y sus pechos temblaban como dos flanes, más hermosos aún que aquellos que pintaron las mejores artistas, grandes y voluptuosos. Ella me miraba y lloraba desconsoladamente pero sus lágrimas no me afectaban. Todavía debía verter muchas para superar las que yo había derramado por ella.
- Mi amor, -le dije acariciando uno de sus pechos-. Por fin estamos juntos.
Ella se agitó, pero las ligaduras en sus manos y piernas se lo impidieron. Estaba tan hermosa. Su sola contemplación me producía un hormigueo por todo el cuerpo, y lo que más ansiaba era hacerla mía. Me acerqué y la acaricié sintiendo el suave y cálido tacto de su piel, disfrutando de cada centímetro de ella y muriéndome de ganas por enterrar mi cara en aquel denso coño y aspirar el aroma de su sexo. Pero tenía mucho tiempo por delante. Acaricié sus pechos sintiendo la blanda firmeza. Pellizqué sus pezones hasta que se retorció de dolor para luego agacharme sobre ellos y besarlos con deleite. Lamí aquella tersa superficie y bajé hacia su vientre girando sobre el ombligo y volviendo a subir hacia aquellas hermosas tetas. La besé en el cuello aspirando el aroma de su miedo que la hacía más mía aún e incluso llegué a posar mis labios sobre los suyos por encima de la mordaza que le había puesto.
Sus ojos me suplicaban el perdón, pero era demasiado tarde. Debería haberse dado cuenta antes. Me desnudé frente a ella y echándome un paso hacia atrás la contemplé en todo su esplendor. Qué guapa estaba. Sin poderlo resistir me senté en el sofá, junto al cuerpo de Álvaro y me masturbé mirándola. Ella apartaba la vista de mí, pero en el fondo me deseaba y de vez en cuando se giraba para mirarme un instante antes de volver de nuevo la cabeza, y cada vez que lo hacía le lanzaba un beso.
- Míreme, mi amor, mira como estoy por ti.
Me masturbé hasta que no pude más y me corrí derramando una blanquecina leche sobre mi vientre, sin apartar la vista de su hermoso cuerpo mientras lo hacía y gimiendo con fuerza para que ella me escuchara.
Era tarde y tenía hambre, así que fui a la cocina y me preparé un sándwich que comí sentado a la mesa junto a ella, contemplándola todo el rato. Creo que me podría haber pasado toda una vida así. Luego eché una cabezadita en el sofá riéndome ante el hecho de que con quien deseaba acostarme era con ella y lo estaba haciendo con su amante. Bueno, lo que quedaba de su amante.
Cuando desperté ella me miraba con ojos de resignación, rindiéndose a su destino. Me levanté y observé que se había orinado formando un charco en el suelo a los pies de la mesa, así que lo limpié y luego con una esponja húmeda la limpié a ella, mi mano temblando al pasar por encima de su sexo. Esta vez no pude resistir la tentación de pasar un dedo por aquellos voluptuosos labios gruesos y carnosos, que bajo aquel espeso vello protegían la entrada de su vagina. Y fue como si ella me lo pidiera, como si me suplicara que la follara ya de una vez. Mi polla se endureció rápidamente.
Desaté las piernas de las patas de la mesa y agarrándola por la cintura la acerqué al borde volviendo a atarla por los tobillos, y me situé entre sus muslos. La vista desde ahí era espectacular mirara donde mirara. La agarré por la cintura sintiendo la firmeza de sus músculos y acerqué la cabeza de mi polla a su sexo. Qué bueno era sentir el cosquilleo de sus pelos acariciándome el glande. Me sujeté con fuerza a ella y la penetré lentamente. Su coño estaba seco y me dolía la polla al empujar hacia dentro, así que escupí sobre mi mano y me la froté por la polla intentando lubricarla un poco, y esta vez la penetración fue menos dolorosa. Ella intentó patalear pero sus ligaduras se lo impedían e intentó gritar pero su mordaza también se lo impedía. Su coño al estar seco restregaba mi polla con fuerza produciéndome un enorme placer, pero lo mejor de todo era verla allí frente a mí mirándome con rabia, echando fuego por sus ojos. Me moví dentro de ella lentamente disfrutando de cada centímetro de avance en el reseco coño, gozando de ella. Pero ella no disfrutaba de mí, la muy zorra. ¿Tan difícil era amarme, aunque fuera solo un poco? Podría haber gemido, haberme mostrado un poco de cariño.
Me salí de ella cabreado. Puta. Nunca pensé que serías tan puta. Agarré el cuchillo y lo coloqué sobre su garganta.
- Eres una zorra. ¿Todavía piensas en el bastardo de Álvaro? ¿No te das cuenta de que es una mala persona? Míralo, ¿crees que habría acabado así si no lo fuera? Ya veo que te sorbió el seso. Pues si le quieres le vas a tener.
Me acerqué a lo que quedaba del cuerpo que yacía en el sofá y agarrando la punta de la polla la corté de un solo tajo justo por la base. Luego me volví hacia ella con el colgajo en la mano y se lo mostré. Ella me miró con auténtico pánico en la mirada. Por fin se daba cuenta de que estaba loco. Loco por ella.
- Míralo, aquí está lo que querías para sentir placer. ¿Quieres que Álvaro te haga el amor o prefieres chupársela? Creo que casi mejor se la chupas, ¿verdad? No creo que sea digno de meterla en tu coño.
Y acercándome a su lado le quité la mordaza. Estaba tan aterrada que no emitió ni el más mínimo gemido. Le metí aquel trozo de carne en la boca y casi se ahogó.
- Venga, chúpasela, a ver si se la pones dura al picha floja este.
Y colocándome de nuevo entre sus piernas la volví a penetrar. La follé con fuerza sin apartar la vista de su cara y de aquel sanguinolento pedazo que salía de su boca, aunque la muy zorra no lo chupaba. Luego le daría yo mi polla. Seguro que esa sí que le gustaba, la polla de un auténtico hombre capaz de darle lo quiere. Sentía que estaba a punto de correrme y me movía con fuerza, con golpes secos que hacían arder mi polla. Mis piernas flaqueaban y lo único que me mantenía de pié era la visión de su hermoso cuerpo, tan sensual, ofreciéndose a mí. Fueron los gritos que salían de mi boca al correrme los que me impidieron escuchar a la policía entrando en el piso. Sentí el frío contacto del acero contra mi espalda y a pesar de ello continué bombeando aquel coño, mi coño, derramándome todavía dentro de ella hasta que un fuerte golpe me derrumbó sobre el suelo.
Cuando desperté ya estaba en la prisión y el juicio que siguió fue muy rápido. Y aunque mañana vaya a morir, yo he sido el vencedor, porque yo deseaba amarla y que ella me amara. Pero ella actuaba como si no existiera. Ahora, existiré eternamente en su mente, y cada vez que cierre los ojos ahí estaré yo para recordarle que una vez fue mía. Y será mía para la eternidad. Nunca más podrá separarse de mí.