El concurso japonés
Durante un viaje a Japón, mi mujer y yo somos obligados a participar en un concurso de televisión muy especial. Descubrimos el verdadero significado de realizar "un viaje de placer".
Luisa, mi mujer, y yo nos fuimos de vacaciones a Japón para celebrar nuestro quinto aniversario de boda. Era nuestro destino soñado. Llegamos a Tokio y los primeros días fueron fantásticos. Teníamos tres semanas para recorrernos el país. No os aburriré con el relato turístico del viaje, pero todo fue muy bien hasta que llegamos a una población que se llamaba Nagoya, en el camino de regreso a Tokio. El tren bala, procedente de Kioto, nos dejó en la estación a la hora de la cena. Tras dejar las maletas en el hotel, ya era tarde y nos costó encontrar un sitio para cenar. En el que encontramos, entablamos conversación con unos jóvenes. Realmente no tenían lo que se dice “muy buena” pinta, pero Japón es un país famoso por su seguridad, así que andamos confiados. Fuimos charlando y bebiendo sake, hasta que, llegado el momento de regresar al hotel, apenas podíamos tenernos en pie. A duras penas conseguimos regresar al hotel y caer rendidos en la cama. Lo malo vino a la mañana siguiente…
Nos despertamos con una resaca atronadora. Pero sacamos fuerzas de flaqueza y nos dispusimos a patearnos Nagoya. Después de asearnos y vestirnos, descubrimos que la cartera en la que guardábamos nuestros pasaportes y casi todo el dinero del viaje había desaparecido. Pensamos que nos lo habríamos dejado en el restaurante y corrimos para allá. No abrían hasta el mediodía, lo que supuso una tortura. Cuando abrieron, el que parecía el dueño dijo que no nos habíamos dejado nada, que seguramente nos habrían robado algunos de los chicos. Nos tranquilizó diciendo que los conocía y que los llamaría por teléfono. Que regresásemos por la noche.
Pasamos un día de perros, que se nos hizo eterno. Por la noche, en el restaurante, allí estaban aquellos jóvenes. Nos sorprendió lo rápido que confesaron su crimen y su frialdad en advertirnos que no fuéramos a la policía. Que tardarían un montón de días en arreglar la situación y que entre nosotros lo podríamos arreglar esa misma noche. Aceptamos escucharlos.
Nos contaron que sus jefes eran “hombres de negocios”. Que uno de ellos era un concurso de televisión y que si mi mujer aceptaba a participar en uno de ellos, nos devolverían los pasaportes y el dinero. Sus jefes estaban deseosos de tener una concursante occidental. En caso de decir que sí, al día siguiente lo prepararían para el día siguiente. Preguntamos en qué consistía el concurso, ya que no sabíamos su idioma. Y nos contaron que un hombre japonés tenía de adivinar cuál era su esposa a través de un glory hole. El tipo ganaba el concurso si adivinaba quien era su mujer, a la que se follaba en directo, a la vista de todos. También nos contaron, en su inglés macarrónico, que era evidente que las tetazas de mi mujer no pasarían por las de una japonesa, así que no tendríamos por qué preocuparnos. Yo me reboté y dije que me ofrecía yo en lugar de ella. Ellos estuvieron charlando un rato entre ellos y concluyeron que lo haríamos los dos. Y que, en prueba de buena voluntad, nos devolverían parte del dinero robado en aquel momento.
Luisa me comentó que si la solución era que ella enseñara las tetas en una cadena de televisión regional japonesa, que adelante, que así nos olvidábamos de esa pesadilla lo antes posible. Aceptamos. Nos emplazaron a regresar al restaurante al día siguiente a la misma hora.
Siendo estrictamente puntuales como nos advirtieron, un microbús nos recogió del restaurante y nos llevó a unos estudios de televisión. En el microbús había otras cuatro parejas, aunque no todos se sentaban juntos, solo otras dos parecían un matrimonio. Nos miraban con curiosidad y se reían. Ninguno de ellos hablaba inglés.
Los estudios de televisión nos sorprendieron. Iori, uno de los chicos del restaurante nos hacía de guía y traductor. Nos indicó que primero concursarían las mujeres y mandó a Luisa y a las otras chicas a un vestuario para desnudarse. También llamó a un tal Kazuki, que era el marido que tenía que encontrar a su esposa. Le maquillaron torticeramente, le taparon los ojos y lo llevaron al plató. Allí estaba la presentadora, Emiko, una belleza de unos 20 años, vestida con un espectacular kimono. Al cabo de unos minutos, salieron las cinco chicas en bata. Todas eran jóvenes y muy guapas, aunque mucho menos exuberantes que mi mujer. Empezó la grabación y Emiko las presentó a ellas y a Kazuki, que seguía con los ojos vendados. Emiko mandó a las chicas tras un biombo. Tras una músiquita de continuidad, cayeron unas cortinillas donde las chicas pusieron sus tetas. Las de Luisa destacaban por encima del resto. Sus 110 cm brillaban sobre sus competidoras. Cabe decir que dos de ellas también tenían unas tetas muy apetecibles. Mientras que las otras dos las tenían pequeñas. El cabrón de Kazuki se pondría las botas, pero al final no lo tendrían tan difícil para saber cuál serían las tetas de su mujer. Emiko quitó la venda a Kazuki que se restregó los ojos y estuvo observando un rato las diez tetas que tenía ante sí. Empezó por la izquierda, una de las menos tetudas. Se cansó rápido de juguetear con ellas y se puso a sobar las tetas de al lado, un poco más grandes, pero con unas preciosas aureolas grandes y oscuras. Me sorprendió que en este caso, además de tocarlas, también las lamió y acarició un buen rato. La chica de en medio era otra de las menos tetudas, por lo que el concursante prácticamente pasó de largo, ya que las siguientes tetas eran las de Luisa. Ni que decir tiene que fue con las tetas de mi mujer en las que más se esmeró su examen. Las sobaba, acariciaba y lamía con total fruición y ajeno al tiempo que se le terminaba. Y lo debería hacer bien el cabrón, porque los pezones de mi mujer estaban erectos y notaba como ella había echado su cuerpo hacia delante para facilitarle el trabajo al nipón. Sus manos no abarcaban las enormes tetas de mi mujer, que apretujaba y pellizcaba cada vez más excitado. El bulto en sus pantalones daba fe de ello. Ni que decir tiene que a mí se me llevaban los demonios. Aunque no escondía una cierta excitación. Emiko le avisó que se le terminaba el tiempo y que debía pasar a las últimas tetas, que volvían a ser unas medianas. Un gong avisó a Kazuki que se le había terminado el tiempo. La presentadora y el concursante estuvieron charlando un rato. Tras de mí, Iori, me iba traduciendo. El concursante no estaba seguro quien era su mujer y quería pasar a la siguiente fase. Eliminaba a dos chicas, que fueron, oh sorpresa, las dos de las tetas pequeñas. Me giré y le pregunté en qué consistía la segunda fase. Me pidió que me callara, que lo iba a descubrir en diez segundos.
Otras cortinillas cayeron de los biombos. En esta ocasión, dejaban los coños a la vista. El de mi mujer, a la brasileña, volvía a contratar con los otros dos: uno muy peludo, el otro totalmente rasurado. Kazuki no podía dudar ni un momento cuál correspondería al de su mujer. Siguiendo un orden inverso, empezó por la última chica, el que lo tenía más peludo. Sus dedos entraron en el mojado coño muy rápidamente. Kazuki la empezó a masturbar mientras se volvía a comer sus tetas. La japonesa era una gritona que no tardó en correrse. En un acto reflejo, di un paso adelante, pero Iori me detuvo. No te busques problemas, me susurró. El concursante se saltó a mi mujer y fue a por la del coño rapado. Como hacía rato que no la había tocado, le costó que los dedos entraran, por lo que se agachó y empezó a lamer aquel coñito. Reconozco que apetecible. Reconozco que me estaba empalmando. Me fijé como uno de los otros concursantes masculinos se había sacado la polla y se estaba masturbando. Una vez la chica se humedeció de nuevo, Kazuki volvió a su rutina de masturbarla con los dedos y comerle las tetas. Ésta, en lugar de gritar, exclamaba ininteligibles palabras en japonés. Tampoco tardó en correrse. Y le llegó el turno a Luisa. El resto de hombres me miraban sonrientes. Ya todos con las pollas fuera, a la espera del deseado espectáculo. Kazuki atacó el coño de mi mujer, lamiéndolo con fruición, mientras sus dedos pellizcaban sus pezones, totalmente erectos. El coño de mi mujer se veía abierto, rojo, hinchado. Luisa colocó descaradamente su cadera empotrada en el biombo. El cabrón de Kazuki hacía bien su trabajo. Se concentró en el coño de Luisa, donde tenía metidos dos dedos y el coño. Oía a mi mujer gritar como a una loca. Me estaba excitando. Luisa no tardó en correrse. Justo en ese momento sonó el gong. La presentadora, según me tradujo Iori, le preguntó a Kazuki cuál se pensaba que era su esposa. Kazuki estuvo dudando un rato y, finalmente, escogió a la concursante de en medio: ¡a mi mujer! Entonces, Emiko descorrió las cortinillas y aparecieron el rostro de las tres mujeres. La que sería la esposa de Kazuki empezó a gritarlo, mientras que Luisa, azorada, me buscaba con la mirada. Emiko pasó a publicidad. Iori me explicó la segunda parte del concurso.
- Ahora viene lo bueno- me susurró sonriendo-. Kazuki y su esposa han perdido un viaje y un premio en metálico, pero como premio de consolación se podrá follar a tu mujer ante las cámaras. Y lo mejor de todo es que tú y su esposa tendréis que estar sentados enfrente viéndolo todo. Ja, ja, ja.
Le insulté, le quería partir la cara, le agarré por las solapas… pero él me tenía agarrado por los huevos.
Alguien puso un tatami y dos sillas en el plató y nos indicaron a su mujer, aún histérica, y a mí, aún perplejo, que nos sentásemos.
- ¿Qué va a pasar ahora?- me preguntó Luisa, asustada.
- ¡Que el cabrón del japonés te va a follar!
- ¿Que me va a follar? ¿Y tú lo vas a permitir?
- ¿Qué quieres que haga? ¡Tienen nuestros pasaportes y nuestro dinero! ¿Y tú qué, que te has corrido!
Luisa se calló. En ese momento, volvió a aparecer Emiko. Colocó a Kazuki y a Luisa, que seguía totalmente desnuda, a su lado. El regidor nos pidió silencio. La esposa de Kazuki y yo nos sentamos en nuestras sillas, ante la amenazadora sonrisa de Iori. Emiko empezó a hablar y Kazuki empezó a desnudarse. El tío ya tenía la polla tiesa. No era una polla descomunal, pero me sorprendió lo grande que era para ser japonés. Interiormente, me tranquilizó que la tuviera más pequeña que yo. Pero el tío, ni corto ni perezoso, apartó a Emiko y empezó a besar a mi mujer. Luisa, aterrada, se dejaba hacer. No sé cómo en aquel momento soporté impertérrito como la lengua y las manos de aquel tipo recorrían el cuerpo de mi mujer. Sin embargo, al cabo de unos momentos, noté que Luisa se volvía a excitar. Empezó a devolverle los besos. Sus manos empezaron también a recorrer la piel de aquel hombre. Hasta que empezó a pajearlo. Kazuki le cogió la cabeza y empujó hacia abajo, indicándole que le comiera el rabo. Mi mujer, obediente, bajo y se la chupó. En eso, Luisa es una maestra. Y Kazuki gimió y me miraba sonriendo, mientras murmuraba unas palabras que ni entendí ni quise entender. Luisa le acariciaba los huevos y el culo. Mientras Kazuki empezaba a revolverse como si fuera a correrse. De pronto, la apartó y la echó sobre el tatami. Fue directo a comerse su coño. Luisa se tocaba las tetas. Notaba como estaba disfrutando. Como se había desatado. Todos en el plató nos habíamos dado cuenta. Ahora, hasta Iori se había sacado su polla y se pajeaba. Hasta yo me había empalmado. Y se me notaba, vaya que si se me notaba. La esposa de Kazuki me miraba enfadada. No sé qué me decía. Kazuki se incorporó y se dispuso a follarse a mi mujer. Se la metió de golpe. Luis gritó, pero de placer. Y el japonés empezó a bombearle la polla como si le fuera la vida en ello. De pronto, Luisa tomó las riendas de la situación y se incorporó. Se puso en cuclillas ante él y se clavó su polla en su postura preferida. Empezó a dar botes y sus grandes tetas empezaron a bambolearse. Más de un espectador se corrió ante ese espectáculo. Yo mismo tenía que luchar para no sacarme la polla y empezar a pajearme allí mismo. Los gritos de los dos folladores ya eran ensordecedores. Kazuki disfrutaba agarrando las tetas de mi mujer. Sabía que en su vida volvería a tener unas tan grandes como esas en mis manos. Al cabo de un instante, Kazuki se incorporó y puso a mi mujer a cuatro patas. Esa es mi postura preferida. Todos estábamos muy cachondos. Y más nos pusimos cuando oímos que Luisa se corría. Le suele pasar que se cae rendida después de una corrida como la que tuvo, tan larga e intensa. Pero Kazuki la incorporó y le dio su polla para que se la comiera. También él estaba a punto de correrse. Luisa, que estaría muy cansada, se la comió con mayor fruición si cabe, de modo que Kazuki no tardó en correrse. El muy cabrón no la avisó y el primer chorro aterrizó directamente en su garganta. Luisa se apartó instintivamente y el resto de leche bañó su cara. No podía más y se dejó caer sobre el tatami. Emiko rompió a aplaudir. La esposa de Kazuki, se levantó y, cómicamente, le pegó un tortazo. Yo no me podía mover. La presentadora despidió el programa y el regidor ordenó que se apagaran las cámaras. No sé de dónde, conseguí una bata y cubrí a Luisa. No se atrevía a mirarme. Aún tenía la cara llena de leche japonesa. Iori se acercó a nosotros y felicitó a Luisa. Le indicó que podía ir a ducharse a una sala contigua. Me pasó el brazo por los hombros y me anunció:
- Ahora te toca a ti. A disfrutar, colega. Mientras me entregaba una bata azul.
A los hombres que habíamos estado de espectadores nos condujeron a un vestuario dónde nos cambiamos. La mecánica del concurso ya me la podría imaginar. Pero aún y así, Iori me la explicó. La mujer que tenía de adivinar cuál era el rabo de su marido se llamaba Yoshiko y el infeliz de su marido estaba a su lado. Iori, socarrón, me dijo al vernos los dos desnudos y comparar nuestras pollas:
- Muy puta tendría que ser Yoshiko para escoger tu polla en lugar de la de su marido.
Pronto lo veríamos. Al salir, vi a Yoshiko. Era mucho más joven que su marido, al menos en apariencia. Era morena, bajita y delgada. Con el kimono no se podía adivinar como eran sus tetas, pero no parecían demasiado grandes. Se la veía muy avergonzada. Me pregunté cómo habría llegado hasta allí.
Alguien nos indicó que fuéramos a una mesa, donde sirvieron un pequeño catering. Había makis, sashimis, cerveza y vino. Mientras comía apareció mi esposa. Estaba muy triste.
- ¿Nos vamos ya?
- No, cariño, ahora me toca a mí…
Y ya tenía ganas. Estaba muy excitado.
¿Queréis saber cómo sigue?