El concejal y el bibliotecario (1/2)

Primera parte de la historia de un concejal que de repente se ve atríado por el hijo de otra concejal de la oposición.

Ya era mala suerte que la sede de Podemos se abriera enfrente de su casa, en el mismo local donde una vez hubo una tienda de semillas que no duró mucho tiempo. Pero Pablo sabía que el nuevo grupo político había surgido para quedarse. Hasta su llegada, su vida había sido más o menos tranquila pese a plantearse en infinidad de ocasiones qué hacía un tío como él en un Partido que era casi sinónimo de corrupción. Porque desde que la gente comenzó a interesarse por la política, a Pablo le increpaban por la calle, en las Redes Sociales o en los plenos, que cada vez tenía un mayor número de asistentes.

Llevaba casi cuatro años siendo el Concejal de Cultura y Deportes. Desde joven se interesó por la política, pero fue en su etapa universitaria como partícipe de un programa de radio de su Facultad cuando se dio cuenta de que le gustaba más de lo que creía. Para participar en los debates tenía que documentarse, comenzando así a forjarse una opinión y unos ideales que le llevaron a inscribirse en las Juventudes del PP de su provincia. Poco después ya aparecía en las listas del Partido Popular de su pueblo. Pero siempre compaginando esa actividad con los estudios (cuando acabó INEF se matriculó en Periodismo, aunque lo dejó para estudiar Marketing y Relaciones Públicas) y con el trabajo, pues el verano que cumplió dieciocho se metió a socorrista, después a monitor de campamentos y finalmente coordinador de eventos de ocio y tiempo libre. En esa etapa su partido ganó las elecciones y así llegó a Concejal.

Claro que con veintisiete años muchos no le tomaban en serio, satisfechos al menos de que se quedara con una concejalía relativamente pequeña. Cometió fallos, pero su gestión en general fue buena, consiguiendo subvenciones y patrocinios que repercutían en las actividades que se ofrecían a los jóvenes del pueblo. A los chavales les caía bien, así como a las madres, encandiladas de alguna manera por su físico, que aunque tampoco era espectacular, sí contrastaba con los demás políticos, más mayores y menos atractivos en general. Su identidad sexual la mantuvo siempre en secreto; al principio porque no tuvo ninguna relación lo suficientemente estable como para salir del armario y después por su imagen pública. A los tíos con los que ligaba -ya fuera por internet, en zonas de cruising o cuando viajaba -les costaba entender cómo un gay puede ser de derechas, pero Pablo no perdía el tiempo tratando de que lo entendieran. Nunca pensó que sus relaciones fracasaran por sus ideales. De hecho, hasta que aparecieron los indignados la política no parecía importarle a casi nadie.

Esta nueva oleada de activistas y los casos de corrupción en su Partido amenazaban con desestabilizar su tranquila vida. Los “chorizos” ya no eran sólo los que aparecían en las noticias a nivel nacional, sino que además concejales de urbanismo de la zona empezaban a ser imputados, y su propio alcalde y jefe estaba en el punto de mira. A pesar de todo ganaron en las municipales de 2015, si bien Podemos obtuvo dos concejales, una peluquera y un contable a los que conocía de toda la vida. Para la primera Sesión, el Salón de Plenos estaba abarrotado de gente. Sobre la mesa varias Comisiones Informativas y casi todas ellas con Mociones por parte de la oposición que lo complicaba todo de repente. Incluso cuando el alcalde leyó la Ordenanza para congelar los sueldos durante esa legislatura, a todos les pareció mal. Pablo pensaba en la hipocresía de estos nuevos grupos, porque incluso hasta para él, su salario estaba por encima de lo que se merecía. Tocaba también decidir asuntos bajo sus competencias, como las clases extraescolares para el curso siguiente. Ante su asombro, la peluquera estuvo en contra porque había más para chicos que para chicas. Pablo, caracterizado siempre por su carácter tranquilo, comenzaba a perder la paciencia. Su indignación llegó cuando los nuevos propusieron revisar los contratos de la bibliotecaria y de la encargada del único museo del pueblo insinuando que habían sido puestas a dedo y que ellos conocían gente mucho más preparada como su hijo o la sobrina de su vecina. “¿Para eso habían creado el Partido?”, se preguntaba Pablo. Las dos trabajadoras a las que se hicieron referencia ya estaban cuando él llegó, pero se apuntó mentalmente revisar sus currículos para que no le pillaran en un renuncio.

Cuando acabó el Plano se marchó a su casa cabreado. Y encima, al aparcar, tenía que ver esa maldita fachada morada. Al día siguiente fue a la biblioteca municipal para hablar con Susana, de la que nunca había tenido queja, y contarle la situación. “No llegué a terminar la carrera”, le dijo la mujer provocándole el desasosiego que se temía. Después se fue al Museo. Para su tranquilidad, la chica sí que había terminado sus estudios de Turismo, pero es verdad que de ella sí que había percibido cierto malestar porque abría cuando le daba la gana y se marchaba siempre antes. La ansiedad se apoderaba de Pablo; necesitaba hablar con alguien. Era una de esas situaciones en las que echaba de menos a su padre, fallecido un par de años antes. Su madre nunca había sido buena dando consejos y con su hermano no se llevaba todo lo bien que a él le gustaría, sobre todo desde que aquél le pidiera algún favor basado en su poder de influencia y Pablo se negó. Extrañó también tener una pareja con la que poder desahogarse. Y sus amigos… Bueno, con sus amigos llegó a la determinación de que no hablaría nunca de política.

Animado por la idea de que un segundo café le despejaría, se fue a desayunar al mismo bar de siempre, regentado por uno de los primeros gays reconocidos en el pueblo y con el que Pablo no tenía una relación tan cercana como la mayoría de clientes a pesar de ir allí todos los días desde hacía cuatro años. “¿Será porque es gay y yo del PP?”, caviló. Si yo te contara … Sin embargo, Diego se percató de su cara de preocupación y le habló más que de costumbre:

-¿Qué, complicado el Pleno de ayer, no? -Pablo se limitó a asentir-. Si es que habéis estado haciendo lo que os ha dado la gana -increpó.

¡Lo que le faltaba! Que el camarero echara más leña al fuego. Tenía que ser ese día, y sólo ese, después de tanto tiempo, que le dedicara un comentario más allá de “¿lo de siempre?” y “dos con ochenta”. Se sintió un gilipollas por haber estado dejándose el dinero en ese bar. ¡Con todos los bares que hay en este bendito pueblo! Ya meditaría más tarde si volvería a ir o no. Como no tenía pues con quien hablarlo antes de llegar al Ayuntamiento, debía hacerlo con su jefe. El alcalde le recibió advirtiendo su mala cara. “Normal que no duermas sabiendo lo que tienes enfrente de tu casa”, bromeó; pero Pablo se mantuvo preocupado.

-¿Sabías que la bibliotecaria no acabó la carrera? -inquirió.

-Sí, por eso tiene el contrato que tiene y cobra lo que cobra.

-Pero ya escuchaste ayer a la de Podemos.

-Sí, que quiere meter a su hijo.

-¿Pero está más cualificado?

-Se ve que termina la carrera ahora.

-¿Y qué vamos a hacer?

-Le contrataremos para las vacaciones y así se quedan tranquilos.

-¿Y no dirá de quedarse después?

-Ya me encargaré yo de eso, no te preocupes.

-José Luis, claro que me preocupo. La biblioteca es competencia mía. Y el Museo. ¿Sabes que Toñi abre a la hora que quiere?

-¿Quién va a ir a un museo a las nueve de la mañana?

-Pero es su horario. Si no, se le cambia, se le paga menos y ya está.

-Bueno, ahí te dejo que decidas tú.

Pablo se quedó un momento pensativo.

-Si es que estos cabrones nos lo van a poner difícil -siguió el alcalde-. ¿Te diste cuenta ayer? Todo les parecía mal excepto el sueldo. ¡Y luego dicen! Si es que todos vienen a lo mismo. Ganar dinero y enchufar a su familia. Y eso que son dos. Madre Santa la que nos espera.

Se marchó desanimado sin saber muy bien por dónde tirar. Y además, tampoco podía avanzar con el tema de las extraescolares porque votaron en contra. “¿Las mismas para chicos y chicas? ¡Vaya gilipollez!” Él había propuesto las actividades que más inscripciones habían tenido ese mismo curso, ni más ni menos. Además, ¿eso de pensar en niños y niñas no es sexista? ¿Qué culpa tengo yo de que haya más gente interesada en fútbol que en gimnasia rítmica? ¿Y el taller de cocina y de radio son para niños? No creía justo que tuviera que perder tiempo en eso con todas las cosas importantes que había que decidir y preparar. Pero es que los otros se quejaron pero no propusieron nada como alternativa. ¿En eso iba a consistir su oposición? Habló con una compañera que le dio la razón y le animó un poco. Se olvidó de sus problemas cuando fue a casa de su madre para que ésta no notara nada y tuviera que contarle. Sí que se interesó por el Pleno, porque esa misma mañana le habían dicho en el mercado que fue movidito. “Todo se calmará”, fue su conclusión. Por la tarde se dedicó a visitar las actividades extraescolares para hablar con madres y docentes. La mayoría de respuestas eran positivas y alentadoras, así que Pablo acabó la jornada más animado. Tomó unas cañas con amigos que le distrajeron y se marchó solo a casa, donde se masturbó para acabar de desfogar, si bien volvió a echar de menos tener compañía.

Pasaron los días más o menos tranquilos -al final decidió no cambiar de bar para el desayuno porque tendría que dar explicaciones, aunque sí aprovechaba cuando tenía que salir del Consistorio para tomar café en algún otro sitio cercano a donde estuviese- hasta que la ansiedad por un nuevo Pleno se intensificó. Fue similar, pero al menos las extraescolares salieron adelante. Se volvió a hablar de la biblioteca y el Museo para los que Pablo había encontrado una solución. Luis, el hijo de Manoli la peluquera, haría la sustitución en ambos, lo que dejó en aquélla una sensación de satisfacción y victoria por haber conseguido lo que se proponía, mientras Pablo despotricaba en silencio pensando en que no le dejaría pasar ni una.

Quedó con Luis el último día de junio para acompañarle y que la bibliotecaria le explicara todo. Al saludarle casi ni le reconoció, pues habían pasado años sin que se cruzaran. Le había imaginado como un perroflauta descuidado con piercings e incluso rastas, pero se sorprendió porque parecía un tío normal. A sus veintisiete años, le había costado más de la cuenta sacarse una carrera de cinco, pero es que en la capital se vive muy bien como estudiante, y recordaba cuando él iba a la universidad que sus paisanos se lo tomaban con calma. Debía de medir un metro ochenta, pues era ligeramente más alto que Pablo, y era algo más corpulento que él, pero no daba la imagen de un tío musculado en el gimnasio. Su corto cabello castaño contrastaba con su barba, casi más poblada que su cabellera. Vestía un pantalón de pinzas y un polo, un atuendo que Pablo consideró muy adecuado para su puesto y que según su criterio le sentaban bastante bien.

Con todo, no se dejó amedrentar por su aspecto convenciéndose de que se mantendría implacable tal como se había propuesto. Si acaso se ablandó un poco cuando el chaval comenzó a hablar mostrando un verdadero interés por aprender y trabajar. Claro que igual la arpía de su madre le había advertido y era sólo fachada. El propio Pablo se quedó en el mostrador de la biblioteca mientras Susana le enseñaba a Luis el funcionamiento de la alarma o cómo estaban dispuestos los libros. Al volver, Pablo se despidió ofreciéndole su número por si tenía algún problema.

-Ya le he dado el mío -anunció la bibliotecaria algo molesta.

-Tú estarás de vacaciones, así que desconecta y disfruta.

A las 9:50 de la mañana siguiente el teléfono de Pablo sonó:

-Buenos días Pablo, soy Luis -parecía nervioso-. Perdona que te moleste -le sorprendía tanta educación-, pero es que me ha saltado la alarma y no sé cómo quitarla.

-Buenos días. No pasa nada, ¿dónde estás? -la pregunta parecía un tanto obvia.

-Pues en la biblioteca.

-Ya, me refiero si fuera o dentro, porque te estarán llamando.

-En la puerta.

-Pues entra y espera junto al teléfono. Te llamarán los de la empresa. Les dices el código y ya la desactivan ellos. Luego me paso.

-Gracias, Pablo.

El agobio del chico le hizo cierta gracia, pero por otro lado su error le serviría en el futuro como reproche o escusa si se diera el caso de tener que recurrir a ellos. Por un lado deseaba que hubiese más fallos, pero por otro, que no fueran tan graves como para comprometerle o que entorpecieran el correcto funcionamiento de la biblioteca. Por allí se pasó al rato.

-Hola. ¿Se te ha quitado el susto?

-Sí -casi se sonrojó-, vaya error de principiante. Perdona por haberte molestado.

-No pasa nada. Ven -Pablo se dirigió a la puerta donde se encontraba el teclado de la alarma-. Si te vuelve a pasar le tienes que dar aquí y luego metes el código otra vez.

-Es que el teclado es tan pequeño… y mira qué dedos tengo -le mostró la mano para enseñárselos.

-La verdad es que sí, es fácil dar a dos botones a la vez.

-Tendré más cuidado. Perdona.

-No te preocupes. ¿Has salido a desayunar?

-No. Me he traído un termo.

-¿No te dijo Susana que puedes salir?

-Sí, pero me da cosa dejar la biblio abierta.

Pablo pensó que tanta responsabilidad se debía a que era su primer día. Seguro que no tardaría en coger confianza y se tomaría su descanso, que por otro lado estaba en todo su derecho. Se planteó que quizá estaba siendo demasiado amable y puede que la madre le advirtiera sobre él.

-¿Tampoco fumas?

-Sí, pero no te preocupes que no me voy a escaquear.

Aunque el tono de Luis era casi bromeando, a Pablo le sorprendió porque si su madre le hubiese advertido no habría hecho ese comentario. O eso creía él.

-No lo digo por eso, hombre. Tienes tu derecho a salir a fumar.

-De hecho iba a salir ahora. Me hubieses pillado y vaya imagen, jeje. ¿Tú fumas?

-Sí. Te invito.

-La verdad es que si te parece bien prefiero cambiar el desayuno por salir a fumar más -habló Luis mientras aceptaba un cigarro-. El vicio, ya sabes.

-Eso como tú lo veas. Lo del desayuno era porque Susana aprovechaba que estaba aquí la limpiadora por si venía alguien. Pero bueno, desde aquí controlas la recepción -Pablo señaló a través del cristal.

-Sí, lo tenía todo calculado.

-Muy bien. Pues nada, si necesitas cualquier otra cosa no dudes en llamarme.

-Gracias y perdona de nuevo.

Pablo le sonrió y se marchó algo extrañado por el comportamiento de Luis, aunque su pensamiento cambió para analizar su atractivo. Sí, a Pablo le gustaba físicamente porque le ponen los hombres fuertes que le dan sensación de seguridad y protección. Y aunque en su forma de hablar le notaba un tanto vacilante, Pablo achacó que serían los nervios y el desconocimiento típicos del primer día. Se recordó a sí mismo, casualmente a la misma edad que ahora tenía Luis, llegando al ayuntamiento sin saber muy bien qué hacía un concejal. Durante el resto del día no tuvo más noticias del nuevo bibliotecario, pero a la mañana siguiente su teléfono recibía la misma llamada.

-Buenos días Pablo, perdona que te moleste.

-Hola, ¿la alarma otra vez?

-No, no -se ríe-. Es que ayer se acabaron las inscripciones para las extraescolares y Susana me dijo que te las pidiera a ti.

-¿Eso te dijo?

-Sí, ¿me he confundido?

-No, es que me parece raro porque ella las imprime allí. ¿Tienes acceso al correo de la biblio?

-No me dijo nada del correo.

-Qué raro.

-Bueno, mientras lo soluciono dime tu dirección de correo y te las mando si no te importa.

-No, apunta: Luisbear arroba…Esto… no, perdona. Luismartinez1988 arroba…

-Ok, te lo mando ahora mismo.

-Gracias.

No cayó en la cuenta, pero al volver a mirar en el trozo de papel, Pablo leyó “bear” de nuevo. Sabe perfectamente qué significa en español, y también sabe perfectamente qué tipo de gente se pondría “oso” en su dirección de email. Su entrepierna dio un súbito respingo sólo de pensar que el atractivo bibliotecario era gay. Sin embargo, el haberlo descubierto complicaría su propia existencia, pues durante las últimas horas había proyectado la imagen de Luis en su cabeza demasiado, así que si encima conocía el hecho de que fuese homosexual le inquietaría temiendo que se convirtiera en un tipo de obsesión. Ya conocía a gays del pueblo como el del bar, pero su edad y su aspecto no tenían influencia sobre Pablo. Sin embargo, Luis sí poseía los encantos suficientes como para encandilarle.

Llamó a Susana para preguntarle sobre el correo, pero ésta no le contestó ni le devolvió la llamada en toda la jornada. Puede que se tomara al pie de la letra eso de “desconecta y disfruta de tus vacaciones”. Se alegró por otro lado porque así el contacto con Luis sería por teléfono o en persona. Con la excusa de que en la biblioteca había inscripciones para las extraescolares, se pasó a recogerlas antes de marcharse a casa.

-Hola. Vengo a recoger las inscripciones.

-Ah, hola. Sí toma -le dio los folios-. Espera que busco una carpeta, ¡qué torpe!

-No pasa nada. Con un plástico de esos es suficiente. ¿Qué tal hoy? ¿Alguna incidencia?

-No, todo bien.

-Me alegro. Te dejo entonces.

-Esto, Pablo -el concejal se giró casi feliz porque le llamara-. ¿Hablaste con Susana sobre el correo? -ambos recordaron entonces el desliz.

-La he llamado, pero no contestó. Para que no gastes tu teléfono ni uses tu email privado, escríbeme un Whatsapp si necesitas cualquier cosa y no me pillas en el ayuntamiento. Claro que el Whatsapp es también privado, qué tonterías digo -siente cierto rubor, pero Luis se ríe.

-No pasa nada. Lo hacemos así entonces. Gracias.

-A ti. Bye .

Pablo no se da cuenta y se despide en inglés sin saber por qué. Le parece muy desafortunado porque le hará entender que conoce el idioma de Shakespeare y que sabe perfectamente lo que significa “bear”, aunque quizá no sus connotaciones. Se da martillazos mentales por su metedura de pata. En eso piensa mientras llega a casa, mientras cocina, cuando está viendo la tele… Y en Luis piensa cuando se masturba esa noche ignorando por completo el porno de la pantalla de su ordenador. Se levanta al día siguiente agradeciendo que sea viernes. El calor de julio ya aprieta, por lo que el plan del fin de semana en el río es de lo más apetecible porque además le mantendría entretenido y no pensaría en su nuevo quebradero de cabeza. El mensaje de un grupo del Whatsapp le saca del ensimismamiento. “Me acaba de venir la regla, así que Carlos y yo no vamos”. María siempre se queja de que tiene unas reglas durísimas, y eso es una vez al mes, claro. Pero lo peor es que está casada con Carlos, el mejor amigo de Pablo, así que aquél también las sufre, y en consecuencia Pablo, que se ve privado de su mejor amigo por la menstruación de su mujer. No contesta aún porque sabe que habrá más gente que diga que no pueda ir, porque les guste o no, María es la “líder” del grupo, aunque suena mejor decir que es el alma del grupo, que en el fondo la quiere mucho a pesar de sus reglas .

Sale a desayunar a la hora de siempre al bar de siempre aunque Diego le cae mal. Piensa que es una maricona mala y resentida, pero se desdice porque Pablo no es así. Manoli la peluquera y madre de Luis el oso interrumpe su soledad.

-¿Qué tal el niño?

-Mmm… Buenos días, Manoli. Supongo que bien.

-Me contó lo de la alarma; pobre, qué mal lo pasó. Yo le dije que no pasaba nada, ¿a que no?

-Claro que no.

-Si es que tiene esos dedos de albañil… -Pablo sonríe falso-. Bueno, espero que no se lo tengáis en cuenta. ¡Diego, cóbrame lo de Pablo!

-No, no hace falta Manoli -sólo faltaba que le acusasen de cohecho y su desayuno de 3.2€ fuera la prueba del soborno (Sí, Diego sube los precios en julio y agosto por mucho que a Pablo le parezca algo ilegal. Se apunta mentalmente preguntarle a alguien).

Da igual lo que piense porque la nueva concejala de Podemos ya ha decidido y Pablo, al que en el fondo todavía muchos ven como ese joven ingenuo que llega a una concejalía simplemente por su cara bonita. Se despide del camarero, pero éste le ignora como siempre. “Si es que soy gilipollas por seguir viniendo”. Vuelve a la oficina y se cabrea porque le acaban de mandar la licencia para la caseta de Podemos en las próximas Fiestas. Piensa en Manoli y en su hijo. En realidad piensa en el hijo de Manoli más que en otra cosa. “¿Será militante? ¿Será el próximo Concejal de Cultura y Deportes?”. El caso es que nunca le ha visto en la sede que tan oportunamente han abierto frente a su casa. Aunque es verdad que casi nunca se fija en ella pese a la llamativa fachada morada. Joder, la nuestra es mucho más discreta . Ahora le interrumpe una llamada de teléfono.

-¡Pablo, que el Museo está cerrado! -le grita una de las secretarias por el auricular. Mira el reloj y corrobora que debería estar abierto.

-¿Y Toñi? -vaya pregunta absurda.

-¡Y yo qué sé! Me lo acaba de decir la de la limpieza.

-Espera que bajo.

-Pablito, hijo -conoce a Serafina de toda la vida-, que hoy me he olvidado el teléfono en casa, si no te hubiese llamado antes.

-No se preocupe. ¿A qué hora ha estado allí?

-A eso de las once.

-Gracias, Serafina.

Sube de nuevo al despacho y busca el teléfono de Toñi.

-¿Sí? -contesta la joven como si la pantalla de su Smartphone no le hubiese avisado ya de quién es (“Jefe cabrón”)

-Hola, ¿cómo es que no estás en el Museo?

-Es que estoy muy mala; me he levantado fatal -Pablo piensa en su amiga María y la maldita regla.

-¿Y no podías haber avisado?

-Le he mandado un Whatsapp a Serafina para que te lo dijera.

-Pues sí, Serafina me lo ha dicho, pero porque ha estado allí y se ha encontrado la puerta cerrada.

-¡Esta tía con el móvil no se entera! -Pablo se mosquea por el comentario.

-Es que no tienes que decírselo a la mujer de la limpieza, ¡sino a mí! -la chavala no dice nada-. ¿Vas a abrir esta tarde?

-Huy no creo, me encuentro fatal -a Pablo le suena a escusa.

-Ok, adiós.

Acto seguido llama a Cristina, que es la que suele hacer las suplencias.

-¿Sí? -otra que no mira la pantalla.

-Hola, soy Pablo.

-Sí, sí. Dime.

-¿Puedes ir al Museo esta tarde?

-No, estoy fuera.

-Bueno vale, gracias -iba a colgar, pero la otra le grita su nombre.

-Escucha. No voy a hacerte más suplencias -la voz de la chica suena chulesca y amenazante.

-Está bien saberlo -Pablo conoce el motivo, así que no le da cancha.

-Es que no me parece normal -ella insiste- que no me hayas llamado para la suplencia de verano y me llames para hacerte un viernes por la tarde.

-Cristina, creo que eso había quedado claro. ¿Me has traído el título de inglés que te pedimos?

-Pero para una tarde no hace falta inglés, ¿no?

-No es lo mismo -Pablo sabe que un poco de razón lleva, pero insiste en que no es lo mismo cuatro horas que dos meses-. Pero estás en tu derecho de decirme que no, faltaría más.

-No lo veo ni medio normal.

-Mira, tengo que buscar a alguien así que no tengo tiempo ahora. Si quieres pásate por la Concejalía y te lo explico otra vez. Bye .

Otra vez la despedida en inglés le deja en mal lugar, pues parece que le estuviera echando en cara a la chavala que ella no sabe. Se agobia y no le sirve de nada, pues al final le toca a él pasar la tarde en el Museo. Tras comer en casa de su madre se va a la suya para vestirse de manera más informal -y más fresca, que el traje ya ahoga-. El trabajo en sí no es difícil, pues sólo tiene que vender tickets y si acaso explicar algo a algún curioso. Pero como persona responsable que es, cuando se convirtió en concejal se estudió de memoria toda la información relacionada con el Museo del pueblo. Durante la primera hora no entra nadie. Se entretiene colocando el desorden que Toñi tiene allí montado, pero sin tocar mucho para que a ella no le moleste. Se fija en el historial de apertura y cierre del Museo y comprueba que es verdad que la chica entra y sale cuando quiere. Y eso que desde hace años tiene que fichar en un programa del ordenador que le hace una foto para que nadie más pueda abrir en su lugar. Él mismo consideró que era una medida un poco drástica y abusiva, pero al final no fue decisión suya. Suena el teléfono.

-Museo de tal, buenas tardes.

-¿Hola?

-Sí, buenas tardes.

-No eres Toñi, ¿no? -resulta bastante evidente que no.

-No, ¿de parte de quién? ¿Luis? No te había conocido.

-¿Pablo? No te esperaba allí.

-Estoy supliendo a Toñi, que no ha podido venir. ¿Querías algo?

-Esto… no… Bueno, me has pillado, que no sé mentir -de nuevo se sorprende de la franqueza del bibliotecario, pero se impacienta por saber por qué le ha pillado-. Es que Toñi y yo hablamos a veces por el fijo cuando nos aburrimos.

-¡Ah, es eso! -la verdad es que el chaval podría haber puesto cualquier excusa-. No pasa nada, hombre. La verdad es que esto es aburrido, no ha entrado nadie en toda la tarde. ¿Qué tal por allí?

-Sólo una para pedirme el Wi-fi.

-Ahora en verano la cosa está tranquila. ¿Por lo demás qué tal?

-Bien, todo bien. No quiero entretenerte. Perdona.

-No pasa nada; no te voy a despedir por esto -bromea, pero su comentario está totalmente fuera de lugar.

-Ja, ja. Vale, ya puedo respirar -parece que Luis acepta la broma y se la devuelve.

-Que conste que no era una amenaza, jeje -Pablo se relaja.

-No sé si tengo sindicato si se diera el caso -parece que a Luis le divierte meterse con su jefe.

-No creo, pero por si acaso algún día me da por amenazarte, sí, tienes sindicato al que acudir.

-Ja, ja. Espero que no me haga falta.

-Nunca se sabe…

-Te dejo, que entra gente.

Luis cuelga el teléfono en el momento que Pablo se había soltado con el chaval. Agradece que tenga sentido del humor y que empatice con el suyo, que a veces es un tanto peculiar. Imagina que volverá a llamarle, pero no lo hace y con la espera la tarde se eterniza. Cierra y se va sin un plan concreto. Decide pasarse por casa de María y Carlos. Mientras conduce recibe un mensaje, pero no lo lee hasta haber aparcado: “Perdona que te colgara de esa forma y por no haberte llamado después, pero ha sido una tarde de locos ;)”. “Me lo he imaginado. Buen finde”. “Gracias jefe!”. Eso era Pablo para Luis, su jefe. O al menos es lo que el concejal pensó. Su móvil suena de nuevo y se alegra al ver que es Luis otra vez: “Por cierto, bonita foto de perfil”. En ella Pablo aparece como si estuviera sujetando el arcoíris. “Un poco gay, aunque muy propia para estos días del Orgullo”. Lee su propio mensaje repetidas veces antes de darle a enviar. ¿Sería demasiado directo? ¿Comprometedor? ¿Pillaría el tono de broma? ¿Quería que lo pillase? El chaval responde: “Ja, ja. Sí. Este año no voy L”. ¡Confirmado! Luis es gay. “Yo tampoco”, contesta. “Bueno, ni este año ni nunca”, añade. “La verdad es que no te pega jajaja”.

Así se pasan un rato en el que Pablo sigue sentado en su coche habiéndose olvidado de sus amigos. Está deseando que Luis insinúe quedar y está convencido de que le ha desvelado sus tendencias sin haberlo dicho claramente. Espera que las haya pillado, aunque no piensa en las repercusiones que pueda tener su revelación si Luis se fuera de la lengua. Igual tiene pareja y ahora mismo está con él burlándose porque su jefe está ligando. De repente un nudo se apodera de la garganta de Pablo. Hace como que va a aflojarse la corbata y se percata de que esa tarde no la lleva. Trata de respirar, le tiemblan las manos que sujetan el teléfono que ya debería haber sonado. Se enciende un cigarro y el teléfono se cae para colarse por el lado del asiento. Lo ve y no puede cogerlo. Se pone el pitillo en la boca, se baja, echa el asiento para adelante y escucha que cae. Mete la mano, pero no llega. La ceniza mancha la tapicería, la limpia con la mano, pero deja la marca gris. El teléfono suena otra vez. Echa el asiento para detrás y por fin agarra el iPhone. Se sienta, respira y lee: “Bueno jefe, o me invitas a una caña o me pongo a ver el Sávame”. Vuelve a respirar y sonríe por fin. “Si quieres hacer las dos cosas puedes venirte a mi casa”. “Planazo!” No sabe si lo dice en serio o ironiza, pero ya que se ha atrevido a invitarle, no se va a echar para atrás. “Vivo enfrente de Podemos”, número 12.

Pablo conduce rápido y adecenta la casa aún más veloz, si bien es bastante ordenado y no hay mucho que hacer. Poco después suena el timbre.

-¡Qué putada! -dice Luis al entrar.

-¿Por?

-Por tener la sede de Podemos en tu puerta, jaja. Irónico.

-En algún lado tenéis que estar -se equivoca al asumir que el bibliotecario es uno de ellos.

-¿Tenemos?

-Bueno, he pensado en tu madre. ¿Cerveza entonces? -trata de restar importancia.

-Sí, gracias.

-Bonita casa.

Pablo vive en una urbanización de dúplex que se construyeron en plena burbuja. Por ello hay muchos que están vacíos, así que desde que aparecieron los indignados con el tema de los bancos, los desahucios y tal, ha pensado que si hubiera okupas en su pueblo éstos serían vecinos suyos.

-Qué raro te veo sin traje -apunta el más joven.

-Es casi mi uniforme.

-No, pero te queda bien -dice casi ingenuo.

-Gracias.

-No es muy común ver gente joven de traje.

-Gracias por lo de joven, ja, ja.

-¿Qué edad tienes?

-¿Cuántos me echas?

-No más de treinta.

-Oh, qué bien.

-¿Me he equivocado?

-Treintaiuno.

-¡Casi! Yo veintisiete.

-Ya -Luis se sorprende de que lo sepa-. Por tu currículum -aclara.

-Ah, vale. Oye, ¿y no es raro que un gay sea del PP?

La naturalidad con que lo dice confunde a Pablo. Podría entrar en el juego de preguntar por qué lo sabe, hacerse el interesante y marear la perdiz, pero determina que es totalmente innecesario.

-Un poco, la verdad.

-Yo no entiendo mucho de política, pero no sé, siempre escuché que los de derechas con eso del matrimonio gay, la iglesia, la adopción…

-¿No estás metido en política entonces? -trata de cambiar de tema.

-Bueno, por mi madre sí. Soy de Podemos, pero no vengo a las reuniones ni nada.

Pablo se plantea el querer saber más, pero le cansa hablar siempre de lo mismo con sus ligues. Y además Luis ha confesado que no entiende de política. Enciende la tele y pone Tele5.

-Lo de Sálvame era broma, pero si tú lo ves…

-Qué va.

-Tú eres más de debates, ¿no?

-La verdad es que sí -se ríe mientras piensa que quizá esté un poco obsesionado con la actualidad y la política en general.

-Pues pon lo que sea.

-Da igual, si los viernes de todas formas no suelo estar en casa.

-He tenido suerte entonces, ja, ja.

Pablo duda de la carga de ironía del comentario y le explica lo ocurrido con su plan del fin de semana.

-¿Tú no sales?

-Si acabo de llegar al pueblo como aquel que dice. Hice la mudanza el fin de semana.

-¿Dónde has estudiado?

-En…

-Ah sí, lo vi en el currículum. Qué idiota.

-No pasa nada, ja, ja. ¿Y tú?

-También, aunque la tercera carrera la empecé en Madrid.

-¡¿Tienes tres carreras?!

-No -se ríe-. Empecé periodismo y me cambié a Marketing en Madrid, pero luego la pusieron aquí y me vine.

-Pero entonces es la segunda.

-No, antes estudié INEF.

-¿Qué es eso?

-Educación Física -resume.

-Ya decía yo que no me sonaba… A mí el deporte…

Pablo le mira, y aunque sentado parece algo más voluminoso, no cree que esté gordo. Duda en si de verdad se le podría considerar un oso. Aunque quizá sea por el vello, pero por lo que aprecia en los brazos tampoco se le ve tan peludo.

-¿En qué piensas? -le interrumpe Luis.

-Esto… nada. ¿Quieres cenar algo?

-Joder, ahora que caigo podría haber traído algo. Vas a pensar que tengo mucho morro. Va, pedimos una pizza si quieres y te invito.

-Anda ya. Si te apetece pizza la pedimos, pero pago yo, que aún no has cobrado -bromea.

-Pero he trabajado antes, ¿eh? No pienses que soy un nini de esos.

-Ya lo sé.

-Ah sí, mi currículum -ahora se sonroja Luis.

-Bueno, ¿qué te gusta?

-¿Cómo? -Pablo se acaba de dar cuenta de que su pregunta está mal hecha y se avergüenza por la confusión.

-Para la pizza -se corrige.

-Barbacoa.

-Mmm, mi favorita. ¿Algo más?

-¿Helado de chocolate?

-Buenas. Para hacer un pedido. Calle… Sí, dos pizzas barbacoa, helado de chocolate y otro de fresa. Gracias.

-¿Te va más la fresa?

-No me gusta el chocolate.

-Joder, qué raro. O bueno, qué suerte. Qué calor, no corre nada de aire esta noche.

-¿Quieres que ponga el aire acondicionado?

-Pues si no te importa… Joder, qué pedigüeño soy.

-No pasa nada. Pide lo que quieras -a los dos se les pasó algo por la cabeza, pero ninguno dijo nada al respecto.

-Bueno jefe, no tienes pareja, ¿no?

-No me llames jefe, que me hace sentir mayor y en realidad no soy tu jefe.

-Un poco sí, ja, ja.

-Bueno, un poco.

-No me has contestado -Luis resultaba hasta infantil por ese tipo de comentarios. Nada que ver con su imagen de tío fuerte y aparentemente rudo.

-No, no tengo.

-Es que el otro día hablando con Toñi por teléfono saliste como tema de conversación.

-¿Ah sí? -Pablo se interesó.

-Sí. Ella dice que no tienes pareja porque eres gay y va en contra de tu partido.

-Vaya tontería.

-Yo también lo pienso.

-¿Que no tengo pareja por ser del PP?

-No, que es una tontería.

-¿Y qué dijiste tú?

-Bueno, yo le dije que tú no eras gay, pero ya ves que me colé. Y además me hice el listillo porque le dije “hazme caso, que los gays tenemos un radar y el jefe no lo es”.

-¡Pues vaya radar!

-Joder, ya. Es que ignorante de mí estaba convencido de que los del PP no son gays.

-El vicesecretario del PP vasco es gay y se casa en septiembre.

-¿Con un hombre?

-¡Claro! Te acabo de decir que es gay -se burla.

-¿Y por qué no tienes pareja? -interroga.

-Tengo la sensación de que me tratas como si fuera más mayor.

-¿Por?

-No sé; a lo mejor es sólo una sensación. ¿Tú tienes pareja?

-Qué va.

-¿Y has tenido?

-¡Claro! Pero he preguntado yo antes.

-¡Claro! Oye Luis, ¿has salido del armario? Bueno, vaya tontería, si has hablado con Toñi. Estoy yo fino hoy.

-¡Ja, ja! Cuéntame más.

-Oh, la pizza -a Pablo le viene de perlas que el timbre haya sonado.

-¿Sigues Supervivientes? -pregunta Luis al ver las imágenes en el Sálvame .

-La verdad es que no.

-Yo lo veía con mis compis de piso. ¡Vaya culebrón! Y la Carmen Lomana… Se ha hecho de Podemos, ¿no?

-Eso parece -Pablo contesta sin muchas ganas-. ¿Vives ahora con tu madre?

-Sí, al menos de momento. No sé qué haré después del verano.

-Ella está convencida de que te quedes en la biblio.

-Ya, pero ni siquiera me ha preguntado. Y además, ¿vais a echar a Susana?

-En principio no.

-Pues eso. No sé, Pablo -por fin aparta la mirada de la tele-, igual el pueblo se me queda pequeño después de haber vivido fuera tantos años. ¿No te pasó a ti?

-La verdad es que no.

-Pues yo creo que a mí sí. Aquí ya no tengo amigos, y los de antes están todos emparejados.

-Eso sí.

-Y tener que vivir con mi madre otra vez. ¡Qué pesada está la mujer! Y como ahora peina en casa, allí está metida a todas horas.

Pablo se apunta mentalmente averiguar las condiciones laborales de Manoli, pues como no esté liberada lo que hace es ilegal. Luis lo ha dicho sin pensar, parece que carece de toda picardía y que de verdad no sabe nada de política. Si alguna vez tiene que recurrir a echarle en cara a la concejal de Podemos su otra actividad, no revelará sus fuentes, claro.

-¿Quieres una copa? -le ofrece Pablo tras la cena.

-Joder, me parece un abuso. No, mejor el helado nada más.

-¡Anda ya! Otro día me invitas tú y ya está. ¡Pero no en casa de tu madre! -bromea.

-Sí, no vaya a ser que te den por tránsfuga.

Pablo pone los dos gin-tonics sobre la mesa.

-¡Tónica azul! Qué pijo.

-Azul PP, claro -bromea.

La tele sigue de fondo, pero desde hace rato ya ninguno le presta atención. Quizá fuera útil al principio para romper el hielo y tener algo de conversación, pero ya no les hace falta. Casi que se han contado sus vidas mientras cenaban. Con la segunda copa Luis bromea sobre quedarse a dormir, por aquello de beber y conducir. Pablo le anima y él duda. Puede que su madre se preocupe, pero piensa que igual es mejor así para que no le controle y se dé cuenta de que el niño quiere hacer lo que dé la gana sin tener que avisarla de si entra o sale. Ese debate mental no le sirve para nada, pues Manoli se adelanta y le manda un Whatsapp: “Dónde estás? A k hora vas a venir?” “No lo sé. No me esperes despierta”. “Pero dónde estás?”, insiste, pero Luis la ignora. Con la tercera copa decide que sí, que se queda a dormir. Pablo le avisa de que va a prepararle el cuarto antes de que se emborrache más. Luis le dice que no hace falta, que puede dormir en el sofá, pero le desoye. Con la cuarta copa Pablo fantasea con montárselo con Luis, pero ninguno ha insinuado nada. Igual lo de “bear” no es por el propio Luis, sino por los tíos que le molan, y Pablo de oso tiene bastante poco. Toda la naturalidad con la que ha ido fluyendo su acercamiento parece evaporarse llegado el momento de echar un polvo. Pablo decide no forzar nada. En el fondo, la iniciativa la ha ido llevando Luis desde que le escribiera ese mensaje a última hora de la tarde. La única proposición de Pablo fue la de ir a su casa, así que estaba claro, ¿o no?

Intenta percibir alguna señal, pero ésta no llega. El quinto gin-tonic será el último esa noche. Básicamente porque se ha quedado sin ginebra.

-Menos mal -agradece el más joven-, que yo parezco un saco sin fondo y no tengo límites.

-La verdad es que no parece que vayas muy borracho.

-¿Tú sí?

-Un poco -¿para qué mentir? Le da otro sorbo.

-¿Y en la cama qué te va? - A Pablo se le atraganta la bebida y casi la escupe. Empieza a toser-. ¿Estás bien?

-Sí, sí. No me esperaba esa pregunta -confiesa.

-Ah, vale. Lo siento -Pablo coge aire y se recupera un poco-. He sido muy directo, ¿no?

-No es eso. Simplemente me ha pillado de sorpresa.

-Es que no sabía de qué más hablar.

-No, si podemos hablar de lo que quieras.

-Vale. Pues dime entonces -repite la pregunta como si nada hubiese pasado.

-Pues…-Pablo duda porque en realidad no tiene muy clara la respuesta-. Pues no sé, lo normal -acaba por decir.

-Eso es muy abstracto. ¿Qué es lo normal para ti?

-¿Y para ti?

-No me hagas lo de antes. Cómo se nota que eres político, que rehúyes las preguntas que no te interesan.

-No es que no me interese…

-¿Nunca has tenido una conversación como esta?

-La verdad es que no.

-Si te incomoda no me lo cuentes.

-¿Me lo vas a contar tú?

-No tengas morro. Si no te gusta hablar de ello, tampoco querrás escucharlo -se burla.

-Yo no he dicho que no me guste. ¿Te refieres a activo o pasivo?

-Qué antiguo eres. Eso ya no se pregunta.

-Perdón, señor moderno, por no estar a la última en esto del mariconeo. ¿Qué se dice entonces?

-Pues lo que te va: besos, caricias, chupar, penetración. Lo típico.

-Entonces me va todo.

-Como a mí.

-Joer, ¿tanto rollo para esto?

-Ja, ja. La verdad es que sí. Qué sosos.

-Oye, no le contarás nada de esto a nadie, ¿verdad?

-¿Piensas quedarte en el armario toda la vida o qué?

-Toda la vida no; hasta las próximas elecciones, ja, ja.

-O sea que no las vais a ganar.

-No creo. Pero en serio, como me has dicho que hablabas con Toñi y tal.

-A esa no le cuento nada. Entonces dime, ¿cuándo piensas que vas a salir del armario? Que ya eres mayorcito -se burla-. ¿O acaso esperas a tu príncipe azul? Vale, ya entiendo lo de la tónica, ja, ja.

-Claro, quien se la bebe se convierte en príncipe… anda que… Ja, ja.

-Pues con todo lo que he bebido debo de ser como… Dime un príncipe que sea guapo.

-No sé.

-Pues el de Beckelar, que hace galletas rellenas de chocolate.

-Ja,ja. ¡No me gusta el chocolate!

-Joder, a todo le pones pegas. Pues ya no quiero ser tu príncipe -el tonteo resulta hasta infantil.

-¿Querías ser mi príncipe?

-Ya no. Ja, ja -Luis se cruza de brazos haciendo como que se enfada.

-Oh, tendré que buscarme otra rana a la que emborrachar.

-Así que esa era tu intención… emborracharme. Desde luego cómo sois los políticos.

-Ja, ja, ja. Me encantas.

-Huy, huy, huy. ¿Te encanto? Pareces la Carmen Lomana -señala la tele.

-Me gusta tu sentido del humor.

-Y ahora me llama payaso -el tono de guasa sigue.

-¡El príncipe de Bel-Air! Ja, ja.

Luis intenta tararear la canción de la serie de TV.

-Bueno, me callo ya, ja, ja. Que me estoy pasando de hacer el bobo.

-Pero si eres muy gracioso -Pablo le anima.

-Y tú. Quién me lo hubiera dicho, ja, ja.

-Tampoco soy tan sieso, ¿no?

-Qué va, me caíste bien desde el principio. Pensé, vaya jefe enrollado y guapo que tengo, ja, ja.

-Hombre, gracias.

-Y qué vergüenza con lo de la alarma. Pensarías que era patético.

-No, hombre. Me hizo gracia lo agobiado que parecías.

-Pues a mí no me pareció gracioso. Lo pasé fatal.

-Me refiero a eso, que parecías agobiado y me diste un poco de lástima. Y tan educadito: “Buenos días, perdona, gracias”

-Es que yo seré torpe, pero muy educado -Pablo piensa en que afortunadamente no ha salido a la madre.

-Ya, ya me he dado cuenta. Pero luego sueltas burradas como la de “¿qué te va en la cama”?...-Pablo rescata el tema con el claro objetivo de subir la conversación de tono.

-Si es que a veces digo las cosas sin pensar -se ríe.

-No, no, si me parece bien.

-¡Pero si me has echado la bronca por la dichosa preguntita!

-Hombre, te ha faltado preguntarme cuánto me mide.

-Pues mira, esto no suelo preguntarlo.

-El tamaño no importa, ¿no?

-No, a mí no -Pablo se percata de que el semblante de Luis ha perdido el toque de humor y se ha vuelto casi serio-. Bueno sí, que me gustaría tenerla más grande, ja, ja -vuelve a sonreír.

-Eso nos pasa a todos.

-Bueno, no nos vamos a poner ahora a sacar la regla y ver quién la tiene más pequeña.

-Normalmente se discute por ver quién la tiene más grande, ja, ja.

-Ahí yo no discutiría mucho.

-¿Eres consciente de que estás haciendo que me pique la curiosidad?

-¿Sí no? Ja, ja. ¡Pues no te la voy a enseñar!

-¿No? Joer, qué desilusión -hace una mueca que confirma su sarcasmo.

-¿Y tú eres consciente del tiempo que llevamos con el tonteo?

-Vale, no soy el único que lo ha pensado entonces.

-Es que ya te vale. Me podías haber comido los morros hace rato y no hubiera soltado tantas tonterías.

-Joder, pues habérmelo dicho.

-Sí, claro. “Oye, Pablo, cómeme la boca para no decir tonterías”

-Ja, ja. Visto así… Hombre, ya te he dicho que me encantan tus tonterías, pero si quieres te como los morros igualmente. Aunque con esa barba…

-¿Qué le pasa a mi barba?

-No empecemos otra vez.

Pablo se acerca y besa por fin a Luis. Al principio es un beso casi tierno, pero ambos estaban deseando que llegara ese momento desde hacía horas, así que el mimo cede a un arrebato menos sensual. Sus lenguas piden paso a través de los labios hasta que se juntan y se esquivan dentro de sus bocas. Pablo recorre con la palma de su mano la espalda de Luis; llega a su trasero, pero no se atreve a rozarle aún el paquete para no dar la imagen de salido, aunque le pica la curiosidad a tenor de los comentarios de aquél. Sin embargo, sí que se arriesga a invitarle a subir al dormitorio. Afortunadamente Luis acepta. Allí se besan de nuevo, pero Pablo se separa un instante para quitarse el polo. Hace lo mismo con su amante, descubriendo al fin su torso. No tiene demasiado vello, aunque una suave capa le recurre el pecho y el vientre. Tiene unos pectorales pronunciados, pero más por su corpulencia natural que por habérselos trabajado en el gimnasio. Su abdomen también es firme, pero no hay rastro de abdominales perfectos, sino más bien una barriga dura, pero de suaves formas. Para Pablo no supone un impedimento; al contrario, le pone tanto como pensaba.

Llega el turno de deshacerse de más ropa. De nuevo es Pablo quien se quita los pantalones primero, a la espera de que el otro le imite, pero se toma con calma el deshacerse de las zapatillas. El concejal se desnuda ya completamente. Luis le mira y observa un cuerpo que para él quisiera, aunque hubiese agradecido algo más de vello, pues salvo el típico hilo por debajo del obligo, el pecho de Pablo es bastante lampiño, además de liso, si bien aún mantiene las formas de su época de deportista. Su verga cuelga ya insinuando un enrojecido capullo por debajo de la piel. La de Luis se hace de rogar, aún tapada por unos calzoncillos de Superman. Con ellos puestos, empuja a Pablo hasta la cama. Comienza a besarle las orejas y el cuello, deslizándose poco después por el pecho hasta encontrarse con los pezones. Los lengüetea y Pablo gime, pero Luis sigue bajando hasta acercarse a su polla. La acaricia con los labios contagiándose de un intenso olor. Humedece el capullo con la lengua, que luego resbala por el cipote hasta llegar a los huevos. Apenas se detiene en ellos, pues la coge con la mano y se centra en endurecerla. No tarda en responder, y Luis acaba de apartarle la piel y se la traga.

Pablo se retuerce al sentir su polla dentro de la boca de Luis. Nota cómo la engulle y su punta roza lo más profundo de la garganta quedándose allí unos instantes hasta que la saca de golpe dejando un rastro de saliva tras de sí. Coge aire y se la traga de nuevo, aunque ahora la mete y la saca de una forma más rítmica y pausada. Con esa misma cadencia vuelve al tronco y desliza por él sus labios, sacando la lengua cuando llega al glande para bajar otra vez hasta llegar a la base. A veces lame los huevos, y otras aviva el ritmo succionándola con energía. En esas, Pablo le ayuda levantando ligeramente la pelvis, pero sin brusquedad alguna. Los labios y la lengua de Luis vuelven a coordinarse para chupar y acariciarla con delicadeza. Para él no es un síntoma de fatiga o aburrimiento, pero Pablo interpreta que ha llegado la hora de hacer algo más, aunque estaba disfrutando tanto la mamada del chaval que podía haber aguantado así hasta correrse. Le busca con las manos insinuándole que se incorpore, y Luis acepta para que sus bocas se reúnan de nuevo. Pablo soba el paquete de Luis, que incomprensiblemente aún se esconde debajo de la lycra. Lo intuye duro, pero tras palpar sólo unos segundos no se aventura a precisar su tamaño.

-Lo que te he dicho antes es verdad -Luis interrumpe el silencio.

-¿El qué?

-Que me gustaría tenerla más grande -el pobre da muestras de avergonzarse de su tamaño.

-Anda ya. No pasa nada.

Parece convencerse y permite que Pablo le quite el bóxer. Su ya dura verga sale disparada. Es cierto que no es muy grande, pero Pablo considera que tampoco es como para avergonzarse. Hace un comentario elocuente que convence a Luis y finalmente se relaja. Ahora le toca a él tumbarse mientras Pablo repite sus movimientos y va acariciándole con la lengua el torso y la barriga. Sus sollozos se intensifican cuando siente el aliento en su verga. Pablo no se detiene tanto en lamerla, y que esté ya dura como una roca le invita a tragársela. Es cierto que otras veces ha sentido su boca más llena, pero ese ardiente trozo de carne le resulta irresistible. Luis gime con más fuerza al ritmo de la mamada que le realiza su jefe. Se deja llevar y le cede a él total libertad para que imponga su ritmo, aunque lo mantiene de forma armoniosa, casi metódica intercalando los delicados lengüetazos por el tronco con una pausada chupada introduciéndosela en su totalidad, lo que tampoco le resulta difícil. Una de esas veces que se la traga, decide mantenerla dentro, agitando la cabeza con furor y provocando que Luis emita un sonoro gemido y hasta un amago de apartarle. Pero no lo hace y sigue disfrutando, habiéndose olvidado ya de sus complejos. En un alarde de total desinhibición, le pide a Pablo que le folle. Éste aprueba su idea regalándole una lasciva sonrisa.

Pablo se mantiene en su postura, pero aparta las piernas para recibir la polla de su jefe. Pablo coloca la punta en la entrada del agujero comprobando que tiene buen acceso a él. Deja caer su cuerpo sobre sus rodillas y se decide a meterla. El ano de Luis la acoge con facilidad, comenzando así un vaivén regular que les lleva a jadear al unísono combinando frecuentes miradas de lujuria. “Más fuerte”, pide Luis, y Pablo acelera el ritmo de sus embestidas provocando una follada impetuosa que hace temblar la cama. Sus fuerzas decaen y se agarra de las piernas de Luis al tiempo que recoloca sus rodillas y deja caer su cuerpo ligeramente hacia atrás. Su polla choca ahora con la parte superior del esfínter, lo que resulta más placentero, pero advierte casi imposible follarle con la violencia de unos segundos atrás. Luis lo agradece igualmente con su cara de placer. Pero Pablo asienta los brazos sobre el colchón, apoyo que le sirve para recobrar fuerzas atizando otra vez con ardor el culo del bibliotecario.

Ve que éste comienza a estrujarse su propia verga, lo que le excita aún más. El mete y saca es raudo, casi salvaje, como también lo son los gemidos que ambos exhalan. El de Pablo se agudiza y saca su polla del culo de Luis para pajearse él también. Sin moverse más, pierde la mirada en la habitación hasta que siente que su leche está a punto de salir. Mira ahora a Luis, cuya cara casi de sufrimiento anuncia que tampoco tardará. Son los trallazos de Pablo los que salen primero, yendo a parar al vientre de Luis e incluso hasta sus propios dedos, que rodean con suficiencia el perímetro de su polla. Se fija en las convulsiones de Pablo, zarandeando el colchón con ellas mientras aún se agarra la polla con la mano tras haber descargado el líquido que percibe caliente y denso. El suyo brota al sonido de un agudo gemido que se va apagando conforme sus gotas se deslizan por su barriga, aunque alguno más enérgico ha llegado hasta su pecho. Sobre él recae el de Pablo, mezclándose ambos cuerpos con los restos de leche cada vez más líquida. Se besan con pasión durante unos segundos hasta desplomarse y soltar un último y alargado suspiro.

-¿Un cigarro?

Pablo rompió el silencio postcoital mientras se levantaba dándole una palmadita al pecho de Luis. Volvió con el paquete de tabaco y fumaron tumbados en la cama.