El Comienzo I
Un hombre se somete a los caprichos de su mujer (primera parte)
- Te quiero tanto Luis!! – me dijo mi mujer mientras se levantaba de la cama directo al baño.
Yo me quedé acostado desnudo, todavía atontado por lo que había pasado. Su figura parecía deslizarse flotando por la habitación, con un encanto embriagador. Habíamos hecho el amor apasionadamente. Yo estaba de espaldas y ella había cabalgado sobre mi verga de manera exquisita. Sus tetas balanceándose armoniosas con cada saltito. Sus gemidos eran intensos. Ella disfrutaba el sexo y me lo demostraba siempre. Acabamos juntos. Ella se siguió moviendo para prolongar un instante más ese momento y finalmente se rindió sobre mi torso. Se quedó quieta pero de alguna forma extraña yo notaba cierta inquietud. Hacía ya tres años que nos habíamos casado y no teníamos hijos. No teníamos secretos y nos conocíamos bien. Finalmente se movió como tomando coraje y se incorporó sobre sus rodillas. Se fue deslizando hacia arriba hasta que posicionó su pubis frente a mi cara y, con un movimiento final, aprisionó mis brazos con sus piernas, bajo sus rodillas, y sellando mi boca con su vagina me dijo:
- Comémela toda y tomate todo el jugo.
Me quedé estupefacto al tiempo que sentía chorrear mi propio semen sobre mis labios. Se sentó sobre mi cara y ahogó todo atisbo de protesta. Podía sentir como ella se tensaba para expulsar toda mi leche de su cuerpo y hacerla fluir por su vagina hasta mi boca. Había sido una buena acabada y ahora la estaba recibiendo de manera indirecta en mi boca. Debo decir que nunca había probado semen (ni siquiera el mío) y lo que fue un intento de forcejeo de mi parte enseguida cedió ante el sabor ligeramente amargo y salado a la vez de mi leche. La fui sorbiendo de a poquito mientras con mi lengua jugaba con el clítoris de Laura. Yo tragaba las últimas gotitas dispersas mientras ella coincidía en un orgasmo. Como decía antes, cuando se repuso, se levantó y fue al baño. Yo me quedé con mi cabeza a 200 por hora.
Cuando ella volvió yo ya había pensado y argumentado que no era gay unas diez veces. Ella me dijo:
- Dale cambiate que vamos a llegar tarde y lavate los dientes que tenés un olor a pija que voltea!! Jaja.
El efecto de esas palabras fueron devastadores en mi autoestima. Obedecí como un autómata. Fuimos a la fiesta, era el casamiento de una de sus compañeras de trabajo. Bailamos mucho. Mientras ella fue al baño a retocarse el maquillaje yo fui a la barra en busca de un trago. Pedí un whisky como para reafirmar mi hombría luego del episodio de la tarde. Estaba en esos pensamientos cuando dos tetas enormes que se escapaban de un escote me pidieron fuego. Subí la mirada me encontré con unos labios rojos que sostenían un Benson & Hedges, unos ojos verdes como de gato y una sensual cabellera morocha. Me quedé tonto.
- Hola!! Ey!! Me das fuego?
- SSiiii clllaro, disculpame. Estaba distraído…
- Se nota jaja. Sos amigo del novio?
- No, mi mujer es amiga de la novia (mientras prendía el cigarrillo)
- Ahhh, estás casado? (qué boludo!!! Ella estaba coqueteando y yo hablando de mi mujer) Y por qué te dejó solo?
Quería ensayar una respuesta divertida que me rehabilitara en el momento que apareció Laura. Me miró fulminante pero saludó simpática a mi circunstancial compañía. Resultó que esta cuarentona infernal se llamaba Debora y era la gerente en su oficina. Laura me arrastró a la pista de baile nuevamente. A pesar de la distancia yo miraba disimuladamente a ese monumento que permanecía en la barra. Yo me sentía radiante porque de alguna forma había afirmado mi masculinidad en ese coqueteo aunque me hubiera comportado un poco lerdo de reacción.
Ya en el auto de regreso a casa, me tuve que aguantar el sermón de mi mujer. Había explotado de celos y me dijo de todo. Que me hacía el canchero con otras minas cuando ella no estaba, que le quería meter los cuernos, para colmo con esa yegua que era la jefa de su jefe, que iba a quedar como una boluda en el trabajo…etc. Yo me puse en piloto automático y solo manejaba. No podía entender semejante reacción pero en ese momento sentí un instante de gloria. Mi cabeza siempre trabajó de una manera extraña. Pensaba que yo como protagonista de esa escena había sido un nabo pero que seguramente lo que se veía desde fuera, era a un tipo suertudo coqueteando con el mejor escote de la fiesta. Mi mente volaba en un secreto y pequeño regocijo. Era un temporal de agua invernal y yo estaba seco y abrigado en casa. Los nubarrones y el aguacero salían de la boca de mi esposa y yo estaba sentado en mi mecedora junto al fuego. Me hubiera gustado vivir más lejos para tener que seguir manejando y extender unos minutos más mi dicha. Pero llegamos.
Nos acostamos. Yo me había olvidado del episodio de la tarde y estaba muy caliente pero a las claras mi mujer no iba a estar de humor para hacer el amor. Estaba dando vueltas en la cama hasta que decidí hacerme una paja en el baño para relajarme y dormirme de una buena vez. Me deslicé hacia el baño sin hacer ruido y me acomodé sin ropas sentado en el inodoro. Mi verga ya estaba gomosa y al primer contacto de mi mano comenzó a ponerse rígida. Tenía mis ojos cerrados mientras masajeaba mi pija. Suavemente. Imaginaba a mi compañera de trago en el casamiento tocándome la verga. Estaba muy excitado a punto de acabar cuando mi mujer abrió la puerta del baño y me encontró en tan vergonzosa situación…
- No pares ahora seguí hasta el final, me dijo. Y acostumbrate a acabar así porque a esta (señalándose su vagina) no la ves más.
Se dio la vuelta y se fue. Con la terminación de sus palabras mi pija empezó a achicharrarse. Se hizo chiquita y arrugada. Y tristemente avergonzado volví a la cama.
Hacía dos semanas que no teníamos ningún tipo de relación sexual. Yo estaba en casa mirando un partido de fútbol en el sofá cuando ella volvió del trabajo. Vino con unos paquetes y subió. Al rato me llamó y me dijo si podía subir. Al entrar al cuarto la vi vestida como nunca antes. Tenía un corset negro muy ajustado que hacía balconear sus tetas de manera exquisita. El corset tenía unos ligueros que sostenían unas medias negras hasta la mitad de sus muslos. Zapatos negros de tacos altísimos. Y un detalle que denotaba la provocación de su atuendo: su tanga negra estaba colocada por sobre los ligueros, es decir, podía sacarla y quedaba con los ligueros y medias sin tener que ajustar o desajustar nada. Me quedé estupefacto cuando la vi y mis dos semanas de abstinencia hicieron el resto. Mi bermuda empezó a abultarse y entré en un estado de excitación descomunal. Pero mi mujer no me dejó tocarla. Sacándose la tanga y exhibiendo el felpudito finamente recortado sobre su vagina me indicó que se la lamiera.
- Algo es algo pensé. Con esto la aflojo y después cogemos!!!
Lamí su clítoris con devoción hasta que tuvo su primer orgasmo. Fue intenso con largos gemidos y jadeos.
- Ahora dame unos buenos besos de lengua en la vagina. No me vas a decir que no es bueno probar esos labios. Besame ahí abajo y cogeme con la lengua. Frotame suavecito el clítoris. Dale bebé.
Yo estaba caliente y me prendí como una sopapa. Hacía vacío con mi boca y enterraba mi lengua juguetona al mismo tiempo que ejercía movimientos circulares con mis dedos mayor e índice en su clítoris. Laura explotó en otro orgasmo mucho más intenso y húmedo que el anterior. Todo su cuerpo temblaba y jugos viscosos salían de su vagina y entraban en mi boca desbordando por la comisura de mis labios.
- Mmmmmm ella gemía. Bebé estuviste muy bien, ahora andá a seguir viendo el fútbol que me voy a bañar.
- Pará, dije desconcertado. Esto va a quedar así?
- Mirá si querés hacete una paja, me dijo y se metió en el baño.
Cuando salió yo estaba nuevamente con mi partido. Ella salió vestida como una verdadera perra. Tenía un vestido ultra corto floreado y suelto con unas sandalias de taco alto. El vestido era muy escotado y no usaba corpiño. Me dijo que se iba al cine con una amiga y que volvería tarde. No dejó nada preparado de cena y obviamente que me quedé sospechosamente intranquilo que me metiera los cuernos. Me hice un sándwich y me quedé mirando tele en el sillón con mil ideas en mi cabeza. Me desperté de madrugada, a eso de las 4 am y fui a nuestro cuarto. Yo estaba dolorido de estar torcido en el sillón donde me había quedado dormido. Ella ya estaba durmiendo con un baby doll infartante con medio culo afuera. Yo seguía caliente y le hice un approach. Comencé a besarla toda, por todo el cuerpo. Le daba pequeños mordisquitos en la cola y con mi mano le masajeaba los pezones por dentro de su ropa.
Ella se despertó muy enojada, gritándome.
- No me castigues más – le dije. Te enojaste porque tu jefa o no sé quién me pidió fuego hace ya dos semanas. Yo no hice nada….
- Callate y dejame dormir!
- Pero che, aflojá un poco, no me castigues más
- Basta dejame descansar. Y si seguís insistente voy a tener que tomar otras medidas. Basta!! Y diciendo esto se tapó con la sábana.
Fui al baño y me masturbé. No fue lo mismo pero por lo menos descargué las tensiones acumuladas. La semana fue muy monótona. El fin de semana, el sábado a la noche habíamos quedado a ir a cenar con un amigo mío de la infancia y su esposa. Cuando llegué a casa el viernes del trabajo, la decoración era muy sugestiva: velas, sahumerios perfumando toda la casa y música muy suave. Escuché que ella me llamaba desde el dormitorio. Había una botella de champagne abierta en la frapera y ella tenía dos copas. Estaba vestida muy sexy con una tanga cola-less superchiquita y una musculosa minúscula y ajustada que resaltaba sus tetas y marcaba sus pezones.
- Vení Luisito. Te extrañé mucho. Y diciendo esto se corrió la tanga ofreciéndome su conchita apenas peludita.
Yo me desesperé y me arranqué la ropa saltando cobre ella.
- Pará pará no seas tan bruto. Tenemos toda la noche. Brindamos?? Y me ofreció una de las copas – Esta es la marca de champagne que más te gusta, no?
- Mmmmm sí - Y me tomé la primera copa de un trago.
- Haceme unos masajes – me dijo ella mientras me servía otra copa
- Sí mi amor – mientras iba con mis manos a su cuello y espalda.
- Ahí no nene – y con su índice me señala su conchita – Besame y masajéame el clítoris Luis….
No me hice desear y tomando la segunda copa me sumergí en su entrepierna a lengua limpia. Ella se retorcía y gemía como loca pero yo oía esos gemidos cada vez más distantes, como si se convirtieran en un eco de algo que pasaba en otro lugar. Levanté la cabeza para verla y lo último que la vi hacer fue saludarme con la mano como cuando alguien despide un tren. Sí, yo era el tren que descarrilaba con una fuerte dosis de somníferos en el champagne. Nada ya evitaría que mi cabeza pesada se rindiera………….