El comienzo de una mejor amistad (1)
La cálida virilidad afirmada en sus nalgas, con tanta intensidad y persistencia, fue recibida como un agradable y contagioso deseo que le subía desde atrás.
El calor del cuerpo recostado a su espalda contagiaba placidez al sueño profundo y calmado. La respiración en calma de Javier denotaba que ese ser le daba seguridad.
Ramón había dormido en la casa de Javier compartiendo cuarto y cama. Eran amigos y, con el conocimiento y tolerancia de los padres de ambos, a veces uno se quedaba en casa del otro y viceversa.
Aquel día de verano, tal vez por el calor o por otra causa, algo indefinible flotaba en el ambiente.
Ramón no soñaba con pajaritos aunque sí sentía el canto de sirenas: Su pecho, reclinado en la espalda de Javier, latía con el ímpetu del descubrimiento nocturno. Su ingle afirmada en los seductores glúteos de su amigo hacía notar su ángel a través de los calzones.
Tal vez esa dureza caliente contribuyó a despertar a Javier pero no lo sacó de su modorra. La cálida virilidad se le antojaba amiga y, aunque era la primera vez que la sentía con tanta intensidad y persistencia, fue percibida como una mágica y contagiosa excitación que le subía desde atrás.
Lo que en verdad le había despertado fue el brazo de un Ramón dormido abrazándole. Entre sueños Javier tuvo la sensación de sentir los dedos del amigo rozándole libidinosamente el bulto que, a esas horas, estaba a punto de reviente.
Podía haber retirado aquella diestra, moverse o hacer algún sonido, pero no lo hizo por temor a ofender al amigo. Su temor era qué pensaría aquel si descubría que él, Javier, había tenido ideas poco claras o pecaminosas sobre el inocente y angelical sueño del durmiente, así que decidió relajarse e intentar dormirse acurrucándose de espaldas, como estaba, en el pecho de Ramón.
El cuerpo de Javier no alcanzó a moverse, se acomodó con una vibración imperceptible para alcanzar mayor arrimo pero esa agitación fue percibida por el durmiente, quién mostró su complacencia apretando más su sexo en las mullidas, ardorosas y receptoras nalgas de su compinche.
Y esa leve inclinación inició una danza de levedades entre ambos cuerpos que, siguiendo el compás onírico, fue perfeccionando las figuras del baile nocturno, con manos y dedos dormidos que erotizaban el aire, mientras verga y culo se juntaban cada vez más como queriendo fundirse uno hasta que Ramón alcanzó el éxtasis medio de su sueño empapando ambos calzones, lo que fue recibido por Javier apoyándose con mayor fuerza en el sexo atacante para cobijarlo entre sus nalgas y absorber cada mililitro de polución. Javier no pudo más y, casi al instante, estalló empapando la mano del otro sobre su sexo.
Ambos cuerpos se relajaron pero no se separaron, continuaron su sueño en cucharita aunque esta vez la mano de Javier apretaba la de Ramón sobre su mojada verga.
Al despertar Ramón se encontró de espaldas con la cabeza del amigo en su hombro, la palma de la mano del otro en su pecho, y su mano apoyada en el trasero de un Javier abandonado a él.
Con esfuerzo retiró su hombro y se acomodó quedando ambos frente a frente.
Trataba de recordar sus sueños que se le presentaban como sensaciones densas y confusas. Si de algo estaba seguro es que no había tenido una pesadilla sino un sueño tan agradable que lo había deslechado. Las muestras estaban al tacto en la bolsa de su slip, lo que se hacía más evidente por su erección matinal y las ganas de mear. Con todo, se quedó concentrado en el rostro dormido de Javier que, a pesar de su larga amistad, ahora se le presentaba con un toque diferente.
Sin haber develado las sensaciones nocturnas vio abrirse los grandes del amigo y los recibió con un hola que le surgió desde muy adentro, recibiendo por toda respuesta una sonrisa y un pequeño hola.
Aquel episodio quedó aislado en el tiempo. Lo cierto es que ambos se volvieron más unidos, confidentes y sus juegos sexuales se hicieron más frecuentes y atrevidos.