El comienzo (2)

Continuaciòn del descubrimiento de una niña de su propia sexualidad, aceptando como ejemplo a su padre... y deseàndolo profundamente.

La semana transcurrió de manera normal, muchas tareas en el colegio y mucha recocha con mis compañeras.

Sandra, mi mejor amiga, siempre me acompañaba a cualquier parte que iba y siempre nos contábamos nuestras confidencias. En mas de una ocasión estuve a punto de contarle lo que había sucedido el domingo, pero no me atreví, pues no sabía cómo reaccionaría. De cualquier modo lo que había hecho no era correcto. Había espiado a mi papito y tal vez a Sandra no le hubiera parecido bien lo que pasó.

Sin embargo, eso no era impedimento para que mi imaginación volara y se deleitara con la imagen del pene erecto de mi padre y su leche brotando y saltando por los aires.

Fue en ese momento que comencé a cambiar como persona y a comportarme de cierto modo para obtener lo que quería. Ese suceso cambió mi vida y hasta hoy, me comporto igual, aunque con mucho cuidado de no ser descubierta en mis intenciones. Siempre aparento ser una niña inocente que no sabe lo que puede pasar ni a qué se expone.

Yo participaba en el grupo de porristas, aunque nunca fui de las buenas, debo aceptarlo. Lo hacía solo por gusto, pues siempre me ha gustado estar en forma. Sandra también lo hacía, pero ella sí era buena. Tenía una increíble flexibilidad, al punto de abrirse de piernas completamente sin siquiera calentar.

Era viernes: cinco días después del suceso que los lectores conocen. Llegué a casa en la noche con la excusa de quedarme estudiando con Sandra, justo después que mi papito llegara, pues era muy exacto en sus horarios. Llegué cojeando y quejándome de dolencias en mis piernas y glúteos.

Mi papito estaba en su habitación. Me saludó con un beso en la mejilla, como siempre, y me preguntó complaciente y mimoso lo que me había sucedido. Le dije que me había lastimado en el entrenamiento de porristas, dando un giro y que me dolía mucho la pierna y la nalga derecha. Me dijo que me acostara boca abajo para revisarme, lo que hice casi de inmediato.

Mi papito nunca hacía eso, acariciarme. Era muy respetuoso y siempre guardó la distancia conmigo. Dejé de caminar en ropa interior con libertad a los ocho años y nunca nos bañamos juntos, al menos no que yo recuerde. En fin, nunca hubo ningún tipo de contacto que pudiera considerarse excesivo, hasta ese día.

Me tomó suavemente la pierna y me preguntó dónde era el dolor. Lo que hice en ese momento fue algo que aún hoy no lo creo, pues nunca me había comportado así, pero lo hice al fin y al cabo y me gustó mucho lo que sentí.

  • Aquí! - le dije mientras me subía mi uniforme hasta más arriba de la cintura y le señalaba mi nalga derecha.

  • Justo ahí?

  • Sí, papito. Justo ahí.

Como pueden imaginar, debajo de mi uniforme tenía una lycra. Todas las colegialas la usan, cuando el uniforme es corto, para no ser vistas por los compañeros. La lycra que yo usaba era negra. Y debajo tenía mi ropita interior: Un panty típico de niña, con paticos.

Me empezó a tocar la pierna desde la rodilla y a masajear, a lo que yo reaccioné diciendo:

  • Ahí no me duele, papito. Me duele aquí.- Y señalé de nuevo mi nalga derecha.

  • Y te golpeaste muy duro? Porque no tienes morado.

  • Creo que sí, papito. Me duele. Si no me crees me quito la lycra, para que veas.

  • No, mi vida. No es necesario.- Dijo mientras tragaba saliva, porque pude escucharlo- Solo te voy a dar un pequeño masaje.

Y comenzó a hacerlo. Por supuesto no había tal dolor. Solo quería sentir sus manos en mi cuerpecito. Estaba encantada con las sensaciones que pasaban por mi ser en aquellos momentos. Las manos de mi papito eran expertas. Me acariciaba con mucha suavidad y ternura, aunque lo que yo sentía no era precisamente tierno. Sentía que me quemaba mi vientre. Me acarició mi nalguita y me la apretó un poco y me preguntó:

  • Te sientes mejor?

  • Un poco, papito -Le respondí.

Y, por fin, pasó. Me dijo con voz entrecortada, creo hoy que era por la excitación:

  • Está bien, mi vida. Quìtate la lycra.

No lo podía creer. Me lo pidió. Cuando se lo ofrecí y recibí respuesta negativa me sentí apenada, pero ahora la pena había pasado y me sentía, eso sí lo sé, excitada.

Me arrodillé sobre la cama de mi papito y me bajé lentamente la lycra. Entonces mi papito me pidió que me acostara nuevamente. Mientras lo hacia pude percatarme de la manera como miraba mis nalgas. Lo hacía fijamente y como con deseos. Sin embargo, noté que quería disimularlo, así que miré hacia otro lado para darle libertad de fijarse en mis nalgas.

Acuéstate - me dijo.

Obedecí inmediatamente. Luego sentí su mano suave en mi nalguita. Esta vez lo hacía con un poco más de fuerza, como si quisiera sentir algo más.

Me estuvo acariciando durante un rato y preguntándome si me dolía mucho o no, hasta que me dijo:

Voltéate, mi vida. Te masajeo un poco más?

Sí, papito - acepté gustosa.

Debo confesar a los lectores que pocas veces he sentido lo que aquella noche, comencé a temblar y a respirar agitadamente, cuando sentí la mano de mi papito en mi ingle. Lo hacía suavemente, apenas tocando la costura de mi ropita interior. Era una sensación indescriptible y cada segundo que pasaba sentía que quería gritar. Mi cuerpo temblaba ya con exageración y las manos de mi papito no dejaban de realizar su hermoso trabajo. Tenía mis ojos cerrados, imaginándome la forma como me tocaba, esperando el momento en que me quitaría mi panty, para que me acariciara todita, estuve a punto de ofrecérselo un par de veces, como lo hice con la lycra. Decirle que si quería me podía quitar el panty para que me viera desnudita y viera, así como yo a él, mi pubis desnudo y sin ningún vello, porque los pocos que tenía me los había rasurado, inspirada en la imagen de mi papito.

De pronto se detuvo, me bajó el uniforme y me dijo:

Ya debes sentirte mejor. Verdad vida mía?

No pude decir nada distinto. Sólo dije, con mi voz entrecortada, que ya estaba mejor. Fue entonces cuando me dijo que iría a la cocina a prepararme la comida y me besó en la mejilla, para luego perderse por la puerta de la habitación.

Me quedé un rato acostada, sin decir nada. Solo trataba de calmarme y de controlar el increible vacío que sentía en mi vientre. Sentía un calor que pocas veces he sentido en mi vida y deseaba ducharme. Me sentía mojada en mis genitales. Esa era otra sensación nueva para mí, pero increiblemente agradable. En suma, estaba muy excitada, pero no había nada qué hacer. Me fui a mi cuarto y me quité el uniforme. Me quedé en ropa interior un rato esperando que mi papito entrara para que me viera, pero no sucedió. Sólo me llamó desde el comedor y me dijo que mi comida estaba lista. Me quité el panty y me puse de nuevo la lycra. Nunca lo había hecho y no se exactamente por qué lo hice, pero se sentía bien. Más aún cuando fui al comedor y noté los desorbitados ojos de mi padre al verme. Se quedó mirando mi cuquita, que se notaba claramente en la lycra, así que aproveché para darle algo más para disfrutar, fingiendo que el caimán con el que sostenía mi cabello se caía. Me volteé y lo recogí, pudiéndome percatar de las miradas de mi padre a mis nalgas.

En ese momento comencé a disfrutar del placer de ser observada. Eso me excita hasta hoy.

Al día siguiente, sábado, mi papito me despertó temprano. me dijo que quería que le acompañase a realizar compras. Yo me levanté encantada, por supuesto, pues como a toda mujer, me encanta hacer compras.

Fuimos al centro comercial y cuando pensé que iríamos a algún almacén de zapatos o billeteras, mi papito me dijo:

  • Quiero que vayas a Tania (una tienda de ropa interior) y te compres ropita interior nueva, mi vida.

No lo podía creer. me dio una cantidad considerable de dinero y me dijo que fuera sola. Mi papito siempre me había comprado mi ropita interior, cosa que consideré un poco excesiva, pero entendible, pues él aún me veía como su bebita.

Sin pensarlo y sin preguntar por qué, me fuí al almacén y comencé a mirar algo lindo para comprar.

Como pueden imaginarse, compré unas tanguitas muy chiquiticas. Nunca las había usado, pero quería hacelo esta vez, ya que mi papito me había dado carta blanca. Además estuve pensando en la razón por la que mi papito hizo aquello y sentí que era como un compromiso silencioso entre los dos y yo no le fallaría.

En la noche, llegamos a la casa después de comer fuera. Mi papito no preguntó por lo que había comprado y ni siquiera sobre el dinero o si había sobrado algo. Me dijo que estaba cansado y que se iría a dormir, pues el domingo tenía que jugar fútbol y me preguntó si lo acompañaría, a lo cual acepté gustosa.

Me fui a la cama pensando en mi papito e imaginándomelo en el baño, desnudo y acariciándose su pene mientras yo lo observaba sin que él lo supiera. Comencé a desear que llegara rápido la mañana para hacerme la dormida otra vez y poder disfrutar de la más bella imagen que había observado en mi vida.

Estaba un poco cansada, así que me dormí rápido, a pesar de la excitación que debo confesar, sentía por todas las ideas y pensamientos que rondaban mi cabeza.

Me despesté muy temprano en la mañana, para llevar a cabo mi plan.

Me quité la ropa interior que llevaba de la noche anterior y me estrené la más chiquita que tenía, que apenas era tres hilos atrás y un triangulito adelante. Tapaba solo lo necesario. Normalmente dormía con una pijama de pantaloncito, así que me la quité y me quedé solo con la blusita que llegaba hasta el ombligo, por lo que obviamente se me veía absolutamente todo.

Cuando sentí que mi papito se despertaba, me hice la dormida y me quedé en la cama boca abajo, con la cobija solo tapándome el pecho y la cabeza, por lo cual, cuando entró, mi papito me pudo ver como nunca habría imaginado. Supe que se quedó un rato mirándome, como disfrutándome, así que decidí cambiar de posición. Me volteé sin quitarme la cobija de encima para permitir a mi papito seguir observándome, esta vez la parte más linda que tiene una mujer: su cuquita.

No se cuánto tiempo pasó, pero lo que sí se es que me mojé muy rápido. Otra vez aquella sensación de increíble vacío en mi vientre, de calor y de excitación, al saber que mi papito me observaba. Pero qué estaba haciendo? Acaso se estaba acariciando? La idea me torturaba y me encantaba. pero no podía saberlo sin darlo por descubierto y no quería que sucediera eso.

De pronto, escuché que se iba y que se abría la puerta del baño, por lo que me levanté presurosa y me dirigi al lugar en el que habia soñado estar. Otra vez mi papito dejò la puerta entreabierta y me permitio disfrutar del mas bello espectaculo: su pene erecto y sus caricias sobre el.

Es increible la velocidad con que creciò. Solo comenzar a tocarlo y ya estaba en su mayor envergadura. Lo movìa unas veces lento y otras rapido, como si quisiera ahorcarlo. Y respiraba profundo y agitado. Se detenia, tomaba aire y comenzaba de nuevo. Y yo ahì, viendolo, pero con una gran duda...en què estaba pensando mi papito? Acaso estaba pensando en mi? esa idea me excitaba de manera increible...lo deseaba...deseaba que mi papito se acariciara pensando en mi...pensando en mi ropita interior y en mis nalguitas. Pero no lo podia saber, solo imaginarmelo. Fue en ese momento cuando me toque por primera vez mis genitales de manera sexual. Deslice mi mano y me aprete mi cuquita sintiendo que mi vientre queria estallar...y sintiendo un indescriptible deseo de estar desnuda. Sentia que la pijama me estorbaba...introduje mi dedo en mi ropita interior (recuerden que solo tenia el camison y la tanga) y comence a deslizarlo en mi cuquita, primero en el clitoris y despues suavemente en los labios...fue cuando sono el telefono y mi papito se detuvo apresurado y salio a contestar.

Como pude me meti en mi cuarto sin que mi papito se diera cuenta, pero alcancè a ver como salia de la ducha completamente desnudo con su pene totalmente erecto, sin toalla, dispuesto a contestar el telèfono.

En ese momento senti un enorme deseo de tirarme encima de mi papito y tocarle su pene, acariciarselo y metermelo a la boca...queria hacer como normalmente haciamos mis compañeras y yo con los bombones. En alguna ocasion escuche a una compañera, que se llamaba Luisa que chuparle el pene a un hombre era como chupar bombon, solo que màs rico. Le preguntamos si ya lo habia hecho y dijo que no, pero que se lo imaginaba.