El come coños

Cuando la necesidad obliga hay que trabajar en lo que sea.

José era un agricultor de sesenta y cinco años, de estatura mediana y no era feo. Ese año no tenía quien le comprara sus veinte pipas de vino y su cosecha había sido muy mala. Lo estaba pasando fatal.

Un día que estaba José mirando la sección de anuncios de un conocido periódico en la taberna del pueblo, taberna en la que le fiaban, cuando le vino la idea a la cabeza.

Dos días después salía un nuevo anuncio en ese periódico que decía: "Hombre de sesenta y cinco años, ni feo ni guapo, ni alto ni bajo, ni gordo ni delgado se ofrece para comer el coño a mujeres de todas las edades. Cincuenta euros el orgasmo, incluye comida de tetas y de culo. Me desplazo por toda la provincia"

El anuncio tenía un número de teléfono.

Esa tarde estaba José sentado en un viejo sofá mirando la televisión cuando sonó el teléfono, lo cogió y una voz femenina con acento inglés, le dijo:

-¿Eres el come coños?

No esperaba que lo llamara así, pero cómo si le llamaba come culos. Le respondió.

-Para servirte. ¿Desde dónde me hablas?

-Eso no importa. ¿Atiendes en tu casa?

-Atiendo.

José le dio la dirección y una hora más tarde llamaron a la puerta de su casa. Fue a abrir y se llevó una sorpresa descomunal. Se encontró con una mujer de unos treinta años, alta, rubia, de ojos azules, cubierta con un abrigo de visón y con un bolso en la mano derecha, que había llegado en un Jaguar, y que le preguntó:

-¿Eres el come coños?

-El mismo que viste y calza, pasa.

La mujer entró en la casa, echó un vistazo alrededor, y quitando el abrigo, le dijo:

-A confortable place. (Un lugar confortable.)

La rubia llevaba puesta una falda negra, una chaqueta del mismo color, una blusa blanca y calzaba unas botas de mosquetero con tremendos tacones. Tenía más pinta de puta que de mujer adinerada. Sentándose en un sofá, cruzo las piernas, se echó hacia atrás y le preguntó:

-¿No tienes nada de beber, darling?

José necesitaba el dinero, pero cómo no sabía lo que le llamara, le dijo:

-Vamos a llevarnos bien. Habla en cristiano. ¿Estamos?

-De acuerdo. ¿Qué me dices del vino? Tengo la garganta seca y tanta sed que me bebería un galón de un trago. ¿Tienes?

-Tengo blanco y tinto en la bodega

-Esa marca no me suena.

-¿Sabes qué es una pipa?

-Claro, sirve para fumar.

José le dijo:

-Sígueme, rubia.

-Jennifer, me llamo Jennifer.

-Yo me llamo José, sígueme.

Al entrar en la bodega, mirando para las pipas, le dijo José:

-Esas veinte grandes son las pipas.

Al ver tanta cantidad de cubas y barriles, Jennifer, exclamó:

-¡This is paradise!

José se volvió a mosquear.

-¡¿Qué es qué?!

-El paraíso del vino. ¡Y qué bien huele!

José le preguntó:

-¿Quieres el vino blanco o tinto?

-Blanco primero y tinto después.

-La vas a pillar buena.

Sobre dos barriles había dos tazas de barro. José cogió una, la llenó de vino tinto y se la dio. Jennifer echó un sorbo, lo saboreó y después se mandó el resto de una sentada, y luego le dijo:

-Nice -vio la cara de cabreo que le ponía José-. Bueno, es bueno. A ver cómo es el blanco.

José con voz paternal, le dijo:

-Te va a hacer daño.

Cató, tragó, y le preguntó:

-¿Está a la venta tu vino?

-Por desgracia, sí.

-Me lo llevo todo.

José le dio a la cabeza antes de decir:

-Te dije que te iba a hacer daño.

-¿Cuántos litros de vino hay en este sitio?

-¿Para qué quieres saberlo?

-¿Cuántos hay? Mi marido y yo tenemos un restaurante en Londres.

-Veinte pipas a 454 litros por pipa, calcula.

-A 450 serían 9000. Te doy 4000 Libras esterlinas.

-¿Y eso cuanto sería?

-5000 Euros.

-Pena que estés borracha, coño.

No le tomó en cuenta lo que había dicho.

-Al volver a casa te hago un cheque.

Vamos a dejarnos de negocios e ir al grano. La verdad es que José después de tener el cheque en la mano ya no quería comerle el coño, pero Jennifer viniera a eso y a otras cosas... Después de la tercera taza de vino, junto a la cocina de hierro, se quitó la chaqueta, desabotonó la blusa, se bajó la falda y quedó con las botas de mosquetero y el sujetador, todo de color negro. Se abrió de piernas y le dijo:

-Desnúdate - se desnudó.- Quiero que seas mi perro.

José se puso a cuatro patas y fue caminando hasta donde estaba Jennifer.

-Baja mis bragas.

Le bajó las bragas tirando con los dientes. Jennifer cogió una ristra de chorizos que colgaba de un cordel y le dio con ella en la espalda:

-"Plassss, plassss, plassss, plasss."

-¡Perro malo!

Jennifer se sentó en una banqueta, le metió un mordisco a un chorizo, y con la boca llena, le dijo:

-Así te voy a comer la polla. Ven.

José fue a su lado, Jennifer se la cogió y comenzó a ordeñarlo.

-¡Si te gusta ladra, perro!

-¡Guau, guau!

Al ratito le decía:

-En pie.

José se levantó con la polla casi tiesa. Jennifer se quitó el sujetador y sus gordas y esponjosas tetas con areolas rosadas y sus gordos pezones quedaron al descubierto.

-¡Lame mis tetas, perro!

José lamió cómo un perro al tiempo que Jennifer le meneaba la polla. Se la acabó de poner dura. Después se levantó, se frotó un chorizo en el ojete, y acto seguido le dijo:

-¡Lame!

José quiso cogerla por la cintura y le cayeron otras cuatro leches con la ristra de chorizos:

-"¡Plassss, plassss, plassss, plassss!"

-¡Los perros no tienen manos!

Le lamió el ojete, cantidad de veces, luego Jennifer se metió la mitad de un chorizo en el culo, lo sacó, le metió un mordisco y después le puso el coño en la boca, un coño que ya estaba mojado. José se lo comió, pero no cómo él quisiera. Jennifer solo le dejaba lamer de abajo a arriba. Poco después se apoyó con las manos a la barra de metal donde se colgaban los paños en la cocina de hierro, se abrió de piernas, y le dijo:

-A ver que sabes hacer, perro.

José ya estaba hasta los cojones de tanto obedecer, le agarró las tetas, le puso la polla en la entrada del coño, y de una estocada se la metió hasta el fondo. Jennifer le dijo:

-¡Bad dog! (¡Perro malo!)

Pensando que lo había insultado, se olvidó del negocio que había hecho con ella.

-¡¿Va qué?! ¡Va que te rompo en culo, inglesa!

Le apretó los pezones y le dio a romper, cómo le daría un perro. A llamarle perro malo, no quiso cabrearlo, pero viendo cómo había reaccionado, le dijo:

-¡Harder, dog, harder! (¡Más duro, perro, más duro!)

Lo cabreó aún más de lo que ya estaba.

-¡Me cagó en todo lo que se menea!

La sacó del coño y se la metió en el culo de otra estocada. Con una mano le agarró las tetas, dos dedos de la otra mano se metieron en su coño y al rato masturbándola y follándole el culo sintió cómo se corría. Tuvo que agarrarla porque con el tremendo placer que sentía olvidó donde estaba, y si no la sujeta acaba haciendo tetas a la plancha. Corriéndose gemía de tal manera que parecía que se le iba la vida. José volvió a sacar la polla del culo. Los dos dedos fueron remplazados en su coño por la polla, una polla que después de seis o siete entradas gloriosas descargó cómo hacía años que no descargaba.

Al acabar José no le quiso cobrar por el orgasmo, pero ella cómo era muy pagadora le pagó con otro haciéndole una mamada antes de irse.

Quique.