El comandante Méndez
Yo sólo quiero volver a casa, pero antes el comandante tiene algo que decir...
"No me puedo creer que estas cosas me pasen a mí. Es increíble lo rápido que se olvidan de ti en cuanto te alejas un momento... En el fondo tengo yo la culpa, por enamorarme de un subnormal..."
Siguen los pensamientos vagando por mi cabeza mientras resoplo observando el paisaje que me permite ver la pequeña ventanilla del avion. Realmente estoy muy enfadada. Planeaba tener unas vacaciones con mi novio en Ámsterdam, ya que él está allí de Erasmus, por lo que decidí hacerle una visita sorpresa. Sorpresa la mía cuando lo descubrí encima de esa zorra alemana... Aún no se me quita la imagen de la cabeza.
"¡Qué pedazo de culo! - decía él, acto seguido le azotaba mientras le seguía metiendo la polla.
Yo, en silencio, observo desde la puerta. No me creo lo que estoy viendo, ni siquiera sé cómo reaccionar.
Entonces ella, que estaba a cuatro patas, se tumba bocarriba. Me mira y me sonríe con su mejor cara de puta, acto seguido conduce su polla hasta su coño y él, sin percatarse de mí, la empieza a penetrar cada vez más rápido. Mis lágrimas inundan mis ojos cuando reconozco el sonido que él emite... "Sólo contigo me pongo tan cachondo que no puedo evitar gemir así antes de correrme" me solía decir el hijo de puta...
Mientras yo ya no podía contener las lágrimas, que resbalaban por mis mejillas, él alza la vista y me ve. Sus ojos se abren como platos, se sorprende, pero no deja de follarla. Y se corre. Se corre dentro de ella mientras me mira a los ojos y esa estúpida zorra no para de gritar.
De un portazo salí de la habitación de esa estúpida residencia y me fui a la calle llorando."
Tan solo de recordar esa imagen me dan arcadas. Ni siquiera he podido aprovechar mi viaje, pues pensaba quedarme con él durante esta semana. Al menos he podido adelantar el vuelo y sólo he tenido que dormir una noche en un hotel.
Llevo ya una hora dando vueltas en el asiento. He llorado, me he enfadado, he vuelto a llorar y ya no sé qué más hacer. Decido ir al baño. Una vez allí me doy cuenta de que en la puerta hay situado un pequeño cenicero. Que curioso, pensaba que en los aviones no se podía fumar. Bueno, si está ahí es por algo, y la verdad es que no me vendría mal un cigarrito para tranquilizarme.
Sentada en la taza del váter me enciendo un cigarro. El humo invade mi boca e inmediatamente se aloja en los pulmones, hasta que lo suelto acompañado de un gran suspiro. Sí que alivia, sí.
Una vez he terminado apago el cigarro en el pequeño cenicero y me dispongo a ir a mi asiento de nuevo. El humo sale acompañándome desde el instante en el que abro la puerta, y noto que todo el mundo me observa y cuchichea.
Entonces, una azafata con cara de pocos amigos se acerca a mí, increpándome por el cigarro que me aliviaba hace apenas 30 segundos.
Parece ser que, aunque exista ese estúpido cenicero, está terminantemente prohibido fumar en el avión. La azafata me comunica que en cuanto aterrice el avión tendré que ir a hablar con el comandante, quien se encargará de llamar a la guardia civil. Según dice, esto es motivo de detención. Ni siquiera puedo llorar más para desahogarme.
Espero en silencio el tiempo que me quedaba hasta el aterrizaje, cual cerdo que aguarda su San Martin.
Una vez el momento ha llegado, espero pacientemente a que todos los pasajeros se bajen del avión. Después de eso, la "simpática" azafata me acompaña a la cabina donde me espera el comandante. Ella espera fuera y, con un gesto, me indica que pase, a lo cual yo obedezco.
Miro a todos lados, observando cada uno de los miles de botones y pilotos que me parecía encontrar por ahí. Mis ojos siguen rotando hasta que se sitúan fijos en un punto: el asiento donde se encuentra el comandante. Me esperaba a algún señor mayor, también con pinta de antipático, al igual que la azafata, pero nada más lejos de la verdad. Era bastante joven, yo diría que no pasaba de los 30 años. Tenía el pelo rubio con un flequillo desenfadado que acariciaba su frente. Al contrario de parecer enfadado, como yo me esperaba, parecía divertido, con una sonrisa un tanto burlona.
Entonces se presentó.
-Soy el comandante Méndez -dijo mientras alargaba la mano para saludarme.
-En... Encantada, señor, mi nombre es Coral -mi mano se acerco temblorosa a la suya, la cuál él sacudió firmemente como parte del saludo.
-De acuerdo, Coral. La señorita que te ha acompañado, Ana, me ha informado de que ha cometido usted una infracción muy grave durante este vuelo. ¿Sabe usted el peligro que conlleva para todos los que íbamos en el avión que usted decida fumar en éste? - Ahora sus facciones se teñían de seriedad.
-Yo... La verdad es que no, no lo sabía. Lo siento de verdad... Llevo un día muy malo y, al ver el cenicero en el baño...
-Espera -me interrumpió- ¿Tiraste la colilla al cenicero?
-Así es, señor.
-En ese caso no creo que sea necesario llamar a la guardia civil. El peligro se desencadena al tirar algo inflamable al váter, pero puesto que tú no lo has hecho, supongo que podríamos pasarte la mano por esta vez...
-¿En serio? ¡Muchas gracias! Prometo que no volverá a pasar, ha sido usted verdaderamente comprensivo y amable. - Digo mientras le tiendo la mano, ahora con más seguridad, para despedirme. Él sujeta mi mano pero está esta vez no la sacude, supongo que espera que lo haga yo. No me importa, sonrío y sacudo la mano. Pero entonces mi sonrisa se borra de mi rostro. El comandante tira de mi mano tan fuerte y repentinamente que de momento caigo de rodillas frente a él.
-Que la guardia civil no te lleve detenida no significa que no merezcas ningún castigo. A las zorritas inconscientes como tú hay que hacerlas aprender de alguna forma.
Mi cara se turna entre confusión y pavor, aunque la primera desapareció en cuanto le vi restregar su mano por su paquete, en el que se intuía una polla aún morcillona...
Él comienza a acariciar mi cara que, al estar yo de rodillas ante él, queda justo entre sus piernas.
La repulsión de que ese tío que no me conozca de nada quiera aprovecharse de mí me da fuerzas para levantarme y alejarme de él.
-¡Qué asco! Debería darle vergüenza ser una persona así. -Digo mientras sitúo mi mano en la puerta.
-¿Estás segura de que prefieres irte detenida, tener antecedentes penales y una multa de mínimo 5000€? -Dice el con su jodida sonrisa burlona.
Mi mano sigue en el pomo, pero yo me he inmovilizado. Yo no tengo ese dinero... Y por esta puta chorrada no puedo tener antecedentes, llevo toda mi vida estudiando y con ellos nunca tendré el trabajo de mis sueños... Joder. A lo único a lo que llego a reaccionar es a sentarme en el suelo y abrazar mis piernas mientras mis lágrimas resbalan por ellas.
-Vamos, pero no llores... -El comandante se acerca hacia mí y comienza a acariciarme el pelo. Eso me tranquiliza. Miro hacia arriba con los ojos vidriosos y veo que su cara no es la misma amigable de antes. De repente, pasa de acariciarme el pelo a tirarme de él y a arrastrarme por el habitáculo hasta llegar al asiento donde antes se encontraba él. -Que sea la última vez que tengo que levantarme a por ti, estúpida zorra. -Dice mientras me escupe, alcanzandome al ojo.
Entonces se baja la cremallera del pantalón y su enorme polla se asoma. No me extraña que se le notase incluso cuando no estaba erecta, es realmente grande. Él empuja mi cabeza hacia su polla, a la que aún le falta un poco para estar del todo dura. Evidentemente quiere que se la chupe, pero yo no estoy por la labor, por lo que aprieto mis labios todo lo que puedo. Entonces él me pega tal hostia, que todos los sonidos se sustituyen por un incómodo pitido en mi oído derecho. Resignada, abro la boca y dejo que introduzca su polla en ella. Pero tampoco es eso lo que él quiere, por lo que alza su mano y, antes de que me golpee en la otra mejilla, soy yo la que empieza a mamársela.
Si no fuera porque es un desconocido al que se la estoy chupando en contra de mi voluntad, ni siquiera me molestaría mamar esta polla. Está limpia, y circuncidada. Puedo rodear el capullo entero con mis labios y jugar con su frenillo. Tiene escasos vellos púbicos de color rubio que contrastan muy bien con su piel sólo un poco bronceada. Sigo mamándosela absorta en esos pensamientos cuando de repente él me sujeta la cabeza por ambas mejillas y comienza a follarse mi boca. Había visto esto en películas porno, pero nunca pensé que sería capaz de hacerlo en realidad. Él comienza a meter su polla a presión en mi garganta, cortando así mi flujo de aire. Una vez que la ha metido del todo la deja ahí, sujetando con tanta fuerza mi cabeza que sus brazos tiemblan al hacerlo. Yo, sin respiración, siento que no aguanto más y golpeo sus piernas con mis manos, pero él no cambia de posición. Siento que me voy a desmayar y, de pronto, saca su polla de mi garganta. Cojo una bocanada de aire intensa y comienzo a respirar de forma acelerada. Pero a él no le ha importado, pues vuelve a follarme la boca. Ahora son fuertes embestidas, que me duelen en la garganta. Su polla entra y sale más rápido de lo que me da tiempo a pensarlo.
Entonces, sin mediar palabra, me levanta agarrándome por los pelos y me sitúa a mí en la silla, con el culo mirando hacia él. Raja mis leggings con algo que no alcanzo a ver y, sin esperar ni un segundo, me introduce su polla lubricada por mis babas en mi coño. Me la mete tan al fondo que siento un pinchazo en el vientre. El hijo de puta me está haciendo daño, por lo que comienzo a gritar, aunque al instante me arrepiento. Nada más que escucha mi primer grito me tira tan fuerte del pelo que creo que me lo va a arrancar. Al mismo tiempo sigue metiendo su polla hasta el fondo de mi coño y me agarra el cuello dejándome sin respiración otra vez.
Intento no hacerlo, pero sólo me puedo concentrar en el movimiento de su polla en mi coño. La noto entrar, abriéndose paso en mi estrecho coñito, noto como el contraste entre su dura polla y mi jugoso coño le hace gemir, aunque intenta disimularlo. Cuando la ha metido del todo, noto como sus huevos golpean mi clítoris y la punta de su polla se clava en mi útero causando ese pinchazo que ya no es desagradable.
Me doy cuenta de que estoy cerca del orgasmo e intento pararlo, pero en vez de eso, él me aprieta aún más el cuello. Nunca había sospechado que me pusiese la asfixia erótica, pero en este instante ha hecho que mi cuerpo estalle en un intenso orgasmo, en el que cada uno de mis músculos comienza a temblar sin parar.
Él, notando mi orgasmo, aloja su polla completamente en el interior de mi coño y, los espasmos de éste, hacen todo el trabajo restante para que él también se corra.
Nunca antes se habían corrido dentro de mí, y la sensación de estar en mi interior llena de su lefa intensifica mi orgasmo, hasta que me dejo caer, completamente abatida.
El comandante, como si nada hubiera ocurrido, saca su polla de mi interior, la limpia con un pañuelo y se viste. Me lanza unos pantalones de mujer.
-Me parece que tienes la misma talla que Ana. Ponte esto y desaparece de mi vista.
Me pongo los pantalones y me dirijo a la puerta en silencio para abandonar la pequeña cabina. Una vez fuera, me encuentro con la tal Ana de nuevo, la cual me mira con desprecio y abre la puerta del avión, que ya se encontraba a oscuras y en silencio.