El color no importa

Una joven y acomodada esposa, acosada por un admirador africano que se introduce en su mente, lucha contra su conciencia para no hacer realidad sus fantasias, hasta que la persistencia de su pretendiente gana la batalla y logra romper sus esquemas de fidelidad, de una manera plena y entregada.

EL COLOR NO IMPORTA.

Jorge, mi esposo y yo, tenemos muchas afinidades que han hecho posible nuestra convivencia, en estos últimos años. El tiene  un cargo importante y bien retribuido, me proporciona una vida acomodada y suntuosa, vivimos en una estupenda casa, una villa independiente en la periferia de la ciudad, dotada de todos los servicios, buenos coches, y siempre he podido permitirme llevar ropa cara y variada,  de forma que por nada del mundo deseé nunca perder el estilo de vida que tenía asegurado con Jorge.

Nuestra vida sexual es aceptable, ya que mi esposo posee una libido normal, cuando se pone se pone, aunque, a decir verdad,  la sexualidad nunca ha ocupado un puesto importante en su escalafón de los placeres de la vida. No es ese mi caso, en ese punto tenemos cierta incompatibilidad a mi favor. Casi siempre que hacemos el amor, yo alcanzo a gozar plenamente; raras veces, me quedo excitada sin disfrutar del verdadero éxtasis. Por lo demás, somos una pareja  convencional, nos tenemos el cariño normal, después de dos años juntos, nuestro amor había  entrado en una fase de maduración, en la que yo ejercía con resignación el papel de esposa ociosa y mi marido el de hombre super ocupado, cansado y estresado las más de las veces.

Nunca habíamos pensado en terceras personas para calmar nuestros apremios  corporales, en el caso de Jorge por su escaso interés y ocasiones, tampoco en el mío, a pesar de que no dejaban de llegarme tentaciones de vez en cuando. Todo se resolvía en casa, más o menos bien. Si me sobrevenía alguna urgencia libidinosa, yo lo resolvía aliviándome en solitario, con mis propios medios y con la ayuda de mi rica fantasía.

Yo siempre he sido consciente de que nuestra vida íntima en la cama, tenía el estímulo y el deseo sexual apropiados, pero nuestras necesidades afectivas funcionaban mejor que las de tipo carnal, como si a nuestras relaciones sexuales les faltara una chispa desconocida, lo cual me hacía sentir que estaba perdiendo una parte importante de mi vida. Tal vez ese estado de cosas era la causa de que si algún hombre me dirigía halagos o requiebros de admiración y deseo, aunque exteriormente reaccionaba de forma pasiva y con rechazo, en el fondo me agradaban de verdad. Estas diferencias soportables entre mi esposo y yo, que no se solucionaban con el paso del tiempo, no habían quebrado nuestra convivencia, a pesar de mi soterrado desencanto.

A veces  llegaba a pensar si no sería yo demasiado egoísta y absorbente,  si debería pensar que yo no era el ombligo del mundo y que Jorge, mi marido, también necesitaba dedicar su tiempo a otras atenciones que no fueran mi persona. Yo tenía mis contradicciones pasionales y no podía apartar de mí la sensación de que me faltaba algo y que mi vida no era completa. Él me decía que eso era una forma de histeria benigna, que se me pasaría cuando tuviera un hijo. Pero a mis 26 no tenía prisa por ser madre todavía. En el fondo, el problema era que yo tenía mucho tiempo libre y mi esposo no cedía en su exagerada dedicación a su trabajo. Esto creaba desencuentros puntuales entre nosotros, que añadían al aburrimiento  de  mis horas vacías cierta dosis de ansiedad. Por estos detalles, llegué a la conclusión de que seducir a una persona no era algo  que se hace una vez y vale para siempre, más bien era necesario sentirme complacida y muy atendida día a día y eso no se daba. Esta circunstancia me hacía un tanto vulnerable.

Durante la semana, me buscaba algún tipo de actividad para matar el tedio. Cualquier posibilidad de conocer gente y hacer algo nuevo, me atraía como un imán, especialmente si topaba con buena compañía, que me permitía estar cómoda. Alguna vez algún hombre leyó mi estado de ánimo e intentó aprovecharse, rozándome el peligro, pero tuve firmeza e instinto para protegerme. Como no me apetecía renunciar a mi confortable existencia, no era cosa de dejarme conquistar por los envites del primero que se ponía por delante.

Entre tantas idas y venidas, sin comerlo ni beberlo, un hombre irrumpió en mi vida casualmente, alguien a quien en principio consideré inofensivo y no le di mucha importancia; pero era alguien muy perseverante que tuvo el acierto de dedicarme tanto interés, que acabó por romper mis defensas que resultaron no ser tan fuertes como yo creía. Era el último hombre a quién hubiera considerado capaz de marcar mi vida y alterar mi estado.

Me había inscrito en un curso de fotografía, de tres días por semana, en un centro fotográfico de la ciudad. Esta actividad, además de servirme para sacarle más partido a mi cámara Reflex, era un buen entretenimiento en las horas del atardecer y al mismo tiempo me servía de coartada para pasar la tarde fuera de casa.

Los participantes en el curso eran casi todos gente bastante joven o de media edad. Uno de los asistentes, Joseph, un estudiante de Costa de Marfil, se fijó en mí desde el primer momento por el motivo de utilizar los dos la misma marca y tipo de cámara. Con la excusa de la cámara, me habló en un par de ocasiones sobre detalles técnicos. El joven africano, estaba estudiando un curso de español en la universidad local. Era un chico algo retraído que por su educación y su cuidada forma de vestir parecía tener un origen acomodado en su país. Su apariencia física era la normal para su raza, más bien delgado, de aspecto saludable, boca amplia de labios carnosos y sonrisa fácil.

Mi reacción fue mostrarme amigable con él, mostrándome abierta y dándole conversación  por aquello de no parecer xenófoba ni racista. Sin darme cuenta, le había dado facilidades y abierto la puerta para abordarme cada vez con más frecuencia. Su trato era amable y respetuoso, pero sus miradas erráticas sobre mi escote y otras partes curvadas de mi cuerpo, me creaban dudas sobre interés por mi persona. Al fin y al cabo, pensé, el chico, aquí en un país extraño, no debía tener muchas oportunidades de alternar con personas del sexo femenino y andaba con ganas de relacionarse y conseguir algún rato de regodeo con chicas.

Después de una de las sesiones del curso, un día me invitó a tomar algo en una cafetería cercana. Nos quedamos charlando un buen rato, de diversos temas, entones aproveché para hacerle saber que, a pesar de mi forma de vestir y mi aparente libertad de movimientos, yo era una mujer casada. Se quedó un poco desconcertado, pero algo se debió meter en su cabeza, distorsionando su opinión sobre mí, tal vez porque no encajaba en sus esquemas culturales que una esposa joven y de buen ver estuviera tan suelta, vistiendo con desenfado y coquetería, además de ir a su propio aire.

-¿Cómo es que tu esposo te permite venir aquí sola? -me preguntó.

-Para no aburrirme, porque él está muy ocupado. -contesté yo.

-Yo he estado estudiando en Francia y sé que las europeas sois muy independientes, incluso de casadas, -comentó el chico.

-No creas...hay de todo. -repliqué.

-Pero él no es celoso, verdad? -indagó él.

-No, para nada. -le dije yo.

A partir de entonces, creció su interés por comunicarse conmigo, iniciando un acercamiento más decidido e incluso algo más atrevido de lo normal. Cuando estábamos solos se permitía hacerme comentarios de galanteo sobre mi aspecto físico, halagando mi belleza o mostrándome su admiración.  Al percibir su nueva actitud me quedé sorprendida y un poco alarmada, sin demostrarle nada. En cualquier caso,  Joseph no desistió de buscar ocasiones, ya que de entre todos los del curso solo alternaba conmigo.

El apego del africano por mi era tan descarado como inusual, pues hasta les llamaba la atención a los otros compañeros del centro fotográfico, especialmente a otros dos chicos, de los que pude captar ciertas miraditas y gestos, asombrados de ver el buen rollo que Joseph tenía conmigo. Me pareció que se estarían figurando el extendido tópico del negro y la rubia, como una pareja ocasional de rebuscado entendimiento por probar lo diferente.

Joseph, cada día del curso, estaba pendiente de mi salida para abordarme. Yo intentaba zafarme de él, retrasando mi salida o marchándome de prisa hacía donde tenía aparcado mi coche, pero eso no le hacía renunciar a seguirme. Porfiaba tanto, que acabé por ceder y dejarme acompañar, por no dar lugar a cortes llamativos en plena calle. Pensé que mientras no se propasara, aguantaría hasta que finalizase el curso. El cortejo que me dedicaba no me parecía algo cabal, más bien parecía el atosigamiento de un adolescente atolondrado. Ello, me traía recuerdos de mi primera juventud, resultándome nostálgico y halagador, pero también un poco incómodo de cara a la gente. Por mi parte, me preguntaba que concepto se había hecho de mi para comportarse así.

Una tarde me invitó a visitar un pub irlandés, donde se podía degustar las mejores cervezas. Decliné acompañarle, oponiéndole mil excusas y los reparos que tenía para andar por ahí de diversión, a solas con un tío extranjero casi desconocido para mí, por muy compañero del curso que fuera. Tanto insistió, tildándome de mujer aburrida y timorata, que al final logró convencerme. Entramos en el local, que estaba poco concurrido en esos momentos, nos sentamos en un rincón un poco aislado y se ubicó junto a mí, acosándome con preguntas personales, que acompañaba con mirada penetrante y una sonrisa expresiva de no sabía qué. Apenas había consumido una jarra de cerveza, cuando empezó a galantearme descaradamente, para acabar sujetándome por el talle,  abrazándome  y besuqueando mi cara sin miramiento, al tiempo que me insinuaba algo escabroso al oído. Lo separé de mí bruscamente, escamada, y tuvimos un diálogo muy bronco y esclarecedor.

-Te estás equivocando conmigo, Joseph! -le avisé.

-No te va la marcha? -inquirió él.

-Me va cuando y con quién yo quiero, sabes? -respondí.

-Solo te gusta con tu marido, es eso? -indagó él.

-Sí, así es. Nunca le he sido infiel. -afirmé.

-Entonces perdona, yo creí que te faltaba amor, que estabas como yo y que no te importaría....! -insinuó.

-Si piensas eso, será mejor que no te acerques más a mí. -le rematé yo.

Ante mi postura de plante, se allanó, me pidió perdón y me prometió tratarme como un simple amigo. Me suplicó no continuar enfadada, quería que siguiéramos viéndonos con regularidad y no  perder mi amistad de ninguna manera.

Yo me fui a mi casa bastante ansiosa y desconcertada, pasé un día horrible, angustiada por la escena con Joseph, sin poder quitarme el incidente de la cabeza. Sabiendo que el chico no era un caradura, por la forma de expresarse tan torpe y abrupta, me dio la impresión de que no sabía manejarse en materia de seducción. Me repelía pensar que me había metido mano por creer que yo era una zorra sin conciencia de mi compromiso. Ello, me decidió a cortar por lo sano, para enfriar la relación con Joseph y liberarme de su acoso, que me podía causar problemas serios. Así, mantenía la debida distancia por mi parte, aunque después de su último acoso, más de una vez había fantaseado con lo que hubiera podido ocurrir en el supuesto de que hubiera admitido sus pretensiones el día que estuvimos en la cerveceria.

En esos mismos días, me sucedió un incidente con mi esposo que marcó un antes y un después en nuestra vida de pareja. Andaba yo preocupada y un poco tristona a causa del grosero ataque de Joseph, cuando Jorge, mi marido, percibió mi desánimo y para arreglarlo me propuso salir el viernes por la noche, cenar fuera de casa, luego tomar algo y ver algún espectáculo. Nuestra fiesta privada me despertó  la ilusión de poder salir y disfrutar de una velada larga y divertida, viviendo una noche loca para olvidar mis cuitas personales. Me derretía de contento, me armé de coquetería, me vestí con mis trapos favoritos para deslumbrar a mi esposo. Llegó la hora de recogerme, y Jorge no llegaba. Entonces, sonó el teléfono y me temí lo peor. Así fue, era mi marido que no podía eludir una reunión de compromiso y que tardaría un par de horas o más en venir a casa, que cenara y ya nos veríamos luego.

Este enésimo plantón, me pilló muy sensible y me hizo sentir fatal, furiosa lancé un vaso al suelo y estuve llorando de rabia un buen rato. Invadida por el desánimo, tuve un acceso de ansiedad, deseando salir a la calle con la ropa seductora que llevaba aún puesta, dejándome llevar por el primer hombre que se pusiera por delante.

Estaba tan estresada que no se me ocurrió otra cosa que desnudarme y meterme en la ducha a ver si el efecto del agua me calmaba. Al contrario de lo que esperaba, el estímulo del agua y la acción de mis manos sobre mi piel, me excitó sexualmente  de tal manera, que no pude evitar masturbarme, jaleando mis propias caricias con la boca entreabierta y resoplando de placer en busca de un clímax  liberador. En otras ocasiones, cuando gozaba a solas, tocándome para apagar mis ardores, solía acompañar mi acción imaginando que estaba en brazos de mi esposo, pero esta vez, quizás por venganza, lo borré de mis pensamientos. Simplemente lo sustituí, por primera vez, inspirándome en otro hombre que últimamente me estaba rondando con mucho interés.

¿Quién era ese hombre que se coló inesperadamente en mi mente calenturienta, para acompañarme en unos  instantes tan íntimos, hasta el mismo orgasmo?

Era explicable, el hombre intruso en mi excitado pensamiento no podía ser otro que Joseph, mi compañero del curso y admirador, el que más cerca estaba de mi en el momento, quién me seguía los pasos  muy de cerca.

Sin embargo, a pesar de mi contubernio  erótico fantasioso con Joseph, me mantuve en actitud digna sin permitirle volver a las andadas, para no dar lugar a situaciones comprometidas.

Joseph, a los pocos días de mi comportamiento  huidizo, debió sentirse rechazado, hasta que una tarde a la salida del curso me siguió hasta el parking donde dejaba mi auto. Me rogó escucharle un momento, pidiéndome explicaciones sobre mi distanciamiento, adoptando un aire dolido y tenso que me pilló con la guardia bajada. Le explique los motivos de mi alejamiento, mi condición de mujer casada y las observaciones indiscretas de la gente del centro, no estaba bien andar viéndome asiduamente con alguien que pretendía algo ilícito de mí. Como era de esperar, no le convencieron mis argumentos, le pareció que mi actitud era hipócrita, que eso era una huída de mi misma.

En ese momento por mi mente giraba un carrusel con el amargo recuerdo del disgusto por la cena frustrada con mi esposo, mezclado de forma difusa con la exaltación  sensual que me había impulsado a dejar que Joseph entrara en mi pensamiento, raptando mi imaginación para disfrutar del placer orgásmico pensando en él.

Esta impresión íntima me hizo ver mi debilidad, así como la probabilidad de caer en sus manos. Me agradaba mucho soñar despierta, y a pesar de mi rechazo, seguía disfrutando de fantasías amorosas con Joseph, aunque de ninguna manera deseaba hacerlas realidad. Por eso, me encorajiné, declarándole de forma tajante, que no iba a admitir sus atenciones. Él por su parte, se mostró triunfalista, acorralándome contra el coche y sujetándome las dos manos para besarme en los labios, retándome a que fuera sincera y le confesara que yo pensaba en él y que estaba a gusto en su compañía. Parecía que sabía leer mi  oculto pensamiento.

Joseph, hasta donde le conocía por nuestras conversaciones, me parecía un chico bastante noble y legal, pero como el deseo carnal parecía estar por el medio, no era nada recomendable darle ocasiones. Sin embargo, saber que alguien apostaba tan fuerte por mí, arrostrando el ridículo del rechazo, lo percibía con un sabor agridulce. Joseph, creo que me consideraba una mujer de mente liberada, pero todavía recatada en las costumbres. Me volvió a proponer que teníamos que seguir viéndonos fuera del entorno del centro, para no comprometerme si alguien nos veía juntos. Pero no cedí a sus ruegos, dando por terminada nuestra amistad.

-No debes tener miedo de mí, Joana. -exclamo finalmente.

-No, no es eso lo que me aparta de ti. -le respondí.

-Tú, para mí, eres un ángel. Casi no me atrevería a tocarte....! -me dijo mirándome a los ojos.

Entonces, dio media vuelta y desapareció rápidamente.

Todo lo vivido en aquellos días, incluido el asedio a que me había sometido  Joseph,  dio lugar a un cambio en mi actitud de respuesta ante los estímulos externos. Cuando recobré la calma, mi cerrada conciencia de esposa fiel, de mujer felizmente casada, se resquebrajó seriamente, quedando dañada, a merced de sentimientos más rebeldes y permisivos. Me sentí como una gata herida,  dispuesta a pelearme  contra mis prejuicios. Ya no apartaba de mi pensamiento las descargas de deseo que me llegaban de otro hombre. Yo deseaba mantener compatible e intacta mi cohesión matrimonial, pero mi malogrado amigo Joseph era como una isla de excepción, que a veces cruzaba por mi pensamiento, como si estar con él fuera algo normal y necesario para mí.

Después de todo lo sucedido, cuando coincidíamos en el curso teníamos una relación distante, donde cruzábamos escasas palabras, pero no así en el otro tipo de lenguaje. Las miradas de Joseph a media distancia, directas a mis ojos,  eran muy explícitas y en algunos casos me parecían la estampa de un cordero degollado. Quería hacerme ver que seguía penando por mí rechazo.

Estos mensajes silenciosos contribuían a reforzar mi reciente cambio de mentalidad, aunque Joseph no parecía que iba a ser el beneficiario de ello, pues aunque me hubiera gustado corresponder a sus atenciones, no me apetecía complicarme en una relación extramatrimonial  de alto voltaje. En el caso de Joseph, si transigía en congraciarme con él, jugando al gato y el ratón, era peligroso para mi integridad moral y física. Decididamente, no tenía que reanudar esa amistad inapropiada, por muy fuerte y grata que fuera mi curiosidad por las sensaciones del placer clandestino.

Recordé cierta confesión suya, valorando el hecho de  compartir mi forma de ser sincera y natural, mi relativa soledad, mi atractivo físico y mi condescendencia social. Pero a esto, se había añadido el deseo implícito de poseer mis favores carnales, dando al traste con nuestra amistosa relación. ¿Tenía yo la culpa de haber alimentado sus aspiraciones ilegítimas sobre mí?. Pensaba que no. Era él, que había convertido la amistad en un vehículo de algo más.

Entre los leves remordimientos que me acompañaban en mis horas vacías, emergía una nueva autoestima, al pensar que tenía en la reserva a alguien pendiente para apoyarme en mis momentos bajos, de ponerse  a mi disposición personal de forma incuestionable. Esto me creó una corriente invisible de afinidad emocional, que yo reconocía para mis adentros, sin demostrar nada hacía fuera, salvo algún acuse de recibo entre miradas. Sólo estando a solas, admitía su presencia amable en mis pensamientos y me sentía bien por ello. La verdad es que no me había olvidado de la devoción de su trato hacía mí y el dulce mensaje de sus ojos.  Joseph necesitaba mucho amor del que yo le negaba, era fácil de entender.

Era el final del verano y la semana apareció con un tiempo bueno y cálido. El centro había organizado una sesión de carácter práctico, para desplazarnos a una  playa un poco salvaje que había cerca de la ciudad, y hacer una serie de fotos bajo luz intensa y aprovechar para tomar el baño. Nos apuntamos casi todos, acudiendo con ropa de baño para aprovechar disfrutando del sol y del agua. Yo me puse un vestido camisero corto, de color rojo y debajo llevaba las prendas de baño. Al quitarme la ropa, me quedé con lo que llevaba debajo, un bikini blanco que me sentaba bastante sexy. Nos dedicamos a hacer un montón de tomas de las dunas y los pinos que había cerca del mar divididos en pequeños grupos. Yo me quedé con dos chicas y con Joseph que se incorporó a nuestro equipo. Empezamos a disparar a diestro y siniestro, observando que Joseph me había enfocado disimuladamente en varias ocasiones, seguramente para obtener alguna que otra foto mía con el mínimo atuendo de bañista. Hice como que no me había dado cuenta, hasta que aprovechando que estaba sola, se acercó y me pidió que me pusiera parada cerca del agua para sacarme un primer plano con el mar al fondo.

-Pero Joseph...¿para qué quieres fotos mías? -le pregunté.

-Son para hacer unos posters para mi casa. -dijo sonriéndome con osadía.

-Pero que no las vea nadie, vale?

-No te preocupes, cuando me vaya me la llevaré a mi país.

A continuación, nos hicimos varias fotos del grupo donde Joseph aparecía a mi lado en alguna de ellas y después nos metimos en el agua para darnos un deseado chapuzón. Al salir del agua, al joven amigo se le salían los ojos de sus órbitas, mientras recorría con su mirada mi cuerpo con la ropa mojada adherida al mismo,  probablemente impresionado por mi figura insinuante de ciertas partes que cubría el bikini.

Aquella tarde comprobé que el joven compañero seguía más que embelesado conmigo, demostrándome que la atracción era algo superior a sus fuerzas. Yo rezaba para que él no intentara abordarme de nuevo, pues se podía leer en el aire que tenía muchas ganas de hacerlo y sospechaba que el día menos pensado volvería. Para mi hubiera sido muy fácil dejarme llevar y ponerlo a mis pies, pero de momento ya le había demostrado que yo no era una ONG del sexo de la que podía beneficiarse por el mero hecho de tener hambre. A pesar de todo, o yo estaba haciendo algo mal, o es que él notaba algo  en mi forma de mirarle que le hacía creer que yo era un objetivo alcanzable.

Al poco de nuestra visita a la playa, me sorprendió con algunas llamadas al teléfono, no quería nada en concreto, pero me sabía mal desatenderle. Me mandó también un sms en el que me enviaba cuatro fotos de las tomas que me había robado en la playa. Luego me llamó desde su móvil para ver si me habían llegado.

-Hola? -contesté yo.

-Soy Joseph, has recibido mi regalo sorpresa? -preguntó él.

-Sí, son muy bonitas, gracias. -repliqué.

-La cámara siempre es fiel a lo que tiene delante.... -comentó.

-Esta noche se las mostraré a mi esposo. -le dije para restarle importancia.

Días después, si dirigió a mí preguntándome si quería ver las fotos mías convertidas en posters colocados en su casa.

-No, es muy tarde para mí. -me excusé.

-Será sólo un momento...! -insistió él

-Bueno, solo cinco minutos, vale?  -le dije.

Agradeció mi confianza en acompañarle, tomamos el coche y salimos directamente hacía su casa. Una vez dentro de su pequeño apartamento, pude ver varios posters que había confeccionado Joseph, con mis fotos, distribuidos por las paredes. En su dormitorio tenía  mi retrato en primer plano, colgado en la pared,  enfrente de donde él dormía.

Me dijo que estaba allí, para contemplarme al acostarse, así se quedaba dormido con mi imagen, ya que no podía conmigo en vivo.

Mientras yo contemplaba la fotografía, él se había colocado parado detrás, de repente me agarró por la cintura, presionando con sus dos manazas clavadas en mi vientre, luego me abrazó por el cuello, pegando la dureza de su erección sobre mi trasero, mientras me besaba el cuello y me mordía la nuca en la raíz de mi cabello. Allí a poca distancia de su cama, me farfulló al oído su primer requerimiento sexual. Me negué amablemente, librándome de su apretura, logrando que sus brazos, arrastrándose lentamente sobre mis pechos, se soltaran de mí.

-Creía que habías cambiado de opinión. -justificó.

Yo me mantuve inmóvil un instante, desconcertada, dudando de echar a correr hacía la calle, arrepentida de haber subido a su casa; mi falta de respuesta le hizo reaccionar y sin perder tiempo Joseph se pegó a mí de nuevo, abrazándome con fuerza, casi sin darme cuenta sentí sus dedos mimando mis pechos por encima de la blusa que llevaba.

-Suéltame, por favor...!  -le supliqué.

-Uuuff, Joana....estás tan buena! -exclamó.

-Venga, no seas tonto! -respondí.

-Joana...lo necesito mucho! -dijo él, sin dejarme.

-Ya sabes que eso no puedo hacerlo. -le repliqué zafándome de sus brazos.

-Ven, estarás bien, ya verás...! -dijo él, empujándome hacia la cama.

Valiéndose de su fuerza me recostó sobre el lecho, dejándose caer encima de mí, forcejeando para inmovilizarme. Al enfrentarme de forma airada a sus propósitos, él cedió, terminando por  conformarse y abandonando sus acciones, posponiendo su deseo a la esperanza de tenerme algún día, dejándome claro que no renunciaba a hacerme suya.

Esa noche Jorge, mi esposo, intentó un acercamiento cariñoso, me hizo el amor maquinalmente, mientras mi imaginación se desplegaba audaz y me sobre excitaba pensando que estaba en los brazos de Joseph. Después, mi esposo se durmió en seguida, pero a mí me costó  conciliar el sueño, mortificándome con la duda de si estaba perdida sin remedio o por el contrario estaba ante una prometedora realidad.

¿Qué pintaba Joseph en mi vida? ¿era un capricho mío? ¿algo más que una fantasía? ¿la curiosidad de una unión carnal interracial?¿ o era el premio impagable a alguien que me había hecho sentir distinta? Tal vez era un poco de todo eso, concentrado en un hombre que estaba levantando mi hastiada sensualidad, llevándome a un fugaz y alocado enamoramiento. Joseph no era precisamente un hombre seductor y avezado con las mujeres, solo era un buen tipo muy joven de otra raza, comedido, de aspecto intelectual, con una sana y limpia apariencia física, con aspecto enjuto, pero fibroso y fuerte. Su personalidad contenía casi todos los requisitos que le faltaban a Jorge para satisfacer mis gustos. Era su complemento particular, podría ser inmensamente feliz con los dos a la vez, o fundidos en uno sólo, ya que ambos conformaban la hechura de mi hombre ideal.  Pero automáticamente rechazaba esa idea que me sonaba a algo morboso y aberrante.

Jorge me complacía pero no en todo.

En cambio,  Joseph me admiraba y deseaba intensamente, sin reservas, con verdadera adoración. Me sentía impresionada de pensar que alguien pensaba así de mí, reconociendo que  me llenaba mucho con su forma inconfesa de cortejarme. Estar con Joseph me gustaba un montón, pero él ardía en deseos por tener sexo conmigo y yo no estaba dispuesta a tanto. En algún momento me pasó por la cabeza la fantasía de estar con él sin límites, incluso tener un lance sexual, pero me resistía a provocar su animalidad, prefería respetar su dignidad personal, no provocarle para satisfacer un antojo mío, ni utilizarle como si fuera un simple semental con quien jugar sin sentimientos. Ahora ya me lo había pedido sin ambages ni rodeos, acompañado de confesiones de cariño. En la lucha conmigo misma para no dejarme dominar por un rapto de deseo momentáneo, todo podía ser más bonito si yo era la parte conquistada.

Finalizaba el curso de fotografía y el centro había organizado una excursión de fin de semana a un pueblecito de la sierra, con paisajes pintorescos para hacer ejercicios  de fotografía y pasar unos días en plena naturaleza. Al principio descarté poder asistir, por razones obvias, sabían que yo estaba casada y no me apetecía mezclar a Jorge con ellos, por motivos  muy personales.

Al llegar a casa mi esposo me dijo que tenía que preparar unos temas para el lunes desplazarse a Madrid, donde tenía que asistir a unos círculos de trabajo durante la semana venidera, avisándome que durante ese fin de semana no podríamos salir. O sea que me anunciaba un inminente aburrimiento soberano, durante dos días. Me resigné con cierta decepción, quejándome por el plan que se avecinaba.

-No se te ocurre nada que hacer? -me preguntó.

-Sí, ahora que pienso podría ir a la excursión del centro fotográfico. -le contesté.

-De que va eso? -averiguó Jorge.

Le expliqué lo del viaje de la gente del centro a un lugar pintoresco para realizar prácticas de fotografía y pasar  el día en la naturaleza. No creí que le pareciera una buena idea, pero no se atrevió a pedirme que me quedara en casa, admitiendo interiormente su culpabilidad. Así mismo,  se concentraría mejor en su tarea. Esto para mí era una alternativa de hacer algo más creativo y tomar el aire.

Lo primero que hice a la mañana siguiente fue llamar al centro, para decirles que contaran conmigo para ir esa tarde a la excursión. Me admitieron sin problema, confiando en que habría alguna habitación libre en el albergue.

Cuando me presenté en el centro para unirme al grupo de la excursión, allí estaban ya Joseph y el resto de compañeros, casi una docena entre chicos y chicas, esperando para la salida en cuatro coches, incluido el mío. Yo me ofrecí a llevar a dos compañeras y Joseph hizo el viaje con otro de los chicos.

Ya de noche, llegamos al hotel, una especie de albergue con 16 habitaciones. Allí, a esas horas se notaba ya un poco de fresco por la proximidad del otoño. Después de cenar, parte del grupo se sentaron  en el salón,  para ver la TV y charlar un rato antes de acostarse, mientras otros se retiraron a sus habitaciones. Joseph se hizo el encontradizo por el pasillo, se acercó a mí y me preguntó:

-Que vas a hacer Joana? -me preguntó.

-Voy a ducharme y luego me acostaré pronto. -contesté yo.

-Tan pronto te vas a dormir? -insistió Joseph.

-Sí, aunque no tengo sueño todavía, aquí de noche no hay otra cosa que hacer. -le dije.

-Yo saldré afuera a fumarme un cigarrillo. Si te apetece te espero y hablamos. -propuso él.

-No es buena idea, si quieres decirme algo podemos sentarnos en el salón. -argumenté yo.

-Hay demasiada gente, sabes? -justificó Joseph.

-Tan fuerte es lo que tienes que decirme? -le pregunté.

-No, pero ya ves que todos se fijan mucho en nosotros. Te esperaré un rato por si te decides a salir ¿te parece? -me dijo.

-Bueno, no te prometo nada, tú haz tu marcha. -le contesté.

Joseph parecía incrédulo de mi presencia allí, seguramente no se lo explicaba y la sorpresa le tenía desconcertado; seguramente lo interpretó como que algo importante me había pasado, para hacerme cambiar de opinión y decidir unirme al grupo.

Me fui a mi dormitorio, me desnudé y en seguida me metí en la ducha, masajeando mi piel voluptuosamente mientras aplicaba el gel de baño. Me noté ligeramente excitada, seguramente mis hormonas barruntaban la inminente presencia de un hombre, demostrando con ello que nuestro cuerpo es a veces más inteligente que nuestra mente. Me calmé y pensé fugazmente en mi marido ausente, sin añorarle como solía hacer otras veces cuando me notaba sensible sexualmente. Mientras me secaba, contemplé con agrado mi cuerpo, reflejado en el espejo, mi figura de marcada silueta, se mostraba pletórica, como una hermosa tentación, mis pechos tersos y firmes, mis caderas suavemente redondeadas, mi rostro dulce de labios receptivos, con las mejillas arreboladas por el reciente acaloramiento. Me puse un pantalón corto de color amarillo y en la parte superior una camiseta negra escotada.

Cuando salí a la terraza, Joseph todavía estaba esperándome, emboscado  detrás de una columna, en la semi oscuridad del porche exterior. Me fui hasta donde estaba, quedándome parada frente a él, a escasa distancia. Hubo un minuto de silencio, noté como su mirada me taladraba, me tomó de las manos para atraerme hacia él y en tono dominador me pidió que le contara el motivo de mi presencia. Le referí  las causas de mí cambio de decisión, como una iniciativa personal, contando con el obligado consentimiento de mi esposo, que se sintió tan culpable, que no se atrevió a impedirme que viniera a hacer fotos.

Entonces, al saber lo ocurrido Joseph se agrandó y se sintió dueño y señor de la situación. Me amarró por la cintura, apretándome con fuerza contra él, mientras intentaba besarme en la boca, desplegando tal pasión que me vi desbordada, con sus manos tocándome los pechos, los muslos, agarrándose a mis nalgas como tentáculos. Tuve que detenerle, apartándolo ligeramente,  y al ver que Joseph estaba perdiendo el control, me desasí de él.

-Oye... que estás haciendo?

-Tú qué crees..?

Humm..estás loco, no quiero que nos vean así.

-Pues vamos adentro. -me dijo en voz baja.

-No, todavía habrá gente por el salón.

-Quiero saber algo...

-Ya te he contado todo.

-¿Para qué has venido? Me falta saber si es por mí o por una rabieta con tu esposo. -inquirió él.

-Ni yo misma lo sé, Joseph. -le dije.

-Tenemos que aclararlo. Vamos a la habitación y hablamos allí tranquilamente. -me pidió.

-No...no es posible, nos van a descubrir. -le avisé asustada.

-Vete a tu cuarto y no cierres la puerta, yo entraré cuando no haya nadie a la vista. -afirmó.

-Está bien....la puerta 3, pero lleva mucho cuidado. -le respondí.

Nos adentramos en el albergue por separado, yo me metí en mi habitación rápidamente. Una vez en mi dormitorio, me  senté sobre la cama, esperando al hombre que pretendía hacerme saltar una regla hasta ahora sagrada. No me importaba si solo se trataba de pasar un rato agradable con él, pero de ninguna manera le permitiría llegar a culminar el acto de sexo prohibido.

Al poco, la puerta se abrió lentamente, asomando sigilosamente la oscura figura de Joseph. Una vez dentro, comprobó desde el interior que la puerta quedaba bien cerrada. Yo estaba sentada sobre el borde de la cama, con los pies en el suelo. Se aproximó a mí, me tomó por los brazos, sin rodeos,  y me puso de pie frente a él.

-Aquí no puede vernos nadie, Joana....quiero saber la verdad. -dijo en tono exigente.

-Al venir he pensado que aquí con el grupo estaría mejor que encerrada en mi casa.

-¿Eso es todo...? Eso vamos a verlo.

Me agarró por las nalgas atrayéndome hacia él, mientras me besaba en el cuello acaloradamente. Me volteó para abrazarme por detrás, asiéndome los pechos por encima de la ropa, pegando su cuerpo al mío, para hacerme notar su exagerada erección contra mi culo. En seguida me sentó sobre el borde de la cama, derribándome junto a él para revolcarme por la cama abrazado a mi cintura; yo intenté forcejear con él, porque temía el final si seguíamos  retozando de esa manera. De nada servía, la fuerza de sus brazos se imponía, sujetándome en la cama, sobando mis pechos, mientras intentaba  desnudarme la parte de arriba.

-Uuff...Joseph, no sigamos más. Siéntate a mi lado y hablemos, por favor. -le rogué en serio.

-Vale, qué quieres hablarme?

-De mis sentimientos. Estoy muy nerviosa, no puedo hacerlo.

-Pero ¿no te das cuenta de que estás conmigo en la cama?

-Sí, claro, me siento bien contigo, pero no estoy preparada para follar.

-No te creo..!

-Porfa...no me fuerces!

Joseph, se había sentado a mi lado, volteándome hacia él, aprisionándome entre sus brazos para  besarme con fruición chupando y presionando mis labios con los suyos. Sentí como su lengua caliente se metía entre mis labios, buscando la mía. Empecé a darme cuenta de que aquello no tenía vuelta atrás. Su lengua alcanzó a enredarse con la mía, atrayéndola hacia afuera, dándome ardientes lamidos. Aún pude detener su acción por un instante.

-No, Joseph, no....!

-Vas a estar bien mi ángel.

Se quedó de rodillas junto a mí, un poco indeciso, noté que no enlazaba bien las secuencia de sus acciones, tal vez porque mi actitud le había impresionado demasiado, o sería por falta de experiencia en lances sexuales como aquel.

Sin embargo, se dejó guiar por su instinto, me quitó la camiseta de un tirón, dejando mi busto casi desnudo, sólo con el sujetador que cubría parte de mis senos, ante sus ojos de sorpresa y admiración. Seguidamente, me desabrochó el sostén, botándolo sobre la cama, dejando al descubierto mis pechos turgentes y tersos como la porcelana. Sus manos serviles se agarraron como dos enormes arañas negras a la morbidez de mis senos, amasándolos ansiosamente.

Sin más preámbulos, se quitó la ropa, quedándose casi desnudo, solo cubierto con un ajustado y bien relleno boxer de color blanco, que destacaba sobre el negro de su piel. Me miró desafiante, arqueando sus caderas como ofreciéndome su virilidad, bien empaquetada dentro de la tela.

Empecé a sentirme emocionada de tal forma que los impedimentos de mi conciencia se habían disipado en buena parte. Extendí mis manos y le froté el torso para convencerle, pero él me correspondió tomándome los pechos para acariciarlos con delicadeza hasta acabar con los pezones entre sus dedos.

Entonces Joseph me derribó suavemente sobre la cama, recostándose pegado a mí, besándome y lamiéndome las orejas con devoción. Su mano se encargó de retirarme el pantaloncito short, seguido del diminuto tanga rojo que llevaba debajo, deslizándolo todo rodillas abajo. Me abrió ligeramente las piernas para contemplar extasiado mi rosada hendidura, medio oculta por el frondoso vello púbico que lucía en mi entrepierna.

-Oh....Dios! -exclamó, él.

Con la yema de su dedo me masajeó los labios genitales, antes de introducirlo cuidadosamente en mi coño, hurgando suavemente entre mis repliegues vaginales.

Seguidamente se bajó el boxer hasta los tobillos, dejando al descubierto su sorprendente verga, confirmándose mi sospecha anterior de que Joseph tenía un enorme problema dentro del pantalón. Un problema, especialmente para mí. Su polla era un imponente morcillón, con una curvatura inusual que me pareció imposible de enderezar, ya que se notaba ya bien parada.

Yo estaba tan alterada de pensar que iba a sucumbir al afán sexual de mi compañero,  que a pesar de su tocamiento no me notaba preparada y lubricada para recibir un pene de tales dimensiones,  pues aquello que tenía Joseph era inusual, me impresioné con temor al pensar que penetrarme podía ser un suplicio para mí.

-Oh...Joseph, tu pene no es normal! -exclamé.

-¿No te gusta? -preguntó extrañado.

-Sí, pero podemos hacer juegos sexuales sin penetrarme. -le sugerí.

Avancé mi pequeña mano sobre su polla haciéndole unas tímidas caricias, intentando agarrarla entre mis dedos y exprimirla suavemente. Viendo que Joseph se había quedado inmóvil de tanta excitación, bajé mi cabeza hasta su sexo y comencé a lamer y chupar la punta de su verga tiernamente, con la esperanza de calmarle con una buena felación, hacerle eyacular y evitar que me  penetrara aquella tranca de ébano. Joseph comenzó a rugir de placer, a causa de mis chupadas, empujando su miembro para alojarlo en mi boca. Todavía estaba en plena mamada, engullendo su pene todo lo que cabía más allá de mis labios, que no era mucho, cuando noté que su polla se hinchaba y se ponía más rígida. Me resigné a recibir su descarga en la boca, pero para mi sorpresa no ocurrió así.

De repente, Joseph extrajo su crecido tallo de mi boca, apartando mi cabeza, mientras hacía ademán de montarse sobre mí. Cerré mis piernas defensivamente.

-¿Que quieres hacer? ¿No te gustaba lo que te he hecho?  -le pregunté.

-Sí, mucho, pero prefiero follarte. Será como visitar el cielo, mi ángel...!

-Entonces, ponte algo. Dentro de mi bolso hay una cajita de condones. -le señalé sobre la mesita.

Joseph interrumpió su acción, busco un preservativo y me lo dio para que le enfundara el  pene, cosa que no fue nada fácil debido al tamaño de su miembro. Instintivamente me puse las dos almohadas debajo de mi cola, quedándome medio recostada para recibirle. Se arrodilló entre mis muslos abiertos, sujetando su polla con una mano para apuntarla hacia mi coño y enchufarla con tino. Me frotó su glande sobre los pequeños labios entreabiertos, y al sentir el suave tacto de mi coño, soltó un gruñido de placer.

-Aaahh, Señor..!! -exclamó él.

Joseph me agarró por los muslos, abriendo mis piernas todo lo que podía, dejándolas dobladas por la rodilla, se abrazó a mí cubriendo la blancura de mi piel con la masa negra de su cuerpo, creando un contraste claro oscuro, como un estímulo extra a nuestra unión sexual. Ya no había remedio, dentro de unos segundos su oscura polla estaría dentro de mí y yo sería una esposa infiel.

-Lleva cuidado, por favor...! -le advertí. (No quise decírselo, pero yo tengo una peculiar estrechez congénita en el portal vaginal que cuando me penetra un hombre muy dotado, si no estoy bien lubricada y mete con cuidado, me causa una sensación dolorosa en los primeros momentos).

Mi compañero estaba extremadamente excitado y no estaba para bromas, así que siguió presionando para insertarme su polla, guiando el grueso miembro con una mano, empujando más, con firme delicadeza, hasta que la cabecita del glande se abrió camino entre mis labios.

Tanto significaba para mi aquel primer coito extramatrimonial, que el hecho de pensarlo me produjo una fuerte ansiedad y estrés, bloqueando la lubricación genital que tanto necesitaba. Para peor, todo había sucedido tan rápido, sin un juego preliminar que hubiera provocado mi humedad vaginal.

-Ay...aayyyy!  -me quejé de forma contenida.

Joseph se quedó desconcertado, parado y sin saber qué hacer.

-Uufff...Joseph, me vas a romper....! -exclamé dolida.

Él detuvo su avance, apenas tenía la cabeza del pene dentro.

-Qué te pasa...? -preguntó.

-No estaba preparada para tu polla tan grande, eso pasa. -le contesté.

-Bésame, Joana...

Se inclinó sobre mi rostro, ofreciéndome su lengua entre mis labios, fundiendo nuestras bocas en una sola, mientras él palanqueaba ligeramente su verga contra mi cavidad sexual. Así, pasados unos minutos de doloroso trance, sentí cierta relajación, distendiéndose  mi canal vaginal lo suficiente para que fuera penetrándome algún centímetro más, logrando que su masa de carne caliente poco a poco fuera ocupando su alojamiento en mi vagina. Mordiéndome los labios, aguanté en silencio el daño y la sensación de desgarro que sentía en mi coño, mientras era rellenado por aquel falo bestial. Después de varios minutos de sufrimiento, empecé a notar que se había producido la dilatación necesaria para el asentamiento de buena parte de su pene y el dolor se iba aliviando por momentos, hasta transformarse poco a poco en una sensación gratificante. Sentí una extraña impresión de animalidad, como si estuviera apareándome con un poderoso macho simioide, que me iba a destrozar el sexo.

Al darse cuenta de que mis quejidos se habían convertido en un respirar jadeante y ansioso, Joseph empezó a culear  firme y rápido, manteniendo su polla siempre dentro, después el ritmo se fue acelerando más y más, hasta que abruptamente le vinieron los latidos de su intenso orgasmo y pude notar  la descarga de una abundante eyaculación, quedándose como varado sobre mi cuerpo.

Extrajo su pene y enseguida noté las señales de tener semen dentro de mi vagina, haciéndome sospechar lo peor. Comprobamos el preservativo que aun llevaba puesto y si, de tanto forcejeo para metérmela, se había roto derramándose el esperma por todas partes. Quería enojarme por el incidente pero ninguno de los dos tenía la culpa, mejor sería tomarlo por el lado bueno.

-Joder, no sé que me ha pasado! -exclamó él.

-No te preocupes, el condón no era de tu talla. -le consolé yo.

Joseph de seguro no era un hombre promiscuo sexualmente, había podido comprobar claramente que además estaba poco rodado con mujeres, se había desinflado demasiado pronto, sin producirme mi clímax. Por ello, confiaba en no tener problemas sanitarios follando con él. Por otra parte, tenía confianza ciega en mi protección anticonceptiva.

Esa fue mi primera experiencia clandestina, la temida ruptura de mis límites. Después, nadie iba a saberlo, pero en mi interior ya no fui la misma. Todo había sido como si hubiera sido una primera vez, no dejaba de ser la pérdida de una segunda virginidad.

Joseph me abrazó con pasión, haciéndome sentir el agradable tacto de su piel todavía caliente, besando y devorando mis pechos de forma anhelante. Noté que su pene, pegado a mis muslos, otra vez iba haciéndose duro por momentos. Él estaba listo de nuevo para un segundo asalto, algo que me apetecía mucho para terminar de gozar plenamente, ya que le había perdido el miedo a su talludo falo.

Esta vez no nos molestamos en usar condón, en su lugar alcancé un tubo de gel de áloe vera que suelo usar para la piel y como cuidado de la vagina, me puse un poco en la vulva y le unté generosamente en todo el pene. Mientras le aplicaba el gel, le estuve pajeando delicadamente, ya que su erección era algo lenta, hasta lograr que su verga se pusiera dura y rabiosa como una víbora caliente.

Me coloqué encima, arrodillada, con las piernas abiertas, dejándome caer sobre él para besarnos soltando sonoros chasquido al chupar nuestros labios, mientras Joseph me acariciaba los muslos y los glúteos con pasión. En seguida noté que su verga estaba presionando en mi vulva, pidiendo entrar; se la agarré y la inserté en mi orificio dejando caer mi cuerpo lentamente, hasta que  forzó la entrada de mi agujero, todavía algo dilatado de lo anterior, clavándose en mis entrañas. Desde el primer instante sentí un inmenso gusto y presumí que iba a funcionar todo mejor. Joseph comenzó a bombear con su manguera bien conectada a mi coño, al mismo ritmo que yo le cabalgaba balanceando mi culo frenéticamente para friccionar nuestros sexos lo mejor posible. Fue un polvo increíble, que me obligaba a morderme los labios para no gemir de placer en el silencio de la noche. Él aprovechaba para manosearme los pechos que colgaban cerca de su cara. El acto fue tremendamente intenso y largo, sentía dentro de mí su virilidad masiva y caliente, removiendo mis carnes hasta el mismo cérvix. Después de muchos minutos así, noté que se aproximaba el deseado clímax y en seguida me aparecieron los síntomas y contracciones genitales de un delicioso orgasmo.

Mi compañero siguió batiéndose unos instantes más, no tardando en contagiarse de mi estado

de éxtasis para correrse como un poseso, vaciando su leche dentro de mi exasperado coño. Nos quedamos inertes, relajados, con mi cuerpo extendido sobre el suyo, manteniendo su polla aprisionada aún dentro por un momento. Me dijo que sí, que había tocado cielo al entrar dentro de mí, que había gozado intensamente, esperando que yo me hubiera sentido igual.

Poco después, nos separamos, Joseph se vistió, atisbó en la puerta para que no hubiera nadie en el pasillo y se marchó a su habitación. Yo me puse bajo la ducha, para lavarme los restos de semen que me había dejado mi compañero, me puse el pijama y me quedé tirada sobre la cama, exhausta, bien satisfecha, pensando en mil cosas, sin explicarme bien cómo un chico tímido y sencillo como Joseph me había ganado la partida, rindiéndome a las exigencias de su deseo, que al final se hizo mío, entregándome al pecado por medio de tan laborioso acoplamiento. Otros hombres con más recursos y experiencia que lo habían intentado antes, no lo habían logrado. En esto, me quedé dormida como un ángel.

Al día siguiente, nos reunimos todos los del curso, estuvimos visitando el pequeño pueblo y las montañas que lo rodeaban, realizando numerosas tomas de paisajes y de grupo. Durante el día, Joseph evitó acercarse a mí, apenas hablamos por no levantar sospechas. Por la noche, cena colectiva y después de disimular un rato por el salón, me despedí de la gente para retirarme a mi habitación y llamar por teléfono a mi esposo. Mi conversación con Jorge fue rutinaria para saber cómo nos iba a cada cual.

Al poco de colgar el teléfono recibí una llamada del móvil de Joseph para saber si podía visitarme en mi cuarto. Nos reunimos a cosa hecha como si fuéramos amantes consumados. Joseph no había perdido el entusiasmo ni mucho menos, se notaba que llevaba largo tiempo de abstinencia sexual, por eso la noche anterior se corrió prematuramente la primera vez.

Esa noche procedimos con mas aprovechamiento, yo estaba tranquila y con la ayuda del gel milagroso la penetración de mi pareja era más aceptable. Le sugerí a Joseph algunas prácticas que él no había utilizado hasta entonces. Le enseñé los secretos del sexo oral para poder realizar preliminares más completos y excitantes. Así, pudimos disfrutar mutuamente de nuestros cuerpos, yo del hermoso calabacín de Joseph y el de mi apretado coño así como de  mis suaves y codiciados pechos. Además aprendió a follarme a cuatro y otras posturas nuevas para él, ya que la longitud de su verga le permitía cualquier posición o acrobacia.

Su lengua cobro pronto habilidad para lamer y frotar en mis sitios sensibles, logrando llevarme al paroxismo del placer.

-Aaahh! aaahh! Bésame toda, Joseph...!  -le suplicaba yo entre dientes.

A cambio yo le dediqué ricas chupadas, comiéndole los huevos con delicadeza. Su capullo era pequeño en comparación con el grueso del tallo, lo que me permitía chuparlo bien, pero sin tragarme mucha parte de su pene, para no morir asfixiada.

Fue una velada apoteósica, me sentí más segura y activa, gozando plenamente en dos ocasiones.   De madrugada Joseph se fue secretamente a su dormitorio.

El domingo después del almuerzo regresamos a la ciudad, despidiéndonos como si nada. Intercambiamos unas breves palabras para despedirnos, prometiéndonos que seguiríamos en contacto  por teléfono.

Llegué a mi casa a media tarde, encontrando a mi marido enfrascado en su trabajo. Al verme se mostró muy complacido, intentando saber cómo me había ido en mi excursión. Cuanto me hubiera gustado decirle la verdad de lo ocurrido, que la había pasado fantásticamente follando salvajemente con un jovencito del curso. Me propuso salir a dar una vuelta, tomar una copa y cenar en algún restaurante. No tenía nada de ganas de salir, me encontraba incómoda y menos me apetecía que me hiciera muchas preguntas, pero disimulé y accedí a salir un rato. Jorge me notó algo apagada y me justifique por el cansancio del viaje. Más tarde, en la cama se mostró muy  dispuesto y me hizo el amor con pasión y ganas mientras yo tuve que simular una entrega que no sentía, ya que,  aparte de estar saturada de sexo, tenía tal irritación y escozor de la noche anterior, que con este coito inoportuno me causaron más molestias que placer.

Ese lunes siguiente, muy temprano, mi esposo había viajado a Madrid para asistir a sus reuniones durante cinco días. Hacia el mediodía me llamó Joseph interesándose por mi estado físico y de ánimo, quería reunirse conmigo aprovechando la ausencia de Jorge. Le dije que necesitaba descansar y pensar a solas en mis cosas, posponiendo nuestra entrevista para el día siguiente. La verdad es que tenía el coño devastado por la caña que había recibido del pollón

de mi amigo, -ahora amante- africano, seguía con molestias y escozor en la entrada de mi vagina.

El martes nos citamos en su casa, tomé un taxi que me llevó hasta su apartamento. Yo me había recuperado gracias a un tratamiento de alivio que me relajó, calmándome la mucosa irritada. Estuvimos en la cama hasta el anochecer disfrutando de intensas acometidas  sexuales. Joseph progresaba cada día en su papel de amigo con derecho a todo. Ese día, por el efecto de la crema que me había puesto, mi chocho estaba ligeramente sedado, me costó mucho gozar y correrme, sólo al final  sentí la dicha de un orgasmo placentero.

Al terminar le hice reflexionar de que lo que habíamos empezado no podía seguir así, aunque la pasaba increíble con él, no deseaba desestabilizar mi vida, ni tener conflictos matrimoniales.

Joseph se enfadó mucho por mi propósito de cortar nuestra relación tan de repente. Se puso intratable, sin entrar en razón, ni aceptar la realidad, de manera que para calmarle y evitar que hiciera alguna locura, acepté en que mantendríamos varios encuentros durante esa semana, aprovechando que yo estaba sola. Después, cuando regresara Jorge, ya veríamos qué hacer. El caso es que me acostumbré a quedarme exhausta con aquella clase de sexo tan intenso, casi siempre precedido de largos preliminares y penetraciones penosas que me llevaban a un placer que me dejaba sin sentido. Así, estuve acudiendo sumisa a su cama durante unos meses, calmando mis renacidas ansias libidinosas y satisfaciendo el deseo carnal de mi amigo Joseph, hasta que acabó el curso y tuvo que regresar a su país. Jorge siguió adicto a su trabajo sin enterarse ni sospechar nada de lo que había estado ocurriendo. Fue un tiempo espléndido para mi, hasta que se marchó el negrito, muy encelado y enamorado, dejándome volver a mi vida rutinaria, añorando aquellas tardes ricas de sexo y atenciones generosas.

Aparte de mi bautismo de sexo interracial, Joseph fue primero en algo, sin esforzarse demasiado logró eliminar un tabú de mi conciencia. La verdad es que salvando su tremenda dotación y la constancia de su pasión, no fue de los mejores amantes que he conocido. Adolecía de cierta languidez en sus acciones, al contrario que mis parejas blancas anteriores que siempre se  han producido con más nervio y tensión, más arrebatados en el momento de la cópula. Lo digo para destruir  el mito de que los garañones negros son superiores a los blancos en la cama, algo que a mí no me parece que sea así. Me atrevo a generalizar, no solo por mi experiencia personal, sino también por las opiniones de algunas amigas que han probado el placer de follar con tipos de color con resultados más o menos mediocres.