El collar de Daniela
Daniela recorre como cada día su ruta de metro hacia el trabajo. Como de costumbre, analiza minuciosamente a todos los hombres con los que se encuentra. Jamás imaginó lo que ocurriría la próxima vez que entrara en ese vagón. Descubre un relato lleno de pasión, sexo en público y calor.
Cada mañana Daniela se despertaba perezosa a las siete en punto. Silenciaba la alarma de su Samsung y se fundía cinco minutos más con sábanas antes de volver a la rutina diaria. Le encantaba esa pequeña tregua después del sueño, en la que dejaba volar su imaginación antes de pisar el suelo de la habitación para empezar un nuevo día. En el cuarto de baño dejaba caer su ropa y ante el espejo, recorría de un vistazo su cuerpo de treintañera. Siempre había odiado sus caderas anchas que morían en unos glúteos demasiado voluminosos para su gusto, a pesar de las numerosas pasiones que habían levantado entre sus amantes desde la adolescencia. Cuando se vencía ante ellos a cuatro patas y dejaba a la vista aquellas formas tan sumamente redondeadas y voluminosas, lograba sacar el lado más salvaje de quién tenía la suerte de contemplarlo, por muy frío que fuera. En esa posición se remarcaban hasta el infinito unas curvas que ya de por sí eran abultadas y llamativas.
Un largo collar de bisutería descendía desde el cuello hasta perderse entre sus pechos desnudos. El tamaño era el idóneo en su opinión y el grosor de sus pezones le confería un aspecto sumamente atractivo, tan firmes y gorditos que invitaban a morderlos. La firmeza del busto le permitía no utilizar sujetador, dejando que las camisas y tops se deslizaran sobre ellos. E incluso en días como aquel en los que la meteorología acompañaba, no la importaba ir totalmente desnuda debajo de su vestido veraniego, donde solo una diminuta tira de vello coronaba su entrepierna.
El camino al centro comercial donde trabajaba, le llevaba más de una hora con dos transbordos de metro incluidos. Daniela aprovechaba ese tiempo para fijarse en el sinfín de viajeros que la acompañaban durante el trayecto. Le seducía la imagen que proyectaba en su mente teniendo sexo con alguno de ellos, aunque jamás aunó el valor suficiente como para hacer sus fantasías realidad. Soñaba con verse envuelta en un tórrido encuentro con uno o varios desconocidos, en esa jungla humana que la devoraba cada mañana rumbo al trabajo. Había hombres altos, sudorosos, desaliñados, con estilo hipster, universitarios y por supuesto esos ejecutivos trajeados que no dejaban de consultar sus agendas. No la importaba, cada uno despertaba una inquietud diferente en su traviesa imaginación. Pero ciertamente todas esas ilusiones terminaban en nada o como mucho jugando con sus dedos bajo la ducha al regresar a casa.
Siempre fue así y por ello logró adivinar que, en ese momento de su rutinaria vida, todo cambiaría en un pequeño instante. La primera vez que lo vio, realmente no reparó en su figura. Marc era un chico delgado que no llegaría a los veinticinco, con cara de no haber roto un plato jamás y habitual de la línea seis. De esos que en una discoteca preferían mantenerse al cobijo de sus amigos, en lugar de acercarse a una mujer del calibre de Daniela . Se delgadez, su falta de musculatura y su gesto bisoño, lo descartaban de la lista de clásicos Don Juanes que pululaban en torno a ella haciendo gala de su virilidad, en gimnasios, playas o fiestas. No, sin duda no era un tipo en el que fijarse, salvo por el hecho de que día sí y día también, compartían viaje hacia los confines de la ciudad.
Pero aquella jornada sin duda guardaba un sorprendente final. Tras malgastar sus ocho horas ofertando cosméticos a señoras a las que jamás recuperarían su juventud, de nuevo tomó el mismo tren rumbo a su casa. Y como era habitual a la hora del cierre, el vagón estaba totalmente lleno. Lo cual, por supuesto, provocaba una incomodísima maraña humana, repleta de empujones, pisadas y pocas disculpas. Fue el puro azar o tal vez esas preciosas casualidades que a veces suceden en la vida, lo que llevó a Daniela a verse cara a cara con aquel chico. Apenas le separaban unos centímetros, distancia suficiente para constatar que era todavía más joven de lo que pensaba. Tenía una incipiente barba que le cubría el bajo rostro desde las orejas hasta el mentón y unos ojos verdes huidizos del voluptuoso cuerpo de nuestra protagonista. Ella jugueteaba distraída con su brillante collar, conformado por grandes esferas de plástico plateado, intercambiando pequeñas y breves miradas hacia él.
Marc, por el contrario, trataba de esquivar a toda costa el contacto con Daniela , porque a diferencia de su compañera de viaje, siempre se había fijado en la sensual figura que ahora tenía delante. Jamás había visto a una chica con un culo tan grande y firme como el suyo, no al menos en la vida real. Era su debilidad y ahora prácticamente lo podía tocar con sus manos. Sin embargo, cuanto más luchaba por borrar de su mente todas esas ideas acerca de cómo poseer aquellas nalgas tan redondas y marcadas, más se encendía su imaginación.
Daniela lo notó. En su afán por analizar todo su entorno, reparó en que el nerviosismo del muchacho tenía origen y fin en su persona. Ante su inexperiencia, pronto se dio cuenta de cómo él también la miraba fugazmente y poco a poco alimentaba sus fantasías más ocultas. Ella quería jugar, lo llevaba pensando muchos meses y sencillamente se dejó llevar. Se dio la vuelta con disimulo y dio un pequeño paso hacia atrás, un sutil movimiento que produjo un primer contacto entre ambos. El final de su vestido acariciaba suavemente la entrepierna de Marc que instintivamente retrocedió algunos centímetros, hasta topar con la pared del vagón. No era su tipo de hombre, es más, el calificativo de hombre tal vez le viniera grande, pero la situación la empujaba a seguir. Puede que fuera esa atrayente sensación de sentirse deseada o sencillamente la excitación de poder poner caliente a un desconocido en medio de la multitud. Sin pensarlo dos veces, se apretó un poco más contra el pantalón del chico y comenzó a notar como este también estaba verdaderamente encendido.
Sintió un gran bulto contra su culo. Estaba muy duro y recorría buena parte de la distancia hacia la pierna derecha. Daniela se preguntó si un chico tan tímido, guardaría bajo su ropa algo mucho más grande que esos presuntuosos de la noche que acababan por dejarla a medias. Comenzó a sentir mucho calor y se mordió el labio antes de lanzarse a la locura de llevar a cabo lo que siempre había imaginado. Lo primero que hizo fue levantar la parte trasera de su vestido, apoyándose totalmente desnuda contra Marc. Él no supo qué hacer, los nervios y la excitación le tenían atenazado. La mujer, perdiendo cualquier tipo de reticencia, se frotó contra él haciendo pequeños círculos sobre su miembro que estaba cada vez más erecto y firme. Después se llevó las manos a la espalda, para seguir con el juego palpando con sus manos.
El desafío de Daniela siguió estación tras estación, hasta que el vagón quedó completamente vacío. Justo cuando el último viajero lo abandonó, ella se volvió súbitamente hacia Marc y le besó apasionadamente. Sus labios atraparon los del joven y luego le siguió su lengua jugueteando como tanto le gustaba. Se la escapó un mordisco que él correspondió con su mano colándose debajo del vestido. Luego siguió con un lametazo en el cuello que recorrió con ahínco mientras ella se dejaba hacer.
Con suma habilidad, Daniela desabrochó el pantalón de su pareja. Se deslizó entre la curiosidad y el deseo, hasta que se topó con un factor que hizo definitivamente desatar su lascivia. Sus dedos palparon el miembro más largo y grueso que jamás había conocido en sus múltiples encuentros sexuales a lo largo de su vida. Apenas sí podía rodearlo completamente, notando como sus venas estaban totalmente tensas. Cuando lo sacó a su vista, pudo comprobar cómo ante sí tenía un auténtico pollón que acababa en un descuidado vello de color castaño oscuro. Le dedicó una mirada de sorpresa, pero el instinto la llevó a agacharse frente a Marc y arrastrar aquel pene tan enorme hacia su boca.
Ni agarrándolo con las dos manos, podría cubrir su longitud por completo. No se pudo controlar. Daniela lo chupó con delicadeza al principio, dejando que sus labios recorrieran con dedicación el glande de Marc. Este cerró los ojos y agarró con fuerza el pelo de la mujer que no tardó demasiado en aumentar el ritmo de la felación. Siempre pensó que los grandes amantes serían musculosos, altos y varoniles, pero en ese momento estaba tan cachonda como jamás antes lo había estado. Trató de engullir todo lo que tenía ante sí pero no pudo, era demasiado larga para su boca. Optó por trabajar la punta con su lengua de arriba abajo, mientras que con una mano agitaba una y otra vez aquel enorme tronco. Desde arriba, el chico no dejaba de observar como las tetas firmes y grandes de Daniela se movían acompasadas con cada acometida.
Guiado por la pasión del momento, Marc llevó a Daniela hacia el respaldo de uno de los asientos, la inclinó ligeramente y se puso tras de ella. Acarició su polla varias veces y levantó el vestido hasta la cintura de la mujer. La dio un pequeño beso en el cuello, para a continuación rozar los labios de su vagina con su miembro erecto. Lo hizo varias veces, pudiendo cerciorarse de la gran humedad que desprendía aquel agujero. Cerrando los ojos, presionó hasta que poco a poco se adentró en Daniela , sintiendo la estrechez con el avance. Ella gimió al notarlo.
- ¡Oh por favor! -Dijo Daniela cuando la sintió dentro.
Marc empezó a embestirla cada vez con más fuerza, notando como su pequeño coño le atrapaba con hambre. No se podía controlar, mientras se la metía agarraba con fuerza esas dos enormes tetas que ahora eran dueñas de unos pezones totalmente duros. Ella gemía, no había nadie en el vagón, pero el nerviosismo porque alguien los sorprendiera hacía la situación cada vez más excitante.
-Fóllame-Gritó de nuevo la chica, cuando Marc la propinó un fuerte azote en su nalga derecha.
Superando su timidez y sin poder evitarlo, él introduzco uno de sus dedos en el agujero pequeño de Daniela . Ella nunca había probado el sexo anal, salvo los pequeños juegos que solía hacer en la ducha. Solía prohibir a sus amantes que tan si quiera lo intentaran. Sin embargo, esta vez, asistió sin objeción a la acción de Marc que la penetraba simultáneamente por sus dos orificios. Sentía escalofríos, su cuerpo temblaba de placer. Se corrió. No pudo recordar si fueron dos o tres orgasmos los que sintió en aquel momento. Pero fue tan intenso que el gran falo de Marc se impregnó totalmente de su humedad.
Acto seguido, él le quitó el largo collar que Daniela siempre llevaba consigo. La ató las manos a una de las barras de seguridad del metro. Ella no se podía mover. Un chico delgado y débil la estaba follando como nunca antes la habían follado, sin poder hacer nada. Fue entonces cuando notó como su enorme pollón empujó su diminuto agujero del culo, hasta penetrarla completamente. Se le escapó un pequeño grito de dolor, pero el morbo era tan grande que inconscientemente una de sus manos acabó frotando con intensidad el clítoris. Se volvió a correr. Estaba totalmente exhausta de placer.
Le pidió que parara, pero no lo hizo. Marc siguió follando a Daniela entre gemidos, azotes y embestidas. No se podía liberar de su propio collar. Él sabía que no aguantaría mucho más, pero no se lo dijo. Siguió dándola duro, sacando toda la pasión que albergaba su cuerpo. No logró frenar a tiempo, acabó dentro de Daniela . Explotó con furia en la parte más estrecha de su voluptuoso y jugoso culo. Nunca experimentó en su vida tanto placer.
Cuando se dieron la vuelta, comprobaron cómo a su lado otro joven observaba atónito la escena. Daniela se marchó avergonzada, no se volvieron a ver. Pero desde entonces, no volvió a ver a los hombres de la misma forma.