El collar
Alexandra ha terminado con su novio y toca ir a recoger sus cosas, pero este tiene un último plan para arreglar las cosas con ella.
Aun cuando la otra persona haya sido un idiota y lo hayas hecho por tu bien, un rompimiento nunca es fácil. Hay que dejar atrás tiempo, sentimientos y recuerdos además de una rutina sobre la que ya habías moldeado tu vida.
Esos pensamientos eran los que pasaban por la mente de Alexandra, una muchacha oriunda de Cataluña que en ese momento se encontraba mirando hacia un complejo de apartamentos en el que vivía el hasta hace unos días novio, Josué.
Había conocido a Josué en una fiesta que dio una de sus amigas y le pareció bastante lindo y caballeroso, por lo que comenzaron a salir y tras unas semanas al fin lo hicieron formal. Pero poco a poco el cuento de hadas se fue acabando: Josué demostró ser bastante posesivo y celoso, queriendo saber donde estaba ella a todas horas, con quienes estaba e incluso le llegó a demandar que dejara de hablarle a algunos muchachos que conocía de bastante más tiempo que a él.
Alexandra le dio muchas oportunidades, pero al no entender decidió poner fin a la relación. Josué le rogó bastante para que no le dejara, pero su decisión estaba tomada.
Si bien a ella le dolió un poco terminar algo que en un principio pareció bonito, se le pasó pronto cuando recordó que no tardaría mucho en encontrar a un nuevo novio, después de todo fea no era: era rubia de cabello rizado, con una piel pálida y una cara surcada de pecas que combinaban bien con sus ojos marrones. Sus únicos defectos a su gusto era que era algo bajita y que sentía su culo algo relleno, pero esos defectos eran ignorados con sus labios gruesos y sensuales, además de unas tetas copa b que sabía presumir con escotes.
Ahora sólo faltaba una cosa para dejar atrás esa relación: regresarse sus cosas.
Alexandra miró la caja que sostenía con ella donde tenía varios de los regalos, fotos y cartas que Josué le había regalado. Suspiró, era hora de terminar con eso.
Tomó el elevador hasta el piso de Josué y salió de este, caminó el pasillo hasta su puerta, la golpeó con los nudillos y esperó.
La puerta se abrió y por esta se asomó se un muchacho alto y moreno de cabello negro corto.
—Hola —le saludó Josué.
—Hola —le saludó de vuelta Alexandra, esto era incómodo.
—Adelante, pasa —dijo él haciéndose a un lado.
Alexandra entró al departamento y lo miró. Era raro sentirse extraña en un lugar donde había pasado tantas noches.
—Tus cosas están en la mesa —dijo Josué mientras cerraba la puerta—, deja las mías ahí si quieres.
Alexandra sólo asintió y fue hasta la mesa del pequeño comedor del departamento, dejó su caja sobre esta y en efecto, ahí había una caja con los regalos que ella le había hecho a él. Tantos recuerdos…
—¿Quieres una taza de café? —preguntó Josué, sacándola de sus pensamientos.
Alexandra se giró y vio que Josué estaba sirviendo café en dos tazas. Las tomó y se acercó a ella dándole una que vio con desconfianza. Más que sentirse molesto, Josué sonrió y dijo:
—Vamos, que hayamos terminado no significa que no pueda ser educado y ofrecerte una taza de café mientras estás aquí de visita.
Alexandra sonrió y tomó la taza en sus manos. Josué podía ser tan agradable a veces… era una pena que le constara que podía ser desagradable todavía más veces.
Mientras pensaba en eso le dio un sorbo al café. Pronto el sabor a cafeína le inundó el paladar pero al mismo tiempo, un sabor extraño que no pudo reconocer, ¿caramelo? ¿Canela? ¿Vainilla?
Pero no tuvo tiempo de seguir catando la bebida, porque pronto ocurrió algo: la cabeza comenzó a darle vueltas, la taza se resbaló de sus manos estrellándose en el suelo derramando su contenido por el suelo y perdió el equilibrio al punto de que tuvo que sostenerse de una silla para no caer. Pronto sintió los brazos de Josué que la sostenían de los hombros, se giró a verlo y logró ver que sonreía.
—Tranquila Alexandra, estás en buenas manos…
—Ay no… —fue lo último que pudo decir Alexandra antes de perder el sentido.
Poco a poco Alexandra fue recuperando el sentido, pero este le regresó de golpe al recordar que Josué la había drogado.
Abrió los ojos y se vio en el suelo de su departamento, se reincorporó y se revisó la ropa para ver que todavía estuviera vestida, y lo estaba, pero eso no significaba que todo estuviera bien.
—¿Qué es esto? —se preguntó llevándose las manos al cuello, ya que alrededor de este tenía algo, algo que por lo que su tacto le revelaba, era una especie de collar ajustado.
—Oh, ya despertaste —dijo Josué frente a ella.
Levantó la vista y lo vio sentado en un sillón sonriendo con burla.
—La droga que te di no te noqueó por mucho tiempo, sólo el suficiente para ponerte ese collar —explicó.
—¡¿Qué carajos es esto?! —preguntó Alexandra entre furiosa y asustada.
—Un regalito que me dio una tía santera —explicó Josué—. Te convertirá en mi juguete sumiso y vacío, lo que siempre debiste ser.
Ante esas palabras, el miedo desapareció de la mente de Alexandra y fue reemplazado con más enojo.
—¿Me estás jodiendo? —preguntó sintiendo que le tomaban el pelo.
Pero en toda respuesta Josué sólo sonrió, levantó la mano y acomodó sus dedos para chasquearlos.
—No —dijo antes de tronar sus dedos.
El efecto fue inmediato. Alexandra comenzó a sentir un fuerte dolor en la cabeza. Cayó sobre sus rodillas mientras se sujetaba la cabeza tratando de mitigar el dolor, sentía como si una capa de pintura blanca estuviera cubriendo todos sus pensamientos, dejando sólo una palabra que se repetía una y otra y otra vez hasta que lo único que podía pensar… y decir.
Josué miró complacido la escena frente a él. Alexandra de rodillas, mirando al techo, con los ojos totalmente en blanco y con una única palabra saliendo de su boca.
—Obedecer… Obedecer…
Todo había funcionado tal y como su tía le había dicho que iba a ocurrir. Se acercó a Alexandra y ordenó:
—De pie.
La orden llegó a los oídos de Alexandra y esta de inmediato obedeció, poniéndose de pie y adoptando una posición de firmes.
Josué miró a su nueva adquisición, le pasó el dedo por la mejilla y dijo:
—Te dije que tú sólo podías ser mía Alexandra. Y si no lo quisiste por las buenas entonces será por las malas. Habrá que reeducar un poco tu cerebro, pero antes, ¿por qué no divertirnos en tu estado actual? Quítate la ropa.
Josué regresó al sillón y se sentó para observar el espectáculo. Ya había visto a Alexandra desnudarse varias veces, pero le daba una pizca extra de placer verla hacerlo de esa forma tan monótona y obediente.
El robot que era Alexandra obedeció: se quitó el suéter, la blusa, la falda, las medias… todo hasta que pronto quedó totalmente desnuda. Josué se puso de pie y giró alrededor de su esclava para admirar ese cuerpo desnudo en total sumisión a él, se detuvo detrás de ella y con fuerza le agarró una de las nalgas. Esa era la parte de ella que más loco le volvía y no podía creer que Alexandra despreciara esa parte de su cuerpo.
Soltó la nalga de la muchacha y regresó al frente de ella, comenzó a desabrocharse el pantalón y pronto aquel miembro erecto y ansioso fue libre, apuntando a la muchacha. Josué sabía muy bien qué era lo primero que quería ahora que Alexandra era completamente suya.
—De rodillas y hazme un oral —ordenó sin pena.
A Josué le gustaban los orales, pero a Alexandra siempre le habían dado asco y nunca había accedido a hacerle uno… pero ahora no tenía opción, ya que sin mente no podía sentir asco.
Obediente, Alexandra se hincó tal y como le habían ordenado, tomó con sus manos aquel miembro, lo masturbó un poco y sin más preparación, se lo metió en la boca y lo atrapó con sus labios gruesos y sensuales, comenzando entonces a mover la cabeza de atrás hacia adelante mientras se las arreglaba para acariciar ese falo con su lengua.
Josué mientras tanto estaba en el paraíso, gozando como nunca con ese tratamiento y lo demostraba acariciando aquellos risos rubios.
Pero por más bien que se sintiera, Josué no quería terminar ahí, quería seguir disfrutando del paquete, así que sacó su pene de la boca de Alexandra y tuvo que tomarla del cabello para que la ansiosa muchacha no se lanzara sobre él para continuar cumpliendo con la orden que le habían dado.
—Ya basta —ordenó Josué y fue así como Alexandra dejó de intentar alcanzar aquel falo con la lengua—. Ahora ve al sillón, apoya tus manos en él y apunta tu culo así mí.
Alexandra obedeció al acto. Se levantó mientras que Josué liberaba su cabello y se dirigió al sofá para tomar la posición que se le había ordenado.
Relamiéndose los labios, Josué se quitó de encima el resto de su ropa y ya también desnudo avanzó hacia ese desprotegido culo mientras se masturbaba. Una vez más acarició una de esas gloriosas nalgas y hasta se animó a inclinarse para morder una con tal fuerza que una marca roja en forma de sus dientes no tardó en aparecer sin que Alexandra diera muestras de por lo menos haber sentido algo.
Sonrió por su “travesura” y comenzó a masturbar a la muchacha para que sus fluidos vaginales comenzaran a fluir y lubricaran aquella cueva peluda y cuando su mano comenzó a estar empapada de estos, supo que era el momento.
Tomó su pene y lo apuntó a aquella raja para luego comenzar a introducirla sin encontrar nada de resistencia gracias a una combinación de que sus paredes vaginales ya se habían abierto mucho gracias a todo el sexo que habían tenido como novios y toda la lubricación que Josué le había provocado.
Llegó hasta el fondo de ella y comenzó a bombearla, encantado por los sonidos de humedad que hacía la vagina de ella y los aplausos que hacían sus carnes a chocar. Pero para él eso no fue suficiente y comenzó a bofetear aquellas gloriosas nalgas para aumentar el ruido de los aplausos en la habitación y era tal su placer al castigar así a la mujer que él decía amar, que no se detuvo incluso cuando aquellas nalgas pasaron de un blanco crema a un escarlata rosado.
Finalmente comenzó a sentir el tan preciado orgasmo, así que aumentó su propia velocidad y finalmente dejó salir todo su semen, sabiendo que ahora mismo este estaba entrando sin problemas al útero de la mujer de su vida y mientras el orgasmo se apoderaba de él, se inclinó para abrazar a Alexandra, tomar sus tetas y apretarlas y comenzar a besar su espalda.
Cuando el orgasmo terminó, agotado Josué salió de ella y se dejó caer al suelo para recuperar el aliento. Miró hacia arriba y vio cómo Alexandra mantenía la posición que le habían ordenado, aun cuando el semen de su hombre ya comenzaba a escurrir de su vagina y caía a gotas al suelo.
Josué rió, se puso de rodillas, abrazó la pierna de Alexandra y mientras le besaba una de sus nalgas, dijo:
—Ahora mi querida Alexandra, hora de reeducarte. Te prometo que te voy a hacer muy, muy feliz.
Unos meses más tarde…
Alexandra se encontraba sentada en el sillón de la casa de Josué. Ya no tenía los ojos blancos, pero eso no significaba que todo estuviera bien. Su mirada estaba perdida y tenía una pequeña sonrisa que se sentía como sin vida, todavía llevaba el collar en el cuello y además, estaba desnuda, pero eso no era todo, Josué estaba a su lado, también desnudo, acariciando su vientre que se veía abultado.
Alexandra tenía pegado a su oreja su Smartphone, hablando con alguien.
—Sí mamá, no te preocupes —decía con la mirada pérdida—. El embarazo va bastante bien. Sí, Josué nos está cuidando muy bien a mí y al bebé. Sí, todo está bien, cualquier cosa yo te llamo.
Y mientras Alexandra seguía hablando con total normalidad con su madre, Josué pellizcó uno de los pezones de su hembra hasta que unas gotas de leche salieron de este, se lo llevó a su boca y comenzó a chupar aquel dulce néctar.
Era el hombre más feliz del mundo.
Nota del autor:
Dedicado a Alexandra, espero te haya gustado. Y en otra nota, Twin Puppies 1 ya superó las 10 mil lecturas, ¡muchas gracias a todos!