El collar - 2

Josué disfruta de su vida de casado poco antes de que nazca su primer hijo.

Eran pasadas de las seis de la tarde cuando el autobús se detuvo en una esquina frente a una tienda y de este, entre muchas otras personas, bajó un muchacho alto, delgado y de cabello corto.

Josué comenzó a caminar por las calles hasta llegar frente a un complejo de departamentos. Antes de entrar a él se detuvo un momento para contemplarlo; ese era el lugar que había llamado hogar por el último año y aunque antes había vivido solo ahí, ahora tenía compañía, una compañía por la que había tenido que hacer muchos cambios en su vida, pero consideró que eran cambios que habían valido la pena, pues ahora estaba con la mujer de su vida y a punto de iniciar una familia al lado de ella.

Luego de ese momento de feliz reflexión, al fin entró al complejo de apartamentos y de ahí al ascensor el cual lo llevó hasta su piso. Salió de la pequeña caja de metal y comenzó a caminar por el pasillo hasta que se detuvo frente a su puerta, sacó un manojo de llaves de su bolsillo y con una de estas abrió.

Dentro le recibió su pequeño departamento de siempre, pero no fue lo único que lo hizo: el aroma a un rico caldo de pollo le llenó los pulmones.

Cerró la  puerta y avanzó hasta la cocina, en donde se encontró con una gran visión: Ahí se encontraba de espaldas una muchacha de largo cabello rizado color dorado, algo bajita pero con un enorme culo que se podía ver sin problemas gracias a que la chica estaba desnuda, siendo lo único que llevaba encima un delantal… y un collar en el cuello.

Sintiéndose observada, Alexandra giró su rostro pecoso y con sus ojos apagados miró a Josué, pero de inmediato una gran sonrisa se dibujó en sus labios, dejó el cucharón con el que estaba preparando el caldo al lado de la estufa y se lanzó a los brazos de Josué.

—¡Mi amor! —dijo con un tono que indicaba que estaba completamente enamorada de ese hombre—. ¡Bienvenido a casa!

Y acto seguido comenzó a besar a su hombre y mientras que este sentía como la muchacha apretaba contra él esas tetas llenas de leche y la barriga de cómo ocho meses de embarazo, aprovechaba para manosearle las nalgas.

Cuando el acto tan cachondo terminó, Alexandra al fin dejó de devorar los labios y lengua de su marido y dijo:

—La cena está lista. Ve a la mesa y ahorita te la llevo.

Josué asintió y la muchacha se dio media vuelta para regresar a lo que estaba. Antes de ir a la mesa, el muchacho se dio un momento para admirar ese majestuoso trasero que ahora le pertenecía, le dio una fuerte nalgada que resonó por todo el departamento que Alexandra respondió con un gemido de placer y ahora sí, se fue a sentar.

Al poco tiempo llegó Alexandra al comedor y dejó el plato con el caldo delante de su marido. Este le sopló y comenzó a comerse la cena, pero entonces vio que la muchacha se había quedado al lado de la mesa, mostrándose algo ansiosa.

Josué rió un poco antes de preguntar:

—¿Ocurre algo?

Alexandra se sobresaltó al ver que se dirigían a ella y se apuró a responder:

—Bueno, es que he sido una buena esposa —respondió ella—. Me quedé en la casa haciendo el quehacer y preparé la cena. Me preguntaba si… si podría tener mi recompensa.

Josué volvió a reír.

—Adelante —permitió.

Alexandra soltó un chillido de emoción como si le acabaran de conceder el deseo más anhelado de su corazón.

De inmediato se metió debajo de la mesa y pronto el muchacho sintió las manos ansiosas de su mujer desabrochándole el pantalón y luego bajándolo un poco junto con el bóxer hasta que su polla erecta quedó al aire y después, sin dar ningún aviso, sintió como Alexandra se lo llevaba a la boca y comenzaba más que a chuparlo, a devorarlo. La ansia de la muchacha por tragarse esa verga era tan grande, que si Josué pudiera ver debajo de la mesa vería que justo debajo del coño de la muchacha ya empezaba a formarse un charco viscoso de los fluidos vaginales de esta que escurrían en un largo hilo hasta el piso.

Mientras recibía ese trato, Josué una vez más pensó en lo afortunado que era, pues tenía a una hermosa chica como esa totalmente sometida a sus más enfermos deseos. Y todo se lo debía a su tía la santera y al collar mágico que le había dado, con el cual mientras que Alexandra lo tuviera en su cuello, no será nada más que un sumiso juguete para su disfrute personal… y aunque ella tenía varias modalidades, ultimadamente había elegido convertirla en una esposa sumisa, entregada y por sobre todo, ninfómana.

Pero mientras acariciaba esa cabeza que subía y bajaba en proporción a la longitud de su falo, miró el plato de caldo y sonrió cuando una idea maquiavélica se le cruzó por la mente. Hasta el mejor platillo podría llegar a cansar si se consumía muy seguido, por lo que había que variar la receta y a veces, sólo bastaba un poco de “picante” para hacer ese cambio…


Alexandra abrió los ojos. Se sentía mareada y además de desorientada, sintiendo que había dormido por muchas más horas de lo recomendado. También se sentía un poco hinchada, lo que le hizo preguntarse si no estaría a punto de recibir “esa visita del mes”. Luego sintió algo atorado en su recto, quizá tendría ganas de ir al baño, por lo que sería momento de levantarse e ir al baño.

Trató de moverse, pero no pudo, sólo sintió que el mareo aumentó. Luego sintió un poco de aire frío y ahí su cerebro comenzó a funcionar más rápido: se dio cuenta de que estaba desnuda y además no estaba acostada, estaba sentada sobre algo… o mejor dicho alguien.

—¡¿Pero qué…?! —exclamó Alexandra comenzando a salir de su estupor.

—Oh… ya despertaste —dijo la persona sobre la que estaba sentada.

Alexandra se giró y vio que era Josué.

—¡¿Pero qué haces maldito desgraciado?! —chilló Alejandra con el corazón latiéndole a mil por hora.

—¿Qué no es obvio? —preguntó Josué sin perder esa nota burlona en su voz—. ¡Estoy teniendo sexo anal con mi esposa!

Y dicho eso, comenzó a embestirla más fuerte, haciendo que la muchacha notara que el mareo que sentía era a causa de las embestidas que le estaban dando y la incomodidad en su recto… era porque tenía una polla enterrada ahí.

Sin embargo, pese a todo lo que pasaba por su cabeza, Alexandra decidió pasar al punto que le pareció más importante:

—¡¿Cómo que tu esposa?!

Josué se carcajeó antes de responder.

—Eso es lo que eres Alex… ¡mi mujer!

—¡Jamás! —chilló Alexandra tratando de sacar de su interior aquella polla que aunque no quisiera aceptarlo, le comenzaba a dar una cantidad de placer que era difícil de procesar a su cerebro.

Siguió otra carcajada y luego el muchacho dijo:

—¿Por qué no miras tu cuerpo? Es la prueba máxima de que lo que digo es verdad.

Sin comprender a qué se refería su agresor, Alexandra bajó la mirada y lo que vio la aterró por completo:

Sus tetas estaban enormes e hinchadas, con los pezones grandes y duros como fresas, pero lo que más le aterró fue ver su vientre, pues estaba tan hinchado que hasta el ombligo se le había votado.

—¿Qué…? ¡¿Qué es esto?! —gimió en terror.

—¿No es obvio Alexandra? —respondió Josué disfrutando del momento—. ¡Estás embarazada! ¡Embarazada de nuestro hijo!

—¡No! —gimió Alexandra con lágrimas saliendo de sus ojos—. ¡Eso no puede ser!

—Si no me crees… —dijo Josué y se reincorporó un poco para tomar las tetas de la muchacha y apretarlas y acto seguido, pequeños chorros de un líquido blanco salieron disparados de los pezones de esta.

—¡¿Qué es eso?! —gimió Alexandra.

—¡Tu leche Alex! —gritó Josué extasiado por la escena—. ¡Eres una vaquita lechera!

Pero la prueba que le hizo a la pobre muchacha al fin aceptar que lo que estaba pasando era real, fue que sintió una leve patada en su vientre. En efecto: había un niño creciendo en su interior.

Eso fue todo lo que puso soportar.

—¡Noooo! —gritó con terror—. ¡No puedo estar embarazada! ¡No puedo! ¡Tengo muchos planes! ¡No quiero tener hijos!

La desesperación por la que comenzó a pasar la muchacha hizo que su ano se contrajera, lo que aumentó el placer que Josué ya estaba experimentando, así que comenzó a embestir con más fuerza a la muchacha, lo que también aumentó más el placer que estaba golpeando su ya de por sí dañada psique.

—No quiero ser una mami, no quiero… no quiero… —comenzó a balbucear mientras chorros de baba bajaban por su barbilla.

—No digas eso mi putita —dijo Josué con una gran carcajada—. ¿Qué diría tu bebito si se entera que en algún momento lo negaste?

Por toda respuesta, Alexandra sollozó más.

La sonrisa de Josué se ensanchó; se acercaba el gran final. Antes de liberar a Alexandra de su trance, le había puesto una orden muy especial a la muchacha: cuando sintiera que él se corría, ella sentiría el orgasmo más grande que hubiera tenido en su vida.

Continuó embistiendo a la pobre muchacha que en ese momento ya no podía articular bien las palabras, comenzó a sentir un orgasmo y entonces llegó: comenzó a sentir como todo su semen le llenaba los intestinos a la muchacha.

El gatillo escondido en el cerebro de Alexandra se activó con la precisión de una bomba de tiempo: nada más sentir cómo aquel líquido espeso y caliente le inundaba las entrañas, su coño explotó en una oleada de placer que le sacudió todo el cuerpo, su cerebro incluido, no sólo terminando de dañar su mente, sino también haciéndola perder el control de su vejiga, pues un chorro de líquido caliente salió disparado de su vagina bañando todo frente a ella.

Agotados, aunque por diferentes razones, los dos amantes se derrumbaron en el sofá. Josué tomó un poco de aire antes de levantarse un poco y ver la cara de su mujer, era un desastre: sus ojos estaban desenfocados, tenía la lengua de fuera y toda esta estaba empapada por lágrimas y baba.

Rió un poco y dio una orden:

—Arriba puta, que tienes que limpiar el desastre que hiciste.

Pronto la magia del collar que Alexandra tenía alrededor del cuello juntó los pedazos de la mente de la chica y los ordeno en la personalidad de la esposa sumisa y obediente. Aunque cansada, sonrió bobamente y dijo arrastrando las palabras:

—Claro que sí mi amor, lo que sea por ti mi amor…