El coleccionista de polvos

A veces las cosas no pasan como creemos que pasarán.

El coleccionista de polvos

1 – El disfraz para ligar

Cuando salí un día de mi rutinario trabajo, pensé en que la soledad en la que me había sumergido mi condición de gay podría tener alguna solución. Me movía en un ambiente claramente hetero. Uno de mis compañeros, fuerte y masculino, solía trabajar en calzonas y con el torso descubierto. Aquello me hacía llegar a casa sintiéndome cada vez más solo y necesitando urgentemente algún contacto sexual. Me daba igual que fuese algo pasajero, pero necesitaba el contacto con otro cuerpo masculino y mi compañero no era, por decirlo de alguna forma, de inclinación gay.

Estaba harto de ver revistas o pelis porno en la tele y masturbarme en solitario con la única compañía de mi imaginación. Pensé que, en vez de observar tanto cuerpo de modelo y de imaginar fantasías para mis pajas (incluso me imaginaba con mi compañero) no debería ser lo mismo que sentir a un hombre en mis brazos, acariciarlo, notar sus manos sobre mi piel, cogerle con delicadeza y ansias su miembro erecto, que me penetrase o penetrarlo… o quizá ambas cosas. En definitiva, me di cuenta de que, aunque fuese sólo sexo, no iba a ser como una masturbación.

Comencé a pensar en la forma de encontrar a ese hombre que, al menos, satisficiera mis deseos más básicos. Necesitaba follar de verdad con alguien; no imaginarlo. Tenía que encontrar a un tío que buscase lo mismo ¿Qué podía hacer?

Una película me dio la idea: frecuentar algún lugar de ambiente gay. Con paciencia, pensé; no iba a encontrar ese arquetipo de hombre ideal que mi mente había creado, pero necesitaba empezar por algún lugar; eso, empezar por los cimientos.

Compré ropa un poco más adecuada (la que tenía no era precisamente para llamar la atención). Me fui a unos almacenes y enseguida encontré lo que quería: pantalones vaqueros ajustados, camisas de colores para llevar casi abiertas, zapatillas de deporte lujosas y zapatos un tanto informales, perfumes... Ya había comprado «mi uniforme para ligar». Esperé al viernes con ansiedad y tuve que procurar apartar mi vista de mi compañero. Estaba más caliente que antes. Sólo faltaban 2 días.

Cuando llegó la tarde del viernes, ilusionado y muy nervioso, elegí la ropa adecuada para el primer día. Pensaba llevar la camisa casi abierta, para que se me viera bastante el pecho velludo (incluso los pezones). Me duché cantando y comencé a ponerme la ropa. Corría de vez en cuando al baño para mirarme narcisistamente en el espejo. Yo mismo me asombré de que sólo cambiándome la ropa y el peinado, parecía otro. Me di cuenta inmediatamente de que podría tener éxito entre jóvenes como yo. Faltaba el toque definitivo: el perfume. No me puse mucho; sólo lo suficiente para que el que se acercase a mí, notase un aroma cautivador. Estaba preparado.

2 – El pánico del principiante

Me informé bien de cuál era el mejor lugar para ligar y, aunque estaba un poco lejos, me eché bastante dinero en el bolsillo y me fui hasta una calle cercana al bar en taxi. Recorrí unos doscientos metros hasta encontrar el lugar. Puedo asegurar que al entrar me temblaban las piernas, pero estiré el cuerpo, puse una sonrisa en mi cara y entré decididamente y mirando a todos lados.

Era algo temprano, pero ya había bastantes tíos. Me fui fijando disimuladamente en cada uno de ellos cuando me sirvieron la copa y, tengo que ser sincero, me hubiera ido con cualquiera de ellos, pero me era imposible acercarme a alguien y sacar una conversación creíble. Encendí un cigarrillo al modo antiguo, es decir, empujé el cigarrillo con un solo dedo para llevarlo a mi boca dejándolo colgar, saqué una caja de cerillas y la abrí con una sola mano. Saqué una y la encendí sensualmente (recordaba a Bogart) aspirando con suavidad. Luego, la apagué moviendo con rapidez mi brazo y la dejé caer descuidadamente en un cenicero.

Una mirada se clavó en mí. Sin mirar a aquel joven, sentía sus ojos pegados a los míos y observando mis movimientos. Aspiré profundamente el cigarrillo y solté el aire con suavidad hacia el techo levantando levemente la cabeza. El foco que alumbraba allí la barra, iluminó el aire en forma de cono blanquecino que se retorcía y se elevaba. El chico que me estaba mirando, hizo un movimiento para bajarse de la banqueta, llamó al camarero por su nombre, le pagó, volvió a mirarme sensualmente y tomó su vaso en la mano. Dio una última calada a su cigarrillo y lo apagó en el cenicero dando golpes insistentes.

Me pareció pensativo o dudoso, pero si mi intuición no me fallaba, estaba pensando en cambiar de sitio; su bebida estaba casi entera. Seguí bebiendo lentamente y fumando con movimientos muy masculinos (en realidad no soy nada afeminado). Se fue hacia la puerta y miró a la calle, pero cuando me volví como si mirase al resto del local, estaba mirándome desde allí. Mis ojos se pararon en los suyos, pero sin expresión. Entonces, me pareció que me sonreía y le sonreí.

Había terminado mi primer cigarrillo y saqué otro y lo encendí de la misma forma. Me pareció que aquel joven me miraba intrigado y, poco después, vino andando despacio hasta colocarse cerca de mí en la barra. Se apoyó en ella y soltó el vaso mirándome sonriente un segundo ¿Era el momento de comenzar a actuar? Me dio pánico. No sé de qué. No tenía nada que perder. Pero no tuve que esperar mucho hasta que le vi coger el vaso, beber y acercarse a mí. Curiosamente, las miradas de los demás estaban pendientes de nosotros.

  • ¡Hola!

  • ¡Hola! – respondí amablemente -.

  • ¿Tú no vienes nunca por aquí, verdad? – dijo mirando mis manos -.

  • ¡No! – le contesté sin temor -; es la primera vez que vengo.

  • Este sitio es muy bueno – dijo -; un poco caro, eso sí, pero es agradable.

  • ¡Tienes razón! – contesté -; no lo conocía, pero me gusta.

  • ¿Sabes una cosa? – preguntó con simpatía -.

  • ¡No! ¡Dime!

  • Como hay poca gente – explicó -, estaba mirando alrededor y me ha llamado mucho la atención tu forma de encender el cigarrillo.

  • ¿Ah, sí? – le sonreí -; es un poco antigua, pero a veces me gustan estos toques clásicos.

  • Tienes pinta de tío culto – me dijo -; no todo el mundo sabe encender así un cigarrillo ¡Es un arte!

  • ¿No sabes hacerlo? – me acerqué a él un poco - ¿Quieres aprender?

  • ¡Ufff! – miró a otro lado -, no sabría. Soy un negado para eso. La comodidad del encendedor

Hubo unos segundos de silencio. Evidentemente, aquel tema de conversación se había acabado.

  • ¿Qué bebes? – preguntó sentándose ya a mi lado -.

  • Pues es una simple Coca-Cola – contesté -; no le he echado nada de alcohol.

  • Yo siempre bebo Campari con naranja – contestó -. Este es uno de los pocos lugares donde lo tienen. No es una bebida muy corriente ¿No la has probado?

  • ¡No! – observé el color naranja oscuro de la bebida -, pero la conozco.

  • ¿Quieres probarla?

Me quedé unos segundos dudoso mirándole a los ojos. Ni siquiera pestañeó mientras esperaba mi respuesta.

  • ¡Bueno! – contesté -, si no te importa

Pensé que me iba a dar su vaso para que bebiera un poco, pero llamó al camarero, le pidió una de esas bebidas y le pagó. Mientras tanto estuve callado e intentando disimular mi asombro.

  • ¡Deja la Coca-Cola! – dijo acercándome el vaso - ¡Bebamos los dos lo mismo!

Por cortesía, cogí el vaso inmediatamente. Lo levanté un poco hacia él y, cogiendo él el suyo, brindamos en alto. El primer trago de Campari, sinceramente, me pareció demasiado amargo. Agité el vaso para que el licor rojo se mezclase bien con el refresco de naranja y los cubitos de hielo. Entonces, volví a beber y sonreí al joven.

  • ¿Te gusta? – preguntó - ¿A que está bueno?

  • ¡Sí, sí! – le dije -; sabía que existía esta bebida, pero no la había probado nunca. Me gusta.

  • A mí también me gusta – dijo insinuante -, pero además, puedo decirte un secreto de ella.

  • ¿Ah, sí? – lo miré intrigado - ¡Dime ese secreto!

  • Bébetela despacio – dijo mirándome de cerca – y no notarás el mismo efecto que con cualquier licor. Te pone, claro, pero no te sientes borracho ¿No lo sabías? Es como si te hubieras fumado un porro muy suave.

  • ¡Pues no, no lo sabía! – seguí mirándolo de cerca -, dentro de un rato te lo confirmaré. Incluso me gusta su color.

  • ¡Es como el de tu camisa! – dijo mirándome al pecho -, aunque detrás se ven otros colores

Miré mi camisa abierta y observé que, al estar sentado en la banqueta, aún estaba más abierta y se veía más mi pecho. Me reí y tiré de los botones hacia un lado para que me viese.

  • ¡Bah! – le dije bromeando - ¡Estas cosas se ven en la playa!

  • Sí – dijo abriendo los ojos mucho -, pero no enfundadas en una camisa como esa ni unidas a un cuerpo como el tuyo.

Volví a reírme. Me hacía gracia aquel lenguaje extraño de gestos y conversaciones vacuas cuyo final estaba bien claro.

  • ¿Sabes tú otro secreto? – me acerqué más aún a su cara -; aunque tu camisa no esté abierta ni deje ver nada, mi intuición me dice que tu cuerpo no tiene nada que envidiarle al mío, pero… al menos, dime tu nombre.

Por la cara que puso y un movimiento rápido de sus ojos, me di cuenta de que no me iba a decir su verdadero nombre.

  • Hmmm – soltó el vaso -; soy Emilio ¿Cómo te llamas tú?

  • Paco – dije mi nombre real -; no es un nombre muy original.

  • ¡Es un nombre! – dijo - ¿Te gustaría que nos sentásemos en una mesa del jardín de ahí afuera? ¡Allí también sirven!

  • ¡Me encantaría! ¡Vamos!

3 – Palabras vacías, palabras llenas

  • ¡Jo! – exclamé - ¡Qué bien se está aquí!

Me senté a una mesa y arrastró una silla para sentarse muy cerca de mí.

  • ¡Dejemos las conversaciones de siempre! – me empujó con el hombro - ¡Es mentira! ¡No me llamo Emilio, sino Rafa!

  • Es un gesto por tu parte – le dije -, pero el mío sí es Paco.

  • Pues no te molestes, Paco – me dijo -, pero entre que eres una cara nueva aquí, tus gestos son muy atractivos y tu cuerpo me parece atrayente, me has dejado hecho polvo.

  • ¡Bueno! – contesté mirándole de cerca - ¡No he venido aquí a curarme un brazo roto!

Se echó a reír. Se había dado cuenta de que con una respuesta tan simple le estaba diciendo muchas cosas.

  • Tengo que serte sincero – continuó -. Vengo todos los fines de semana a ligar. En realidad, me he dado cuenta de que nadie en este ambiente quiere compromisos, así que… normalmente, ligo sin dificultad.

  • Sin compromiso ¡claro! – le sonreí -; un buen polvo más tarde y… mañana, si te vi no me acuerdo.

  • Por desgracia es así, Paco – dijo -; no sé si eso ya lo sabes, pero si buscas algo fijo, una pareja estable, olvídate. Yo comencé a venir con esa ilusión. Ahora vengo a ver quién me gusta más para follar. Sé que es triste, pero me he acostumbrado.

  • ¿Eso significa entonces que me has ligado para echar un polvo? – fui claro -.

  • En principio sí – fue sincero -. Estás buenísimo. No intentes convencerme de que vienes buscando pareja. Aquí no vas a encontrar nada más que a gente que viene a ligarse a alguien con quien echar un polvo. No te estoy negando que haya parejas estables. Algunas duran un par de años y otras puede que duren más, pero eso es lo que hay.

  • Sinceramente, Rafa – apoyé mi hombro en el suyo -, he venido a buscar a alguien que me gustase para echar un polvo. Lo que pase después no me lo planteo. Tú me has gustado. El primero que se me ha acercado, sí, pero eso no significa que me esté conformando con cualquier cosa. Estas rico como para mojar pan.

Se echó a reír y, soltando el vaso en la mesa, me tomó de la mano y comenzó a acariciarla muy despacio. Mi otra mano se colocó sobre la suya y noté su suavidad. El empalme fue inmediato.

  • Si yo te gusto… - agachó la vista –…y tú me gustas

  • ¡Claro! – topé con mi cabeza en la suya - ¿Para qué buscar más, no?

  • ¿De verdad te gustaría montártela conmigo? – acercó su boca peligrosamente a la mía -.

  • ¡Aquí, no, desde luego! – me retiré un poco -, pero no te haría ascos.

  • ¿Follamos?

  • ¡Bueno, espera al menos que saboree el Campari! – le apreté la mano -.

  • ¡Te has empalmado, guarro! – me sonrió - ¿Me lo vas a negar?

  • ¡No! – contesté - ¿Es que tú siempre tienes ese bulto ahí?

  • ¡Eres simpático! – volvió a empujarme -; además eres sincero.

  • ¿Cómo se puede disimular un empalme?

  • ¡Es cierto! – bajó la voz -; he llegado a saber que le gustaba a un tío porque tenía un bulto… ¡Joder! Estaba mirándome y se iba empalmando por momentos.

  • Pues entonces – le dije -, ya sabes si me gustas o no.

  • Disfrutemos de la bebida – me apretó la mano -; cuando nos la bebamos, hará su efecto suave. Sería el momento para… en fin, ya sabes.

4 – El encuentro soñado

Los dos teníamos piso para ir a follar pero, aunque el mío estaba lejos, estaba bastante más cerca que el suyo y lo elegimos para nuestros planes. Lo mejor es que él tenía el coche aparcado no muy lejos y fuimos a casa en poco tiempo. Era cierto: el Campari me produjo un efecto muy agradable que no se parecía al del alcohol. Estar sentado a su lado en el coche ya me estaba poniendo malo y mi polla me jugó otra mala pasada.

  • ¡Estás que revientas, chico! – me puso la mano sobre el muslo -, pero no puedo disimular que voy a reventar.

  • ¡Jo! – lo miré descaradamente - ¡Será también efecto de esa bebida mágica!

Cuando llegamos a un sitio cercano a casa, le señalé un hueco para aparcar. Nos bajamos del coche enseguida y lo cerró.

  • ¡Vamos! – me dijo empujándome por la cintura - ¡Voy a correrme antes de llegar!

  • ¡A la cama directamente! – me volví para hablarle - ¡Creo que estoy a punto de salir ardiendo!

Casi no atinaba a meter la llave en la cerradura. Al abrirse la puerta, encendí todas las luces que pude y, sin hacer ninguna otra cosa, nos pegamos uno a otro y nos comimos la boca desesperadamente.

  • ¡Quítate esto! – le tiré de su polo blanco - ¡Ven al dormitorio!

Nos desnudamos en un tiempo record y nos quedamos los dos boquiabiertos mirándonos.

  • ¡Ostias, tío! – exclamó -; te sonará mal, pero nunca he follado con alguien así.

  • Yo te diría que no recuerdo mi último polvo – contesté jadeando -; no soy virgen, te lo aseguro, pero ando de secano y de pronto me veo sumergido.

Lo agarré por el brazo y lo tiré a la cama. Se dejó caer boca abajo. Comencé a imaginar cosas y me eché sobre él: «¡Por fin!, me dije».

Comencé a rozarlo con furor y él se volvió para seguir besándome: «¡Fóllame, fóllame!».

  • ¡Gocemos de estos momentos un poco! – le dije - ¡Quiero que dure!

  • ¡Y yo! – me mordía con cuidado los labios -, pero soy capaz de no parar en toda la noche. No es cuento. Nunca me ha follado alguien como tú.

  • Eso no importa – le dije buscando ya su agujero -; ¡disfruta!

Me lo follé bestialmente. No podía creer que tenía un cuerpo real y tan bonito debajo de mí ni que mi polla estuviera dentro de él.

  • ¡Rafa, Rafa! – le grité - ¡Que no aguanto más!

  • ¡Córrete ya, hombre! – me miró lleno de felicidad - ¡Hay más tiempo!

Noté un dolor enorme y placentero y cómo se acercaba mi leche en tromba hacia mi polla. Me pareció que tenía dentro varios tubos llenos de leche que iban a toda velocidad hacia dentro de Rafa.

  • ¡Ya, ya, ya, Rafa! – casi me ahogaba - ¡Ojjjjj! ¡Qué gustazo, coño!

  • ¡Tienes una polla que hace maravillas! – me miró asustado - ¡Espera así hasta que te relajes un poco!

  • ¡Sí, sí! – contesté dejándome caer como un muerto sobre su espalda - ¡Déjame tomar aire!

Así permanecí un buen rato hasta recuperarme; acariciándolo despacio.

  • ¡Tú tranquilo! – me dijo - ¡Sin prisas! Me encanta sentir tu respiración en mi espalda.

  • ¡Vaya polvo! ¿Eh?

  • No me vas a creer, Paco – me dijo cuando me eché en la cama -, pero no recuerdo que alguien me haya follado así.

  • ¡Fumemos! – le dije -; cuando pase un ratito, voy a asearme un poco y seguimos. ¡Si quieres, claro!

  • ¡A ver si eres capaz de parar ahora! – me dijo bromeando - ¿No pensarás dejarme a medias, no?

  • ¡Ni lo pienses! – lo besé -; si puedes, quédate aquí esta noche. Follaremos hasta hartarnos.

  • ¡Claro! – dijo muy ilusionado - ¡Me da miedo pensar que no vuelva a verte otro día!

  • ¿Volverías a follar conmigo?

  • ¡Uffff! – me cogió el nabo apretando - ¡No me lo pensaría dos veces!

  • ¡Bueno, Rafa! – le dije indiferente - ¿Para qué buscar a otros si nos gustamos?

  • ¡Vale! – contestó también con indiferencia -, pero ahora mismo no cambiaría. Tendrías que ser un estúpido para que te diera de lado.

Me quedé asombrado de su respuesta. Me había estado diciendo desde el principio que no buscaba algo fijo o temporal, pero me pareció entender que, aunque no había ningún sentimiento entre nosotros, preferiría no cambiar de pareja.

Me aseé un poco y volví a la carga. Entonces, más pausadamente, hicimos primero un juego erótico de caricias, besos, apretones.

  • ¡Eh, tú! – le dije - ¡Que me aplastas los huevos!

Hicimos un 69 perfecto. Nunca lo había imaginado en una de mis fantasías. Después de otro cigarrillo y otro descanso, me penetró él a mí, pero yo me quedé echado en la cama y levanté las piernas enseñándole mi agujero rojizo. Su sudor me caía a goterones en el pecho y en la cara, así que, cuando se corrió, nos fuimos los dos a la ducha.

  • ¿Ahora qué; a dormir? – preguntó al salir del baño -.

Nos miramos pícaramente y seguimos follando.

5 – No me asegures nada

Durante la semana, tuvieron que notarme algo en el trabajo. Rendía más, pero es que no podía dejar de acordarme de todo lo ocurrido y sonreír. Hasta tuve que esconderme una vez en los servicios para hacerme una paja.

Se acercó el jefe y me llamó con un gesto de la mano:

  • No sé si te interesa o no ganarte el dinero de unos días extra – me dijo -, pero eres el mejor para ir a terminar las obras en Monteverde.

  • ¿Quiere decir – pregunté asqueado – que no tengo más remedio que ir?

  • ¡Sí! – contestó -; no te lo creas demasiado, pero para mí eres el único en el que confío para ese trabajo. Volverás el martes por la mañana con un buen dinero a tu favor ¡No te voy a pagar sábado y domingo al mismo precio que los demás!

No podía negarme, pero no podría tampoco ir a ver si encontraba a Rafa: «¡Imbécil, me dije, ¿por qué no le has preguntado su número de teléfono?».

Me maté a pajas en el pueblo. Nunca me había masturbado de aquella manera. Tuve que ausentarme, incluso, como si tuviese otro tipo de necesidad urgente. No necesitaba forzarme en crear fantasías. Veía a Rafa claramente; olía el aroma de su piel; de su sudor… ¡Que mal lo pasé, joder! Y la semana siguiente fue toda un martirio hasta el viernes. Por fin, me fui a casa derrotado, me duché y me eché a descansar un poco. Me quedé dormido. Cuando me desperté, miré el reloj inmediatamente ¡No era tan tarde! ¡Tenía que buscar un taxi!

Me vestí con otras de las ropas nuevas y salí corriendo de allí. Encontré un taxi al poco tiempo y le dije que se diera un poco de prisa. Aceleré el paso hasta llegar al bar y entré angustiado mirando a todos lados. Había muchos tíos. No podía encontrar a Rafa. Se habría ido ya con otro a follar. Me di media vuelta y me salí a la calle hundido: «¡Te lo dijo, Paco – pensé -; le gusta cambiar!».

Pero al levantar la cabeza, le vi sentado a una mesa con otro tío muy guapo. Me extrañó; no había pegado su silla a la del otro, estaba enfrente. Me acerqué despacio y muy asustado y, de pronto, volvió la cara hacia el bar y me vio. Se levantó inmediatamente y echó a correr hacia mí ¡Venía llorando! Se echó en mis brazos a lágrima viva y le eché el brazo por encima y me lo llevé aparte.

  • ¿Dónde has estado? – sollozaba - ¿Por qué no me has avisado?

  • ¡Eh, eh, Rafa! – apreté sus hombros contra la pared - ¿Qué estás diciendo?

  • ¡Te he echado de menos! – echó su cabeza en mi hombro -.

  • Así que… - lo besé - …te da igual con quien follar, ¿no?

  • ¡No! – me gritó - ¡Quedamos en estar juntos hasta hartarnos!

  • Tienes razón, amigo – lo serené -, pero hemos cometido un error. No me diste el teléfono y he trabajado fuera todo el fin de semana.

  • Pues no puedo estar sin ti – se tranquilizó -; es verdad que todo ha sido un folleteo entre los dos, pero ahora te necesito a mi lado ¿Qué me está pasando?

  • Es la novedad, Rafa – tomé su cara entre mis manos -, si estás acostumbrado a cambiar de tío cada fin de semana, puede ser que el último quieras repetirlo.

  • ¡No, Paco! – dijo muy seguro - ¡Esto es distinto! ¡Siento algo…!

  • Repitamos la experiencia – le dije -, pero no digas lo qué sientes hasta que pase un buen tiempo.

  • ¡Creo que me he enamorado de ti! – me miró asustado - ¡No lo entiendo!

  • Follemos esta noche – le dije comenzando a andar -; deja pasar el tiempo ¡Qué guapo estás!

  • Y tú, Paco – dijo detrás de mí -, pero te has dejado la etiqueta del precio de tu pantalón nuevo colgando.