El cobertizo
Me siento orgullosa de mi cobertizo. En él llevo a cabo las sesiones que me llenan como mujer dominante.
Poseo a las afueras de mi pueblo un cobertizo bastante singular. Lo he adaptado de tal manera que se podría vivir en él. Desde fuera parece un simple cobertizo hecho con maderas viejas y resecas. Las ventanas están tapiadas con tablones casi tan viejos como los que forman el resto de la fachada. Lo que hace diferente mi cobertizo es su interior, que, con el tiempo y bastante dedicación, he logrado transformar en un santuario al dolor y placer.
Cuando conocí a Jorge y a su novia, mi proyecto reformista de aquella especie de choza era tan solo una vaga ilusión. Unas cuerdas, una mesa, unas sillas, unos cuantos instrumentos de tortura y mis esclavos era cuanto necesitaba para sentirme a gusto con mi personalidad dominante. Por suerte para mí, Jorge, aparte de un perro excelente, era arquitecto, y propuso una serie de ideas que me entusiasmaron. Ya sólo faltaba el dinero para llevar a cabo mi proyecto. De reunirlo me ocupaba yo. Hice venir a mis dos esclavos, Jorge y su novia, y, estando los dos de rodillas frente a mí, acaricié con cuidado el rostro de mi perra y le dije: "Cariño, venderé tu cuerpo para conseguir el dinero". Vi entonces como el vello de su cuerpo se erizaba, y eso me excitó. Les quité los cinturones de castidad; primero a ella, luego a él, y al hacerlo pude comprobar en sus ojos -los de Jorge- una leve irritación. Pensé que lloraría, pero se contuvo. Eso me excitó más aún.
Dejé los cinturones en la mesa, cinturones que mis perros llevaban durante toda la semana para evitar cualquier tentación de copular. Tenían permiso para lamerse, si querían, pero nada más. Parte del control de mis perros pasa por el control de sus orgasmos, que, por otra parte, me pertenecen.
Dediqué varias semanas a ampliar mis redes sociales, a fin de encontrar personas dispuestas a pagar por hacer uso de mi perra. A los interesados les mandé fotografía, y les plantee la posibilidad de follarse a mi recién degradada a puta en grupo. Poco a poco fui recopilando interesados. Para la primera sesión cité a los pocos que estaban interesados en follársela en grupo. Durante unos días sopesé la posibilidad de ahorrar el sufrimiento a mi esclavo de ver tan excitante perversión, pero acabé pensando que sin él la perversión de la escena se vería reducida notablemente, así que le obligué a estar.
Por entonces habíamos hecho algunos arreglos en el cobertizo. Jorge había revestido las maderas viejas de la pared principal con maderas nuevas y consistentes. A éstas les incorporamos varias argollas de hierro. En un extremo colocamos un pequeño armario para guardar los distintos instrumentos de tortura.
El día de la prostitución de mi esclava, prevista para cuando comenzara a oscurecer, acudimos al cobertizo a eso de las siete de la tarde. Quise disfrutar de mis posesiones un par de horas antes de que lo hicieran otros. No soy persona de ceder fácilmente lo que me pertenece, y aunque se trataban de personas seleccionadas, no dejaban de ser desconocidos.
Ya en el cobertizo los tres, hice que se desnudaran. Saqué las llaves de sus cinturones de castidad y los liberé. Para controlar los impulsos copulativos de mis perras ya estaba yo allí. De todas formas, en el tiempo que llevaban perteneciéndome, las había domesticado lo suficientemente bien, mediante estímulos positivos y negativos, como para que ni se les pasara por la cabeza tocarse lo más mínimo. Del mismo modo que se premian las cosas bien hechas, lo contrario se castiga con severidad, a fin de corregir los malos hábitos y alcanzar la excelencia en el comportamiento servil.
Me sentí satisfecha al percibir el nerviosismo de mi esclava. Me excitó. Los hice poner de rodillas, con las manos en la nuca, y dirigiéndome a ella, le pregunté:
¿Qué te ocurre?
Es por esta noche, Ama me respondió, mirando al suelo y con voz temblorosa.
Cuéntame, perra, ¿has tenido ganas de follar estos días?
Sí, Ama.
¿Por qué?
Porque soy una perra, Ama. Siempre tengo ganas de que me follen.
Pues ésta es tu noche. Hoy te van a follar tanto que vas a quedar cubierta para varias semanas. Entiendo que estés nerviosa; eres muy puta, ¿verdad?
Sí Ama, lo soy.
¿Y tú, cornudo, cómo estás?
Perro cornudo se derrumbó en aquel instante y se puso a llorar. Conmovida, pues no soy ningún demonio, me acerqué a él y le di una bofetada contundente.
Compórtatele ordené. Ya oíste a mi perra: va cachonda. Esta noche, al fin, disfrutará; deberías alegrarte. Vamos, cornudo; si te portas bien, tal vez te permita follar con ella. Mientras tanto, prepáramela; quiero tenerla a punto para esta noche.
Jorge inclinó a su novia sobre la mesa, boca abajo, estiró de sus brazos y le ató las muñecas a las patas delanteras.
Trae la vara y el arroz dije, y poco después, arrodillado frente a mí, tenía a mi perro con la vara en una mano y el arroz en la otra. Cogí la vara y le ordené que dejara el arroz en el suelo, detrás de su novia. De rodillas sobre el arroz, perra, y limpia el culo de mi sucia esclava con la lengua. Debe estar limpia para nuestros huéspedes.
Perro cornudo posó sus rodillas sobre el arroz, abrió las nalgas de su novia y comenzó a chuparle el culo. Yo me coloqué a su lado y llevé la punta de la vara a la entrada del culo de mi esclava. Sin que mi perro dejara de chupar aquella zona, le fui introduciendo la vara. Una vez alcanzó suficiente profundidad, comencé a meterla y sacarla, y pasado un rato la saqué para que mi perro la limpiara con la lengua. Luego pasé a los azotes. Descargué mi fuerza en la espalda de mi perra, y más tarde, cuando ésta quedó suficientemente marcada, en las nalgas de mi perro.
¿Quieres follártela, perra?
Jorge dejó de chupar a su novia y contestó:
Sí, Ama.
¿Cuánto hace que no follas con mi perra?
Ya no recuerdo la última vez, Ama.
Pues hoy estás de suerte. Voy a dejar que con la punta de tu ridícula polla le des un masaje superficial en el coño, ¿te parece bien?
Le parecía una putada, pues eso no haría más que ponerlo cachondo y dejarlo con más ganas de follársela, pero siendo un buen sumiso como era, me contestó:
Sí, Ama, muchas gracias.
De nada, perra. Puedes levantarte y empezar.
En sus rodillas amoratadas se habían incrustado algunos granos de arroz. Con la vara los hice caer al suelo con gusto. Eso le dolió; la constricción de su rostro me lo reveló. Pasado el dolor, se agarró la polla y restregó la punta en los húmedos pliegues vaginales de su novia. Él se moría de ganas por clavársela, y ella por recibirla en su interior, pero yo no estaba dispuesta a dejarles disfrutar de tal modo. Aquel era un día precioso para hacerles sufrir, y por lo tanto sufrirían.
Me vinieron de repente ganas de follar, así que le dije a mi perro:
¿Sigues teniendo ganas de follar, cornuda?
Sí, Ama.
¿Y de que te follen como la puta que eres?
Por supuesto que tenía ganas de ser follado. Menuda puta estaba hecha mi esclavo.
Sí, Amo, tengo ganas.
Mientras me ponía uno de los tres arneses con falos que tengo en mi cobertizo, le dije:
Pues separa las piernas, puta; voy a follarte. Mientras tanto te permito frotar la punta de tu polla con el culo de mi esclava.
Gracias, Ama me contestó.
Ensalivé mi polla de goma y lo penetré. Con mis envestidas, su polla se fue introduciendo de forma involuntaria en el culo de su novia, y yo, para corregirlo y que no penetrara más que la punta, desde atrás le fui dando bofetones en la cara, diciéndole: "no pases de ahí, cornudo, y aprieta el culo; quiero notar resistencia". Durante quince minutos me lo follé con dureza; luego me aparté.
No faltaba mucho para la hora del encuentro. Eran cinco hombres los seleccionados, y había quedado con ellos en el parking de un conocido restaurante de carretera, no muy lejos de donde tengo mi cobertizo. Hice vestir a mi esclavo e ir a buscar a los hombres que iban a follarse a su novia. Media hora más tarde nos encontrábamos todos en mi cobertizo. Mi esclava seguía en la misma postura, atada. Los cinco hombres, después de los saludos, se acercaron a ella para inspeccionarla. Mientras ellos le abrían las nalgas, palpaban sus entradas y manoseaban su cuerpo, hice desnudar de nuevo a mi esclavo, quien miraba a su novia con expresión triste y la polla medio tiesa.
De rodillas, cornuda le ordené, y no dejes de mirar cómo se follan a tu novia. Cuando todos acaben, si te portas como un buen esclavo, dejaré que te la folles tú también.
Los cinco hombres se iban excitando. Uno de ellos se colocó delante de mi esclava y se quitó la ropa. Ella, al ver la polla de aquel hombre delante suyo, abrió la boca. Así la tengo domesticada; ve una polla e inmediatamente abre la boca. El hombre, viendo esto, adentró su polla en aquel espacio.
Otro de los hombres se adelantó al resto, desnudándose y colocándose detrás de mi perra, ya humedecida (lo percibió mi olfato al acercarme a ella). El hombre, sin más dilatación, comenzó a follársela por el coño.
Alégrate, cornudo le dije a mi esclavo, volviendo junto a él; por fin hay un hombre que satisface las necesidades de tu novia.
Viendo que uno de los hombres, mientras se masturbaba lentamente junto a mi perra, se fijaba más de la cuenta en mi esclavo, le hice una señal con la cabeza para que se acercara. Se apartó del grupo y vino hacia mí.
Mi perro también entra en el lote por el mismo precio le dije.
El hombre me miró sin decir nada; luego miro a mi esclavo y tímidamente le acercó la polla hasta dejarla a pocos centímetros de su boca. Agarré de los pelos a mi cornudo y le ordené que abriera la boca, pues a él, todavía, no lo tenía domesticado para tales menesteres. El hombre se la metió, y después de follárselo por ese lado, me preguntó si también podía sodomizarlo. Asentí con la cabeza, y obligué a mi perro a ponerse a cuatro patas, mirando hacia su novia. Para entonces, ésta era follada por un segundo hombre, y el primero la tomaba ahora por su boca.
Mis dos posesiones estaban siendo folladas a la vez. Eran mis dos putas en pleno trabajo.
Un cuarto hombre se acercó a mi esclavo, y mientras el uno lo enculaba, éste primero se lo folló por la boca, privando a mi perro cornudo de su dolorosa visión. Pero no duró mucho. Cuando los dos hombres que tomaban a mi esclava se apartaron, los dos que follaban a mi cornudo lo hicieron también, y desde entonces no volvieron a tocarlo.
Después de una hora y media, en la que ni un solo rato mi esclava dejó de ser follada, la cosa de detuvo. Mi esclava tenía el coño muy dolorido, y los gemidos del principio, atenuados por las pollas que iban tapando su boca, se fueron convirtiendo en quejidos lastimeros.
Uno de los hombres se colocó detrás de ella, ensalivó uno de sus dedos y se lo metió por el culo. Después de meterlo y sacarlo varias veces, lo sustituyó por su polla. Esto arrancó unos gritos de dolor a mi perra.
Aquel individuo parecía no haber follado en siglos, pues cogía con tanta intensidad a mi perra por el culo, que a punto estuve de reprenderle, pero pronto se tranquilizó a causa del cansancio. Cuando acabó, se apartó, y fue a hacer uso de su boca.
Después de que todos la hubieran penetrado por ese lado también, la desaté, y propuse que se la follaran por sus tres agujeros a la vez. La idea fue aceptada con agrado. Uno de los hombres se tumbó en un largo cajón de madera acolchado, situado frente a un sofá, y que sirve para reposar los pies. Agarré a mi esclava del brazo y la llevé hasta allí. Ella pasó la pierna por encima de él, quedando con las piernas abiertas. Si el coño de mi esclava hubiera goteado, habría caído sobre la polla tiesa de él. Posé mi mano sobre su hombro y la empujé hacia abajo. El hombre irguió con la mano su polla, de manera que cuando presioné hacia abajo el cuerpo de mi esclava, ambos sexos encajaron sin dificultad.
Sin duda, lo que en un principio pudo ser placentero para mi puta, estaba siendo ahora doloroso. Tenía su sexo irritado, y cualquier fricción le causaba un gran dolor. Aprovechando esto, decidí colocar unas cuantas pinzas por su cuerpo. Le puse cuatro en los pezones, dos en los labios de su coño, y una más en la lengua. Una vez las hube repartido, la incliné hacia delante. Las pinzas de sus pechos, al quedar presionadas entre ambos cuerpos, le causaron bastante dolor. La de su lengua, en cambio, le dolía sin necesidad de hacer nada más. Uno de los hombres, el que había sodomizado a Jorge, se colocó detrás de mi esclava y la sodomizó nuevamente. Otro hombre se colocó delante, y al ver que la pinza de la lengua hacía que mi esclava babeara, separó su cabeza de la del hombre que tenía debajo y le metió su polla en a boca, a pesar del obstaculo.
Cuando vi a mi esclava llorar, me masturbé. Estaba muy excitada, y me corrí varias veces, obligando a mi esclavo a limpiar con la lengua cada una de mis corridas.
Pasada la media noche, ya nadie tuvo fuerzas ni ganas para seguir follándose a mi esclava, y uno a uno se fueron marchando, quedando mis putas y yo a solas en el cobertizo. Hice levantar a mi esclavo, quien había dejado de sentir las rodillas de todo el tiempo que había estado en aquella posición, y quité las pinzas a mi esclava.
Hoy no sólo me habéis sido muy útiles, sino que me habéis hecho disfrutar les dije. Ahora, tal y como te había dicho, cornudo, voy a dejar que te folles a mi perra.
Cornudo, cachondo como iba, se acercó a su novia, consciente de lo mucho que le dolería si la penetraba ahora. Durante un rato pareció sopesar la idea de follársela. Lo deseaba con todas sus fuerzas, pero no quería dañarla más de lo que estaba. Pasado ese rato, dijo:
Discúlpeme, Ama: le ruego me permita masturbarme. No quiero follar con su esclava, Ama.
Disgustada, pues soy un ser sensible al que le disgusta que no sepan valorar sus actos de bondad, cogí los cinturones de castidad y le puse a cada uno el suyo.
Las ganancias de ese día dieron para comprar, entre otras cosas, un bonito cepo de madera con el que he disfrutado muchísimo. En otro momento lo contaré.