El Club XXV
Nueva entrega.
Tras pensarlo mucho, decidí vender a Cris. La muy puta todavía sabía cómo engancharme, y en la semana que valoré su venta me exprimió como nunca. Se compró unos leggins de ensueño y me ordeñó la polla con el culo, mientras gritaba y gemía con su voz de putita, hasta dejarme seco en más de una ocasión. Además, yo la vejaba y sometía, y la muy zorra lograba siempre salir airosa, sometiéndose sin someterse, llevándome al éxtasis y a su terreno en múltiples ocasiones. No en vano, sabía que si la vendía a Roberto este se iba a ensañar con ella. De algún modo el brasileño la culpaba por aquel pacto entre ellos por el que se sintió engañado, cuando todavía quería joderme el culo. Cuando finalmente decidí venderla, lo hice de la manera más cruel.
La muy guarra acababa de hacerme una mamada de escándalo, arrodillada ante mí con esos leggins que tan gorda me la ponían. Después ella misma había pajeado mi miembro en dirección a su cara, recibiendo mi lefada con su sempiterna sonrisa. En ese momento, con mi miembro todavía semierecto, la miré a los ojos y le di las gracias:
-Gracias, Cris. -Le dije-. Lo cierto es que nadie es capaz de recibir un lechazo con tanta clase y elegancia como tú.
-De nada, jeje -reía, la muy tonta, creyéndome de nuevo en sus redes.- Sabes que me encaaaaanta verte gozar y dar placer a esta pollita tuya.
-Sí, lo sé, y además no olvido que tú me desvirgaste en el club.
-Lo recuerdo -dijo, mientras cogía una toallita que yo le tendía y limpiaba a continuación su rostro de los restos de mi semen.- Para mí fue un lujaaazo -extendía las sílabas con su voz de putita calientapollas, que tan bien sabía modular-, un verdadero honor estrenarte aquí.
-Sí -la atajé-, y todo gracias a la generosidad de Fidel, tu por entonces propietario. -Su rostro se desencajó y amagó con decir algo-. No, tranquila -la frené-, no debes apurarte. He superado lo de Fidel. Sé que su castración y todo lo demás es algo que él mismo se había buscado. Y, al fin y al cabo, todos debemos, llegado el momento, purgar nuestras culpas: ¿no crees?
-Ehhm -dudó-, sí, ejem, sí, claro. Fidel hizo algo terrible y...
-Y pagó por ello. Lo que pasa es que, como bien sabes, él no era el único que tenía graves pecados a sus espaldas.
-Yo... es decir, no te..., no sé por dónde vas...
-Sí lo sabes, Cris. Lo sabes perfectamente. Eres una zorra y una arpía. Me has causado muchos problemas, y si de ti dependiese yo también habría perdido los cojones hace tiempo.
-Eso no es cierto, yo...
-¡Silencio! -bramé-, ¡Silencio, mala puta! Pensabas que habías vuelto a engancharme en tus redes, ¿verdad? Pues mira por donde, esta vez era yo quien jugaba contigo. Te agradezco, no obstante, estas buenas dosis de placer que me has regalado como despedida.
-No... por favor, escucha... no me vendas a Roberto, me va a destrozar... -temblaba de pies a cabeza.
-¿Destrozarte? ¡No! -me carcajeé- ¡Mucho más que eso! Va a romperte el culo hasta que solo de ver su polla te entren escalofríos, pero creo que, además, te tiene reservados otros placeres. ¿Recuerdas los jueguecitos a que fue sometida Chus?
-¡NOOOO! ¡POR FAVOR, TE LO SUPLICO, ESCÚCHAMEEE!
La agarré del cuello y la obligué a callar. Después la volteé y la sodomicé con una mezcla de rabia, deseo y asco. En todo momento, pensaba en Fidel. Hasta se lo dije, mientras la embestía: "Esto por Fidel, puta, que ya no puede follarse a ninguna puerca como tú". Me corrí en apenas dos minutos. Todavía jadeante, le pateé el trasero y la dejé allí tendida. Acto seguido, fui a buscar a Roberto para firmar el contrato y que pudiese tomar posesión de ella cuanto antes. El trato resultaba suculento: el montante de todas mis deudas con el club y, además, una docena de cubanas de Leyre. Eso sí, en este caso, y para evitar malentendidos, con él presente. Roberto y yo, además, firmamos un contrato que le otorgaba una opción de compra preferente sobre Mery, de quien yo no me atrevía a deshacerme, pero con la que, ahora que la tenía así de adiestrada, podría sacarme casi dos millones. Tenía uno de los mejores cuerpos del club y era la más guapa por lo que, ahora que había sido sometida por completo, era una golosina de apenas veinte años que todas las fortunas del club querían en su harén. Yo, por supuesto, podría quedarme sin deudas y disfrutar de Mery y Chus a mi antojo; pero seguía soñando con retirarme al cumplir los cuarenta y, gracias al dinero de Mery, irme a vivir con Chus, ya fuera del club pero igual de sumisa que dentro de él, a una casa, una mansión en la sierra, pagada gracias a mi buena mano en los negocios.
Además, por aquellas fechas, en el club estaban a punto de subastar a nuevas hembras, algunas de ellas bastante interesantes. Una de ellas se llamaba Sara, y tenía 18 años cumplidos el mismo día de su reclutamiento. No era muy guapa de cara, ni tenía demasiado pecho, pero tenía buen culo y se veía que era una golfa en potencia de mucho cuidado. Llevaba unas uñas postizas de choni guarrona con las que debía hacer unos pajotes de cuidado, y además parecía bastante sueltecita. Vamos, una buena puerca en potencia. Otra de las más suculentas se llamaba Laura: buen escote, mejor culo y un rostro muy morboso. Veinticinco años y toda la pinta de haber comida rabos a dos carrillos. No estaba yo por la labor de pujar por ninguna de ellas, pues quería poner en orden mi economía, pero siempre sería un gustazo ver cómo las estrenaban y las introducían, sin más preámbulos, en un abismo de puterío y degradación.
Cabe dedicarle también unas líneas a la buena de Chus, cuya terapia había sido un éxito y volvía a ser, por lo general, la mujer equilibrada y de buena conversación de antaño. Lo que no había cambiado -afortunadamente- era su completo sometimiento hacia mi persona. Me encantaba follarme sus tetas, a veces pidiéndole que ella misma se las sostuviese mientras yo las fornicaba; y en otras ocasiones dejando que ella misma emplease sus mejores artes, abandonándome al placer que sus enormes ubres me regalaban. Difrutaba mucho también de sus mamadas. Era una de las mejores felatrices del club, sin duda, pero además, para mí, seguramente jamás podría haber otra como ella, pues conocía ya a la perfección todos mis gustos, y sabía como degustar cada uno de los recovecos de mi miembro hasta llevarme al cielo. Sí, Chus, sin duda alguna, era la mujer de mis sueños y yo, afortunado como nadie, la poseía en el más amplio sentido de la palabra.
Cierto es que cuando me cruzaba con hembras como Rocío llegaba a codiciarlas con todo mi ser, pero lo mismo me había ocurrido anteriormente con hembras como Cris o Mery y, al final, siempre me quedaba con mi fiel mamona Chus.
Al día siguiente de la venta de Cris, cuando pasé por el reservado de Roberto a por la primera de las cubanas de la vasca, vi algo que jamás habría imaginado. Tras ver aquello, un escalofrío recorrió mi espalda, y Roberto me infundió un terror renovado. Instintivamente, evité darle la espalda.