EL club XXII

Mery, puerca entangada, y Chus, musa tetona, se enganchan en una pelea de gatas.

Cuando llegué a la estancia, ya se habían enganchado. Mery, entangada como siempre con un bikini color burdeos antológico, agarraba a Chus, en tetas, por los pelos. La madura, por su parte, sujetaba a la universitaria por la cintura, intentando zafarse de ella sin llegar al extremo de golpearla, probablemente por temor a las consecuencias que aquel acto pudiese tener para ella si imponía su mayor fuerza física a la de Mery y luego ella me venía con el cuento.

Nada más entrar en la sala, pegué un grito para que se separasen de inmediato. El remolino de socios curiosos dio un paso atrás y poco a poco se fue dispersando. Chus soltó a Mery a mi voz, pero mi diosa entangada aprovechó para golpearla en la cara en ese momento. Le dio un sonoro bofetón que retumbó en toda la estancia e hizo que algunos socios volviesen a arremolinarse en torno a mis dos gatas. Tras el bofetón, y sin tiempo para que yo las separase, Chus perdió los nervios y se abalanzó sobre Mery. La sometió boca abajo, contra el suelo, mientras la del tanga la insultaba a pleno pulmón. Ahí sí logré separarlas con la ayuda de un miembro de seguridad, y me llevé a Chus a una esquina donde la senté en una butaca, mientras Mery se incorporaba y volvía a meterse las tetas dentro del bikini.

-¡Ya has visto lo que me ha hecho, Juan! ¡¡¡Házselo pagar!!! -me gritó la universitaria.

-¡Yo no he hecho nada, ha sido ella la que se me ha echado encima! -se defendió Chus desde el otro extremo del cuarto.

-¡De eso nada, puta asquerosa! ¡Juan, lo la creas, está tan mayor que no sabe lo que dice! -dijo la joven, con todo el desprecio.

La situación se fue tensando y Mery, delante de todo el mundo, se mostraba cada vez más desafiante y exigente hacia mi persona. En privado se lo habría consentido, pero en público no podía pasar la gran vergüenza de evidenciar que aquella niñata me tenía agarrado por los cojones gracias al morbo que me daba toda ella.

-Mira, María -le dije, agarrándola por un brazo-, si vuelves a hablarme así te pongo a tomar por el culo una semana para que los socios que lo deseen hagan uso de ti.

-No lo harías, mi culo significa demasiado para ti -dijo esto en voz baja, pero sin duda algunos pudieron escucharla. Si cediese a mi orgullo, la habría puesto a recibir en ese mismo instancia, pero ella tenía razón y su culo lo era todo para mí. No podía siquiera pensar en otro rabo penetrando a mi entangada diosa.

-Verás lo que sí puedo hacer -le dije, clavándole una mirada llena de odio. A continuación, la dejé custodiada por la seguridad y me acerqué a mi taquilla, donde guardaba la pomada de ortigas que me había regalado Roberto. Me unté bien el rabo -creo que me excedí-, y volví a junto Mery. Allí, ante lo que ya era un círculo en toda regla a nuestro alrededor, le aparté el tanga y la enculé con rabia. Me la estuve follando así durante cinco intensos minutos. La polla resbalaba de maravilla gracias al exceso de ungüento que había empleado -sin duda Roberto se había echado menor cantidad, a juzgar por cómo había reventado el culo a Cris, y pese a ello a la muy puerca le había escocido un par de días enteros-, y Mery resistía como podía mis embestidas. Además, mientras la sodomizaba, la sujetaba con fuerza del cabello y la azotaba a intervalos.

Me la follé analmente, como digo, durante cinco intensos minutos -pensar en aguantar más enculando a Mery era una utopía-, y cuando iba a correrme la saqué y, arrodillando a la del tanga por la fuerza -y por gusto, pues no creo que se hubiese negado a someterse ella misma-, me desgargué en su cara. Después, le pasé el miembro por el rostro, esparciendo por su preciosa cara todo mi semen.

-Para esto me sives -le dije, mientras la pobre revolverse consigo misma, quejándose de lo que decía era un ardor insoportable en el esfínter-. No lo olvides, Mery, eres de mi propiedad y puedo hacer contigo lo que se me antoje. ¿Qué pasa, te escuece el ojete? La próxima vez piénsatelo dos veces antes de desafiarme.

Para rematar la jugada, hice venir a Chus hasta donde nos encontrábamos, y delante de Mery le pedí que me limpiase la polla.

-Gracias, Chus. -le dije-. A veces un macho tiene que valorar la fidelidad de sus hembras, algo que yo en ocasiones olvido.

-No hay nada que agradecer -dijo, como siempre sumisa-, para mí es un honor poder limpiarte la polla.

Mery, entangada como siempre, se movía frenéticamente de un lado a otro de la estancia, intentando encontrar la forma de aliviarse el escozor en el ojete. Me suplicó que la dejase ir a la enfermería, pero me negué. Se quedaría ahí lo que quedaba de jornada, y si quería ya iría al médico por su cuenta al acabar el día. En urgencias se echarían unas buenas risas a su costa.

-Eres muy injusto conmigo -dijo entre lágrimas la princesa chupapollas.

-Desde luego que no lo soy, y no sigas por ahí o complicarás las cosas. Ahora te vas a disculpar con Chus, si no quieres que te dé un nuevo escarmiento.

Mery se acercó retorciéndose de escozor a Chus. Una vez a su altura, y con la rabia asomándose a su rostro en forma de un súbito enrojecimiento, se disculpó en un tono apenas audible.

-¿Cómo dices, Mery? Recuerda que Chus está "mayor" -me mofé- y es algo dura de oído.

-Perdón, Chus. -Dijo, todavía más colorada.

Entonces le susurré algo a Chus al oído, algo que en un princiopio la descolocó, pero tras lo cual no pudo evitar esbozar una leve sonrisa de satisfacción. Acto seguido, obedeciendo mis órdenes, Chus, sin pensárselo dos veces, le soltó un certero escupitajo en mitad del rostro a la universitaria.

Después de aquello, Chus y yo nos fuimos a los vestuarios, donde nos dimos una ducha juntos durante la cual nos besamos largament en la boca a la vez que ella me pajeaba con destreza. Luego me comí sus tetas y ella, al cabo de unos instantes entregada al placer que le proporcionaba mi boca succionando sus enormes pezones, me suplicó que le dejase hacerme una mamada.

-Dios, Juan -me dijo, en mitad de una increíble mamada-, no me alejes nunca de tu polla, por favor.

-Tranquila ohhhgjf, Chus -joder, la mamaba como nunca tras su reciente emputecimiento; seguramente ahora, pensé, podría incluso ganar el torneo de mamadas-, no te oh, joder, no te preocupeees, ¡dios!, no dejaré que nadie vuelva a sepaaararnos...

Me llevó al cielo, literalmente, con aquella mamada. Me corrí en su boca mientras ella seguía chupando y chupando, sin detenerse un instante y a la par que iba tragando todo mi semen, hasta que mi miembro quedó tan flácido como feliz. Tras aquello, por supuesto llegó el turno de mearla. En este caso le regué aquellas enormes tetas, a la par que ella las meneaba ante mí en un hipnótico oscilar. Luego nos dimos otra ducha, volvimos a besarnos y, tras pelármela nuevamente, acabé follándomela por el culo contra la pared.

Aquella noche me acosté en mi cama reventado y con una sola pregunta en mi cabeza: ¿cómo carajo había podido dejar escapar en su día a Chus? Desde luego, era un error que no pensaba repetir, pero debía andarme con ojo pues, no debía engañarme, pese a todo el placer físico que Chus me daba y mi enganche emocional a ella, puercas como Mery o Cris despertaban en mí un deseo animal que lograba nublarme el entendimiento.

GRACIAS POR LEERME.