El club XXI

Nuevo episodio de la saga. Duro.

Nos informaron de que tendríamos que acudir, todos y cada uno de los socios, a una reunión extraordinaria del club. Si alguien no acudía, debería pagar una multa del 10% de su patrimonio o bien entregar a una de sus hembras al club como penalización. Sobra decir que no faltó un solo socio, a excepción de dos personas que estaban, por negocios, fuera del país y que obtuvieron un permiso expreso por parte de los altos comisionados. Era la primera vez que yo vivía, como miembro del club, esta situación tan infrecuente, y algo me decía que tenía que ver con el asunto de Fidel. Creo que él pensó lo mismo, pues en la misma tarde que nos convocaron empezó a mirar vuelos al extranjero.

-Fidel, compañero -le dije-, recuerda lo que le pasó a Ricardo, tú mismo me lo contaste. Si te vas, te delatas aunque en este caso no fueses el objeto de esta reunión, y no dudes que te van a encontrar y será peor. En el peor de los casos, aquí te cortarán el miembro; pero si te pillan en Uruguay o en la India, directamente te pegarán un tiro.

-¡Joder, lo dices como si quedar castrado fuese poca cosa! ¡No sé si podría vivir así!

-Lo sé, Fidel, y créeme que puedo entender lo que estás sintiendo -un súbito frío me recorrió la entrepierna-, pero no arraglarás nada huyendo. Si te quedas y esto no va contigo, no habrá nada que temer; y si era por ti, tal vez valoren tu buena voluntad y solo te sodomicen y te quiten a tus yeguas.

Fidel todavía estaba resentido conmigo por cómo se la había jugado para hacerme con Cris, pues aunque había salido beneficiado había resultado para él muy humillante tener que vendérmela por un euro, y su desprecio hacia mí persona subyacía en cada mirada. Yo, por mi parte, aunque me había estudiado bien el reglamento y no tenía obligación de delatar a Fidel, lo cierto es que también estaba algo nervioso y temía las consecuencias que pudiese acarrearme la mencionada reunión extraordinaria.

Finalmente, Fidel se quedó -hizo bien, pues lo tenían geolocalizado por móvil desde hacía un par de días, como después se supo- y, como nos temíamos, la reunión era por causa suya. Aquello no fue nada bonito de ver, aunque algunos sádicos como el "cowboy" seguro que lo disfrutaron. Además, cuando se supo lo que Fidel había hecho con Rocío fuera del club (de Chus no se comentó nada) y que gracias a eso pudo comprar a otras hembras, los ánimos se caldearon sobremanera. Fidel se disculpó, lloró, suplicó; pero de poco le sirvió. Primero de todo, Rocío y el resto de sus hembras le fueron expropiadas. La rubia tetona sería subastada en las próximas fechas y, dado su gran valor, nadie le pondría la mano encima. Lo que sí hicieron fue obligarla a entregar su ropa interior, en este caso un hermoso tanga blanco, con el cual hubo de vestirse Fidel y pasearse, solo cubierto por aquella exigua prenda, ante la concurrencia. Muchos socios lo abucheaban, insultaban y pedían para él los más terribles castigos. Él lloraba y suplicaba, ya sin saber a dónde mirar.

Antes de continuar su castigo, los comisionados explicaron que Rocío no sería sancionada y que Cristina, habida cuenta que había ayudado a destapar la trama y que pertenecía a otro dueño, sería indultada pese a su perjurio. Esto perjudicaba claramente mis intereses, pues aunque sí se le mantenía el año extra de club -eso no podían quitárselo, pues afectaba directamente a un propietario (yo), y sobra decir que las guarras no podían tener más derechos que sus machos- ahora ya no recibiría castigo extra alguno por parte de Fidel en caso de dejar de ser mía, ni ablación ni nada. Es verdad, no obstante, que seguía siendo su dueño y podría hacer lo que quisiese, literalmente, con ella, pero ciertos límites del maltrato como la ablación no me estaban permitidos y, aunque yo jamás querría llegar ni llegaría a ese extremo, el que ella tuviese esa espada de Damocles encima me convenía y mucho.

Tras explicar lo anterior, continúo el suplicio de Fidel. Tras pasearlo en tanga y con correa, lo entregaron a un par de sodomitas bien dotados -poco o nada envidiaban a Roberto- que le follaron el culo y la boca como auténticos salvajes entre los vítores de muchos de los asistentes. Después de aquello, le pusieron unos electrodos en los cojones y lo frieron durante un rato. El pobre vomitó un par de veces y sus gritos de dolor eran desgarradores. Me habría ido, de haber estado permitido. Alguna de las puercas (ellas también estaban convocadas) se desmayaron y a otras se les permitió salir a otra sala a tomar un vaso de agua. Después de aquello, lo dejaron reposar un poco para recobrarse, y con aquella lección -que realmente nos estaban dando al resto- ya aprendida, solo quedaba que leyesen su sentencia. Fidel, por supuesto, era expulsado del club, con el cual contraía una deuda por el valor de su patrimonio -es decir, se quedarían con todo lo que tenía tanto dentro como fuera del club-, y además era condenado a la castración completa (testículos miembro viril) por el procedimiento de la "bandera". Dicho procedimiento consistía en que el condenado, esposado de pies y manos y completamente desnudo, fuese calentado por una hembra durante dos largos minutos. Sobre su miembro flácido se colocaba una pequeña bandera, a escasos centímetros de altura, en mitad del mecanismo de una pequeña guillotina a medida, la cual se caería si la polla se empalmaba lo suficiente, activándose así una alarma. A partir de ese momento la hembra tenía unos instantes para retirarse, justo antes de que la hoja de la guillotina le cercenase el miembro al condenado. Era un sistema especialmente cruel, pues la hembra encargada de caldear el miembro en cuestión solía ser alguien cercano al condenado (según parece, este sistema ya se había empleado con anterioridad en el club en dos ocasiones, una de ellas con un juez corrupto que se había vendido en el torneo y la otra con un propietario que había mutilado de manera intencionada a la hembra de otro dueño, asaltándola fuera del club), y en el caso de Fidel la encargada no sería otra que Rocío. La rubia tetona de piernas interminables y morritos gruesos de mamona que tantas y tantas veces hiciera las delicias del miembro de Fidel sería ahora la encargada de causarle su pérdida. Por supuesto, Rocío también necesitaba un incentivo, por lo que se ofreció una prima de 5000 euros si lo lograba. Habida cuenta de que si no se prestaba ella lo haría otra, y teniendo en cuenta lo tacaña que era Rocío, el rabo de Fidel estaba sentenciado.

Rocío se paseó en tetas ante su hasta ahora dueño y señor, quien por supuesto estaba obligado a mirar. Se acercó a su oreja y empezó a susurrarle quién sabe qué guarradas en la oreja. La polla de Fidel empezaba a hincharse, a convulsionar, a sufrir espasmos de placer. Rocío entonces se arrodilló ante él, como había hecho centenares de veces en los últimos meses, y empezó a simular una felación con un consolador en la mano. Ahí Fidel cerró los ojos, pero recibió la advertencia de que si los cerraba de nuevo accionarían ya la guillotina. Entonces volvió a mirar y vio a Rocío devorando aquella polla de plástico, a la vez que exponía sus tetas y se tocaba el coño arrodillada. Fue demasiado para él y la banderita saltó por los aires. Rocío emitió un leve chillido, se incorporó y se apartó a la carrera hacia un lado. Fidel, inmovilizado, no pudo eludir su destino. Cinco segundos más tarde, su polla estaba separada de su cuerpo.

El rabo de Fidel sería conservado en un tarro de formol, y expuesto en el museo del club como advertencia para cualquiera que fantasease con saltarse impunemente las reglas del club. Sus cojones también le fueron arrebatados. Se los cortaron de un tajo y a navaja. Era un espectáculo insoportable de ver, aunque algunos socios no parecían pensar lo mismo. A Fidel, después, le metieron sus propios huevos en la boca, la cual le sellaron con esparadrapo. Uno de los comisionados le dijo que debía estar agradecido, pues si hubiese conservado los cojones podría excitarse todavía con hembras como Rocío a las que, sin miembro, ya no podría volver a follarse. Acto seguido se llevaron a un semiinconsciente Fidel entre dos miembros de seguridad. Presumiblemente lo llevaban a la enfermería, donde le practicarían las curas pertinentes para evitar que se desangrase. A partir de ahora, Fidel, a quien no volví a ver, debería vivir -si podía soportarlo- arruinado económicamente y castrado sin remedio de por vida.

Tras aquello, reflexioné -pienso que de eso se trataba- largo y tendido sobre mi situación en el club y mis aspiraciones. Era obvio que dominar los reglamentos era muy útil, pero me equivocaba si creía que podía salir por siempre impune saltándome las normas. Sin ir más lejos, aquella meada a Leyre o la visita de Chus hace algunas semanas podrían haberme costado muy caro.

En los siguientes días, de cualquier modo, intenté evadirme de lo ocurrido y continuar disfrutando del club. Por algún momento mis ganas de ir al club se esfumaron y sentí un agrio rechazo a todo lo que representaba, pero después pensaba en Mery, mi entangada diosa que ahora me pertenecía y todo lo que podría hacer con ella, y de nuevo mi polla pensaba por mí. Cabe decir también que Chus estaba cada vez mejor, y sexualmente toda la depravación sufrida le había otorgado unas tablas impresionantes. Ahora no era una maestra mojigata, sino una putona experta y lo demostraba con solvencia con cada uno de sus orificios. He de decir que entre ella y Mery poco a poco fue naciendo una incipiente rivalidad. La universitaria entangada quería ser siempre el centro de atención y no soportaba -sin duda aún afectada por sus humillantes derrotas ante Zaira- que ninguna otra hembra le hiciese sombra. En ese sentido, he de decir que con Cristina nunca coincidía, pues los dos días de Cris yo los reservaba para la depravación y Mery no debía acudir al club; pero uno de los días de la semana quería disfrutar de un trío, y ese día Mery y Chus coincidían. Ambas me la comían por turnos, pasándose el rabo de una a otra, y se picaban por ser quien más placer me otorgaba. Chus intentaba, más madura, no entrar al trapo, pero Mery podía llegar a ser muy déspota y caprichosa. Venía con nuevos bikinis tanga -sabía que esas prendas de guarra me enloquecían- y me ponía entre la espada y la pared: "Dile a esa guarra que se aparte", me espetaba, cuando veía que yo más caliente estaba; "la quiero fuera de mi vista mientras te la mamo", insistía. En ocasiones, los días que coincidían en lugar de gozarlas a un tiempo, lo que acababa haciendo era disfrutar sexualmente de la enloquecedora Mery y usar a Chus únicamente como orinal. A Mery, en cambio, nunca había osado mearla. Había algo que hacía sentir sucio de solo pensarlo, como si la "princesa chupapollas" -como Zaira la había bautizado- hubiese nacido para otros menesteres. Chus aguantaba la situación con estoicismo, y cuando comprendió que mi polla siempre elegiría a Mery antes que a ella se esforzó cuanto pudo por no contrariar a la universitaria para no verse privada de mí, pues en más de una ocasión la puerca de los tangas la había amenazado alto y claro: "cuando yo quiera, Juan te venderá al primer postor".

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