El club XX

Chus ha vuelto, y Cris está contra las cuerdas.

Desde ese lunes sucedieron muchas cosas, la mayoría favorables a mis intereses. Intentaré poner todo en orden y explicarme con la mayor claridad posible y sin dejarme nada por el camino.

En primer lugar, os diré que en mi trabajo lo único que hice fue estudiar una y otra vez el reglamento del club, pese a que me lo sabía ya de memoria. Varias veces uno de mis jefes me dedicó miradas acusatorias, pues sin duda se preguntaba por qué no tecleaba una sola palabra en el ordenador ni recibía a ningún cliente, pero yo seguía a lo mío. El torneo me había reportado mis ingresos laborales de un año y medio, y lo que tenía en mente podía directamente catapultarme al éxito y la riqueza, por lo que poco me iba a importar que aquel imbécil me echase una bronca o incluso amenazase con despedirme. Estudié, como digo, el reglamento y me quedó claro que mi plan sería absolutamente viable. Cristina había declarado en contra de Fidel, lo cual era un procedimiento altamente extraordinario en el club (una zorra declarando contra su amo), el cual solo se admitía en situaciones que afectasen a normativas y estamentos cruciales del propio club, como era el caso. Así las cosas, si la zorra de Cris podía probar que Fidel prostituía a sus hembras fuera del club, no le ocurriría nada; pero si no podía demostrarlo o si el suyo resultaba ser un falso testimonio, entonces estaba realmente jodida. La ley del club era implacable en situaciones así, como es lógico, pues no podía permitirse que, por venganza, cualquier hembra arruinase la vida a su macho. Si Cristina no podía demostrar lo declarado (y no podía, pues aunque se verificase que Fidel había prostituido a otras, lo cierto era que no lo había hecho con ella, lo cual se había inventado para así quedar libre de Fidel de manera automática), si no lograba demostrarlo las consecuencias irían desde la ablación hasta la posibilidad de que sufriese “un accidente”, pasando, cómo no, por una interminable lista de depravaciones sexuales al lado de las cuales lo que había vivido Chus parecería anecdótico. Pero, y ahí estaba la clave, había una manera de que Cris se librase de todo castigo en base a un delito de falso testimonio contra su propietario. Si cambiaba de dueño antes de la sentencia, no podría ser juzgada del mismo modo, y las consecuencias –que por supuesto las había- se limitaban a indemnizar a su antiguo propietario con todo el dinero que hasta la fecha hubiese obtenido por diversas vías en el club (premios, primas…) y a una condena de otro año extra en el club –que, efectivamente, pasaría con su actual dueño, es decir, yo, si todo salía bien-. Por último, si por algún motivo su nuevo dueño se deshacía de ella, entonces el afectado (Fidel) podría reclamar castigarla del modo en que considerase oportuno, incluida aquí la ya mencionada ablación y otras prácticas incluso peores.

Así las cosas, no me resultaría nada difícil convencer a Cris, toda vez que contaba con el testimonio de Chus y las pruebas que podía aportar (conocía los nombres de algunos incautos clientes de Fidel que incluso le habían dado su número de móvil, por lo que no sería difícil que el club destapase la trama al completo y, de paso, se constatase que Cris no había participado en aquellas fiestas). No sería complicado convencer a esa guarra de que le convenía ir por propia voluntad a las altas esferas del club y desmentir su testimonio, siendo así castigada –pues ya estaría en mi poder- solo de manera económica y con ese año extra del que yo tanto me beneficiaría. Y lo haría, vaya si lo haría, pues sabía que de otra manera estaba perdida. Fidel perdería los huevos o incluso la polla, y por supuesto lo dejarían sin un céntimo; pero ella saldría igualmente mal parada. Siguiendo mi plan, solo tenía que portarse bien conmigo durante el resto de sus días en el club y así se garantizaría no sufrir semejante castigo. Sin duda, la tendría en mi mano y ejercería sobre ella el más absoluto de los poderes, pues su vida dependería de mí, literalmente.

¿Y qué necesitaba yo para que todo lo anterior pudiese llegar a buen puerto? Únicamente que Fidel me la vendiese, algo que podía hacer pese a estar suspendido temporalmente de sus funciones sobre ella. Cristina continuaba siendo propiedad suya pese a que no pudiese usarla, y él me la vendería porque era el único modo en que podía salvar sus partes. Ahora mismo, su única posibilidad era que Cris se desdijese; y eso no ocurriría si Cris seguía siendo suya, puesto que, en ese caso, ella tendría todo perdido y lo arrastraría consigo sin dudarlo. Recapitulando: a Fidel no le interesaba que Cris siguiese siendo suya porque jamás se echaría atrás y levantarían, por su culpa, toda la trama de prostitución; y a Cris no le interesaba seguir siendo de Fidel porque, ya que había mentido, se desdijese o no, sería castigada a niveles extremos.

El plan, hasta ese punto, era infalible y, por supuesto, funcionó. Fidel, que llevaba cuarenta y ocho horas sin dormir, me traspasó a Cris en la mañana del miércoles, por la simbólica cifra de un euro. ¡Un euro, sí! ¡Menos de lo que cuesta un café! Eso me había costado la zorra Cris gracias a su propia maldad y a la ambición desmedida de Fidel. A partir de ahí, todo ocurrió como se esperaba. Cris se desdijo y tres días después fue sentenciada al año extra en el club y a pagar a Fidel su capital acumulado. Como en su declaración no había nombrado a Rocío ni a Chus –para ponerse ella en sus lugares-, desde las altas instancias dieron carpetazo al asunto, al menos de manera oficial. Por supuesto, Fidel temía que siguiesen investigando, lo cual, si hacían, sin duda daría sus frutos. En ese caso Rocío sería exculpada, pues aduciría que su macho la había obligado bajo amenaza de ultrajes mayores y Chus, la pobre, tendría suficiente con alegar su estado mental actual. Pero Fidel, mi buen amigo Fidel, lo perdería todo: el dinero y lo que le cuelga -que no es gran cosa, pero para él, lógicamente, lo es todo-. Él se moría de miedo, como digo, y yo no descartaba que tuviese motivos para tenerlo, por más que desde el club se informase que se iba a echar tierra sobre el asunto.

Pero todo esto no fue lo único que sucedió en las fechas posteriores al torneo. Debo contaros también cómo me hice con Mery, cumpliendo así mi más absoluta fantasía, y cómo adquirí en subasta –en este caso por la miseria de mil quinientos euros- a Chus, en quien, eso sí, me gastaría una pasta en psicólogos del club, pero a quien no abandonaría a su suerte. Lucharía por recuperarla y volver a hacer de ella una zorra de primera a todos los niveles, incluida su buena conversación.

Pero ¿de dónde saqué el dinero para comprar a la diosa de los bikinis tanga? Pues en primer lugar, y con todo el dolor de mi corazón, vendí a Paula L. por 350 mil al individuo que la había sacado a bailar en la segunda jornada del torneo. No fue sencillo exprimirlo ni deshacerse de ella -ambos soltamos una lagrimita, la mía más disimulada-, pero me negué a dejar que catase su mamada y, estaba tan obsesionado con ella, que renunció a seguir regateando y me la quitó de las manos. A continuación, hube de negociar muy duro por Mery, estando yo ahora en la posición contraria, pues su dueño no estaba interesado en venderla –parecía que se arrepentía del trato que le había dado y que volvía a valorar su enorme potencial, quizá uno de los más elevados del club-, pero conseguí que aceptase una oferta de 800 mil, para la cual hube de endeudarme con el club. Tras pagar multas y cobrar indemnizaciones –incluida alguna que otra no mencionada en este somero informe-, después de cobrar el premio del torneo y de las ventas de Lupe y Paula L., todavía así, necesitaba un par de cientos de miles. Mi política había sido hasta ahora la de hacer “colchón” y no endeudarme si no era necesario. Incluso pensaba que podía vivir “fuera” del dinero del club con relativa facilidad. Pero, claro, se pone a tiro una diosa como Mery y uno, encoñado como estaba, se pasa por los huevos sus principios, piensa con la polla y se mete de cabeza en un crédito. Además, si la vida me daba un revés, con puercas como Mery o Cris tenía un valor seguro. Ambas no bajarían, juntas, de los dos millones ahora que Cris tenía un año extra de club y que yo había descartado ponerla a follar con canes.

En todo caso, pese a que mi situación financiera fuese algo más compleja, empezaba a tener mi propio harén y a disfrutar de la estimulante sensación de poder que me retribuía. No en vano, ahora tenía en mi poder a tres hembras increíbles, Mery, Cris y Chus, y podía permitirme lujos tan sublimes como el que Mery y Chus me la chupasen entre las dos, o pasar del ojete de la entangada universitaria al de Cris y viceversa, o follarme las tetas de Chus mientras Mery, desde atrás, me comía los cojones.

Cristina, además, se mostraba absolutamente sumisa, pues sabía lo que se jugaba, y aunque le perdoné –más por mí que por ella- la humillación de tener que ser montada por el dogo, sí que le di un buen escarmiento –de paso que reestablecía con él mis relaciones- entregando su ojete a Roberto.

El jodido brasileño se puso una goma elástica en los cojones para que se le hinchase más de la cuenta su ya descomunal aparato, y la montó hasta hacerla gritar de dolor –que en el caso de un ojete experto como el de Cris era mucho decir.- Además, alguna pomada extraña debió echarse en el rabo, puesto que le brillaba con un color purpúreo y la guarra de Cris, nada más terminar de ser montada y completamente abierta, no paraba de quejarse de lo que le escocía el orificio. Aquel picor le duró un par de días, y finalmente Roberto, ya confiado de que no lo denunciaría al verme encantado con la situación, me confesó que efectivamente se había puesto un elixir de ortigas, inocuo para su miembro pero muy jodido para el ano que lo recibe por no sé qué reacción de los tejidos del recto. El caso es que nos abrazamos entre risas y hasta le pedí la pomada, con la que castigaría a Cris a mi antojo en lo sucesivo cuando me saliese, nunca mejor dicho, de la polla.

En aquellos días estreché mis lazos con Roberto, y el muy cabrón llegó a confesarme su bisexualidad. Efectivamente, según me dijo, mi “culito” –así lo llamó- le resultaba muy atractivo. “Aunque ahora seamos compadres, ándate con ojo –me dijo- pues como te la pueda clavar no dudaré”. Se rió, y yo con él; pero la verdad es que imaginar aquel aparato en mi ojete virgen me hacía de todo menos gracia.

Ni que decir tiene que a la que menos le gustaba mi nueva amistad era a Chus, quien asociaba aquella taladradora el trópico con su más absoluta degradación. Y, hablando de ella, debo decir que estaba mucho mejor cada día. Después de dos semanas de terapia –me estaba arruinando- su entendimiento, gracias a cierta medicación, empezaba a salir de aquella bruma en que se hallaba. Lo que no cambiaba –y ojalá no lo hiciese jamás- era su sumisión hacia mí. Chus fantaseaba con cumplir su ciclo en el club para, entonces, poder ser mi puta 24/7 y sin restricciones. Yo estaba encantado con sus progresos y muchos se tiraban ya de los pelos al no haber pujado por ella. Vestía bien, como antaño, mantenía sus tetazas de MILF como tarjeta de presentación, la mamaba como los ángeles y, por si esto fuera poco, ahora además era un lujazo follársela por el culo. No tenía el ojete de Cris ni de Mery, pero lo tenía taaaaaaan abierto… ¡Qué morbazo! De todas maneras, mentiría si os dijese que mis horas más placenteras en el club me las daba ella, pues era Mery, mi entangada diosa, quien me volvía loco con sus pajotes de niña bien y uñas de manicura, sus mamadas deliciosas de universitaria comerrabos y su ojete de ensueño siempre en tanga. Y además sus ojazos, sus caderas, sus piernas, su sonrisa… todo en ella era perfecto. Los dos días que Mery iba al club yo volvía a casa con la polla destrozada, y normalmente al día siguiente no las citaba a ninguna y me quedaba en casa descansando en el sofá, recordando los placeres que ella me había regalado.

Y así, como os digo, transcurrieron las siguientes semanas en el club. Semanas en las que todo era de color de rosa. O al menos lo era para mí, pues, finalmente, el club sí había decidido investigar lo de Fidel.

GRACIAS POR LEERME. ACOSTUMBRO A RESPONDER VUESTROS COMENTARIOS, POR LO QUE SI ALGUNA VEZ RESPONDÉIS A MI RESPUESTA, LO MÁS NORMAL SERÁ QUE LO HAGA DE NUEVO (PARA QUIEN LE INTERESE SABERLO).