El club XVIII -El torneo Parte Final

Última entrega del evento de puercas más esperado en el club.

Cenamos, y huelga decir que nuevos manjares acariciaron los manteles del castillo de B. En todo caso, yo empezaba a sentir que a estas alturas me habría resultado sencillo conformarme con algo más ligero, tal vez un simple sándwich -¡oh, qué ignominia la mía!-, pero, cómo no, acabé por hacer el esfuerzo de engullir parte de lo que se me presentaba en el plato (los platos). Por supuesto, tampoco en esta ocasión faltó el vino, y yo bebí quizá más que la noche anterior.

Bebía y bebía, aquel caldo de cientos de euros la botella, y mi cerebro se inflamaba más y más. Pensaba en Cristina y la situación en que había puesto a Fidel la muy zorra, y también en cómo yo mismo me había dejado engatusar por ella. Pensaba en Mery, mi entangada diosa; en su culo, donde residía el olimpo de mi deseo. Pensaba en mi Paula, mi rubia, mi heroína, que me había reportado otros 40 mil euros merced a su boca de felatriz. Pero tampoco quiero pasarme de lirismo, pues la realidad era que estaba cada vez más borracho y que la polla me hervía cuando pensaba en todas esas guarras que nos rodeaban.

Tras la cena, de nuevo, como en la velada anterior, tocaba baile. Pero este era diferente, en este baile eran los propietarios quienes sacaban a bailar a las hembras de otros machos. Se establecía así un curioso juego de egos, pues si bien para unos el sacar a bailar a la hembra portentosa de otro propietario era poco menos que una humillación, para otros significaba precisamente lo contrario: retar a un rival al que no se envidia ni se teme, porque uno sabe que es mejor que él.

El enfermo que mañana me compraría a Lupe la sacó a bailar. Yo casi me había olvidado de su existencia y, de no ser porque la vi en mitad de la pista, habría pensado que se había largado a casa, lo cual no me hubiera importado lo más mínimo. Al día siguiente la vendería, le daría su porcentaje correspondiente a su anterior propietario –pues así había quedado reflejado negro sobre blanco- y luego intentaría alejarme cuando la llenasen de cables y artilugios, pues ya lo que me faltaba era sentirme de nuevo culpable por su maldita culpa.

A Paula también la sacaron a bailar. Lo hizo el propietario de Zaira y yo empecé a hacer cuentas de a partir de cuántos miles aceptaría su oferta. Estaba seguro de que aquel tipo no tardaría ni dos días en ofrecerme 200 mil por ella, pero ahora valía mucho más y yo debía jugar bien mis bazas. Mientras mi rubia bailaba con su –tal vez- futuro dueño, yo buscaba con la mirada a Mery. Por un lado quería bailar con ella, volver a disfrutar de su embrujo, pero por otro me sentía un tanto avergonzado y dudaba si sacarla a bailar. Así funcionaban las humillaciones en el club, ese era su devastador efecto sobre las hembras. Lo había visto con Chus, quien ahora no valía un euro, y lo veía ahora, salvando mucho las distancias, con María, Mery, mi diosa, quien llevaba encima la marca de la vergüenza tras haber escupido aquella polla y ser sometida al ulterior ultraje por parte de la taladradora brasileña. Sí, definitivamente su precio bajaría; su dueño, si es que le importaba su propia economía, había cometido un craso error. Y no, no bailaría con ella, pero no solo por orgullo, sino también por contribuir a esa depreciación que tan interesante –soñaba ahora- podría llegar a resultarme. Estaba tan borracho y tan caliente, que no era capaz de calcular la medida exacta de mi economía actual tras los últimos acontecimientos.

Decidí, al cabo, sacar a bailar a la presentadora buenorra; pero estaba siempre ocupada. Lo mismo ocurría con Zaira, con Rocío… pero al final, en un golpe de fortuna, logré sacar a la pista a Paula A., cuyo culo también me ponía al límite. Mientras bailaba con ella, capté la mirada siniestra de Cristina, quien me amonestaba en la distancia por no haberla escogido. Me entraron escalofríos; sin duda aquella zorra estaba muy mal de la cabeza y podía causarnos la ruina a Fidel y a mí. En todo caso, no era momento para pensar en ello, por lo que me despedí de Paula A., tras terminar la pieza, y me fui a por otra copa, en este caso de champaña.

Tras un tiempo impreciso que se desvanece en lo más brumoso de mi memoria, llegó el momento en que se reanudó el torneo. Trajeron los trofeos y los expusieron, todos ellos con motivos harto previsibles (el de mamada, por ejemplo, era eso , una mujer chupándola), pero sin duda de gran valor económico en vista de los materiales empleados.

La primera final, como quedó dicho, era la de paja. Mery recibió de nuevo las mofas y desafíos de Zaira antes del inicio. La muy zorra, nunca mejor dicho, le preguntó a mi diosa qué tal tenía el ojete y, de paso, le recordó que si volvía a joderla podía verse en la misma situación de nuevo. Mery temblaba, literalmente, ante la perspectiva de un nuevo castigo anal, y otra vez parecía descentrada para el combate. El incompetente de su dueño debería haber protestado por la actitud de Zaira hace bastante, pues así estaba cavando su propia tumba.

La que no se arrodilla pajeó primero. Se la peló a aquel juez con un virtuosismo tal que la pobre Mery, cuando llegó su turno, ya acudió derrotada. “Venga, princesa, que esta vez al menos no podrás ahogarte”, le dijo Zaira, como siempre altiva, cuando se cruzaron.

Mery hizo una paja decente para cualquier otra, pero que desde luego no estaba a la altura de sus habilidades. Perdió, y a su dueño se lo llevaban los demonios. Le dijo que lo pagaría, aunque no concretó de qué modo. La otra cara de la moneda era Zaira, quien levantó el trofeo orgullosa y fue a ofrecérselo a su propietario. Todos aplaudieron, y yo hice otro tanto, aunque interiormente la maldije con todas mis fuerzas.

Sin tiempo para descansar, Zaira debió enfrentarse a Rocío en la final de cubana. La flamante vencedora en paja lucía un infartante escote; pero toda la atención del público recayó en Rocío de inmediato, pues la pedazo jaca de Fidel se presentó con un top inverosímil a punto de reventar. Realmente no hubo final. El juez, ya tan salido como cualquiera de los presentes, le magreó las tetas sobre el top. Después poco menos que se lo arrancó y, ya con Rocío en tetas , metió la picha en medio y se las folló como un salvaje. Rocío apenas tuvo que sujetárselas; él hizo el resto. Cinco minutos después se había corrido y Zaira sabía que no lograría el doblete. Efectivamente, Rocío levantó el trofeo y se arrodilló ante Fidel para ofrecérselo. Después, el propio Fidel le pidió que recogiese el top y se lo diese al juez como recuerdo.

Por el momento, las finales estaban siendo un tanto decepcionantes –a pesar de mi borrachera-, por lo que decidí descargar tensiones con mi rubia antes del inicio de la final de anal. Me la llevé una decena de metros más allá y se la metí por el culo. Intenté follármela así, pero estaba tan bebido que me resultó imposible. Entonces, mi fiel Paula, sin necesidad de un solo gesto por mi parte, se arrodilló y me la trabajó con la boca. Le llevó lo suyo, pero finalmente me sacó toda la leche.

Cuando volví a mi lugar, la final ya había comenzado. De hecho, Cris ya se preparaba para tomar por culo, toda vez que Paula A. había terminado su turno. Fidel me informó de que Paula había hecho un anal espléndido, ordeñando aquella polla con un sutil y continuado movimiento de cadera. No tenía muchas esperanzas de que su -¿su?- zorra pudiese derrotarla.

No obstante, Cris tomó por el culo como una campeona. Aquel juez la embistió cual semental y ella, pese a su aparente fragilidad, nuevamente se mostró una auténtica todoterreno. Parecía que aquel tipo la iba a reventar, pero ella le seguía el ritmo e incluso, por momentos, se lo marcaba. Pese a no haber visto el anal de Paula A., creo que puedo asegurar que podría haber ganado cualquiera de las dos. Finalmente fue la más joven quien se llevó el título, y Cris no podía ocultar el disgusto en su rostro desencajado.

Solo quedaba la final de blowjob , el punto culminante de la velada y del torneo: diríamos que el evento del año. El club, para amenizar si cabe más el show, presentó antes del encuentro a dos nuevas hembras que serían subastadas próximamente. Ambas zorras debieron exhibirse ante nosotros los propietarios y, si bien no estaba permitido gozarlas, recibieron todo tipo de humillaciones verbales, cachetadas y manoseos. Eran dos hembras de categoría. La primera, Ainhoa, era muy hermosa de rostro y tenía una delantera espectacular. La segunda, Mercedes, era una treintañera morena de ojete espectacular. Vestía unos jeans ceñidos que moldeaban a la perfección su culo y sus piernas, y no pude resistir la tentación –ni quise- de darle una buena palmada en el trasero.

Al cabo de un cuarto de hora, al fin comenzó la tan esperada final. Zaira fue en esta ocasión la primera, y Rocío hubo de morderse las uñas mientras su oponente la mamaba acuclillada como una auténtica Cleopatra. Ya se ha dicho aquí que Zaira, en cuanto a mamadas se refiere, dominaba todos los registros y, una vez más, se encargó de demostrarlo. Mientras Fidel observaba con atención el espectáculo y le daba algún que otro consejo a Rocío antes de que esta entrase en liza, Cris se acercó a él y le habló al oído. Estábamos muy cerca, pero no pude escuchar nada de lo que le decía. Fidel, que se quedó blanco como la nieve, no quiso hacerme ningún comentario, e incluso tuve la sensación de que me miraba con desconfianza. Justo cuando Zaira recibía un enorme lefazo en su rostro de puerca, decidí que no aguantaba más y, en un impulso quizá fruto de la borrachera, me ausenté para hablar yo mismo con Cristina.

Nos fuimos a una estancia contigua, lógicamente vacía al estar disputándose la final a una puerta de allí, y le pedí las explicaciones pertinentes. Pero Cris no estaba dispuesta a dármelas, se limitó a decirme que tenía a Fidel cogido por los cojones y que si yo no quería ir detrás ya podía empezar a tratarla con respeto. Aquello me indignó, y le dije de todo. Le recordé que no era más que una chupapollas, la “Bukkake”, como muchos la llamaban debido a las prácticas a las que Fidel con cada vez mayor frecuencia la sometía. Aquello la enfureció y me aseguró que me arrepentiría. “No llores como una putita cuando tengas el rabo de Roberto en el culo”, me dijo; a lo que respondí de manera violenta. Intenté someterla por la fuerza –lo que me habría ocasionado un buen problema-, pero debido a mi borrachera no lo logré. Me caí de espaldas en la moqueta y ella se recolocó los leggins, me escupió –sí, me escupió- en el rostro y se largó.

Cuando regresé al escenario de la final, Rocío ya estaba levantando el trofeo que la coronaba como la mejor mamona del club. Todo el mundo se acercaba a Fidel para felicitarlo por el doblete de su furcia, pero él seguía pálido como la cal.

GRACIAS POR LEERME.