El club XV

La pobre Chus continúa su descenso a los infiernos.

Las jornadas previas al torneo, Chus sufrió todo tipo de vejaciones. Hasta el punto en que acabó siendo una simple atracción de feria, completamente destruida como ser humano que un día había sido. De entre las mil y una constantes perrerías que hubo de soportar, dos de ellas fueron particularmente crueles. En la primera, uno de los miembros del club, un reputado criador de dogos, trajo al club a uno de sus animales, previo permiso de las altas instancias. Era un ejemplar enorme, un animal de más de cuarenta o cincuenta kilos, de porte noble y, según se dijo, gran pedigrí. Aquel chucho, pues pese a su aristocrática apariencia no dejaba de ser un perro, respondía obediente a cualquier instrucción de su amo quien, a toque de silbato, lo dirigía sin aparente dificultad. Cuando Chus vio al perro, se temió lo peor y de inmediato empezó a suplicar.

-¡Por favor! –imploraba, arrodillada y con las manos juntas en señal de súplica-. ¡No me hagáis esto! –dos enormes lagrimones embadurnaban de rimel sus mejillas.

-Tranquila, mujer –se mofaba el dueño del animal-, si no quieres montártelo con él, nadie te obliga. Haremos lo siguiente –reía-, no tocaré el silbato hasta que tengas cierta ventaja por lo que, si no quieres que te monte, no tienes más que marcharte. ¡Eres libre de irte! –le espetó-. Pero date prisa, pues pese a su apariencia, corre bastante.

La pobre Chus, únicamente ataviada con un tanga, echó a correr hacia el fondo de la estancia, sin pensárselo dos veces, con sus enormes tetas rebotándole en la carrera en todas las direcciones. Cuando ya la separaban cerca de cincuenta metros del dogo, que esperaba impertérrito sentado en la moqueta, su dueño dio dos breves toques de silbato, a los cuales el animal respondió al instante. Se inició entonces una frenética persecución por toda la sala, muy aplaudida por los presentes, quienes se reían sin cesar y animaban a la pobre Chus, entre burlas, en su huida. Finalmente, aquel descomunal chucho alcanzó a la buena de Chus. Se abalanzó sobre ella, cayendo esta de bruces contra el suelo. En animal la cubrió sin demora. Con sus poderosas patas delanteras sujetándola a la altura de los hombros y salivando como un poseso, introdujo su aparato en el coño de la que fuera mi primera hembra en propiedad y la montó sin respiro durante un par de minutos. Cuando terminó de saciarse, el perro volvió mansamente hacia la posición de su amo, quien lo recompensó con una chuchería. Chus, entretanto, se levantó como pudo. De su coño chorreaba el espeso semen de aquel animal que la hiciera suya hacía pocos instantes.

En la segunda de las salvajadas que Chus padeció, su integridad física corrió verdadero peligro. Al parecer, tras el episodio del perro, ya nadie quería follarla y se pasaba el día chupando pollas sin descanso. Hordas de miembros del club se acercaban a ella, en ocasiones con el único propósito de correrse en su cara, escupirle o insultarla; pero ya nadie quería montarla ni tan siquiera por el culo. Probablemente, aquella hembra de espectaculares tetas y hermoso rostro no alcanzaría ni 10 mil euros en su próxima subasta. Chus se mostraba cada vez más apática en sus felaciones, por lo que decidieron darle un escarmiento. Emplearon, a tal efecto, el llamado “juego de la cerilla”. Cogieron a Chus entre dos miembros de seguridad y le empaparon el chocho con gasolina. Después, cogieron cinco cerillas descabezadas, y que por tanto no arderían, y las introdujeron en una bolsa. A continuación, uno de los novatos del club se puso frente a Chus para que esta le diese placer con su boca de mamona. Por cada minuto que Chus tardase en conseguir que aquel hombre se corriese, una cerilla completa sería introducida en la bolsa. De este modo, si por ejemplo lograba que se corriese en dos minutos tendría únicamente dos posibilidades contra cinco de que le prendiesen fuego al coño, pero si tardaba demasiado las tornas cambiarían. ¡Había que ver cómo la mamaba! Lo hacía con desesperación, se le iba el chumino en ello y lo sabía. Mientras mamaba, podía ver, de reojo, un extintor detrás de su posición, el cual ella misma tendría que utilizar para apagar las llamas si tenía la desgracia de que tocase una cerilla con cabeza. En todo caso, por pronto que lograse apagarse el coño, como mínimo quedaría estéril y mutilada de por vida.

Chus la mamó como nunca y aquel hombre, jaleado por los miembros que se agolpaban a ver el espectáculo, aguantó cuanto pudo, pero no demasiado. A los tres minutos y catorce segundos, Chus logró que explotase en su boca. En consecuencia, cuatro cerillas completas entraron en la bolsa, donde se mezclaron con las cinco descabezadas. Chus tragó saliva cuando hubo de extraer de la bolsa una cerilla con guantes en las manos, para así evitar que las distinguiese por el tacto. Yo tenía el corazón en un puño y, en ese momento, me prometí que, si salvaba el chocho y no quedaba inservible, la compraría de nuevo.

Una ola de decepción se extendió entre los más sádicos del club cuando Chus, temblando de pánico y visiblemente desnortada, blandió en su mano derecha aquella cerilla descapullada. En aquel momento, la habría abrazado. No obstante, yo mismo sentía una irreprimible repulsión hacia ella desde que había visto cómo aquel chucho se la había fornicado.

Por quien no solo no sentía asco, sino cada vez más enganche, era por Cris. Me la había dejado comer por ella a espaldas de Fidel, y encima, la muy puta, me había negado a continuación la entrada a su ojete, que tanto me enloquecía.

-Este tendrás que comprarlo, Juanito –me dijo-, pero si me ayudas Fidel necesitará venderme y, aunque pierda dinero, preferirá que seas tú mi nuevo propietario para cumplir su venganza.

-¿Y quién te asegura que, una vez seas mía, no haré contigo cualquier atrocidad para que pagues por todo esto?

-Digamos… digamos que tengo un as en la manga. Además, Juanito, eres un cerdo. Un cerdo que necesita mi culo y lo quiere solo para él.

Era duro reconocerlo, pero aquella zorra tenía razón. Yo enloquecía por ella, por su ojete, lo mismo en tanga que en leggins. Faltaba saber si traicionaría a Fidel, si hasta ese punto llegaría su poder sobre mi polla. En todo caso, ahora llegaba el torneo, y debía centrarme en él y, a ser posible, en disfrutarlo.

GRACIAS POR LEERME.