El club XIX

La buena de Chus nunca decepciona.

Tocaron a la puerta con insistencia. Apenas podía creerlo, ¿quién podría ser a las seis de la mañana? No hacía ni cuarenta minutos que me había acostado, y la resaca asomaba según se iba retirando la borrachera. Finalmente, me puse el albornoz y fui a abrir. Nada más verla por la mirilla me estremecí. A continuación abrí la puerta y ella cayó a mis pies.

-¿Chus, estás bien? -Era evidente que no.

-Por favor, Juan...

-Venga, ponte de pie. Vamos, entra.

Sabía que me metería en un buen lío si aquello se sabía, pero no podía dejarla en ese estado tirada en el descansillo. Venía con unos vaqueros y una camisa escasa de botones, que dejaba al aire gran parte de su generoso pecho. Me explicó, toda vez que logré que se diese una ducha y comiese algo, que se la había chupado a un taxista para que la trajese hasta aquí. Mi pregunta de por qué no tenía dinero para un taxi (una maestra no tiene unos ingresos tan escasos) pareció dejarla fuera de juego. "Es verdad, pude pagarle", dijo. Mi mente voló por un instante hasta aquel afortunado taxista, probablemente un barrigudo cincuentón de pelo cano que había tenido la suerte de su vida. Seguramente Chus, mamona experta, le había sacado la leche en los primeros cinco minutos de carrera.

-Ponte esto, anda -le dije, alcanzándole una de mis camisas, en este caso con todos sus botones-, no puedes andar con las tetas al aire por la calle.

Me miró con esos enormes ojos verdes, ahora apagados tal vez para siempre, y me suplicó que no la echase de mi lado. Se arrodilló y empezó a suplicar de manera inconexa, a la vez que pugnaba por desatarme el albonoz y alcanzar mi polla.

-¡Estate quieta, Chus! ¿No ves que no puedes estar aquí? Ya tengo bastantes problemas ahora mismo, si encima se sabe esto, me cortan los cojones.

-Déjame que te la chupe, por favor, o al menos méame en la cara. ¡Quiero ser tu puta, como antes! ¿Por qué ya no quieres que sea tu puta?

La levanté como pude, imponiendo mi mayor fuerza física, y entonces, ya de pie, empezó a desabrocharse mi camisa hasta quedarse ante mí con las tetas al aire. Pese a su estado actual de degradación, así duchada y con sus siempre generosas mandangas a la intemperie, Chus seguía siendo una mujer muy deseable. Lejos del club y de lo que allí ella representaba, uno podría enloquecer fácilmente por comerse unas tetazas como aquellas para después follárselas de un modo salvaje.

-Escucha, Chus, tienes que reaccionar. Sé que no estás en realidad, pero debes hacerte cargo de la situación...

-Cómeme los pezones, Juan. Y después préñame.

-Es inútil -se me escapó un suspiro-; mira, Chus, en un par de horas entro a trabajar y todavía estoy medio borracho. Debería estar feliz, pues acabo de ganar mucha pasta en el torneo, pero Fidel... En fin, para qué te cuento todo esto...

-Fidel prostituye a Rocío y con lo que gana compra a otras hembras en el club.

-¿Qué... Qué cojones dices, Chus? No sabes lo que...

-Conmigo también lo hace.

-¿De qué estás hablando?

-A mí me pone a chupársela a cuatro o cinco cada noche que no voy al club. El otro día le pagaron más de 10 mil por una de mis mamadas.

-¡Vamos a ver, estúpida! -Perdí la paciencia y la agarré del mentón- ¿Cómo va a pagar alguien por ti después de lo del perro?

Pero en ese momento ella empezó a reír de un modo incontrolado, víctima de una especie de crisis de histeria. Reía y reía mientras se movía de un lado a otro de la sala con las tetas al aire y mi camisa completamente abierta. Estaba a punto de abofetearla para que recobrase la calma, cuando caí en la cuenta. Un instante después, como si de telepatía se tratase, ella confirmó mi intuición:

-Fuera del club no saben nada de lo del perro. -De nuevo rió como poseída-. Fuera del club, recuerda, ni siquiera saben que el club existe.

Fue así como supe que Cristina no mentía, aunque tampoco decía exactamente la verdad, como sabría después, sino más bien la adulteraba situándose como protagonista de una trama que había descubierto, pero que no iba con ella. De algún modo Cris supo lo de Rocío, o quizá también lo de Chus, quien desde que estaba en aquel deplorable estado de falta de voluntad era una presa fácil para quien quisiese usarla para aquellos menesteres. Bien pensado, una mujer como Chus, absolutamente atractiva y con un entrenamiento sexual avanzado como el que tenía a las espaldas, podía cotizarse muy alto en cualquier fiesta privada.

Según me contó la propia Chus, llevaba un par de semanas al servicio de Fidel, quien la llevaba siempre al mismo lugar (un piso en las afueras de la urbe), donde las drogas (absolutamente prohibidas en el club) y otras putas como ella hacían las delicias de unos cuantos ricachones. Allí había concidido con Rocío, quien cobraba 12 mil por mamada y 20 por mamada y cubana. Además, si me fiaba de Chus, la rubia se iba con no menos de cinco hombres por noche. Eso, a cinco días por semana, eran entre uno y dos millones al mes. Si Fidel reinvertía esa pasta en más hembras en el club, el círculo de beneficios sería inagotable.

Atando cabos, y recordando la turbia historia de Rocío, quien se librara milagrosamente de la cárcel tras cortarle los huevos a su antiguo jefe, pensé que bien podía estar llevándose una suculenta comisión de su propio emputecimiento, pues tenía fama de hacer cualquier cosa por dinero. Por otra parte, había esquivado la cárcel gracias al club, pues fue de sus arcas de donde salió el dinero para conseguir que aquel pobre hombre castrado retirase la demanda, y a ese preciso precio, el de eludir la cárcel, había sido captada. Si era cierto que la rubia tetona había sido la puta particular de aquel individuo solo por no ser despedida, ¡qué no haría por enriquecerse toda vez que, de cualquier modo, tendría que emputecerse durante dos largos años en el club!

Sí, todo encajaba. Además, era obvio que Chus decía la verdad. Daba datos muy precisos y, por otro lado, su ingenio no llegaría a tanto en su estado actual. Así las cosas, decidí jugar bien mis bazas (a mí se me iba mucho en esta partida) y hacer lo posible por conseguir mis objetivos. Quería a Cris para mí solo, pues me había desvirgado en el club y me había dejado marcado de por vida, atado a ella por un deseo morboso e incontrolable; quería también a Mery, en quien no podía dejar de pensar y a quien, por más que bajase su precio, difícilmente me venderían por menos de 600 o 700 mil (que obviamente no tenía); y quería también que Fidel salvase los huevos y el culo, aunque por supuesto a cambio debería darme lo que yo quería. Sí, lo tenía decidido: lograría a Cris y se la entregaría a Roberto para firmar la paz con él; dejaría que le taladrase el culo a su antojo hasta reventarla. Después la montaría el chucho aquel descomunal, y tendría que mamársela al propio perro. Tras todo aquello, destruida y puesta en su sitio, sería mía sin condiciones, como ahora se me presentaba Chus, quien me la estaba machachando con las tetas mientras yo urdía todo este plan. Ya podía ver el entangado ojete de Mery, mi diosa, ante mí en las noches del club, dispuesto para tragarse mi polla. Me la follaría por el culo cuanto quisiera, me correría en su cara de putón universitario cada vez; y todo gracias a Chus y su visita de esta noche.

Cuando me iba a correr, mi fiel Chus se la metió en la boca y tragó mi semen desesperadamente. Luego lamió mi miembro con fruición. Me daba una y otra vez las gracias:

-Gracias, Juan, gracias por dejar que me alimente de tu semen.

-Gracias a ti, Chus; ahora abre la boca que te vas a tragar también mi meada.

Mientras mi abundante chorro amarillo bañaba su rostro y ella lo buscaba su boca, yo pensaba ya en cómo tenderle a Cris la mejor de las trampas que nunca el protagonista le había tendido a la más vil villana.

GRACIAS POR LEERME.