El club XIV

Nueva entrega.

Cuando entraron los de seguridad, yo la montaba como un salvaje, agarrándola del pelo y embisiténdola frenéticamente. Ni siquiera había sido consciente de sus gritos, ni de dónde nos encontrábamos. Tan solo la veía a ella, con ese culo, esos leggins que me enfermaban y esa chulería, sublevándose ante mí. Me redujeron y me llevaron a otra estancia, bien sujeto y con la polla aún tiesa. De lejos, como en un sueño, oía a Cris hablarles atropelladamente. Les decía que Fidel no me había concedido su culo, que yo estaba sobrepasando mis atribuciones y ella debía velar por su amo. Lo decía con precipitación, soltando aquella retahíla de palabras una tras otra, pero yo la escuchaba a otro ritmo, casi a cámara lenta. Por un momento, tomé consciencia de la realidad. ¿Acaso Fidel me había concedido su culo?

Fidel apareció a los pocos minutos, seguramente lo habían tenido que avisar mientras disfrutaba del culo de Paula L. Llegó hasta donde me retenían y pidió explicaciones. Por el momento, se me acusaba de formar un nuevo escándalo. Además, se sospechaba que me hubiese querido hacer con el ojete de su hembra sin permiso. Fidel, mi buen amigo, me miró con dureza. A continuación, su rostro se relajó y su tono de voz se tornó suave. "A esa guarra se la presto siempre que quiere", les dijo. "Y por descontado que puede darle por culo, ya lo ha hecho otras veces". Yo respiré y, de inmediato, me soltaron. Pero la pesadilla apenas empezaba.

Más tarde tuve que presentarme en las oficinas, donde un comisionado me tomó declaración. Al parecer, Cristina había relatado ciertas prácticas por parte de Fidel. Según ella, Fidel me encubría en todo a cambio de obtener favores suyos fuera del club y que yo sirviese de coartada. Les había dicho que los días que no iba al club, Fidel la hacía presentarse en su domicilio particular, donde la prostituía. A esas "fiestas" supuestamente yo acudía. Les había contado también lo de Leyre, mi meada en las tetas que ella había visto y que la propia Leyre comfirmaría. Yo estaba atónito. "Pero le habrán pedido alguna prueba", les dije. "Alguna tenemos", me contestó un alto comisionado. "Hemos revisado sus móviles, los de su amigo y de usted, y en el de Fidel hemos encontrado conversaciones con un número que Cristina asegura ser suyo. Debemos comprobarlo." Por suerte, pues yo ya dudaba de todo y de todos, a mí no me habían encontrado nada en el móvil. No obstante, si Leyre confirmaba la versión de Cristina deberían seguir investigando. Por lo pronto, me caería una buena multa por el escándalo formado. "Otro más en pocos meses de miembro", me dijeron. Si tenía suerte, todo quedaría en eso.

Cuando me reuní con Fidel, ya al filo del cierre, lo vi descompuesto. No quería entrar en detalles, pero se veía que estaba asustado. Por el momento le habían requisado a Cris, por su seguridad, supuestamente. A nuestro lado, mientras conversábamos, Rocío se vestía para irse a su casa. Sus tetazas al aire y tan de cerca me sacaron de mi ensoñación y me sumergieron en otra. Fidel se percató.

-Acaba de hacerme una cubana y no me he corrido -me dijo-. Así de jodida está la cosa.

-¿Lo de Cris es cierto? - Me atreví a preguntar-. ¿La prostituías? -Instistí ante su silencio, en voz baja.

-¡Claro que no es cierto, Juan! No soy tan imbécil. ¡Qué necesidad tengo yo de hacer eso!

Pero era evidente que había algo que no me contaba, algo que se reservaba para sí mismo y que lo atormentaba. Me aseguró que yo podía estar tranquilo, que diría siempre que me la ofreció con derecho a ojete, pero me confesó que temía por su propia seguridad. "Solo te voy a pedir una cosa, Juan. Si me la quitan, debes comprarla tú. Te daré el dinero, pero puja por ella al precio que sea".

La siguiente noche apenas pude conciliar el sueño. Por otra parte, el campeonato empezaba en dos días y debía decidir sobre Lupe. Me iba a caer una buena multa, así que lo mejor era venderla. Rodolfo, el enfermo que solo compraba hembras de dieciocho, me ofrecía 60 mil, pero si la vendía podía decir adiós al torneo, pues necesitaba dos hembras. Aún así, era una oferta inmejorable por una niñata que no valía nada. Me resolví a venderla, pero acordé con él hacerlo por 50 mil y que esperase a después del torneo. Aceptó. Me habló de un dispositivo que tenía preparado para Lupe, un ingenio extraño que consistía en una especie de varillas metálicas recubiertas de látex que le abrirían el coño como si del montaje de una tienda de campaña se tratara. Después, un percutor le "taladraría" el culo a la par que le soltaría descargas eléctricas de poca intensidad. La corriente pasaría "en espejo" por las varillas metálicas y se potenciaría en el coño de la pobre Lupe quien, según me decía aquel demente, seguramente quedaría estéril si se excedía con la potencia. Todo esto, me aclaraba, estando la muchacha suspendida en el aire por unas cuerdas a modo de columpio humano. "Será una sesión privada", me dijo, "pero, si lo desea, está usted invitado". Me despedí como pude de él y, sin pensar mucho en qué destino le esparaba a aquella puerca con que me pagaría la multa, no fuese a ser que me echase atrás, subí a interesarme por mi caso en las oficinas.

No me dieron demasiada información. Con el torneo todo estaba bastante parado. La multa la sabría el lunes y su importe sería mayor que la anterior, por ser reincidente. Por lo demás, Leyre había confirmado en primera instancia la versión de Cris. No obstante, como suponían que Roberto no le permitiría otra cosa, habían decidido no tomarlamen cuenta y dejar el asunto como estaba. Si ya tras la denuncia de Hugo el testimonio de Leyre no había sido tenido en consideración, ahora no podría ser una excepción en uno u otro sentido. Y menos habida cuenta de cómo se tomaba la situación Roberto actualmente, en un terreno puramente personal. "Se ha ganado un buen enemigo, a veces conviene pasar más desapercibido", me dijo aquel comisionado. De cualquier modo, parecía que, salvo por la multa, me libraría nuevamente de las consecuencias de aquella meada que tanto me perseguía.

La posición de Fidel no era tan amable como la mía. Dispondría de Cris para el torneo, y seguramente ella competiría bien para intentar ganarse su buen dinero, pero a efectos prácticos seguía confiscada. Ahora que Fidel no podía tocarla se paseaba por el club con sus mejores leggins, meneándose sobre sus largos tacones de aguja y empalmando si cabe más pollas a su paso. Hablaba con muchos hombres, entre ellos Roberto, y siempre que nuestras miradas se cruzaban me miraba desafiante. Finalmente, vino a hablar conmigo.

-Ya verás la que os tenemos preparada, Juanito -me dijo después de una charla con Roberto-. Vais a acabar los dos muy mal. Fidel sin esos cojoncitos diminutos que tiene y tún con el culo bien roto. ¿Sabes? -bajó la voz y adoptó un tono de confidencia-, Roberto es maricón y tú le encantas. Está deseando follarse tu culito. Pero aún puedes salvarlo...

-¡La que lo vas a pagar caro eres tú, zorra, ya verás cuando...! -La interrumpí.

Me puso un dedo en los labios y la otra mano en el paquete y continuó:

-Todavía estás a tiempo de salvar el ojete. Cris siempre juega a muchas bandas -se rió-. Y si me ayudas a hacérselas pagar a Fidel, cerdo, sabré recompensarte.

Tras decir esto, se arrodilló y empezó a chuparme la polla. Estábamos ya en la zona de aseos y, en principio, nadie podía vernos, pues estábamos solos. Cerró la puerta tras de sí y continuó mamándomela. Yo, obsesionado y marcado por aquella zorra desde el día de mi estreno, no pude resistirme.

GRACIAS POR LEERME.