El club XIII

Seguimos con las aventuras de Juan y las furcias del club.

Chus me miró a los ojos, sin atreverse a dirigirme la palabra. ¿Qué era ahora? Había sido la profesora de mi sobrina, después mi fantasía, más tarde mi puta. Ahora no era más que un medio para humillar a un rival; era, más que nunca, un objeto.

Su mirada indefensa me hería, por lo que, absolutamente falto de escrúpulos, pedí que la cubriesen con una capucha negra. A veces se humillaba a las hembras de ese modo, despersonalizándolas por completo. Después, la incliné sobre una butaca y le retiré el tanga hacia un lado. Su ojete perforado, aquella circunferencia enrojecida y maltrecha, quedó ante mí como una invitación a la depravación.

Me saqué la polla, le escupí dos veces en el ojete y apoyé mi capullo sobre él. Sin apenas esfuerzo, mi miembro desapareció a través de aquella tubería de amplias paredes. ¡Joder, qué morbazo! ¡En un visto y no visto, estaba dentro de su culo!

La forniqué, encapuchada y encorvada sobre aquella butaca, empujando con saña mi miembro hasta hacerlo desaparecer una y otra vez por su ano. Chus apenas si gemía, musitando un leve y lejano quejido lastimero, más como consecuencia de lo irritado de su conducto que porque sintiese gran cosa con mis embestidas. Era imposible que mi polla, de un tamaño medio, le estuviese causando molestia alguna tras llevar semanas recibiendo el aparato de aquel jíbaro.

Tardé muy poco en correrme, mucho menos que cuando me follaba el culo de Paula, sin duda de mayor categoría. Pese a lo que pudiera pensarse, apenas disfruté del polvo. Empotrándola como un salvaje, mientras mil y un pensamientos embarraban mi mente, me decía que debía terminar pronto con todo aquello ¿Qué cojones estaba haciendo con las oportunidades que el club me brindaba? En vez de disfrutar de mis hembras, estaba siempre obsesionado con las que no me pertenecían. Incluso las que no me pertenecían porque, como en este caso, yo mismo había decidido venderlas. Cuando estaba a punto de correrme, algo que como digo no tardó en ocurrir, y tal y como lo tenía previsto, saqué mi polla de su ojete y la orienté hacia su espalda. Seguramente Roberto, quien estaba a escasos metros presenciando la escena –estaba obligado a ello como parte de su sanción- pero a quien no veía desde mi posición, debió hacer un ejercicio de contención para no decir ni una palabra cuando vio como yo, atrevido y osado como seguramente él no había previsto, me corría en la espalda de su puta.

Nada más terminar de correrme, le hice una seña a Paula L. que, con presteza, se arrodilló ante mí y me limpió bien la polla. Mientras lo hacía, miré de reojo a Chus, quien se había incorporado y se estaba recolocando el tanga. Entonces, ocurrió algo inesperado. Uno de los comisionados se acercó a ella y vi cómo hablaban durante unos instantes. Entretanto, Roberto se alejaba con otra de sus hembras. El comisionado se retiró también, pasados unos instantes, y Chus empezó a sollozar en silencio, en una esquina.

-¿De qué va esto, Fidel? –le pregunté a mi amigo, que se había acercado a felicitarme por mi valentía al correrme en la espalda de una hembra de Roberto.

-¿No lo sabes? Bueno, claro, son códigos no escritos… nada que venga en el reglamento.

-Explícate –lo apremié.

-Roberto no puede aceptar, dado su estatus, a una hembra sobre cuya espalda se han corrido. Sería lo equivalente a tragarse tu lefa. Entonces, renuncia a ella; la repudia.

-¿Quieres decir que ya no le pertenece? –pregunté asombrado.

-Exacto.

-Pero, entonces, ¿por qué está así? –se la señalé en la distancia, llorando y con el rostro descompuesto.

-Porque lo que le espera es peor. Pensé que lo sabías, daba por sentado que alguno de los comisionados te explicaría las consecuencias de correrte en su espalda. Por otra parte, aunque me habías comentado esta posibilidad, no pensé que fueses a atreverte. –Hizo una breve pausa para mirarme, como queriendo comprobar hasta qué punto aquello me afectaba. Yo fingí cierta indiferencia y él continuó-: Ahora está es una especie de limbo. No pertenece a nadie y pertenece a cualquiera. Será subastada de nuevo en unas semanas, pero mientras tanto deberá venir a diario al club y será usada por quien lo desee. En su mayoría serán no-propietarios salidos, que verán en ella una oportunidad única para estrenarse en el club.

-Aún así, no tengo claro que esto sea peor que pertenecerle a Roberto –yo intentaba tranquilizarme, convencerme de que no le había ocasionado un nuevo y gravísimo perjuicio a aquella pobre mujer, que tanto esfuerzo había puesto en complacerme cuando era mi puta.

-Lo es, lo es. Roberto no volverá a usarla, pero cualquier depravado, como por ejemplo nuestro amigo el “cowboy” podrá hacerlo. Quien lo desee hará de ella lo que se le antoje, como te digo, durante semanas. A diario, pues tendrá que venir cada día. Además, la zorra está de buen ver. Tiene unas tetazas y la mama de lujo; muchos propietarios de bajo nivel también querrán gozarla. No tendrá apenas respiro. Por no hablar de las orgías… Al no pertenecer a nadie, al ser de todos, nadie puede establecer poder de propiedad alguno sobre ella. Si, por ejemplo, ahora un no-propietario empieza a encularla y otro se acerca, ella deberá mamársela. Si llegasen un tercero y un cuarto, entregaría también su coño o los pajearía. Si se acercan diez tendrá que satisfacerlos a los diez. No hay límite, y los no-propietarios suelen estar muy salidos y por tanto ser más… salvajes.

-Joder, Fidel –me atreví a mostrarle mi verdadera cara-, podías haberme avisado. No le deseo esto a Chus y yo, en fin, podría haberme corrido en su cara y santas pascuas.

-Lo sé, lo lamento. Te repito que daba por sentado que lo sabías. En todo caso, supongo, no irás a comerte el tarro por una furcia. Venga, vámonos, ya vienen y estás muy sensible. Anda, te presto a Cris un rato.

Me guiñó un ojo, sabía que Cris era una de mis debilidades. Me tomó del brazo a la altura del codo y nos alejamos. Me volví un momento y pude ver cómo cuatro o cinco hombres bastante exaltados, palmeándose los unos a los otros y felicitándose con constantes apretones de manos, rodeaban ya a Chus. Ella, sumisa, se limpiaba el rimel corrido con el dorso de la mano derecha y, acto seguido, se arrodillaba en el centro del círculo que habían formado en torno a ella y empezaba a chupar pollas.

La culpa me abrumaba y me dolía el estómago. Le hice un gesto a Paula L. para que se acercase. “Rubia”, le dije, “voy a un reservado con Cris, me invita Fidel. Mámasela, si le apetece, e incluso ofrécele el culo. Hazme caso, haz lo posible por complacerlo. Es posible que, si le gustas más de lo que ya le atraes, no tarde en comprarte y, visto lo visto, creo que te convendrá alejarte de mí”.

Sí, lo tenía decidido. Yo era tóxico para mis putas. Por más que las tratase “bien” en comparación con otros propietarios, por mucho que hablase con ellas y les permitiese tutearme, de un modo u otro salían perjudicadas. A Chus la había destruido, Paula L. recibía mis meadas a diario, a Lupe, dado que no espabilaba, no tardaría en vendérsela a un snob que solo adquiría jovencitas, el cual las sometía a todo tipo de prácticas con unos artilugios muy extraños que él mismo diseñaba. Sí, estaba claro, yo era nocivo para las mujeres, por eso, desde ahora, solo adquiriría a hembras como Cris, hembras que me la pusiesen muy dura, sí, pero sobre todo que se mereciesen uno y mil escarmientos.

Entré en el reservado con Cris y, la muy puta, empezó a pelármela que daba gusto. Arrodillada y sonriente, se burlaba de la suerte de Chus, provocándome:

-¡Caramba, Juanito! Todavía se te empalma. Pensaba que tras encular a esa zorra se te quedaría chiquitita. ¡Mira que elegirla a ella! ¡Tiene el culo muy usado!

-¡Más usado lo tienes tú, puerca! -le respondí, iracundo.

-Te equivocas, cerdo -dijo, mientras continuaba el pajote con una habilidad indescriptible-. Yo tengo la cara más lefada del club, pero mi culo, de momento, lo habéis catado pocos.

-No te preocupes -le dije, a la vez que la sujetaba con rabia por el cabello y le metía la polla en la boca-, en breve serás mía y en ese momento todas las perrerías que te hace Fidel te parecerán pocas -le estaba follando la boca con saña-. Te voy a exponer en mitad del club, para que te encule cualquiera que le apetezca.

Cris se zafó como pudo, sacándose mi rabo de la boca, medio ahogada, y, tras toser en dos ocasiones y recobrar el aliento, me dijo muy seria:

-Mira, cerdo, todavía no tienes ni puta idea de con quién te la estás jugando, pero falta poco para que Fidel y tú os arrepintáis de haberme conocido.

Volví a follarle la boca y otra vez se zafó. ¿Cómo osaba retarme de aquel modo? ¿No sabía acaso dónde estaba? ¿No entendía qué consecuencias podría tener aquella actitud? ¡Ella le pertenecía a Fidel y él me la había cedido para mi disfrute! ¿Cómo se atrevía a resistirse? Loco de ira, la volteé y pugné con ella con todas mis fuerzas, hasta lograr someterla y meterle la polla por el culo, después de bajarle hasta los muslos aquellos leggins negros de vestir que me la ponían como una piedra. Sus gritos alertaron a la seguridad del club.

GRACIAS POR LEERME.