El club X

El ojete de Juan, en el alambre...

No, de ninguna manera. Nadie me iba a dar por el culo. Ese hijo de puta era maricón, bisexual o simplemente un fetichista de los ojetes, pero el mío no lo cataría. Ni él ni nadie. No permitiría que me ofreciesen en tanga a ningún macho que me montase. Si todo se redujese a pagar 20.000 euros, o incluso el doble, y que measen a Lupe, hasta me plantearía decir la verdad. Al fin y al cabo, pensaba, yo nunca había servido para mentir. Pero no, esto no iba a consentirlo. Entonces, ¿qué hacer? ¿Huir? ¿Largarme a Sudamérica y esconderme el resto de mis días? No, no haría ninguna de esas gilipolleces, pues todo es mucho más sencillo, pensaba después, tratando de tranquilizarme.

Contactaría con ese mal nacido de Hugo y pondría las cartas boca arriba: “di que has visto mal o lo pagarás. No podrás probarlo e iré contra ti. Ahora sí me he leído el reglamento y el castigo por falso testimonio es todavía peor que el de mear a la puta de otro”. Lo miraría a los ojos, pues hablar con él por teléfono estaba descartado, y lo convencería de que aquello no era un farol. Pero ¿y si llevaba un micrófono? Además, ¿cómo contactaría con él para acordar la cita sin dejar constancia de ello? ¿Y acaso no estaría volviéndome un paranoico? No, esa gente no se andaba con tonterías. Tenían a más de doscientas mujeres en su poder, la mayoría mujeres con recursos económicos y también mujeres instruidas y, pese a todo, las tenían totalmente en su poder, reducidas a meras esclavas sexuales, en la totalidad del término. ¿Exageraba yo al tenerles miedo?

Pasaría de Hugo, él se lo había buscado; no le daría la oportunidad de salir indemne. Sí, eso haría, sería mi palabra contra la suya, me mantendría en mis trece. ¡Exigiría la jornada de Leyre y la mamada de Blanca que me restaban con todo el cinismo que fuese necesario! Y después seguiría como si nada. Roberto me la tenía ya jurada, eso no iba a cambiar, pero no iba a permitir que me hiciese un boquete como el de Chus. Chus… pobre… ¿no sería esto un castigo por haberla vendido? ¿Lograría de verdad echar tierra sobre todo este asunto y no pagar las consecuencias de mi falta?

Dos días después llegó la primera subasta. Me costaba pensar en nada que no fuese cómo salvarme de ser enculado salvajemente, pero tenía que estar fino igualmente, pues se subastaba a Paula L. y no quería que se me escapase. Ya había podido, esa mañana, estrenar a Lupe. Nada del otro mundo: una cría que la chupa mucho peor que Chus al principio, sin tetas y con un culo que no tenía ganas de follarme, pensando en lo que a mí mismo podría ocurrirme en pocos días. Seguramente había sido una mala adquisición, pero necesitaba a dos hembras para poder inscribirme en el campeonato y para eso sí que servía. Ahora, a por Paula.

La subasta empezó en 90.000. Las rubias que son monas siempre empiezan en precios elevados. Iba vestida con unos vaqueros que le quedaban de impresión, sin duda su culo valía dinero. Sus largas piernas, apoyadas sobre aquellas botas con tacón, la hacían parecer muy alta, aunque según la ficha medía 1,70 –que tampoco está nada mal-. No tenía mucho pecho, pero era una hembra muy morbosa y aparentaba carácter.

Cuando pujé por vez primera, las cifras ya habían pasado los 150 mil en apenas cuatro intervenciones de miembros. No tardó en llegar también a los 200. La cabeza me daba vueltas, no podía pensar con claridad. La sola presencia de Roberto –quien por cierto no había pujado por ella- en la sala me revolvía el estómago. 205, 210, de golpe 220. Cuando pujé de nuevo lo hice por 265 mil, y dos segundos después otro miembro había rebasado mi puja. La cosa se fue serenando al llegar a los 290, ahora las pujas se distanciaban en el tiempo. Al pujar por 305 pensé que ya era mía, pero justo cuando la maza iba a adjudicármela otro pujó por 310. Ya está, pensé, la he perdido. Habrá que volver la próxima vez a por Tania, aunque con la cara de chupapollas que tiene seguro que las pujas se disparan más aún. Pujé de nuevo por 315, mi tope, pues ese precio más el seguro obligatorio cubrían todo mi capital actual. Tuve la tímida esperanza de que nadie pujase de nuevo, y así sucedió.

No me lo podía creer. Por un momento, hasta me había olvidado de Roberto y su descomunal miembro. ¡Acababa de hacerme con Paula L.! ¡Tenia dos hembras y una de ellas era un mujerón con mayúsculas!

Fui de inmediato a por ella. Me la entregaron, me felicitaron, di algunos apretones de manos, como era costumbre, entre los demás asistentes y me la llevé a otra estancia. La hice caminar delante de mí con aquellos jeans oscuros que le dibujaban un culo de ensueño a aquella rubiaza de treinta y siete años. Si uno la miraba detenidamente, podía percibir su nerviosismo. Estaba asustada, lógico. Acababan de subastarla. Acababan de venderla al mejor postor y ahora ese degenerado –yo- querría estrenarla. Pero si uno se fijaba tan solo en el vaivén de sus caderas, enfundada en esos vaqueros y subida a esas botas, parecía todo lo contrario: una mujer que pisaba fuerte, una hembra portentosa a quien seguir uno con la picha dura por las calles del centro de cualquier ciudad. Una mujer inalcanzable que, ahora, iba a ser mía.

De camino a una sala poco frecuentada, nos cruzamos con Cristina. Venía sola, y me pidió hablarme un momento en privado, algo un tanto irregular, desde luego. Como no quería más líos le dije que iba apurado.

-Ya lo veo, Juanito, vas a estrenar a esta… -la miró de arriba abajo con desprecio-, a esta zorra. Guapa –dijo, dirigiéndose a ella con una sonrisa cínica en el rostro-, tu macho es un auténtico cerdo –recalcó las sílabas de esta última palabra-, creo que no te aburrirás.

-Mira, Cris, no estoy de humor hoy –le dije, disgustado por las confianzas que se tomaba. ¿Quién se creía aquella puerca? ¿Solo porque sabía que sus mamadas y su ojete me enloquecían, únicamente por haberme “desvirgado”, se creía con derecho a tratarme como un igual delante de mi hembra?

-Juanito, quiero –recalcó también esta palabra- hablar contigo ahora. Y te conviene.

Había algo de amenazante en su forma de hablar. Decidí dejar a mi jaca un momento e irme con ella a una esquina. En todo caso, hablaríamos delante de otras personas, pues la sala no estaba desierta, así que tampoco estaba haciendo nada incorrecto.

-Quien os vio fui yo.

-¿Cómo dices? –pregunté, casi al tiempo que comprendía a qué se refería.

-Digo que fui yo la que entró en los baños y te vi regando a la tetona esa con tu pollita de cerdo.

-¡Esto te costará caro! –le dije en un grito contenido, al límite de alzarle la voz.

-Me equivoqué –me dijo, todavía altiva-, pensé que al decírselo a Hugo conseguiría que me comprases. Suponía que él te diría que yo lo sabía y te aconsejaría comprarme, pues ninguna hembra puede declarar contra su macho, cosa que por otra parte yo no quería hacer.

-¿Entonces? Explícate, zorra –bajé todavía más el tono.

-Ya te he dicho que me equivoqué. Pensaba que harías lo posible por comprarme, que pedirías otra hipoteca y con eso, lo de Chus y tu amistad con Fidel conseguirías adquirirme. Después te diría que yo no había visto nada, que Hugo se lo había inventado todo.

-No te creería, Cris, yo la meé –dije esto casi en un susurro, aunque evidentemente nadie estaba pendiente de nuestra conversación-. La meé en las tetas, si Hugo no lo había visto no podía saberlo y si lo había visto no tendría sentido que dijese que habías sido tú.

-Mira que eres ingenuo, Juanito. Te la he chupado. Sé que eres uno de esos –remarcó esos-, uno de esos que enloquecen por las hembras que les ponen cachondos. Seguramente fuera de aquí no tenías mucho éxito con las mujeres, ¿verdad? El caso es que es fácil engancharte, y esa Leyre ya lo había conseguido con sus tetas antes de tenerte. Un cerdo como tú, que va por ahí usando a las mujeres como váteres, era evidente que no podría reprimirse. Os vi, sí, pero porque os iba siguiendo. Estaba segura de que le mearías las tetas. Total, que una vez me comprases no me habría costado convencerte de que Hugo se lo había inventado, ¿qué me importaría a mí con qué fin? Te diría que se lo había inventado y punto. Después me arrodillaría y… ya sabes el resto. Te la trabajaría tan bien que me creerías.

-Eres una zorra, y además estás como una regadera. ¿Sabes lo que hará Fidel cuando le vaya con el cuento?

-Lo que podría hacerme, desde luego, debería tenerme aterrada. Esa cabrón sería capaz de entregarme al tal Roberto, ese que va detrás de tu culito, para que me abriese como a la llorona de tu Chus. Por cierto, no sé si te has enterado, ¡vaya si la abrió! Se la folló de nuevo ayer noche, pues al parecer estaba muy cabreado por un asunto de meadas, y la mandó directa al hospital. Tuvieron que atenderla aquí, y después, cuando pudo tenerse en pie, la metieron en un taxi con un consolador enorme en el culo. ¿Qué te parece? La maestra puritana entrando en urgencias con el ojete destrozado y un objeto contundente dentro, teniendo que mentir y decirles que le gustaba darse placer así y que se le había ido la mano.

-No les diría eso, estoy seguro –dije, lleno de rabia.

-Es igual, lo dijese o no, es lo que habrán pensado. Anda, ve a llevarle flores al hospital y de paso cómprale unos bombones con el dinero que te has sacado por ella.

-De verdad, Cris, vas a pagar por esto.

-No, claro que no y, como te decía antes, Fidel sería capaz de hacerme eso y cosas peores si tú le contases algo de esto, pero te vas a callar. Te callarás y yo me callaré. Hugo no estuvo aquella tarde en el club. ¡Ajá! ¡Exacto! Lo tienes cogido por las pelotas. El muy imbécil me la jugó, pues ya te dije que me equivoqué y que no quería que nada de esto sucediese, y en eso puedes creerme, me la jugó para joderte a ti y, como es un cabeza de chorlito, se ve que no tuvo en cuenta ni los detalles más obvios. Lo comprobarán, si no lo han hecho ya, en caso de que tú lo pidas; comprobarán que él no pudo veros y entonces no le quedará más remedio que decir que fui yo quien se lo dijo. Y yo me callaré. Diré que es un enfermo y que te tiene unos celos enfermizos.

-Más te vale que sea así…

-Sí, tonto, será así. Pero, recuerda, si por un casual  tú le dices algo a Fidel, yo iré entonces a las altas instancias del club y admitiré mi falta: os espiaba, sí, y lo vi todo; se lo dije al bueno de Hugo para que te avisase de que aquello no estaba permitido, pero él quiso usarlo en tu contra. Entonces, entre Fidel y tú me obligasteis a mentir. Eres su mejor amigo, todo el mundo lo sabe; y Fidel es un hombre muy generoso. Mi versión será creíble y mataré dos pájaros de un tiro, a Fidel y a ti.

-Y nos darán por el culo y nos pondrán una multa, pero después Fidel hará que tu vida sea un infierno los más de dos años que te quedan a su servicio.

-Es posible, pero, aún así, no creo que quieras correr el riesgo. Una cosa es dar por culo, Juanito, sentirse muy macho enculándonos a una de nosotras; y otra muy distinta que un animal como Roberto te rompa el culo y te rebaje a nuestra categoría. ¿Te da pánico, verdad? Pues cállate y todo saldrá bien. Ah, y no lo olvides, cuando te vuelva a salir bien una venta, cómprame: es el modo más seguro que tienes para garantizarte mi silencio.

Habría dado su merecido a aquella jodida zorra de haber podido. Traté de calmarme y disimular mi estado nervioso, dirigiéndome hacia Paula con aire desenfadado.

-No le hagas caso a esa guarra, está celosa porque quería ser mía. De todas formas, ahora soy tu dueño así que, en caso de que tú también llegues a pensar que soy un cerdo, peor para ti. ¿Qué, no vas a decir nada?

-Sí, no… no hay problema. Me han explicado bien el funcionamiento de esto, descuide.

-Puedes tutearme. Y ahora basta de cháchara, quiero ver qué tal la chupas.

La cogí de la mano y la guié hasta una butaca de terciopelo, donde me senté cómodamente. Chasqueé los dedos y le hice un gesto inequívoco, el cual supo interpretar. Así, la pedazo de rubia que acababa de comprar se arrodilló y me bajó los calzoncillos. Normalmente prefería que me lo hiciesen con la boca, pero al ser la primera vez que me la iba a mamar preferí dejarla hacer. Era el mejor modo de valorar qué debía perfeccionar de sus mamadas pensando en el campeonato y, sobre todo, en revalorizarla. Me relajé y me dispuse a disfrutar de la enorme sensación de poder que otorga estrenar a una hembra.

Paula, nada más dejar mi miembro al aire, y viendo que yo la tenía ya completamente tiesa, se la introdujo en la boca sin preliminares. Apoyaba las dos manos en mis muslos y me la chupaba a buen ritmo. Sí, aquella hembra tenía buena boca. Obviamente, aún estaba lejos de Chus, pero solo le faltaba un poco de entrenamiento y ver mucho porno en casa; ya le recomendaría algunas escenas imprescindibles para su educación.

Me siguió comiendo la polla sin manos durante un par de minutos, hasta que, por propia iniciativa pues, como dije, no tenía pensado darle más indicaciones que las necesarias, empezó a pelármela mientras se comía mis cojones. Aquello me gustó, además de por lo evidente, porque en ese gesto demostraba carácter e iniciativa. Me trabajó las pelotas alrededor de un minuto y, después, volvió a mi miembro. Ahora se comía el capullo haciendo una especie de movimiento circular con la boca, con bastante soltura, a la par que me la sujetaba por la base con su mano derecha. Yo había conseguido relajarme y abandonarme al placer, pese a todas las preocupaciones que sobre mí pesaban.

-Joder, Paula, uff –le dije-, no lo haces nada mal. ¿Te has comido muchas pollas?

Dejó de mamármela para contestar, pero estuvo atenta a no dejar de pajearme suavemente mientras lo hacía.

-Estoy casada, pero hace años…

-Tienes mi edad, ¿hace cuanto te casaste?

-Hace diez años –seguía pajeándome, ahora con más ritmo-, pero llevo ya desde los 22 con mi marido. Lo conocí el último año de carrera.

-¿Y desde entonces solo te has comido su polla? Venga, conmigo has de ser sincera.

-Tuve una aventura con otro hombre que duró un par de años –me asombraba que fuese así de directa; tal vez temía las consecuencias que una mentira podía acarrearle-, alguien del trabajo. Al final todo se fue a la mierda pero, sí, cuando teníamos relaciones se la chupaba, claro.

-Joder, ¿y en la universidad? –quise seguir indagando, me ponía cachondo conocer los pormenores de la vida sexual de aquel mujerón. Era obvio que era de buena familia, una triunfadora “de cuna”, y por eso me excitaba más todavía saber que tenía un pasado de chupapollas a sus espaldas.

-Tuve mis rollos.

-¿Y se la chupabas a todos?

-A ver, tampoco piense… pienses, perdón, tampoco pienses que me tiré a media facultad. Pero, la verdad, siempre que quedaba un par de veces con algún chico solía darse el oral.

-Solías mamársela, quieres decir.

-Sí.

-Solías arrodillarte como una cualquiera y comerte la polla de tus compañeros de clase, ¿no es eso? –Yo estaba muy cachondo y ella, que lo notaba, me la machacaba ahora con energía, probablemente buscando ahorrarse terminar el trabajo con la boca.

-Es una forma de verlo –respondió, visiblemente incómoda.

-¿Eras la chupapollas de la facultad, Paula?

-No diría eso, pero me comí unas cuantas pollas, sí.

-¿Eras ohhh –yo estaba ya muy cachondo- la jodida chupapollas de la facultad, Paula? –Repetí la pregunta en tono severo.

-Lo era –respondió esta vez-. Era la más puta de la facultad.

-Así me gusta, creo que vamos a entendernos.

Tras decir aquello, la tomé por la nuca en una invitación a continuar la mamada. Me la chupó divinamente durante otros cinco minutos, hasta que me corrí en su boca mientras no dejaba de mamar. Era evidente que aquello de tragarse la leche no le era extraño. Tampoco hube de decirle que me limpiase bien el rabo, pues ella misma se metió en faena apenas terminó de tragarse mi semen. Parecía una mujer inteligente. Una de esas que sabe que, teniendo que hacer determinadas cosas, lo mejor era hacerlas bien y terminar cuanto antes, evitando así males mayores. Una buena paja para evitar tener que chuparla, pero, si había que comerse una polla, mejor mamarla bien que recibir de inmediato por el culo. De hecho, tal actitud, unida a mis preocupaciones, la libró de que estrenase su ojete en aquel mismo momento. Le dije que podía ir a dar una vuelta, que se tomase una copa y se relajase un rato. Entretanto yo iría a solucionar unos asuntos.

Me giré y la vi alejarse con aquel vaquero que tan bien realzaba su figura y en particular su culo, y ya me estaba arrepintiendo de no montarla en ese preciso instante cuando me topé de bruces con Roberto y con Chus. Venían en mi dirección, y él la sujetaba con una correa, aunque caminaba erguida. Chus llevaba un sujetador negro que realzaba sus tetazas y un tanga de idéntico color; caminaba, sobra decirlo, con cierta dificultad. Cuando llegaron a mi altura, a escasos dos metros de mí, Roberto le dio un tirón a aquella cadena sujeta a su cuello. Chus se dobló, de pie, inclinando su espalda en un ángulo de 90 grado con su cuerpo, de espaldas a mí. Ese único gesto, sin necesidad de quitarse el tanga o de separarse las nalgas, hizo que, a ambos lados del hilo negro de encaje, asomasen dos semicircunferencias bien definidas. Su ano, según podía comprobarse, ya de continuo dilatado, parecía una gran boca a punto de devorar el exiguo trozo de tela que la surcaba de norte a sur.

-¿Ves? Así va a quedar también el tuyo –me dijo Roberto, a la par que me clavaba aquellos diminutos ojos negros que destilaban crueldad.

¡MUCHAS GRACIAS POR LEERME!