El club VIII

Y pasó lo que tenía que pasar.

Roberto me la pidió en sostén y tanga. El sujetador se lo quitó él mismo ante el corrillo de morbosos que se había formado en torno a él, como era habitual cuando iba a estrenar una hembra. Se lo quitó y lo lanzó hacia un grupito de no-propietarios, dos de los cuales tuvieron un amago de discusión –algo que habría resultado un escándalo en el club, donde el ambiente de cordialidad entre socios era innegociable y nadie podía siquiera pensar en alzar la voz a otro miembro-, quedándose el más grueso finalmente con él como recuerdo. El tanga únicamente lo hizo a un lado, antes de soltarle un escupitajo en el ojete a aquella que había sido mi hembra. Chus tragó saliva. Parecía un condenado a muerte a escasos metros del patíbulo. El brasileño se agarró aquel inmenso pollón con la diestra, tieso e hinchado como estaba, y apoyó el capullo sobre el ojete sonrosado de Chus. Yo asistía a aquello como en un mal sueño, en el cual, no obstante, sentía un tímido placer abriéndose camino en mi entrepierna. Era el morbo de verla destrozada por mi culpa: otra forma de ejercer, todavía ahora, mi poder sobre ella; era también la mano de Leyre, que, sin que yo se lo pidiese, había empezado a pelármela lentamente para hacerme disfrutar del espectáculo.

Cuando aquel millonario depravado, de cuerpo atlético y rabo desproporcionado, la penetró en una primera y certera embestida, de la boca de Chus huyó un grito ahogado. Un quejido lastimero al que le sucederían otros, cada vez de mayor intensidad, a medida que el brasileño iba tomando impulso y empezaba a empotrarla como un toro bravo.

-¡Toma por culo, puta! ¡Esto es lo que te espera! ¡Te voy a reventar ese culo estrecho, tetona de mierda!

Y después:

-¡Vamos, puta, quiero oírte suplicar que pare! –No necesitó repetirlo.

-¡AAAAAHHHH, ahhhhhh, POR FAVOR –gritaba desesperada Chus, entre sollozos-, te lo pidooooo ahhhh AHHHH POR FAVOR!

-¡No te escucho, tetona! –insistía Roberto, a la par que le apretaba con fuerza aquellas tetas que se mecían, colgando cual enormes ubres, en aquella posición de perra en que estaba siendo montada.

-¡POR FAVORRRRR! ¡SE LO SUPLICOOO!

La voz de Chus retumbaba, desgarradora, en la acústica de la sala y yo… yo tenía la polla cada vez más dura. Leyre me la machacaba ahora a buen ritmo y no tardaría nada en correrme. Los gritos de Chus eran tan fuertes y evidenciaban tal sufrimiento que los más sensibles acabaron por abandonar aquel círculo de depravada contemplación que se había formado en torno a la escena.

-Mañana, pedazo de puerca tetona, uffggh, lo primero que haré cuando te vea, ahh –no dejaba de embestir- ohhh, será ponerte un puto pepino en las manos. Te, uhhh, te preguntaré si prefieres metértelo por el culo o si, joder, ¡toma!, o si por el contrario quieres que te monte yo de nuevo. ¿Y sabes, pedazo de guarra, qué vas a contestar? ¡¿Ehhh?!

-El pepino… por favor, el pe… AAHHHH el pepino, ¡¡¡¡SE LO RUEGOOOOO!!!!

-Exacto, tetona; vas a suplicar por el pepino y tú misma, furcia de mierda, te lo vas a meter por el culo una y otra vez, uuuuhmmm, agradecida de que no te monte tu macho. Y si por un casual, ohhhh, ¡toma, puta!, si por un casual trajese una botella de dos litros de coca-cola harías lo mismo. ¿A que sí?

-Siiií, siiií, pero por… AHAHAHHHH, por favorrr…

No parecía que el brasileño fuese a cejar en su empeño de destrozarle el culo y rebajarla al máximo como ser humano. Es más, el que ella gritase, llorase y suplicase como lo estaba haciendo, era evidente que suponía un estímulo para aquel maromo. Yo había visto a aquel energúmeno empotrar a Leyre, quien, pese al evidente dolor, lograba aguantar el tipo a cada embiste, y ahora tenía claro que eso la había librado de que Roberto se ensañase más aún con su ojete. Era terrible pensar en lo que le esperaría a Chus, quien, a buen seguro, se convertiría desde aquel mismo instante en el juguete de desahogo preferido de aquella bestia.

-Eres una mierda, ¿lo sabías, tetona? Unas tetas y un ojete. Ahora, ugffg, ahora me voy a correr en tu cara y más vale que te vea agradecida, ¡o te monto de nuevo!

Chus, con el rímel absolutamente corrido, descendiendo en oleadas negras desde sus hermosos ojos verdes hasta sus mejillas, casi afónica de tanto gritar, emitió un imperceptible suspiro cuando aquel portento físico retiró el miembro de su ano. Ella cayó en la alfombra, desfallecida, y Roberto, sin duda orgulloso de cómo la había reventado, la agarró del cabello y la incorporó a medias, para correrse acto seguido en su rostro de manera abundante. Después arrastró a Chus ante su público, sujetándola todavía por su hermosa y larga melena de color castaño oscuro, para, finalmente, girarla y exponer su maltrecho orificio ante todos los presentes. Tenía el culo roto. Aquel miembro descomunal había dejado tras de sí un boquete encarnado, un butrón en el cual mi polla bailaría sin tocar con las paredes del ano. Es una forma de hablar, sí, pero desde luego no muy alejada de la realidad. Por último, Roberto se limpió la polla en los cabellos de Chus y después, la advirtió amenazante:

-Este es desde ahora tu día a día. Dos veces por semana esto es lo que te espera, puta.

Todo había sucedido muy deprisa y, como dije, como en un sueño. De repente, recuerdo, miré para abajo y vi que Leyre se hallaba ante mí, arrodillada, terminando de limpiarme la polla. Caí en la cuenta de lo que había ocurrido. Después, ella misma me diría:

-Menos mal que estuve atenta y terminé el trabajo con la boca, ¡tendrías que ver cómo estabas! Parecías en trance y, si no llego a estar al quite, ¡te habrías corrido en la espalda del tipo que tenías delante! –se rió.

-Disculpa, Leyre, yo… no sé qué ha podido pasarme –¿Me estaba disculpando?

-No te preocupes, para eso estoy estos dos días. Anda, vamos a los aseos, que seguramente tengas ganas de mear.

La miré estupefacto, ¿podía ser tan guarra? Esta cerda me había visto mear a Chus en el rostro y, lejos de esperar que no lo hiciese con ella, me lo ofrecía ella misma. ¿O sería, acaso, una tentativa desesperada por darme el máximo placer aquellos dos días para así tener posibilidades de que la comprase en un futuro, liberándola del brasileño? En todo caso, muy bien me tendrían que ir las inversiones para poder permitirme su precio algún día.

Mientras mi mente divagaba en este tipo de pensamientos, camino de los aseos, la miré de nuevo. Mejor dicho, las miré; miré sus tetazas, las mejores del club junto con las de Rocío y, allí, a todavía pocos metros de donde Chus yacía destrozada en todos los sentidos, pensé en que iba a meter mi polla entre esas tetas y me sentí muy afortunado. A otros la vida les mostraba su peor cara y a mí me sonreía.

Ahora bien, no debía descuidarme. Ahora mismo era un no-propietario cualquiera, eso sí, con casi 400 mil en la “hucha”. Pero debía centrarme y estar fino en las dos siguientes subastas si quería tener algo decente para antes del campeonato. Era raro que hubiese dos subastas tan seguidas, pero antes de los torneos, según me dijo Fidel, solía ser más habitual. Del mismo modo, el mercado de hembras solía reactivarse y muchos de los propietarios estaban más abiertos a vender a tal o cual cerda para comprar a aquella otra. Era un momento propicio para subir otro escalón, pero no debía olvidar que un traspiés me llevaría directo a la lona. Yo no era ningún millonario y un par de malas inversiones me devolverían a la cruda realidad. ¿Acaso no estaba jugando a algo prohibido en un mundo que no era el mío?

Entramos en los servicios. Los lujosos baños de la sede principal del club, donde cada treinta minutos una servicial cuadrilla dejaba paredes, suelos e inodoros relucientes, deshaciéndose con sus productos de limpieza de todo vestigio de depravación pretérita. Mi acompañante, que lucía únicamente un pareo a la hawaiana y un collar de flores sintéticas al cuello, cayendo sobre sus increíbles tetazas, estaba impresionante. Era un pedazo de mujer, pese a estar aún en la veintena. Una hembra con aplomo, seguridad en sí misma y una risa contagiosa que seguramente Roberto no había tenido oportunidad de compartir. Además era muy guapa y tenía una boca que, según se decía y pude comprobar, esta a la altura de las mejores.

Leyre, a diferencia de Chus, había sido una guarra toda su vida. Era la típica que disfruta de su sexualidad al máximo desde edades tempranas, acumulando sin llegar a los treinta una vasta experiencia en el plano sexual. A buen seguro, de no ser el salvaje del brasileño su propietario, sería de esa rara clase de hembras del club que, si bien están en él sin otra elección, a diario disfrutan de sus obligaciones.

Entramos, como digo, en los aseos. La muy puerca caminaba ahora delante de mí, arrastrándome del rabo hacia un retrete que estuviese vacío. Una vez dentro, sin molestarse siquiera en cerrar la puerta tras de sí, se arrodilló y empezó a comerme la polla. ¡Y joder cómo la comía! Mucho mejor que Chus, y me atrevería a decir que también superaba a Cristina. Se tragaba mi miembro sin dificultad –lógico, acostumbrada como estaba al de su macho- y la mamaba a un ritmo cualquier actriz porno firmaría. Yo sentía que me iba a correr enseguida, apenas en un par de minutos, por lo que la mandé detenerse e hice una breve pausa, mientras ella me la pelaba de lujo, para comerme sus generosas tetas. Estuve un par de minutos devorando aquellas ubras desproporcionadas, sin duda a juego con el rabo de su dueño. Después le indiqué que continuase con la mamada, pues quería volver a correrme antes de pedirle la cubana, para así disfrutarla durante largo tiempo.

Leyre me la chupaba ahora despacio, paladeando mi capullo con sus labios y su lengua, y poniéndome una cara de cerda que me estaba enloqueciendo. Notó perfectamente que yo iba a correrme, igual que debió de notarlo minutos antes durante el anal a Chus, pero esta vez en lugar de tragarse mi semen se apuntó directamente con mi rabo a las tetas y me ordeñó con destreza sobre ellas. A continuación, con aquellas dos tetazas cubiertas por mi esperma, se las llevó alternativamente a la boca, limpiándolas de todo rastro de semen a morbosos lengüetazos. Yo me sentía enloquecer. ¿Por qué la zorra de Chus no me había regalado nunca una imagen así? Ella, sin duda, también era capaz de comerse sus propias tetas. Le había faltado voluntad de mejora –qué injusto estaba siendo con aquella que se había bebido mis meadas por propia iniciativa- y ahora, pensaba, ese cabrón se lo ha hecho pagar dándole su merecido.

Sin dar tiempo a que me recuperase de aquella hermosa visión, Leyre se sentó en la taza del váter, se quitó el collar de flores y me dijo un “vamos, fóllatelas” que me la empinó de nuevo al instante. Metí mi rabo entre esas dos y ella las cerro sobre él, envolviéndome con ellas la totalidad del miembro. La muy puta me mostraba así su poder, el poder de hacer desaparecer mi polla entre sus tetas. Me sentí avergonzado por no tener un rabo a su altura, un rabo como el del jodido Roberto, y con esa rabia empecé a follarme sus tetas, las cuales ella sujetaba a dos manos.

-Eso es, Juan, cariño, fóllatelas –me estimulaba-. Vamos, Juan, ¡fóllate las tetas de la Leyre!

Me las follé, vaya si me las follé. Estuve casi un cuarto de hora jodiendo en medio de aquellas dos peracas. En un momento dado, probablemente en el preciso instante en que ella decidió que quería que yo me corriese, empezó a masajearme con ellas, a machacármela con sus castañas. No tarde nada, fue cuestión de segundos que me sacase la leche ahí, entre sus tetas. El primer lechazo salió disparado, abriéndose camino por entre su escote hasta impactar en su rostro. Los siguientes, ya más discretos, se agolpaban en su canalillo. Y Leyre, cuando acabé de correrme, tomó mi polla en sus manos y la restregó por sus tetas y su cara, para después limpiármela con aquellos carnosos labios de cerda chupapollas. En ese momento me invadieron unas tremendas ganas de mear, y apunté con mi rabo, todavía no del todo flácido a sus tetas, las cuales regué durante casi un minuto de intensa y larga meada. La muy puerca se regocijaba, meneaba las tetas al son de mi micción, me decía que le encantaba, que estaba “calentito”, y volvía a demostrarme que era una zorra de primera. Le había costado 645.000 al brasileño, quien a buen seguro no me la vendería por menos de 800 o 900, tras lo duro que había sido yo en las negociaciones por Chus. Pero había que intentarlo. Leyre llevaba apenas unas semanas en el club, había tiempo de sobras para que fuese mía, pero debía atinar en mis inversiones y, ahora, era importante que me centrase en las subastas pensando en el campeonato.

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