El club VII

Juan tiene que decidirse de una vez, pues se acerca uno de los eventos del año.

Los días se sucedían y yo no era capaz de tomar una decisión sobre la venta de Chus. Ella, por su parte, y aunque le tenía prohibido volver a pronunciarse de manera directa al respecto, continuaba haciendo todo lo posible por conseguir que me la quedase. La mamaba de ensueño, siempre dispuesta a arrodillarse y trabajar mi polla con esmero; me regalaba unas cubanas sensacionales; me follaba, según pidiese el momento, con miradas cómplices y movimientos lentos o salvajemente, cabalgando mi polla; me sacaba leche cinco veces por día de club y hasta se ofrecía como retrete de manera voluntaria, recibiendo en su rostro mis meadas post-coito, siempre, claro está, que acabásemos de hacerlo en alguna de las zonas del club habilitadas para tales prácticas.

Yo me estaba enganchando más y más a ella, pero diría que era algo mutuo. Poco a poco estaba surgiendo una complicidad que iba más allá de lo sexual y que por momentos me daba cierto vértigo. “Más razón para venderla ya”, me había dicho Fidel al confesárselo, “como te enchoches de una de tus hembras, estás perdido; en esto el club y la calle no se diferencian gran cosa”. “Y recuerda –había añadido- que el campeonato está a la vuelta de la esquina”.

El campeonato. Guau, aquello sería todo un evento. Tendría lugar en apenas tres semanas y, al ser patrocinado por el propio club, la inscripción era gratuita. Solo había dos eventos de estas características al año, dos eventos en los que con tus hembras podías sacarte un buen dinero y labrarte un nombre como propietario. Solo había dos campeonatos, uno de invierno –este- y el de verano, y el de invierno era el único gratuito y, por tanto, el único que yo podía permitirme. La única condición para poder participar era tener un mínimo de dos hembras y yo, por el momento, solo tenía a Chus.

El sistema del campeonato –yo me había informado de manera exhaustiva- era el siguiente: existían cuatro disciplinas diferentes (cubana, anal, mamada y paja), en cada una de las cuales las hembras competían de manera individual y eliminatoria. Los emparejamientos eran por sorteo puro, y también se sorteaba quién de las dos se trabajaba primero al juez. Los jueces eran asalariados del club, contratados a tal efecto, algunos de ellos antiguos actores de cine para adultos, quienes disfrutaban de ambas hembras por turnos y de manera “pública” –ante todos los miembros del club que quisiesen asistir- y dictaminaban después cuál de las dos avanzaba de ronda. La ganadora en cada categoría le reportaba a su macho un buen montante, nada menos que 150.000 euros. La subcampeona la mitad, 75 mil; las dos semifinalistas, 40.000 cada una; las cuarto-finalistas 15.000 por cabeza; y las restantes hasta las dieciséis mejores, 6.000 euros cada una. De esas cifras, el 10% estaba estipulado que sería para la propia hembra, pero ese dinero no lo cobrarían hasta finalizar su vínculo de tres años al club. La categoría de paja era considerada una disciplina menor, por lo que los premios eran únicamente un 50% de los anteriormente referidos. En cuanto al polvo, la follada vaginal no era una disciplina admitida pues, pese a que yo dejase que Fidel se trajinase a Chus, se entendía que el coño de las hembras solo debía pertenecer a su macho, sin que por ello prestar los coños, como yo había hecho, estuviese prohibido.

En cuanto a las participantes, aunque no todos los dueños participaban –o no lo hacían con sus mejores hembras para que no catasen otro rabo que el suyo propio-, se esperaba lo mejor de lo mejor. En la categoría de cubanas, o “titty-fuck”, como algunos snobs del club la llamaban, las favoritas eran Rocío, por supuesto, y también la recién llegada Leyre. Era de esperar que, aunque las tetas de la segunda en nada envidiaban a las de Rocío, no se la valorase igual al tener cierto sobrepeso. En el club se primaban las tetonas de cuerpos esbeltos; con curvas, nada de “mujeres-palo”, pero esbeltos. Otras muchas hembras podían optar a dar la sorpresa, hembras entre las que yo esperaba poder contar a Chus.

En la categoría de anal la cuestión del favoritismo estaba también bastante definida. Rocío tenía papeletas, igual que Cristina, pero no eran las grandes favoritas. Aquí destacaban “las Paulas”, Paula A. y Paula P., ambas pertenecientes al mismo hombre, las dos de 21 años de edad y con sendos culazos de impresión. Las Paulas no solo tenían unos culos capaces de empalmar tu polla con solo girarse a diez metros de distancia, sino que, por lo que había visto al pasar cerca de ellas en alguna ocasión mientras eran enculadas, encima sabían moverlos a las mil maravillas. Lo único que podía jugarles en contra era que su dueño tenía un miembro de un tamaño bastante discreto, con lo que habría que ver cómo respondían si les tocaba un juez muy dotado. Otra de las favoritas era, sin duda, Zaira. Pertenecía a un hombre muy seco, de unos cincuenta años, que jamás hablaba con nadie, fuera de un pequeño círculo de amistades. La tal Zaira, también en la veintena, era hija de un importante empresario y era para todos una incógnita cómo había sido captada por el club pues los detalles, y no era lo habitual, en este caso no habían trascendido, dando lugar a todo tipo de teorías que iban desde que estaba allí para salvar el pescuezo de su padre, quien se habría metido en algún asunto turbio en exceso, hasta que se había enterado de que un miembro de su familia pertenecía al club y había “forzado” su captación de viciosa y guarra que era. Se trataba de una mujer alta, de piernas muy largas y también buenas tetas. Su cara también era muy bella. En síntesis, todo un pibón. Pero lo que en ella de verdad destacaba era un trasero de escándalo, duro y firme como pocos. Además de Zaira y de las Paulas, una treintañera llamada Esperanza podía ser la cuarta favorita. Después ya venían muchas otras de un nivel similar: Rocío, Cris, Mery, etc.

La disciplina de mamada era, para muchos miembros del club, la estrella. Y también era en la que los favoritismos estaban más repartidos. Rocío era una candidata firme, pero según decían los que la habían visto en acción, Mery, era la número uno. Esta universitaria de apenas diecinueve años tenía un cuerpazo de escándalo, pudiendo dar guerra en las categorías de tetas y anal, pero sobre todo era una belleza de cara. Tenía los ojos más bonitos del club, una mirada absolutamente felina, y una boca que haría las delicias de cualquiera. Yo nunca la había visto en acción, pero se decía que ninguna la chupaba como ella. Uniendo físico y dotes mamatorias, era difícil que se le escapase el título, pero, como dije, había muchas de gran nivel. Chus se defendía cada día mejor y podía dar alguna sorpresa a las candidatas, pero estaba lejos de Cristina, de Rocío, de Nerea –una mamona de primera, con opciones de llegar lejos también en anal-, de las Paulas –también aquí destacaban las muy puercas-, de Leyre, de la presentadora buenorra –daría por supuesto su guerra también en la disciplina de cubana-, de Blanca –una mamona de primera, a la altura de las mejores, estudiante de Medicina y perteneciente al brasileño, una de las pocas a las que el muy cabrón no tenía forma de destrozarle el culo y quien, si bien en anal seguramente no ganaría, como felatriz era una candidata muy seria-, la propia Zaira antes mencionada y de alguna otra. Como digo, esta categoría prometía emociones fuertes.

En cuanto a la categoría de paja, las favoritas eran Rocío y Mery, pero también se hablaba bien de Nieves, una corredora de seguros muy puta, y de Pili, la mujer de un industrial, un auténtico zorrón.

Para el tan esperado campeonato se suponían en torno a sesenta o setenta hembras por categoría, y yo soñaba con tener opciones en alguna de ellas y embolsarme un buen dinero, además de seguir forjándome un nombre día a día en el club. Pero para ello debía confiar en Chus y adquirir, para poder participar, una segunda hembra de no más de 100 mil euros; o vender, vender ya a Chus e invertir en una hembra barata –en torno a 40 mil podía estar lo más asequible acudiendo a las rebajas (mujeres con poco tiempo por delante en el club)- y el resto en una que me garantizase más opciones que Chus.

Finalmente, y tras meditarlo con toda la calma de que fui capaz, había decidido quedarme con mi hembra. Al fin y al cabo, Chus me encantaba, me volvía loco, y a efectos del torneo podía pelear por los puestos de dinero tanto en mamada como en cubana. La hubiese vendido por los 260 que había llegado a ofrecerme Roberto a cualquier otro, pero tratándose de él sentía muchos remordimientos: no quería que los próximos dos años de la vida de Chus fuesen un infierno. Por otra parte, no podía arriesgarme a sacarla a subasta, pues la pondrían en un precio de salida en torno a los 80 mil, y seguramente la acabaría comprando el propio Roberto, pero por 200 mil pelados.

Lo tenía, como digo, finalmente decidido: me quedaría con Chus. El problema vino cuando se lo transmití al brasileño, y me ofreció nuevamente los 260 y, a mayores, una semana de Leyre a mi servicio y una mamada de Blanca.

No sé ni cómo logré contenerme y no aceptar al instante. Logré templar los nervios y mantener la cabeza fría, y le pedí a Roberto unos días para decidirme. Los siguientes días Chus no iría al club, por lo que era un momento muy bueno para tomar la decisión en mi casa, tranquilo. El brasileño aceptó darme ese plazo, aunque se le veía molesto por tanta reticencia a vender a pesar de que él me estuviese ofreciendo, como yo bien sabía, un precio y unas compensaciones muy por encima del valor real de mi hembra.

El siguiente día transcurrió con lentitud. En mi trabajo no era capaz de pensar en nada que no fuesen ya no los 260 mil pavos, sino las tetas de la Leyre. Me hallaba, no obstante, en un callejón sin salida. Atrapado en una conexión afectivo-sexual muy intensa con Chus, marcado por el placer que Cris me había regalado y, ahora, sobrepasado ante la perspectiva de poder gozar a la hembra que más me ponía, no sabría especificar por qué razón –además de la obvia: sus tetazas-, del club. Aceptar vender a Chus por el goce efímero de poseer a Leyre, lo sabía, tenía su cara pero también su cruz. A mujeres como “la vasca de las tetas de oro”, como ya la había bautizado alguno en el club, era mejor no llegar a catarlas si uno no iba a poder llegar a poseerlas nunca en propiedad, y tal parecía ser mi situación con la susodicha Leyre. ¿No sería mejor dejar de conocer hembras nuevas alimentando a un monstruo que acabaría por devorarme y dedicarme a gozar de Chus, que era todo un mujerón y se entregaba a mí además con gusto?

Tras ese primer día de reflexión sin centrarme en el trabajo, sin poder dormir y matándome a pajas pensando en las tetas de la Leyre, decidí, al siguiente, acudir al club pese a que a Chus no le tocaba ir. Últimamente, como casi cualquier propietario, yo solo iba al club cuando mi hembra iba a estar presente, pues calentarme viendo a las demás jacas sin poder ni siquiera pajearme no era la mejor perspectiva. Eso era algo que los miembros no-propietarios podían tolerar. Mientras no pudiesen conseguir su hembra, no estaba desde luego nada mal ver porno en directo con mujeres espectaculares que, además, tenían el morbo añadido de no ser prostitutas; pero una vez que uno a podido contemplar ese espectáculo recibiendo los favores de su propia hembra, conformarse con menos resultaba incómodo e incluso un poco humillante.

En todo caso, me convencí de que tenía que ir allí para hablar con Fidel, pues contactar con él fuera del club, al no conocernos nosotros de nada anteriormente, estaba absolutamente fuera de las normas y yo necesitaba consejo. Hugo, con quien sí podría haber hablado en privado, en mi casa por ejemplo, hacía ya semanas que me ignoraba sin disimulo, haciéndome incluso un par de desplantes al acercarme en el club a saludarlo. Era evidente que él, hipotecado por Lara, una niñata que, no nos engañemos, no valía lo que él había pagado, viendo ahora mi meteórica ascensión en el lugar en que él mismo me había introducido no era capaz de soportar la envidia que sentía. Él, que se había negado en rotundo a dejar que me estrenase con Lara, a buen seguro que se pajeaba a diario pensando en mujeres como Cris y Chus a quienes yo había tenido de rodillas ante mi polla y a las que también había puesto a tomar por el culo. Entendía su frustración, sí, pero ya no podía esperar nada más de él y, desde luego, no le daría la oportunidad de volver a girarme la cara en el club.

Así las cosas, acudí, como digo, aquel día al club pese a no tener a Chus; y le expuse a Fidel las últimas novedades del asunto. Como era de esperar, si ya antes me había recomendad la venta, esta vez por poco me obliga a ir a firmar el contrato con Roberto en ese instante. Incluso Cris, presente en la conversación mientras se la chupaba a Fidel –Rocío aquel día no estaba-, se permitió el lujo de asesorarme que cerrase aquella venta de inmediato.

-Chus no vale esa pasta, Juanito –me dijo aquella cerda, quien sin duda solo pensaba en que yo acumulase capital para poder comprarla en un futuro cercano-, tienes que vender a esa puta ya. Hazle caso a Fidel, que de esto sabe. Además, tu querida Chus se merece una buena cura de humildad, pues la tienes muy mimada. Ya verás como el brasileño le hace un buen boquete y se le pasa la tontería –río, maliciosa.

-No es cierto que la tenga consentida –objeté, algo molesto-, últimamente también la uso como váter.

-Eso de mearle en la cara no es gran cosa, Juan –intervino Fidel-. Yo a esta guarra –dijo, señalando a Cris- no se lo hago porque no es algo que me excite, pero te aseguro que le hago otras perrerías mucho mayores. ¿A qué sí, putita?

-Sin duda, Fidel –concedió, sumisa, pero con un leve enrojecimiento en el rostro que bien podía denotar el odio que seguramente sentía por su dueño.

-¡Y lo que le queda! –Continuó mi amigo y consejero-. Cuando me canse de que la lefe cualquiera, la pondré a tomar por el culo a todas horas. Pero ella me lo agradece, ¿verdad, putita? Pues sabe que se lo tiene bien merecido por calientapollas.

Cris asintió nuevamente, y una vez más una chispa de odio se encendió en su mirada. Después, a un gesto de Fidel, empezó a comerle el culo. Yo me despedí, pues aquella situación empezaba a incomodarme. Al irme me pareció ver que Cris me hacía un guiño casi imperceptible, pero no sabría decir si no habrían sido imaginaciones mías. Era evidente que Fidel se portaba con ella como un cabrón, pero aquello no era asunto mío y, por lo que sabía, mi amigo daba un muy buen trato al resto de sus hembras, por lo que, pensé, tal vez Cris se lo tenga más que merecido. No acababa de fiarme de ella.

Ya me iba a ir a casa, pero antes decidí –mi polla decidió por mí- darme una vuelta a ver si las tetas de Leyre andaban por el club aquella tarde. Pero no la vi por ninguna parte y había visto, de lejos a Roberto entrar con Blanca en un reservado. Seguramente la tetona hoy no tenía día de club y estaría en su casa, sentada sobre un par de almohadones y aplicándose alguna pomada en el ojete cada ocho horas. ¿Era eso lo que le esperaba a Chus? No puedo negar que por un lado se me partía el alma pero por otro, y me cuesta admitirlo ante mí mismo, me daba un morbo increíble pensar en cómo ese salvaje le iba a hacer un culo nuevo cuando se la vendiese.

Al llegar a mi casa me di una ducha y me hice una paja, esta vez pensando en Cris, quien le había regalado un mamadón a Fidel a escasos centímetros de mí aquella tarde. Aunque, justo cuando iba a correrme, mi mente voló de nuevo hacia las tetas de aquella que podría ser mía un par de días en cuanto firmase la venta. ¿A qué coño estaba esperando? Pensaba mientras terminaba de machacármela en la ducha.

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