El club VI

La cosa se enreda y Juan ha de tomar una decisión. Recomiendo leer los anteriores.

“Quiero que me compres”, me espetó Cris, apenas un cuarto de hora después de haberme follado su increíble culo, mientras tomábamos una copa de cava y recobrábamos resuello. Darle por el culo había resultado una experiencia indescriptible, aunque, a decir verdad, no había permitido que ella ejecutase grandes maniobras con su ojete. Me había limitado a empotrarla, de pie ambos y ella apoyada contra el respaldo de una butaca, empujando una y otra vez mi rabo entre las paredes de su ano. Me la había follado como un jodido cavernícola, como un animal, y había adornado el polvo de todo tipo de lindezas, excitado y desinhibido sobremanera como estaba, insultándola a cada embestida. Ella, entre tanto, había recibido mi polla como si tal cosa. A pesar de ser una mujer menuda –no pasaría de los 50 kilos-, se limitaba a aferrarse con las dos manos a aquel respaldo que parecía convertirla en un objeto inamovible, mientras soltaba rítmicos gemidos, probablemente más por subirme la autoestima que por estar disfrutando de verdad. Fría como un témpano, Cris parecía toda una profesional. Cualquiera diría que llevaba veinte años tomando por el culo allí mismo, cada día a la misma hora, y que lo que para mí sería un extraordinario recuerdo de por vida no era, para ella, más que el trámite de las 20:30 horas.

-Tú harás carrera aquí. –Continuó, mirándome a los ojos-. Has revalorizado en semanas a esa monja de Chus y volverás a hacerlo con otras. No tardarás en tener dinero y hembras a mansalva. Y yo quiero ser una de ellas, Juan. ¿Me oyes? Quiero que me compres.

-Escucha, Cristina, esto que estás haciendo es muy irregular, yo…

-Lo sé, joder –me puso la mano en el paquete, antes de continuar-, me la estoy jugando, pero es que estoy ya muy cansada. Ese cabrón de Fidel va de enrollado, de que nos valora; pero es de la peor especie. ¿A mí has visto cómo me trata? ¡Joder, si en el club me llaman Ms. Bukkake! Antes me lefaban de uno en uno, pero ahora ya conoces su nuevo jueguecito, ese que consiste en ponerme entre cuatro o cinco del club que no tienen hembra para que se pajeen hasta correrse en mi cara, con la norma de que el último en correrse se queda con el calentón. Y yo ahí, arrodillada en mitad del corrillo, siempre sonriente para que la vez siguiente no sea peor y sean ocho, diez o quince los que se descarguen en mi cara.

-Escucha, Cris, te entiendo…, pero yo me llevo muy bien con Fidel, y además aquí hay unas reglas… -no sabía qué más podía decirle; tenía claro que no quería complicaciones.

-¡A la mierda las reglas! Escucha, Juan –dijo en un tono más moderado, a la par que empezaba a pajearme-, tú sigue progresando y después cómprame. No te pido nada más, no tenemos que volver a hablar de esto: solamente hazlo. Hazlo y no te arrepentirás. Seré la mejor puta particular que puedas soñar, una puta solo para ti. Piénsatelo, por favor, todavía me quedan casi dos años en el club y quiero pasarlos venerando tu polla.

Y, tras decir esto, se arrodilló y empezó a regalarme una nueva y deliciosa mamada, la segunda de aquella jornada. Me la chupó durante cerca de media hora, pues mi aguante, tras la primera mamada con final feliz y el reciente anal, se había visto reforzado. Cris me la mamaba de mil y una maneras, haciendo todo un despliegue de habilidades felatorias. La mamaba lentamente un rato, paladeándola a cada momento, recorriéndola de arriba abajo con su lengua; después, aceleraba y la chupaba a lo bestia, ayudada por su mano derecha en rítmicos movimientos, tragando mi polla casi hasta la base en cada succión; más tarde, se la pasaba por la cara y me miraba desde abajo sonriente, a la vez que me ponía a tono diciéndome todo tipo de guarradas, todas ellas con la palabra “cerdo” intercalada. “Vamos, cerdo, quiero que te corras en mi cara”. Eso fue lo último que dijo antes de recibir una corrida que, todo hay que decirlo, todavía resultaba abundante pese a ser la tercera en poco más de una hora y media.

Tras correrme, Cristina se pasó mi polla de nuevo por el rostro, embadurnándose más si cabe con mi lefa. Después, siempre sin perder esa morbosa sonrisa, me limpió el miembro de un modo voraz, apretando mi capullo a cada instante en busca de otra gota de mi semen que llevarse al gaznate. Yo sabía que todo aquello no era más que una pantomima, que quería que me enganchase a ella, pero que realmente yo le daba igual. Era la misma mujer que, impasible, había tomado por el culo un rato antes, solo que ahora quería convencerme de que quería ser mía para salirse así con la suya. En todo caso, el ser consciente de todo lo anterior no me impedía disfrutar de su boca, una boca que me llevaba nuevamente al cielo y conseguía, poco a poco, que mi rabo se hinchase de nuevo.

Pero no hubo tiempo para más. Las dos horas convenidas tocaban a su fin, y Fidel me esperaba ya en las duchas, para darme su veredicto sobre Chus. Antes de despedirnos, Cris se dirigió a mí en tono confidencial, tras darme un pico en la boca, algo totalmente prohibido por el reglamento al no ser mi hembra.

-Juanito, cariño, recuerda lo que hemos hablado. Y, por favor, no le digas nada a ese cabronazo de Fidel o me lo hará pasar muy mal.

Incómodo por toda aquella situación, y temiendo prendarme de ella más y más, le di mi palabra de que no diría nada. A cambio le pedí que no volviese a sacar el tema, del cual, por lo demás, me daba por enterado. No sé si esto último lo entendió como un sí a comprarla en cuanto me fuese posible, pero aquella hermosa sonrisa volvió a dibujarse en su rostro. Minutos después, Fidel me daba su veredicto en las duchas, mientras el agua templada barría de mi piel el olor dulzón del delicioso cuerpo de Cris.

-Bien, ha estado bien –comenzó-. Tiene unas tetazas y la chupa de primera –advirtió mi ansiedad-, pero no nos precipitemos. Supongo que quieres que sea completamente sincero.

-Por supuesto, Fidel –concedí.

-Pues vayamos por partes. El culo no vale un céntimo, y a esta edad no se le va a poner mucho más firme por mucho ejercicio que haga. Vale, en la calle y con un vaquero que le siente bien, para pasar de los cuarenta, diríamos que tiene un buen culo. ¡Pero esto es el club, chico! Aquí no se pasa mucho tiempo con ropa y, si miras a tu alrededor, verás que el 80% de las hembras tienen mejor trasero. ¿Que al tal Roberto le pone reventar  todo tipo de culos? Sí, y eso es algo a favor de la transacción.

-¡Joder, Fidel, hablas de su culo como si estuviese gorda!

-Muchacho, nadie dice que esté gorda. Hablo de hecho objetivos. Aquí casi ninguna tiene sobrepeso, y las que lo tienen y valen más de 200 mil es porque son auténticas diosas, como la Leyre esa que tan tiesa te la pone.

-Está bien –repliqué azorado-. Continúa el análisis.

-Vale, respecto al culo, todo claro. Las tetas, vamos con ellas. Son estupendas, y te lo dice uno que recibe las cubanitas de Rocío dos veces por semana. Son unas tetas maravillosas, sí, y de ahí gran parte de su valor inicial, pero aquí tampoco se va a revalorizar ya mucho más. Al contrario. A esta edad, unas tetas como esas cada día estarán más caídas.

-Joder…

-Espera. No te disgustes; estamos estudiando la situación, nadie le pone un pero a tu hembra. –Se detuvo, pero continuó a un gesto mío-. Follando tiene sus puntos, pero tampoco es que sea nada del otro barrio, se nota que no es la típica que ya era una guarra antes de que la captasen para el club.

-Vale, está bien. Estoy de acuerdo en todo, aunque me duela reconocerlo –concedí, decepcionado-, pero ¿qué me dices de las mamadas que hace?

-Como te dije, la chupa de primera. –Respiré aliviado-. Pero eso no basta; no para que suba de precio desde ahora. Vienes de que te la chupe Cris, que si bien es de mucho mayor valor, no es de las top del club. Y, dime, ¿hay o no hay diferencia?

-La hay –Tuve que conceder. Y vaya si la había, yo lo había comprobado con creces hacía pocos minutos. Pertenecían, como la propia Cris había afirmado, a dos ligas muy distintas. Una la chupaba de primera; la otra parecía una jodida pornostar de los noventa.

-La hay, y mucha, ahora lo sabes tan bien como yo. Gracias a su mejoría como mamona ha subido de los 130 que pagaste a casi el doble, que es lo que te ofrece el brasileño, pero, a partir de ahora, y por más que mejore todavía algo más en cualquier aspecto, ese plus será siempre menor que el valor perdido día tras día en función del tiempo que le queda en el club. En este momento, piénsalo, le quedan todavía… ¿dos años?

-Dos años y cuatro meses, casi.

-Vale, casi 28 meses y te ofrecen unos ocho mil o nueve mil por mes. Imagínate que mejora y, en medio año, vale unos diez mil por mes restante. Estaríamos hablando de 220 mil, que es menos de lo que te ofrecen ahora.

-Entonces, tú ves claro que…

-Veo claro que debes vender sin demora. Y más en tu situación, novato, hipotecado y sin más hembras. Ahora bien, no te voy a negar que me da cierto reparo que se la vendas precisamente a ese canalla. La destrozará, se ensañará con ella; y si a las de veinte les cuesta aguantar sus embistes, a una cuarentona sin experiencia en el anal la va a desgraciar. Sé que no somos una ONG, nada más lejos, pero Chus parece una buena mujer, y no creo que se merezca eso. Hay otras que son muy zorras y a las que una buena cura de humildad no les sobra, pero en este caso, dejarla en manos de Roberto me parecería excesivo. En todo caso –continuó, animado por mi silencio-, tú debes mirar por ti mismo, y ahí he de ser tajante: vende.

Todavía quedaba noche por delante y, aunque estaba realmente roto después de aquel par de horas con Cris, no pude resistirme a la cubana con que Chus me recibió al reencontrarme con ella.

-Juan, esa guarra asquerosa habrá podido chupártela de lujo, y sin duda mi culo tampoco puede competir ni de lejos con el suyo, pero no tiene estas dos –se las sujetó con firmeza a dos manos en un gesto de rabia- para darte placer. Te suplico me permitas honrar con ellas a tu polla.

-Adelante –dije, ya con la polla medio tiesa otra vez-, pero házmelo con calma, vengo de joderle el culo a esa puta y tengo el rabo sensible.

-Como ordenes –dijo, con un mohín de disgusto en el rostro-. No olvides que, en caso de que tengas ganas de mear, me tienes aquí.

Joder, me volvía loco ver cómo se rebajaba ante mí. ¿Era aquella la misma mujer altiva y poderosa que me vetaba sus tetas ante mi sobrina? Lo era, sí, pero la había doblegado; había logrado someter a esa yegua excepcional y ahora era yo quien llevaba las riendas. Excitado por su comentario, mientras recibía su cubana cómodamente sentado en un sofá de ante, le dije:

-Eso es lo que eres, Chus, un váter. Un jodido retrete. Y unas tetas y una boca de chupapollas –yo ya no era yo, el morbo de aquella situación y de todo lo que había vivido en el club en los últimos meses me había transformado-. Más te vale continuar así de sumisa, o será el brasileño quien te eduque.

Podía ver en su rostro una mezcla de pánico y vergüenza por rebajarse de ese modo, pero, mientras seguía trabajando mi polla con sus tetas, se limitó a decir:

-Lo sé. Sé perfectamente el lugar que ocupo. Soy un váter, unas tetas y una boca de chupapollas; solo te pido seguir siendo tu váter, tus tetas y tu mamona particular.

Pese al mambo que llevaba encima, con lo excitante de aquella conversación, con el morbo de sentir que Chus ya me pertenecía en el más amplio sentido de la palabra, me corrí antes de lo esperado. Me corrí en sus tetas, apuntando hacia ellas de pie, con ella arrodillada y ofreciéndomelas servilmente sobre sus manos, invisibles bajo semejantes ubres. Después me la llevé a las duchas, donde me la limpió con la boca e intentó incluso reactivarla para hacerme una mamada, lo cual logró no sin esfuerzo. Me la estuvo chupando cerca de tres cuartos de hora, hasta que la tetona de la Leyre entró a asearse, caminando, como siempre, con dificultades, y el ver esas tetazas –con creces mejores que las de Chus, por increíble que parezca- y su cara llena de esperma me hizo correrme en la boca de Chus de un instante a otro. Creo que Chus lo notó, y me sentí mal por ello, pero los remordimientos se apagaron, y de nuevo fueron sustituidos por el morbo, cuando me pidió que le mease la cara. La pobre puta hacía algo que no había hecho hasta ahora, abría la boca e intentaba beberse mi meada.

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