El club V

Nueva entrega de las aventuras de Juan en el club. Recomiendo leer los anteriores para comprender bien la trama.

Transcurrieron algunas semanas, y mi relación con Chus se fue definiendo. Era, obviamente, una relación asimétrica: yo era su dueño y podía disponer de ella a mi antojo –y lo hacía-, pero en cierto modo, de entre los diferentes modelos de propietario que había en el club, yo me sentía próximo al estilo de Fidel. Aquel hombre podía tener largas conversaciones con un par de sus hembras mientras, por ejemplo, una tercera se la chupaba. Además, uno podía, como me había sucedido ya en un par de ocasiones, toparse con él y sus furcias y charlar de manera distendida todos juntos, pasando un buen rato. Nada de esto iba reñido con la disciplina, y Fidel no dudaba en emplear mano dura con sus jacas si era necesario, aunque no solía ser el caso. Incluso Cristina, quien recibía un trato mucho peor que el de Rocío y las demás, pues no había día en que no recibiese algún facial por parte de los amigotes de Fidel, incluso ella parecía contenta de ser suya. Sí, si había que pertenecer a alguien en aquel lugar que, imagino, para ellas representaba una pesadilla, ser una de las hembras de Fidel significaba salir bastante bien parada, y yo tenía claro que ese modelo era el que yo quería para mí mismo y mi futuro harén, si llegaba a tenerlo algún día, claro.

Así las cosas, además de usarla por todos sus agujeros, intentaba tener una relación de diálogo con Chus. Una noche acabamos, después de una de sus primeras mamadas “decentes” –mi buen trabajo me había costado adiestrarla, recurriendo a vídeos de Lisa Ann y otras MILFS mamonas, pero aquello parecía estar dando sus frutos y Chus progresaba a pasos agigantados-, acabamos, digo, por hablar sobre la época en que yo iba a buscar a mi sobrina a su escuela –algo que, por descontado, ahora que podía disfrutar de Chus sin límites, había dejado de hacer- y le miraba las tetas con todo el disimulo de que era capaz. Chus me reconoció entonces que sí, que tal vez en eso, como muchas otras mujeres, era un tanto incoherente. Por una parte, me decía, le gustaba vestir escotada porque sus pechos la hacían sentirse una mujer todavía atractiva; pero cuando notaba que alguien la miraba demasiado –y tal parecía ser mi acaso, a pesar de que yo me percibía mucho más discreto-, se sentía como un pedazo de carne. Ahora bien, si nadie la mirase nunca, confesaba, acabaría con su autoestima por los suelos. Me hizo saber que no era nada personal, y que a diario se cruzaba la chaqueta ante muchos otros hombres; aseguraba incluso que yo le había resultado siempre agradable, y parecía sincera. En todo caso, ahora, le había replicado yo, todavía herido en mi orgullo al recordar aquellos episodios, ahora estas tetas –se las apretaba a dos manos, casi con saña- son mías y se acabó el vetármelas de uno u otro modo. Ella hubo, como tantas otras veces, de bajar la mirada y asentir. Era en esos momentos en que la veía tan desvalida cuando más conectaba con ella; si bien era su mirada altiva, la cual no tardaba en resplandecer de nuevo en sus ojos, la que me volvía loco de deseo y me hacía follarme sus tetas como un animal. Porque eso hacía una y otra vez, dos veces por semana, cuando a ella le correspondía acudir al club, me follaba sus tetas de mil y una maneras, en ciento y una posiciones distintas, pero casi siempre con rabia. Había, en cierto modo, un punto de humillación también para mí, todavía en aquella situación de absoluto dominio sobre ella, pues había tenido que hipotecarme hasta el cuello para adquirirla lo que, al fin y al cabo, revelaba el poder que ella ejercía sobre mí. Un poder, tal vez, mucho mayor que el que yo mismo o cualquier otro de los miembros del club ejercíamos sobre nuestras hembras.

En paralelo, como dije, entre largas conversaciones e intensas pajas cubanas, hice lo posible por enseñar a Chus a usar esa boca de mamona con que estaba dotada como era debido. Ella, según me hizo saber, siempre había llevado una vida sexual bastante recatada. De hecho, en la universidad sus amigas la tenían por una puritana. No había perdido la virginidad hasta los dieciocho, y poco después se había ennoviado con el que sería su futuro marido, el cual era todavía el segundo hombre que se la llevaba a la cama. En sus primeros años de noviazgo, admitía, tenían cierto ritmo sexual. Lo hacían un par de veces por semana y, sí, en muchas ocasiones se la había chupado o le había regalado una cubana al afortunado de su enamorado, pero habitualmente se mostraba más pudorosa en la cama y la relación resultaba mucho más convencional. Después, tras casarse y nacer su única hija, los dos polvos semanales habían ido dejando paso a uno al mes o incluso al trimestre, únicamente por cumplir el expediente. No era que no le gustase el sexo, me decía, era solo que había recibido, a ese respecto, una educación muy estricta, clásica y estricta, y nunca se había sentido plenamente cómoda disfrutando de su sexualidad. En cualquier caso, ahora que estaba en el club y me pertenecía a mí, llegó a decirme mirándome a los ojos con esos dos faroles verde oliva, en ocasiones sí lograba excitarse siendo mi puta particular, algo que no sabía bien si debía avergonzarla o reconfortarla. Había dicho aquello sin esquivar mi mirada, pero con el rostro enrojecido por el pudor de semejante confesión, a pesar de lo cual yo no acababa de creerme ciertas cosas y siempre sospechaba que Chus me regalaba la oreja para obtener de mí un trato más favorable. Debo admitir que cuando me dijo aquello la puse a tomar por el culo, práctica que ella había llevado a cabo por vez primera en el club y con su antiguo dueño, para así recordarle que, por muy bien que nos llevásemos y mucha complicidad que hubiese entre nosotros, yo seguía siendo su dueño. Ahora pienso que me encontraba muy asustado.

El caso es que Chus empezaba a usar su boca de un modo más que aceptable. Chupaba mi polla con soltura y se la tragaba sin dificultad –algo que a mí no me daba especial morbo, pero que sabía indispensable en una buena felatriz-, también había aprendido a pasársela por el rostro en el momento justo para enloquecer así a su hombre y a recibir mis corridas con un estilo propio bien marcado. Si bien la presentadora buenorra o Cris recibían la lefa con sus sonrisas de anuncio, mujeres como Chus o Rocío la recibían con la mirada clavada en uno, envueltas en un halo de dignidad irreductible, una mirada que parecía decir “por más que te corras en mi cara, sé lo que valgo como mujer”. Aquella manera de recibir el facial resultaba tanto o más morbosa que la de Cristina, pues uno sentía que se corría en el rostro de una mujer poderosa, una hembra a la que no todo macho podría someter.

Chus mejoraba, sí, y apenas dos meses después de comprarla me llegó la primera oferta en firme por ella. Hasta ese momento todo habían sido habladurías. Mucho que si “menuda inversión ha hecho el novato” o si “ya veréis que habrá que tirar de chequera por la tetona de Juanito “el nuevo””, pero nada terminaba de concretarse hasta que, exactamente nueve semanas después de comprar a Chus, Roberto el brasileño me ofreció 225 mil euros por ella. Al saberlo, Chus me suplicó que no la vendiese. “Me destrozará el culo, no estoy acostumbrada al anal y ese hombre me mandará al hospital. Por favor, Juan, no me vendas… me revalorizaré más, te lo prometo, seguiré mejorando, te daré todo el placer que quieras, haré lo que sea…” Lloraba a moco tendido y yo me sentía incluso más poderoso que mientras me daba placer con sus tetazas.

Cuando aquello ocurrió, el primer día en que suplicó por no ser vendida a aquel animal, y tras esmerarse en mamármela como jamás lo había hecho, decidí, excitado y sacudido por ese poder que me transformaba, hacer algo que otros hacían en el club, pero que yo jamás había siquiera considerado. Al terminar de limpiarme el miembro a fondo con su boca de mamona, y estando la pobre Chus todavía servilmente arrodillada, me erguí frente a ella y le meé en la cara. Aquello, aunque después hube de sentir remordimientos durante días, me hizo sentir, por primera vez, su verdadero dueño.

Lo cierto es que yo estaba enganchado a Chus y por nada del mundo quería venderla. Pero también era verdad que ella había sido mi inversión, mi gran proyecto para progresar en el club, y que no podía desaprovechar oportunidades de oro. Seguramente podría llegar a sacarle al brasileño 250 por ella, un montante que, unido a los 120 que me habían sobrado del crédito inicial, me permitía considerar muchas posibilidades. Por una parte podría amortizar la hipoteca. Bastaba con devolver los 248 mil que todavía adeudaba y quedarme limpio de deudas, para después invertir en otra hembra de un precio semejante al que me había costado Chus y empezar a trabajar en su progreso. Esta primera opción era, tal vez, demasiado conservadora, pero había otras muy interesantes que iban desde juntar el dinero y comprar una hembra de una categoría ya importante hasta hacerse con dos jacas distintas, con lo que podría ir al club cuatro días por semana a gozar de alguna de mis putas, o ir dos como hasta ahora, pero usarlas a la par, lo cual ofrecía un sinfín de placenteras posibilidades.

Aunque en principio estaba decidido a no vender a Chus por el momento, convencido además de que su precio aún podía subir, decidí pedir consejo al bueno de Fidel, con quien estaba trabando una sincera amistad y en quien sentía que podía confiar de verdad, incluso más que en el propio Hugo, de quien me había ido distanciando en las últimas semanas y en quien percibía un resto de envidia a consecuencia de mis progresos con Chus. Fidel me propuso estudiar el tema como es debido para aconsejarme lo mejor posible, y para eso, me dijo, debía catar él mismo a Chus.

-Sí, ya lo sé, Juanito, no la has compartido todavía. Lo entiendo, aquí cada propietario tiene su enfoque, y no quiero que te sientas obligado a prestármela porque yo te dejase estrenarte con Cris, así que lo que podríamos hacer es un intercambio. Yo pruebo a Chus a fondo, cuabana, mamada, polvo…, y tú haces lo propio con Cristina, que además le caes de maravilla y siempre está hablando de ti. ¿Qué te parece?

-¿Que qué me parece? En fin, yo…, a decir verdad, Fidel, si me hubieses planteado la situación de otro modo pienso que no habría accedido, y espero que no te parezca mal que te lo diga –yo hablaba atropelladamente-, estoy muy enganchado a Chus y me resulta muy incómodo compartirla, pero es que lo que me ofreces es difícilmente rechazable. –Tomé aliento antes de continuar-: ¿Estás seguro? Es decir, si lo he entendido bien… ¡podría incluso follarme el culo de diosa de Cristina!

-Lo has entendido perfectamente –se reía jovialmente-, y te la entregaré con esos leggins que sé que te vuelven loco. ¡No veas cómo se te empalma siempre que la visto así y nos encontramos! –Me puse rojo al instante-. ¿Qué, hay trato?

Sí, lo hubo, y así fue como volví a poseer a Cristina, quien me había dejado marcado de por vida, pues no en vano había sido ella con quien me había estrenado en el club, siendo, de algún modo, la mujer que me había “desvirgado” aquella ahora aparentemente lejana tarde de diciembre, apenas unos meses atrás. Pero aquel nuevo encuentro con Cris acabaría por traerme más de un quebradero de cabeza.

Cristina se reunió conmigo en el reservado que Fidel había alquilado por dos horas para nosotros dos. Venía imponente: unos elegantes leggins de vestir, a imitación de cuadro escocés en rojo y negro; zapatos de tacón de aguja; y una blusa escotada y sin sujetador la cual, a pesar de que Cristina no destacaba por el tamaño de sus tetas, transparentaba sus pezones e insinuaba la firmeza de sus pechos. Además, traía el pelo recogido –yo siempre la había visto con él suelto- y le quedaba espectacular.

-Vamos a pasarlo muy bien, ¿verdad, Juanito? –me dijo, sonriente, con ese timbre de voz de niña bien que tan dura me la ponía.

-Eso espero –le dije, aparentando una desenvoltura que no tenía.

Las piernas me temblaban. Cris se acercó a mí con aquel sutil balanceo de caderas que la caracterizaba y que tanto me enloquecía. Al llegar a mi altura se dio media vuelta, para recorrer de nuevo la estancia esta vez con el trasero hacia mí. Era algo hipnótico. Cuando volvió a donde yo estaba, me puso la mano en el paquete.

-Vaya, Juanito, ¿tenemos la picha dura? Déjame ver –se arrodilló y mordió la goma de mi boxer, bajándome así los calzoncillos con la boca hasta los tobillos-. ¡Guau! ¡Pero mira cómo se ha puesto, Juanito!, ¡si parece el mástil de una bandera! –Yo no sabría precisar si realmente estaba excitada o si tan solo se burlaba de mí-, ¡mira cómo se te ha puesto la pollita! Deja que Cris te la acaricie un poco.

Tras decir aquello escupió en mi miembro, atinando certeramente en el capullo, y empezó a pajearme con su mano derecha. La meneaba arriba y abajo, ni rápido y muy despacio, pelando mi polla mientras me miraba a los ojos desde abajo, con esa sonrisa traviesa y perfecta que siempre la acompañaba.

-No sabes las ganas que tenía de volver a comerme tu polla, Juanito –dijo, y acto seguido se la introdujo en la boca.

-Ohmm, ohh, joder, ufff –yo no aguantaba el placer que me regalaba con aquella boca, pero igualmente necesitaba interrogarla-, ohhmm, ¿por… por qué lo… ohhh, lo dices ahh?

-Slurppppp, smuaaashhhh, lo digo porque, mmmmm, slurpppp, porque mi dueño la tiene muuuuy chiquitita.

Aquel comentario suyo era sin duda muy inapropiado, de hecho, era probable que si yo se lo dijese a Fidel recibiese un castigo ejemplar, por más que él mismo se tomase con humor el discreto tamaño de su miembro.

-Pero hay… ohh, ¡joder, cómo la chupas!... hay otras pollas muucho, ohhh, mucho mayores que la mía y que también te he ohhh he visto comerte, joderrr, aquí en el club.

-No me preguntes por qué –dijo, mientras dejaba de chuparla para pajearla de nuevo con su hábil mano derecha-, no me lo preguntes, pero tu pollita me encanta, tontorrón.

Siguió chupándomela un par de minutos, hasta que me corrí en su boca. La muy puta, cuando notó que yo iba a reventar, me puso la mano izquierda en los cojones y, suavemente, los atrajo hacia sí. Después siguió mamando mi polla sin detenerse un segundo, introduciéndosela alternativamente de la punta del capullo hasta la garganta, donde finalmente explotó mi corrida. Después, sacó mi miembro de su boca poco a poco, tragó el poco semen que no había ido directo a su garganta, y procedió a limpiármela a fondo con los labios y la lengua de un modo ruidoso y estimulante que me hizo empalmarme de nuevo.

-¿Qué te ha parecido el comienzo, Juanito? Dicen que esa Chus tuya ha mejorado mucho en las mamadas, ¿pero esto es otra liga, verdad?

-Sí, joder, sin duda –no pude evitar serle completamente sincero.

-Lo sabía. Pues ya verás cuando en un instante la puedas meter en mi ojete.

Tras decir aquello, Cris se levantó, se dio la vuelta y me ofreció el sublime panorama de su culo de diosa en aquellos ceñidos leggins que, poco a poco, fue bajando a lo largo de sus esbeltas piernas, dejando ante mí su torneado culo en un enloquecedor tanga.

¿De verdad iba a poder follarme ese culo?

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