El club secreto - Alexander y Lucrecia

Primera pareja.

El cub secreto fue fundado en 1950 con la intención de que, aquellos que quisieran mantener s nombre en el anonimato, pudieran dar rienda sulta a sus más oscuras fantasías.

Muchos personajes célebres <> acudían allí para manejar el látigo sobre el cuerpo de una linda muchacha en sus ratos libres.

Nunca jamás, en la historia del club, hubo un cliente, ni clienta, que no saliera satisfecho.

Hubo momentos memorables en aquél lugar, y me comprometo con el lector a intentar contar los más interesantes.

Así pues, demos comienzo con la primera historia que, a mi parecer, fue interesante.

Año 1972.

Tanto la sala principal <> como las habitaciones privadas <> habían cambiado por completo desde su creación.

Las cortinas eran de seda roja ahora, los sofás de terciopelo negro y adornos rojos.  El suelo, de una moqueta blanca muy inocente.

Pero había un añadido reciente que fascinó a los Dominantes <> des del primer momento : una lista con los nombres de los sumisos (y sumisas) con un SÍ o un NO al lado. Y, más a la derecha, otro SÍ u otro NO.

Era muy sencillo : el primero se refería a si el esclavo en cuestión había tenido un orgasmo aquél día y, el segundo, a si le estaba permitido tenerlo (o, en s defecto, a tener un segundo orgasmo).

Centrándonos en la historia que me dispongo a relatar...

Alexander, uno de los miembros más respetados y pudientes del círculo que tenía lugar en el club, se encontraba en uno de los sofás bebiendo whisky con soda y charlando con uno de sus fieles amigos cuando, de repente, una linda muchacha, rubia y de ojos verdes, apareció por la puerta que daba a la calle.

Se quitó la gabardina <> y se arrodilló en el suelo.

Evidentemente, era una esclava.

Nuestro protagonista temporal dio un pequeño golpe con el codo a su compañero y le preguntó, señalando a la chica :

-¿Sabes cuál es su nombre?

Meditó unos instantes antes de responder.

-Lucrecia-dijo al fin-. Veintidós años, manos inútiles, pero lo compensa con una lengua prodigiosa ; estar con esa niña es estar en el paraíso.

(Los nombres usados allí, obviamente, no eran los reales).

Alexander sonrió, se levantó, y se acercó a la lista.

Leyó muchos nombres antes de dar con el que buscaba :

"Lucrecia ----- NO --- SÍ"

-Perfecto-susurró

Se acercó lentamente a ella, y le tendió una mano. La joven la cogió y se levantó.

El Dominante la guió hasta la habitación número ocho, abrió la puerta y la cerró con llave una vez estuvieron dentro.

La chica se arodilló de nuevo en aquél nuevo suelo. Y posó su apagada mirada en los ojos del hombre que estaba sentado en la cama.

-Desnúdate, por favor-su tono no indicaba precisamente que hubiera otra opción

Lucrecia, aún en el suelo, se desabrochó el sujetador y lo dejó caer. Acto seguido se quitó las braguitas <> y las dejó en el suelo.

-Sube a la cama, túmbate boca arriba y abre las patas.

<> pensó en decir la chica, pero se calló ; tenía que ser obediente y, además, Alexander no le desagradaba para nada. Por tanto, si él decía que eran patas, eso iban a ser.

Lucrecia subió a la cama, se tumbó boca arriba, y abrió las patas.

Miró al Dominante con dulzura y una actitud dócil.

Su imagen hubiera provocado un escalofrío de excitación a cualquier chico virgen.

Sin embargo, no era la primera vez que ese hombre veía a una muchacha desnda y con las piernas abiertas de par en par.

La esclava pensaba con gran curiosidad en cuáles iban a ser los deseos de aquél peculiar y popular Dominante.

Sin ningún tipo de miramiento le propinó una fuerte bofetada.

La chica se acarició la mejilla, pero ni tiempo tuvo de reaccionar cuando aquél tipo la agarró del cuello con fuerza y, de la forma más fría posible, comenzó a masturbarla.

-Sólo quiero ver tu cara en pleno orgasmo. No tus ojos-aquí le puso una venda-. Cuando vayas a tenerlo, grita lo más fuerte que puedas.

No pasaron ni dos minutos cuando la chica empezó a gritar.

Alexander le arrancó la venda ; la puerta que daba a la sala principal estaba abierta, y todos los presentes observaban a la joven, complacidos.

Sin poder detener la mano del Dominante y moviendo la cadera <>,  la pobre Lucrecia tuvo el orgasmo más vergonzoso de su vida.

Todos aplaudieron cuando esto ocurrió, lo que aumentó la humillación que sentía.

Fue la primera vez que una esclava se corrió delante de todos los miembros del club secreto.